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Capítulo 14

Darius no dejaba de mirar a su alrededor.

Edificios tan altos que se perdían en el cielo… un cielo que era ancho y abierto, lleno de nubes, no de cristal ni de agua. Colores, había tantos colores… brillaban en los carteles de publicidad, se mezclaban en las masas de gente que circulaban a su lado. Incluso el sol brillaba con todos los tonos de amarillo, naranja y oro. Pero lo que más le impresionaba era la multitud de aromas que impregnaba el aire.

Aquella sobrecarga de sus sentidos resultaba extrañamente reconfortante.

Aquel lugar no poseía la verde exuberancia de su hogar, pero Nueva York resultaba atractiva y cautivadora a su modo. Un lugar que parecía convocar a la bestia que habitaba dentro de él… al igual que Grace.

Cuando todo aquello terminara… Pero no, no podía pensar eso. No podía permitirse imaginar a Grace en su futuro. Debía poner fin a aquello.

Algunos de sus hombres habían rodeado el palacio de Javar, para impedir que los humanos pudieran extender su círculo de violencia. Aun así… cerró los puños. El simple hecho de que aún siguieran vivos resultaba ofensivo.

—Pronto estaremos allí —le dijo Grace, a su lado—. ¿Te encuentras bien? Estás pálido.

Se había cambiado de ropa después del baño: estaba como para comérsela. La blusa verde mar destacaba sus senos, y el pantalón azul celeste… Estaba absolutamente cautivadora, mágica. Como una ola del océano: habría podido ahogarse en ella y habría muerto feliz.

—No te preocupes por mí.

—Podrías teletransportarnos a donde están los Argonautas y ahorrarnos el paseo —le dijo ella—. Me muero de ganas de interrogarlos.

Darius también estaba ansioso por interrogarlos, pero no podía teletransportarse por la ciudad. Para ello, antes tenía que visualizar su objetivo. Y no conocía en absoluto aquella zona, pensó, mirando nuevamente a su alrededor. Tenía la frente perlada de sudor y se la secó una vez más.

El sol continuaba castigándolo, como si brillara más a cada paso que daba. Su cuerpo solía soportar bien el calor, pero en ese momento luchaba contra una creciente sensación de laxitud. Se tambaleó cuando su pie tropezó con un saliente de la acera. Esbozó una sonrisa irónica. Despreciaba la debilidad de cualquier tipo; especialmente la suya.

—A ti te pasa algo —observó Grace, cada vez más preocupada. Lo tomó del brazo.

Darius se liberó bruscamente y continuó andando en la dirección que ella le había señalado antes. La preocupación de una mujer era algo con lo que no sabía arreglárselas muy bien. O no podía.

Ceñudo, siguió andando. Quería recuperar su antigua y tranquila existencia, sin emociones ni sentimiento alguno. De repente sintió una punzada de dolor: el dolor más fuerte que había experimentado jamás. Se dobló sobre sí mismo, maldiciendo a los dioses…

—¡Darius! —gritó ella, agarrándolo nuevamente del brazo—. ¡Cuidado!

Sonó un bocinazo. Un coche pasó velozmente a su lado.

Un taxi estuvo a punto de atropellarlo; aterrada, Grace consiguió empujarlo por fin a la acera.

—Darius, háblame. Dime qué es lo que te pasa… —temerosa de soltarlo, lo obligó a que la mirara—. No nos moveremos de aquí hasta que me lo digas.

—Mi tiempo aquí se está acabando.

Lo observó detenidamente. Estaba tenso, con los labios crispados.

—Eso ya me lo habías dicho antes. ¿Qué podría pasarte si te quedaras demasiado tiempo?

Se encogió de hombros. Transcurrió un segundo tras otro, pero no se movió. No hablaba. Simplemente miraba a la gente que continuaba pasando a su lado. Hablando, riendo. Algunos discutiendo.

—Mírame, Darius. Por favor, mírame.

Bajó poco a poco la vista, desde los tejados de los edificios hasta los carteles de neón, para posarla finalmente en ella. Cuando sus miradas se anudaron, Grace se quedó asombrada. En sus ojos veía de repente tantas cosas… Cosas que le desgarraban el corazón. Veía dolor, y rastros de culpa y de tristeza. Y, debajo de todo ello… ¿desesperanza?

