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Capítulo 15

Sólo transcurrieron dos minutos antes de que Darius la arrastrara hasta una tienda de recuerdos, empujando a la gente para abrirse paso.

—Lo siento, señora… —se disculpaba Grace—. Y usted también, perdone… —volviéndose hacia él, le preguntó en voz baja—: ¿Qué estás haciendo?

El fiero brillo de sus ojos azul hielo le provocó una punzada de aprensión.

—Tenías razón. Te están siguiendo —se volvió para mirar sobre su hombro—. Y aún te siguen.

—¿Qué? —exclamó Grace en el instante en que él la escondió detrás de una hilera de camisas. Ese día no había sentido ninguna presencia amenazadora.

—Me habría dado cuenta antes —explicó Darius, irónico, con la mirada clavada en la ventana—, pero mi mente no estaba en lo que tenía que estar.

—¿Qué hacemos? ¿Cómo es?

—Un humano. Bajo. Lleva una especie de abrigo, pese al calor del día.

Grace intentó distinguir algo, por encima del hombro de Darius.

—¿Puede vernos?

—No, pero nos está esperando en la puerta de la tienda.

—Salgamos por la puerta de atrás. No se enterará y…

—No —Darius hundió las manos en los bolsillos, giró las muñecas y sacó dos dagas. La anchura de sus antebrazos evitaba que el público viera las hojas, pero ella sabía que estaban ahí…—. Quiero tener una conversación con ese hombre.

Estupefacta, horrorizada, fue incapaz de pronunciar palabra.

«¡Dios mío!», exclamó para sus adentros. Aquello iba a ser un baño de sangre.

—No puedes matar a nadie —susurró, y miró a su alrededor, frenética. Los turistas los estaban mirando como si fueran la principal atracción de aquella mañana—. Por favor —añadió en tono suave—, esconde las dagas antes de que alguien las vea…

—No —replicó en tono frío.

—Tú no lo entiendes. Esto…

—No, Grace —la fulminó con la mirada—. Eres tú la que no lo entiende. Compra algo de la tienda. Ahora.

Demasiado nerviosa para pensar en lo que compraba, Grace eligió al azar una miniatura en plástico del edificio del Empire State. Después de pagarla, recogió la bolsa y acompañó a Darius hasta la puerta.

—Buena elección —comentó él—. Podrás usarlo como arma. Para clavárselo en los ojos, por ejemplo.

¿Clavárselo en los ojos? Grace se quedó sin aliento. No le importaba su spray: era un arma de autodefensa, por el amor de Dios. Pero usar una miniatura del Empire State para cegar a alguien…

«Yo sólo soy una asistente de vuelvo disfrutando de un permiso», pensó aturdida. «Yo no voy por ahí atacando a la gente…».

Darius debió de percibir su inquietud, porque se detuvo nada más salir de la tienda. Volviéndose hacia ella, le dijo:

—Te dejaría aquí si pudiera, pero el conjuro que nos une nos lo impide.

—¿Sabes? Creo que no es en absoluto necesario tener esa conversación con esa persona —la frase sonaba absurda incluso a sus propios oídos, y esbozó una mueca. Pero no quería que Darius resultara herido o tuviera problemas con la ley—. Ya he visto suficientes películas y leído suficientes novelas como para saber que la mejor decisión es la retirada y…

—Y a veces la mejor decisión es precisamente la equivocada.

—Cuando te pedí que me ayudaras a encontrar a Alex, nada más lejos de mi intención que ponerte en peligro…

La expresión de Darius se suavizó al oír aquello. Pero en seguida volvió la punzada de culpa.

—Puede que ese hombre tenga información sobre tu hermano. Tal vez fue él quien robó el medallón. ¿Realmente quieres que lo deje en paz?

—No —respondió en tono suave. Y añadió con mayor firmeza—: No.

—No me pasará nada. Y a ti tampoco.

—De todas formas, usaremos la violencia únicamente como último recurso, ¿de acuerdo?

—Como quieras —consintió, reacio—. Pero yo te impondré a mi vez otra condición: quiero que te quedes todo el tiempo detrás de mí. Y no vuelvas a hablar hasta que yo te dé permiso. De lo contrario, me distraerás.

