Introducción a «el misterio de Edwin Drood» de Charles Dickens
INTRODUCCIÓN A «EL MISTERIO DE EDWIN DROOD» DE CHARLES DICKENS
Pickwick fue una obra concebida en parte por otros, pero en último extremo completada por Dickens. El misterio de Edwin Drood, su último libro, lo concibió Dickens, pero lo completaron otros. Los papeles póstumos del club Pickwick demostró lo mucho que podía hacer Dickens con las sugerencias ajenas; El misterio de Edwin Drood demuestra lo poco que pueden hacer unas personas ajenas con las sugerencias de Dickens.
El cielo quiso que Dickens fuese el gran melodramático, de manera que incluso su final literario lo fue. La mera interrupción de El misterio de Edwin Drood por parte de Dickens parece sugerir más que la mera interrupción de una buena novela por un gran hombre. Que sea precisamente esta historia, que no es más que una historia, la que carece de final es más bien la última broma de un elfo al despedirse de este mundo. La única novela que Dickens no terminó fue la única que necesitaba un final. Nunca tuvo más que una buena trama que contar, y ésta la contará en el cielo. Eso es lo que separa este caso particular de cualquier otro caso paralelo en que un novelista se ve interrumpido en plena creación. Por ejemplo, ese gran novelista con quien siempre se compara a Dickens también murió a mitad de Denis Duval. Pero cualquiera puede ver en Denis Duval esas cualidades del último Thackeray —el tono cada vez más discursivo y la poesía cada vez más retrospectiva—, que habían constituido en parte el encanto y en parte el fracaso de The Adventures of Philip [Las aventuras de Philip] y de Los virginianos. A Dickens se le permitió morir en un momento dramático y dejar tras él un misterio dramático. Cualquier seguidor de Thackeray podría haber completado la trama de Denis Duval, aunque un comprensivo Thackeray podría haber expresado sus dudas de que hubiese alguna trama que completar. Pero Dickens, cuyos anteriores relatos carecían casi de trama, tenía mucho que contar en esta historia que no llegó a contar. Dickens muere en el momento de narrar, no su décima novela, sino las primeras informaciones sobre el asesinato. Cayó muerto cuando se disponía a denunciar al asesino. A Dickens se le concedió, en suma, un final literario tan extraño como sus comienzos literarios. Empezó completando la antigua novela de viajes; terminó inventando la nueva novela de detectives.
Al fin y al cabo, debemos considerar El misterio de Edwin Drood como una novela de detectives. Eso no significa, por supuesto, que los detalles no sean a menudo admirables por su humor ágil y penetrante; decir eso del libro sería como decir que no lo escribió Dickens. Nada podría ser más verdadero, por ejemplo, que el modo en que la ebria y aturdida dignidad de Durdles ilustra cierta amargura que reside en el fondo de la perplejidad de los pobres. Es imposible mejorar el modo en que la altiva y alusiva conversación entre la señorita Twinkleton y la casera ilustra la desquiciada tendencia de algunas mujeres a deslizarse sobre una frágil capa de hielo social. Hay incluso un ejemplo mejor que éstos de la original y humorística perspicacia de Dickens, aunque no suele citarse debido a su brevedad y a su intranscendencia en la narración. Dickens nunca escribió nada mejor que el breve relato de la cena que le llevan dos camareros de la taberna al señor Grewgious: «un camarero inmóvil» y un «camarero volante». El «camarero volante» lleva la comida y el «camarero inmóvil» discute con él; el «camarero volante» lleva los vasos y el «camarero inmóvil» mira a través de ellos. Se recordará que al final el «camarero inmóvil» abandona la sala como diciendo: «Que quede claro que todos los emolumentos son míos y que a este esclavo no le corresponde nada». Aun así, Dickens escribió el libro igual que si fuese un relato detectivesco: El misterio de Edwin Drood. Y tal vez fuese el único de los escritores de este tipo de relatos que no vivió para resolver su misterio. Por eso es la única novela de Dickens en la que es imprescindible hablar de la trama y nada más que de la trama. Y, al referirnos a ella, es imprescindible aludir a las dos o tres explicaciones que han dado varios críticos famosos al respecto.
La historia, hasta donde la escribió Dickens, puede leerse aquí. Describe, como se verá, la desaparición del joven arquitecto Edwin Drood después de una fiesta, celebrada, en teoría, para festejar su reconciliación con su enemigo temporal, Neville Landless, en casa de su tío John Jasper. Dickens continuó la historia lo bastante como para explicar o explotar el primero y más evidente de sus acertijos. Mucho antes de que concluya la parte existente, ya es obvio que a Drood lo ha hecho desaparecer no su oponente, Landless, sino su tío, que le profesa un afecto casi doloroso. Que lo sepamos, no obstante, no debería ocultarnos que nos han sugerido, y al mismo tiempo ocultado con gran habilidad, lo que podemos considerar el primer fraude en una novela de detectives. Nada, por ejemplo, más inteligente como muestra de misterio artístico que el hecho de que Jasper, el tío, siempre tenga la mirada fija en el rostro de Drood con una sombría y vigilante ternura; se nos cuenta de tal manera que, al principio, pensamos sólo que hay algo malsano en ese afecto; únicamente después se nos ocurre la terrible idea de que no se trata de un afecto malsano, sino de un antagonismo malsano. Ese primer misterio (que ya no lo es) de la culpabilidad de Jasper sólo vale la pena subrayarlo porque prueba que Dickens pretendía y se creía capaz de ocultar sus armas con auténtica estrategia y precaución artísticas. El modo en que desenmascara a Jasper marca el tono en que va a contarse el cuento. Aquí no es que Dickens se delate como se delataba en Picwick o en El cuento de Navidad. Aunque nadie se queje de que se delatara, pues lo hace mejor que nadie.
