Introducción a «A Century of Detective Stories» [«Un siglo de relatos detectivescos»]

INTRODUCCIÓN A «A CENTURY OF DETECTIVE STORIES» [«UN SIGLO DE RELATOS DETECTIVESCOS»]

Confío en que mi intención de ser educado con todos mis colegas dedicados al negocio de escribir relatos de crímenes quede meridianamente clara si digo que a los escritores se nos puede dividir en dos grupos que se corresponden con el de los degolladores y el de los envenenadores. En nuestro negocio, los degolladores son aquellos que, al reparar en que una historia de asesinatos debe hacer la vida más corta, deciden acortar también sus relatos. Se enorgullecen de su manejo de la daga y sorprenden al desdichado lector con la puñalada del relato breve. Sin embargo, quienes optan en nuestro gremio por llevar la vida más erudita y laboriosa del envenenador son aquellos que prolongan la agonía de la anticipación o la sorpresa en el lector mediante una larga serie de capítulos que, por así decirlo, dejan al lector retorciéndose durante semanas en el lecho de dolor que causa la curiosidad frustrada. Dichos autores se enorgullecen con razón de la delicadeza en los matices, de la calma científica y del lento pero sutil avance con que destilan detalle tras detalle, como si fuesen gotas de un frasco de medicinas equivocado, hasta que el sufrido lector encuentra por fin descanso. Este segundo método de una ciencia detallada y desarrollada, tanto del crimen como de la investigación, sólo puede ponerse en práctica dentro de los límites más amplios de la novela y exige muchas de las cualidades del novelista serio. Yo soy uno de esos groseros rufianes a sueldo armados sólo con una navaja, y siempre he admirado esos largos asesinatos a base de píldoras o agujas hipodérmicas, pero no tengo pretensiones de poseer el conocimiento científico requerido para matar a la gente de ese modo. Mi única excusa para aparecer aquí presentando a otros muchos más expertos en el relato breve es que he escrito un número sorprendente de noveluchas breves y ninguna larga.

El ciclo de relatos cortos consagrados al crimen y la investigación gira en torno al nombre de Poe. Fue un origen muy original, y puede considerársele el más antiguo y al mismo tiempo el más moderno de los escritores de este estilo. La peculiar preeminencia de Poe y de su detective aficionado Dupin se ha visto oscurecida en parte por la gigantesca popularidad de Sherlock Holmes. Quiera Dios que nadie, con cientos de horas felices por las que sentirse agradecido desde la infancia, menosprecie la leyenda de Sherlock Holmes. Es la única leyenda auténtica de nuestro tiempo, que sigue viva en esos hilarantes pero elaborados comentarios sobre el clásico que el padre Ronald Knox y otros como él siguen vertiendo en forma de parodias tan fascinantes como el modelo en que se inspiran. La superioridad del modelo de Poe, comparado incluso con este otro modelo, en lo que se refiere a su valor artístico y a la lógica abstracta, es muy evidente. Pero Poe también es importante en un aspecto que implica otro acercamiento argumentativo acerca de la cuestión de la fase posterior y más filosófica de este tipo de cuentos.

Las ventajas y desventajas del relato breve de misterio comparado con la historia larga de misterio están muy claras. Podemos empezar por las desventajas de la forma presentada aquí. El relato largo tal vez tenga más éxito en un punto que no carece precisamente de importancia: que a veces es posible darse cuenta de que un hombre está vivo antes de reparar en que está muerto. Es difícil conmoverse por la muerte de alguien cuando nos presentan de manera convencional el cadáver de un completo desconocido; y a veces la narración es tan breve que al final incluso los personajes vivos pueden terminar pareciendo un montón de cadáveres. Pero aunque la novela policíaca puede utilizarse para desarrollar plenamente a un personaje, subrayaremos en un momento que no siempre está llena de vida, sino rellena de alguna otra cosa. La ventaja del relato breve es que cualquier enigma debe girar en torno a una idea, y en un relato breve podemos darnos cuenta de si es una idea nueva o única. A veces se trata necesariamente de una idea técnica, de un truco, y en esos casos es mucho mejor que el truco del ilusionista se haga y se explique con rapidez. Supongamos que fuese posible (para unos visionarios como nosotros, que soñamos día y noche con distintos modos de asesinar a la gente, pero no carecemos de la decisión y el pragmatismo del hombre de negocios) concebir la manera de asesinar a alguien con una aspiradora, quitándole el aire o incluso aspirándolo del suelo, como en un descabellado cuento de H. G. Wells. Si fuese un relato breve, la idea destacaría con toda su belleza y verdad; pero en la novela larga es frecuente que nos mareen con pistas falsas: el hombre podría haber sido asesinado con un lazo, un bumerán australiano o Dios sabe qué, y el resultado sería de una irrelevancia divagante. El lazo traerá tras de sí a un vaquero, el bumerán australiano a un aburrido australiano y hasta es posible que el detective tenga que viajar a Australia para demostrar que estaba siguiendo una pista falsa. El episodio, igual que el lazo, es un bucle, y el bumerán es ciertamente un bumerán que vuelve a donde empezó. Después de eso, la verdad parece a menudo un anticlímax en una novela larga, cuando habría sido ágil y brillante en un relato corto. En eso Poe es ciertamente un modelo a seguir: La carta robada constituye una unidad artística perfecta. Es una sorpresa, pero no una nota discordante y, desde luego, no una decepción.