—Cuando volvimos de la cueva —le dijo—, estabas débil y pálido, pero después de beber la limonada te sentiste mejor. Si me esperas aquí, puedo conseguirte algo de comer.

La culpa brillaba en su mirada, y Grace se preguntó por su origen. Pero vio que asentía lentamente con la cabeza, y su preocupación por él se impuso a todo lo demás.

—Esperaré.

Grace entró corriendo en una panadería. Un delicioso aroma a grano de café recién molido impregnaba el aire. Ocupó su lugar en la cola. Cuando le llegó el turno, pidió una botella de agua y una barrita de cereales para ella, y un café con un sabroso bollo de chocolate para Darius.

Cargada con el vaso y la bolsa de papel, se reunió nuevamente con Darius. No se había movido del sitio donde lo había dejado. Seguía estando demasiado pálido.

—Toma —le entregó el bollo y el café—. Vamos. Comeremos mientras caminamos.

Darius echó a andar y bebió un sorbo de café. Recuperó parte de su color y su paso se hizo más fluido. En un determinado momento, se quedó mirando el bollo como si no supiera por dónde empezar a comerlo.

Ella lo observó mientras masticaba su insípida barrita de cereal.

—Cómetelo.

—Parece barro.

—¿Sabes? Sólo por lo que has dicho te mereces comerte lo que me estoy comiendo yo… —se le había hecho la boca agua de mirar el chocolate. Le puso su barrita en la mano y le confiscó el bollo.

—Devuélvemelo.

—Ni muerta.

—Tengo hambre.

—Y yo.

Estaba a punto de darle el primer mordisco cuando Darius se lo quitó.

—Es mío —declaró y le devolvió la barrita—. Dime una cosa: si tanto te gusta… ¿por qué no te has comprado uno?

—Porque… —renunció a explicárselo y bebió un trago de agua.

—¿Todas las mujeres de la superficie hacen eso? ¿Rechazan comer aquello que más les apetece?

Grace volvió a tapar la botella.

—No pienso hablar contigo. Me has amenazado, me has maltratado, me has hechizado. Y ahora, además… —mientras pronunciaba las palabras, pestañeó asombrada.

¡Por supuesto! Un conjuro mágico era lo que explicaba aquel irrefrenable deseo que sentía por Darius… así como el hecho de que se sorprendiera a sí misma pensando en él cuando debería estar pensando en la manera de encontrar a su hermano. Tenía que haberle lanzado un nuevo conjuro: el del deseo.

Vio que una sonrisa de diversión asomaba lentamente a sus labios: la primera que había esbozado. Sus ojos se tornaron de un delicioso color dorado.

—¿Me deseas?

—No, no te deseo —gruñó. Le ardían las mejillas—. Ya sospechaba que eras capaz de tan despreciable hazaña…

Su mirada parecía proclamar que sabía exactamente lo que pensaba. Y lo que sentía por él.

—Si no tuviéramos tantas cosas que hacer hoy, te llevaría ahora mismo a tu casa, dulce Grace, y exploraríamos juntos ese conjuro que crees que te he lanzado. Muy, pero que muy meticulosamente…

Cuando terminó de hablar, mordió al fin su bollo… y se quedó quieto. Absolutamente inmóvil. Masticando lentamente, con los ojos cerrados. Cuando volvió a abrirlos, le brillaban con una sensación de gozo cercana al orgasmo.

—Sí, sí. Ya lo sé —rezongó Grace, que ya se había terminado la barrita—. No es barro.

El sabor resultaba asombroso, y le ayudó a recuperar parte de su vigor. ¿Cómo había llamado Grace a aquella especie de ambrosía? ¿Chocolate? Ciertamente no era tan deliciosa como la propia Grace, pero se acercaba…

Durante mucho tiempo no había saboreado nada, y ahora lo saboreaba todo. Sabía que Grace era la responsable de ello, la catalizadora; lo que no sabía era cómo. O por qué. Y no estaba mucho más cerca de la respuesta que al principio. Pero no le importaba. Le maravillaban todas aquellas nuevas experiencias.