Resistiendo el impulso de entrelazar los dedos con los suyos, lo siguió. Una cálida brisa les dio la bienvenida mientras caminaban. Al principio, Grace pensó que Darius querría disimular, pero se equivocaba: en realidad se dirigió directamente al hombre del abrigo marrón, que estaba contemplando un escaparate cercano.

El hombre debió de ver su reflejo en el cristal, porque echó a correr a toda velocidad.

—Corre, Grace —le ordenó Darius, y salió en persecución del hombre.

Una fuerza invisible pareció impulsarla detrás de Darius. Sus pies apenas tocaban el suelo, mientras volaba, literalmente volaba, detrás de él. ¡La culpa la tenía aquel maldito hechizo!

Darius persiguió al hombre sorteando coches, personas, mesas… Gruñidos irritados y exclamaciones de sorpresa resonaban en los oídos de Grace, confundidos con su propios jadeos, ¿Qué era eso? ¿Una sirena de policía? Le ardían los pulmones. Siguió corriendo mientras empuñaba la miniatura del Empire State.

Si seguía haciendo tanto ejercicio, quizá podría lucir una envidiable figura para finales de mes…

Finalmente, Darius agarró a su objetivo por el pescuezo. Luego, levantándolo en vilo con una sola mano, lo llevó a un callejón cercano. Una vez allí lo soltó de golpe y el hombre fue a aterrizar con el trasero en el suelo.

Darius se plantó delante, fulminándolo con la mirada.

Detrás de ellos, Grace se dobló sobre sí misma mientras se esforzaba por recuperar el aliento. Si sobrevivía a aquel día, pensaba recompensarse con un buen helado, o quizá con un donut bañado en chocolate… O quizá con ambos a la vez.

Cuando se incorporó, descubrió sorprendida a un grupo de hombres apiñados contra la pared. Vestían harapos, estaban sucios y asustados. Eran vagabundos, gentes sin hogar. ¿Pensarían acaso que Darius y su perseguido habían entrado en aquel callejón para atacarlos?

Forzando una sonrisa, entregó a uno de los hombres la miniatura del Empire State… ya que no pensaba clavárselo en los ojos a nadie… y acto seguido echó mano de su cartera. Sacó varios billetes. Nada más ver el dinero, los vagabundos perdieron todo interés por Darius.

—Para ustedes —murmuró mientras les entregaba los billetes a cambio de que se marcharan de allí.

Muy a su pesar, experimentó una punzada de emoción por la situación que estaba viviendo. Era increíble. Esquiar en Aspen no la había emocionado. Hacer parapente en México tampoco. No podía ser. Más bien, lo que debía de estar sintiendo en ese preciso momento era miedo. Miedo, por ejemplo de que la policía apareciera de un momento a otro para llevárselos a los dos.

—Si me tocas, gritaré —pronunció el hombre al tiempo que se levantaba del suelo.

Darius arqueó las cejas.

—¿Tan cobarde eres? ¿Primero te escondes y ahora te pones a gritar?

—Ponme una mano encima y te detendrá la policía.

Darius lo agarró por los hombros y, cruzando los brazos, acercó las puntas de las dagas a su cuello.

Fue entonces cuando Grace pudo mirar detenidamente al hombre… y lo reconoció. Se quedó estupefacta.

—¿Patrick? —dijo cuando al fin encontró la voz. Aquel hombre trabajaba para su hermano: incluso la había acompañado al barco—. ¿Qué es todo esto? ¿Por qué me estabas siguiendo?

Hubo un silencio.

—Responde a sus preguntas —exigió Darius. Al ver que seguía resistiéndose a hablar, incrementó la presión de sus dagas.

—No me matarás.

—Tienes razón. No te mataré. Con las dagas, al menos —las soltó y cerró las manos en torno a su cuello—. Morirías demasiado rápidamente…

—Yo… yo no la estaba siguiendo, lo juro —balbuceó, con el rostro cambiando lentamente del blanco al rojo, y por último al morado. Manoteaba y daba patadas, perdida su anterior altanería. Se ahogaba.

Grace miraba a uno y a otro, con los ojos desorbitados. La intimidación era una buena táctica para conseguir lo que querían, pero ella sabía que Darius estaba haciendo mucho más que eso. Realmente era capaz de matar a Patrick sin el menor escrúpulo.

—Estás mintiendo, y no me gustan los mentirosos —masculló Darius en tono rabioso—. Sé quién eres. Fuiste tú quien tocó a Grace mientras estaba durmiendo.

