Sobre las grandes organizaciones modernas como telón de fondo para las novelas de crímenes
SOBRE LAS GRANDES ORGANIZACIONES MODERNAS COMO TELÓN DE FONDO PARA LAS NOVELAS DE CRÍMENES
Supongo que nuestro viejo amigo el relato de detectives está destinado a poner en evidencia a mucha más gente aparte de al propio criminal. En ocasiones se dirá que descubre, deja en evidencia y condena a su propio autor. Pero (dejando de lado esa cuestión penosa y delicada para alguien que ha pasado él mismo por ese trago) el relato de detectives revela otras muchas cosas. Proporciona la oportunidad de criticar otras instituciones, además de la precaria y preciosa institución del crimen. De hecho, al principio ponía en evidencia otros métodos de investigación y, en cierto sentido, a los detectives rivales. Lo que los franceses llaman novela policíaca se convirtió enseguida en una novela con un propósito claro: ridiculizar a la policía. Sherlock Holmes condena a Lestrade con más claridad que a Moriarty. Es probable que esta fase concreta se haya llevado demasiado lejos y que los escritores de ficción detectivesca estén empezando a dejarla de lado. Es muy fácil describir en un libro a un policía impasible a quien desconcierta un genio aficionado, paradójico y fantasioso. Pero en la vida real, el hecho de que un policía sea impasible no indica que sea estúpido. Desde entonces, no obstante, la luz de las novelas detectivescas ha iluminado otros edificios aparte del de Scotland Yard. Y eso ha inaugurado una nueva fase en la que es posible criticar otras cosas y a otras personas que son mucho más peligrosas que la policía y, por supuesto, que los asesinos.
No me gustan los grandes negocios, y me divierte observar cómo la novela de detectives refleja su tamaño y, al mismo tiempo, se ve obligada a reflexionar sobre su maldad. La costumbre moderna de reunir enormes masas de gente en grandes edificios o en espacios abiertos, con la intención de llevar a cabo algún plan comercial o científico, no podía sino arrojar su gigantesca sombra sobre la novela policíaca y alterar alguna de las condiciones de la vida que se describen en ella. Reparo en que las historias de misterio más recientes, escritas por los mejores escritores, han adoptado un nuevo método. Recurren a algún escenario moderno, como el teatro, un gran almacén, un navío de guerra o cualquier otro lugar que esté separado de la vida corriente y donde viva mucha gente, y tratan de añadir nuevo interés al crimen, insistiendo en las condiciones en las que éste se produjo. Así, la última y excelente novela de crímenes de la señorita Dorothy Sayers, Murder Must Advertise [Muerte, agente de publicidad], se centra en las condiciones laborales en una agencia de publicidad. Así, el último misterio planteado por el señor Philip MacDonald para el coronel Anthony Gethryn trata sobre las condiciones del entrenamiento de un campeón de boxeo y está plagado de detalles técnicos sobre pugilismo. Y uno de los mejores autores americanos recientes en este campo ha escrito dos relatos de crímenes en los que nadie sale del edificio de un gran hospital, pero todo gira en torno a la disciplina y la etiqueta de las enfermeras, médicos y pacientes. La idea de describir dichas condiciones funciona siempre con una condición: que el escritor sepa escribir. Por ejemplo, la señorita Sayers se burla de la publicidad de un modo que no sólo es divertido sino que constituye una crítica fundamental. Además, el método es una mejora respecto a otros métodos convencionales que se utilizaban para rellenar un relato breve y convertirlo en una novela. Antes se alargaba el proceso desviando las sospechas sobre la gente equivocada hasta centrarlas en la persona correcta. Podría expresarse diciendo que el relato de detectives constaba en realidad de cinco relatos de detectives diferentes, pero sólo en el último se descubría la verdad. Eso tenía el efecto más bien desafortunado de hacer que el genio infalible, inmediato, ágil, espléndido y deslumbrante del detective tuviese que quedar en mal lugar cinco veces, antes de que pudiésemos vislumbrar