Jamás sabremos cuál era el misterio de Edwin Drood desde el punto de vista de Dickens, a menos que nos lo cuente él mismo en el cielo, y para entonces es muy probable que lo haya olvidado. Pero el misterio de Edwin Drood desde nuestro punto de vista, desde el de los críticos y desde aquellos que, haciendo acopio de valor (después de su muerte), han tratado de colaborar con él, es simplemente éste: no cabe duda de que Jasper o bien asesinó a Drood o supuso que lo había asesinado. Esa certeza proviene del hecho de que ése y no otro es el propósito de la escena entre Jasper y Grewgious, el abogado de Drood, en la que a Jasper lo domina el remordimiento de saber que Drood ha muerto (desde su punto de vista) innecesariamente y sin el menor provecho. La única cuestión es si el remordimiento de Jasper no será tan innecesario como el asesinato. En otras palabras, la única cuestión es si, aunque crea haber asesinado a Drood, lo habrá hecho de verdad. Huelga decir que una duda así no se suscitaría por nada; por lo general, la gente como Jasper no malgasta sus remordimientos a menos que sea con un crimen exitoso. El origen de las dudas sobre la muerte de Drood es éste: hacia el final de los capítulos existentes, aparece de pronto, rodeado de un claro aire de misterio, un personaje llamado Datchery. Aparece con la intención de espiar a Jasper y acusarle; en todo caso, si no es ése su propósito en la novela, no tiene ningún otro. Es un caballero anciano de juvenil energía, que tiene la costumbre de llevar el sombrero en la mano, incluso cuando está al aire libre, rasgo que algunos han interpretado como que no está acostumbrado a llevar peluca. Hay uno o dos personajes en la novela que podrían ser dicha persona. En particular, hay uno que parece pensado para ser algo y hasta ese momento no ha sido nada: me refiero a Bazzard, el contable de Grewgious, un tipo hosco e interesado en el teatro, a quien se presta demasiada atención innecesaria. También está el propio Grewgious, y hay una última posibilidad tan sorprendente que tendré que referirme a ella más tarde.
De momento, no obstante, la cuestión es ésta: un ingenioso escritor, el señor Proctor,[26] lanzó la más que plausible teoría de que el tal Datchery fuese el propio Drood, que no hubiera muerto en realidad. Alegó una explicación compleja y completa que tenía en cuenta casi todos los detalles, aunque su principal argumento se refería al efecto artístico general. Dicho argumento lo ha resumido perfectamente el señor Andrew Lang en una frase: «Si Edwin Drood está muerto, no tiene nada de misterioso». Eso es bastante cierto: Dickens, al escribir de un modo tan deliberado, más aún, tan siniestro y conspiratorio, habría ocultado sin duda un poco más la muerte de Drood y la culpabilidad de Jasper, si el único misterio hubiese sido la culpabilidad de Jasper y la muerte de Drood. Ciertamente parece más probable desde el punto de vista artístico que hubiese otro misterio de Edwin Drood: no el misterio de que lo asesinaran, sino el misterio de que no lo asesinaran. También es cierto que el señor Cumming Walters tiene una teoría sobre Datchery (a quien ya he aludido vagamente) lo bastante descabellada para ser el centro no ya de cualquier novela, sino de cualquier arlequinada. Pero el hecho es que incluso la teoría del señor Cumming Walters, aunque haga el misterio más extraordinario, no lo hace más propio de Edwin Drood. El título no hubiera debido ser El misterio de Edwin Drood, sino El misterio de Datchery. Eso parece apoyar la teoría de Proctor: si la novela relata el regreso de Drood disfrazado de Datchery, al menos justificaría el título de la portada.