—No, no, yo no…

—Te vi hacerlo —le enseñó los dientes.

¿Y esos colmillos? Grace se estremeció al ver aquellos largos y puntiagudos incisivos. Sólo entonces registró el significado de lo que acababa de oír.

—¿Qué me tocó? —con las manos en las caderas, le espetó a Patrick—. ¿Dónde me tocaste?

Estaba roja de furia.

—No pudiste haberme visto —le dijo Patrick a Darius—. Tú no estabas en el barco…

No, Darius no había estado en el barco, pero tampoco lo había necesitado. Grace se dio cuenta entonces de que había usado su medallón con ella, al igual que lo había hecho con Alex.

Patrick seguía forcejeando desesperado. Hasta que le flaquearon las piernas y dejó caer las manos a los costados.

—Yo no le hice ningún daño… tú lo sabes.

—Tocaste a mi mujer —un brillo de escamas verdes empezó a dibujarse en su piel—. Sólo por eso quiero matarte.

Grace sintió que se le detenía el corazón. Estaba tan sorprendida por aquellas escamas de dragón como por la frase que acababa de pronunciar. ¿Ella era su mujer?

Se obligó a concentrarse en Patrick: estaba moviendo los labios, pero de ellos no salía sonido alguno.

—Creo que está intentando decirnos algo, Darius.

Transcurrieron todavía unos segundos antes de que aflojara la presión de sus dedos.

—¿Tienes algo que decir?

—Yo… Sólo necesito respirar… un momento.

—Se suponía que estabais buscando a mi hermano —le dijo Grace—. ¿Cómo es que no estás en Brasil?

—Es posible que Alex esté muerto. Encontramos evidencias en ese sentido después de que tú te marcharas. Lo siento.

Si Darius no le hubiera mostrado la prueba de que Alex vivía, en ese momento se habría arrojado al suelo y se habría puesto a sollozar. No le preguntó a Patrick nada al respecto; tampoco le echó en cara que no la hubieran avisado. Estaba harta de mentiras. Entrecerró los ojos.

—Puedes matarlo si quieres.

Darius le lanzó una rápida y sorprendida mirada, como si no hubiera escuchado bien. Sonrió lentamente.

—Lo que esta mujer quiere… yo se lo daré.

—No puedo deciros nada. Si lo hago, lo perderé todo, maldita sea… ¡Todo!

—¿Entonces prefieres perder la vida?

Darius aumentó la presión de sus dedos. Patrick abrió y cerró la boca varias veces, sin aire. Grace, por su parte, se arrepintió de lo que acababa de hacer. Desear una muerte y ser testigo de ella eran cosas por completo diferentes.

Le puso una mano en el brazo a Darius:

—He cambiado de opinión. Démosle una oportunidad.

Miró su mano y luego la miró a los ojos, sin soltar a Patrick. El azul hielo de sus ojos se había vuelto casi blanco.

—Suéltalo, por favor —subió la mano por su hombro y le acarició la mejilla—. Hazlo por mí.

No sabía por qué había añadido aquellas últimas palabras, y tampoco si funcionarían. Sin embargo, el color volvió poco a poco a los ojos de Darius, tornándolos de un castaño dorado.

—Por favor… —insistió.

Justo en aquel momento, soltó a Patrick. El hombre se desplomó sobre el suelo de cemento, jadeando. Tenía el cuello rodeado de manchas rojizas, que se fueron volviendo moradas. Darius y Grace esperaron durante un rato, en silencio.

—¿Por qué estabas siguiendo a Grace? —le preguntó al fin Darius—. No te daré otra oportunidad de contestar, así que piensa bien lo que dices.

Patrick cerró los ojos y se apoyó en la pared, sin dejar de frotarse el cuello.

—El medallón —dijo con voz ronca, quebrada—. La seguía por el medallón.

—¿Por qué? —cada músculo del rostro de Darius estaba en tensión—. ¿Qué esperabas hacer con él?

—Mi jefe… él quiere vuestras joyas. Eso es todo.

Darius se tensó aún más.

—¿Cómo sabes que soy de Atlantis?

—Tú eres como los demás, los que… —se interrumpió en seco—. Mira, a mí sólo me encargaron vigilar a Grace, averiguar adonde iba y con quién hablaba. Pero no iba a hacerle ningún daño. Te lo juro.