Volvió a morder el bollo y advirtió que Grace tenía clavada la mirada en sus labios. Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Querría saborearlo a él… o la comida que estaba comiendo? Probablemente la comida, pensó irónico. Había estado a punto de morderle la mano cuando le quitó aquella ambrosía. De repente le había recordado un dragón femenino después de una larga abstinencia…

—¿Te gustaría compartir esto conmigo? —le preguntó.

Grace gimió como si acabara de invitarla a hacer realidad sus sueños más preciados. Más secretos.

—No —el monosílabo sonó áspero, como si se lo hubieran arrancado de la garganta.

Obviamente quería probarlo, pero entonces… ¿por qué se reprimía? Antes de que pudiera apartarse, le acercó el bocado a los labios.

—Abre la boca —ordenó.

Obedeció automáticamente. Y luego se quedó sin aliento. Mientras lo masticaba, soltaba gemidos de placer… como si estuviera disfrutando en la cama. Darius sintió que se le calentaba la sangre, concentrándose en su sexo. Cuánto deseaba a aquella mujer… Sus reacciones a ella se estaban volviendo cada vez más rápidas, más automáticas. Y más intensas.

En lo que a Grace se refería, se comportaba como una verdadera fiera: primitivo, bestial. Tan pronto ansiaba hacerle el amor con lentitud, con ternura… como al momento siguiente deseaba todo lo contrario: violenta, frenéticamente.

Necesitaba saciarse en ella. Pronto.

Grace cerró los dedos sobre su mano, sosteniendo el resto del bollo.

—Oh, Dios mío… —pronunció con los ojos cerrados—. Está tan rico…

Al primer contacto de sus dedos, una especie de rayo recorrió su brazo. Se apartó bruscamente de ella. Anhelaba tomarla de la nuca para darle un beso duro, ávido, húmedo… Pero no lo hizo. Apretando los dientes, continuó andando. Cada vez más rápido. No podía perder la concentración. Ya vencería sus resistencias después, una vez que hubiera aprendido lo máximo posible sobre ella y sobre los humanos. Maldijo para sus adentros.

—No vayas tan rápido —le pidió Grace al cabo de unos pocos minutos.

Lanzó una mirada sobre su hombro y descubrió que tenía una mancha de chocolate en el labio inferior. Antes de que pudiera evitarlo, estiró un brazo y se la limpió con un dedo. Lo retiró rápidamente: de haber prolongado el contacto, habría acabado desnudándola. Penetrándola.

—¿Quieres ir más despacio? —insistió ella. Tenía que correr para seguirle el paso—. Ya he hecho suficiente ejercicio físico durante estos últimos días.

—Podrás descansar cuando hayamos cumplido nuestra misión.

—Yo no soy uno de tus hombres. Y tampoco te seré de gran ayuda si me desmayo.

Darius aminoró el paso.

—Gracias. Ni siquiera ayer, cuando me pareció que me estaban siguiendo, me puse a andar tan rápido.

Darius se detuvo en seco.

—¿Te siguieron? ¿Quién? ¿Hombre o mujer? ¿Te hicieron algo?

—No estoy segura. Un hombre, creo, aunque no llegué a verlo. Y no, no me hizo nada.

—Entonces podrá vivir un día más.

Mirándolo, Grace se había quedado sin aliento por una razón que nada tenía que ver con el ejercicio físico. El sol doraba los rasgos de Darius. Cuando la miraba con aquella intensidad… sentía cosas raras en el estómago. Y en la cabeza. Le entraban ganas, por ejemplo, de lanzarse a sus brazos, de deslizar la lengua dentro de su boca, de frotarse contra él, contra todo él, y olvidarse del resto del mundo…

—Montaré guardia a tu lado —le dijo mientras miraba a su alrededor, explorando la zona—. Si ese hombre vuelve a acercarse hoy a ti, lo eliminaré. No tendrás que preocuparte de nada.

Grace asintió, luchando contra un involuntario estremecimiento. A pesar de todo, o quizá precisamente por ello, sabía que Darius la protegería. Reanudaron la marcha y él continuó observándolo todo, empapándose de cada detalle.

Si a alguien se le ocurría seguirlos, Darius se daría cuenta. Y entonces…

Grace casi sentía lástima por el tipo, quienquiera que fuera.