verdaderamente su sabiduría. Este tipo de historias debe incluir siempre alguno de esos pensamientos erróneos o tentativos, pero, al depender por completo de ese método, los escritores acababan dando la impresión de que su Sherlock Holmes acertaba sólo una de cada cinco veces. Además, es ilógico y poco artístico seguir una pista completamente equivocada. Si hay algo que siempre debe hacer una historia de detectives es avanzar; puede carecer de otros méritos, pero debe avanzar. Es un pecado contra la propia naturaleza de la narración que el investigador se encuentre en el capítulo diez exactamente donde estaba en el capítulo dos. El detective infalible puede cometer errores, pero debe aprender de ellos y el lector debe aprender con él. Por eso es muy natural que se haga algo para iluminar los detalles de un relato de detectives aparte de diversos intentos temporales por oscurecer su labor. Y, en conjunto, este nuevo recurso de escoger un escenario social particular y describir sus humores y costumbres es una manera tan buena como cualquier otra de esquivar ese problema. Pero tiene sus desventajas, y tal vez la mayor de ellas es que arroja una luz muy escabrosa sobre las desventajas de las condiciones modernas.
La humanidad se ha organizado desde el principio en familias, luego en talleres y en otro tipo de tiendas, más o menos modeladas sobre el esquema familiar. Una de las falacias más repetidas en la conversación y en los escritos modernos consiste en suponer que eso implica necesariamente un estrecho aislamiento, como el de unos enfermos que tuvieran que guardar cama y no salieran jamás a la calle. La gente tiene la curiosa impresión de que nuestros padres pensaban que una de las virtudes de la familia era esa segregación inhumana. Por el contrario, nuestros padres creían que una de las virtudes de la familia era la hospitalidad. Pero sabían que para ser hospitalarios hacía falta una familia. Son los modernos quienes piensan que deberíamos ser pacientes o receptores pasivos de algo que nadie da y nadie recibe, como si no hubiese otra hospitalidad que la del hospital. El hogar era el núcleo en torno al cual se reunían siempre una serie de personas no necesariamente por sí mismas: los vecinos, los parientes cercanos y los amigos de la siguiente generación, los enamorados y rivales y el aprendiz que acababa casándose con la hija de su maestro. Lo dramático siempre iba unido a lo doméstico. Casi todos los grandes dramas, y casi todos los dramas trágicos, terribles, sangrientos y encarnizados, eran dramas domésticos, pero la clave estaba en que se conservaba siempre la unidad dramática. Se representaban en un marco espaciotemporal definido y, por encima de todo, con un reparto más o menos claro de personajes. Y lo que es necesario y conveniente para la tragedia, resulta vital y esencial para el relato detectivesco. Un rompecabezas debe constar de un número determinado de piezas, o en lugar de ser un rompecabezas será una mera parálisis de la imaginación, un desconcierto absoluto.
Como acabo de leer varias novelas modernas que eran literalmente desconcertantes por sus cambiantes poligamia y promiscuidad, tengo la impresión de que incluso estos excelentes nuevos relatos de misterio tienden más a dispersar que a concentrar el pensamiento. He leído historias de amor en las que los enamorados cambiaban tan deprisa que no podía distinguir a Peter de Jim o a Michael de Maurice. Simplemente tenía la sensación de que el círculo de la unidad se había roto y de que el mundo se derramaba como un mar. Por eso, aunque en menor grado, los límites exteriores y las líneas de las nuevas historias de misterio están peor dibujadas. En un enorme hospital o en un emporio no se puede sospechar de todo el mundo porque no se conoce a todo el mundo, y el resultado es que no se sospecha de nadie. La posibilidad de elección es demasiado grande, y ni siquiera tratamos de elegir. Incluso la pobre e inocente novela de crímenes puede ayudarnos a iluminar las monstruosidades de la sociología moderna y a demostrar cómo la acumulación de demasiada humanidad se vuelve inhumana.