—Danos un nombre —exigió Grace, aunque ya conocía la respuesta.

Patrick soltó una amarga carcajada, como si no pudiera creer que todo aquello estuviera sucediendo.

—Os lo daré, pero… ¿sabéis una cosa? Es mejor que os preparéis para lo peor. Ese tipo es el más codicioso que he conocido, y es capaz de hacer cualquier cosa, lo que sea, para conseguir lo que quiere.

—Su nombre —insistió ella.

—Jason Graves —se interrumpió, y añadió en tono gruñón—. El jefe de Alex. El propietario de Argonautas.

Grace se estremeció de temor: los Argonautas, Jason… Todo estaba empezando a encajar en su cerebro. Temblando por dentro, tomó a Patrick de la barbilla y lo obligó a que la mirara directamente a los ojos.

—¿Jason Graves tiene cautivo a Alex?

Patrick asintió reacio.

—¿Dónde? ¿Aquí, en los Estados Unidos? ¿En Brasil?

—En diferentes lugares. Nunca demasiado tiempo en un mismo lugar.

—¿Estaba en Brasil cuando yo estuve allí? ¿Era por eso por lo que teníais tanta prisa en mandarme de vuelta a casa? —se preguntó por qué no le habían hecho nada a ella. Tenía que haber una razón.

—No queríamos involucrarte en los asuntos de la compañía. Esperábamos que volvieras y te dedicaras a contar a todo el mundo que estábamos haciendo todo lo posible por encontrar a Alex. Aparte de eso, te juro que yo tengo tanta idea como tú de dónde puede estar tu hermano.

—¿Cuándo lo hicieron prisionero?

—Hará unas pocas semanas… Se suponía que tenías que encontrar el e-mail que te enviamos para que dejaras de buscarlo. ¿Por qué no lo hiciste?

Grace no se molestó en responderle. Hacía una semana que Alex le había enviado aquella postal.

Debió de escapar, pero seguramente después volvieron a capturarlo. ¡Su pobre hermano!

—¿Qué piensa Jason hacer con él? ¿Matarlo? ¿Liberarlo?

—¿Quién sabe? —replicó, pero la verdad estaba allí, en sus ojos. Alex no sería liberado. Vivo no, al menos—. Por lo último que he oído, estaba bien.

Grace se volvió hacia Darius.

—Tenemos que ir a la policía. Contarles lo que está pasando.

—¿La policía? ¿Qué es eso? —cuando ella se lo hubo explicado, sentenció, rotundo—: No. No meteremos a nadie más en esto.

—Pero ellos nos ayudarán. Nos…

—Sólo conseguirían entorpecer nuestra búsqueda. Yo no podría usar mis… habilidades especiales. Encontraré a tu hermano solo.

Le estaba pidiendo que confiara en él ciegamente, que pusiera la vida de su hermano en sus manos. ¿Podría? ¿Se atrevería?

Grace bajó la mirada al suelo.

—Dime una cosa… ¿qué harás con esa policía tuya? —le preguntó Darius—. ¿Les contarás que Atlantis no es ningún mito y que tu hermano confiaba en encontrarla? ¿Les confesarás que tú misma has viajado hasta allí? ¿Atraerás de esa forma a más gente a mi tierra, para que nos compliquen aún más la vida?

Grace cerró los ojos por un segundo, suspirando. ¿Se atrevería a confiar en él?, volvió a preguntarse. Sí. Ningún otro hombre habría sido más competente. Tenía poderes mágicos.

—Sí, confío en ti. No le contaré nada a la policía.

Se limitó a asentir con gesto indiferente, pero ella detectó un brillo de alivio en sus ojos. Luego concentró su atención en Patrick.

—Aléjate de aquí, Grace. Espérame detrás del edificio. No dudes ni hagas preguntas, por favor. Simplemente haz lo que te digo.

Temblando, Grace obedeció. Nada más doblar la esquina, oyó un gruñido y un golpe sordo. Perdió el aliento, pero no miró. «Era necesario», se dijo. Las acciones de Darius eran necesarias.

Con los ojos otra vez de un azul hielo, Darius se reunió con ella. Se tambaleó por un instante, y Grace lo agarró para sujetarlo. Había vuelto a palidecer.

—Te di mi palabra —le dijo mientras la tomaba de la cintura—. Hagamos una visita a ese tal Jason Graves.