La principal objeción a esta teoría es que no parece haber ninguna razón por la que Jasper no hubiera asesinado a su sobrino si pretendía hacerlo. Y aún parece haber menos motivos para que Drood, si hubiese escapado al intento de asesinato, no diera la voz de alarma. Los arquitectos jóvenes, cuando están a punto de morir estrangulados por un anciano organista, no se van a dar un paseo y vuelven al cabo de un tiempo con un nombre falso y una peluca. Superficialmente sería casi tan raro ver al asesino investigando el asesinato como si lo investigara el cadáver. Dos de los mejores críticos literarios de nuestro tiempo, el señor Andrew Lang y el señor William Archer (ambos seducidos por la teoría de Proctor), han abordado este problema. Ambos han llegado a la misma conclusión, y sospecho que están en lo cierto. Sostienen que Jasper (sobre cuya adicción al opio se insiste varias veces en la novela) sufrió una especie de ataque, trance o problema físico mientras cometía el crimen y lo dejó sin terminar, y también sostienen que había drogado a Drood, por lo que éste, cuando se recobró, no pudo recordar con certeza quién había sido su asaltante. Eso podría explicar, aunque de forma un tanto fantasiosa, su regreso a la ciudad disfrazado de detective. Tal vez considerase que debía a su tío (a quien recordaba en una especie de visión homicida) una investigación independiente para ver si era o no culpable. Podría decir lo mismo que dijo Hamlet de una visión no menos aterradora: «Quiero tener pruebas más seguras».[27] En justicia debe decirse que hay algo vago en esta teoría; mi opinión al respecto es que hay un jovial tono de farsa en Datchery que no parece del todo apropiado para un muchacho que debería estar consumido por las dudas sobre si su mejor amigo era o no su asesino. Aun así, hay muchas incongruencias parecidas en Dickens, y la explicación del señor Archer y el señor Lang no deja de ser una explicación. No creo que pueda darse ninguna igual de buena para explicar ese relato titulado El misterio de Edwin Drood, que prácticamente arranca con su cadáver.
Si Drood está muerto de verdad, es imposible no tener la sensación de que la novela debería acabar donde acaba, no por accidente, sino por designio. El asesinato está explicado. Jasper está listo para ir al patíbulo y los demás personajes deberían estar dispuestos para casarse como en cualquier buena novela. Si debía haber algo más, debía tratarse de un anticlímax. Sin embargo, hay distintos grados de anticlímax. Algunas de las explicaciones más obvias de Datchery resultan muy razonables, pero son claramente tímidas. Por ejemplo, Datchery podría ser Dazzard, pero no sería muy emocionante que lo fuera, pues no sabemos nada de él y en el fondo nos trae sin cuidado. También podría ser Grewgious, pero no tiene sentido que un personaje grotesco se disfrace de otro personaje grotesco y menos divertido que él. Ahora bien, el señor Cumming Walters ha tenido la elegancia de idear una teoría que al menos hace que la historia sea interesante, aunque no coincida exactamente con lo que promete la portada del libro. El enemigo de Drood, sobre quien recaen las primeras sospechas, el atezado y ceñudo Landless, tiene una hermana aún más atezada y, de no ser por su regia dignidad, incluso más ceñuda que él. Esa princesa bárbara está claramente pensada para estar (de un modo un tanto siniestro) enamorada de Crisparkle, el clérigo y musculoso cristiano que representa el elemento más despreocupado en el relato. El señor Cumming Walters mantiene seriamente que es esta princesa bárbara quien se pone la peluca y se disfraza de señor Datchery. Defiende su teoría con muchos detalles ingeniosos. Desde luego, Helena Landless tenía un buen motivo: salvar a su hermano, a quien habían acusado falsamente, acusando justamente a Jasper. Y desde luego, podría hacerlo: en la primera parte de la historia se insiste en que estaba acostumbrada desde niña a disfrazarse de hombre y a correr las más disparatadas aventuras. El argumento del señor Cummings se ve reforzado porque la frivolidad de Datchery recuerda la timidez de una mujer fuerte en una situación semejante; es la misma timidez que encontramos en Porcia y en Rosalind.[28] No obstante, creo que puede hacérsele una objeción a la teoría, y es la siguiente: que es cómica. Por lo general, es un error imaginar a un gran maestro de lo grotesco siendo grotesco donde no quiere serlo. Y estoy convencido de que, si Dickens hubiese querido que Helena fuese Datchery, la habría hecho desde el principio más ligera, excéntrica y risible, al menos tan risible como Rosa. Tal como es, resulta increíble que una dama tan digna y sombría se disfrace de anciano tembloroso con una levita azul y unos pantalones grises. Casi nos sería más fácil imaginar a Edith Dombey disfrazada de comandante Bagstock.[29] O a Rebeca disfrazándose de Isaac de York en Ivanhoe.
Por supuesto, un asunto así nunca podrá dirimirse con precisión, ya que no se trata sólo de un misterio sino de un rompecabezas. Pues en eso la novela de detectives se aparta de cualquier otro tipo de novela. El novelista común desea que sus lectores se centren en el objeto del libro, mientras que el autor de novelas de detectives en realidad desea que sus lectores no se fijen en dicho objeto. En el primer caso, cualquier toque contribuye a decirle al lector lo que pretende; en el segundo, la mayor parte de las pinceladas deben ocultar o incluso contradecir lo que pretenden. Se supone que uno debe ver y apreciar hasta los gestos más nimios de un buen actor, pero uno no ve todos los gestos de un mago, siempre, claro, que sea un buen mago. Por eso la apreciación crítica de una obra como ésta posee una dificultad añadida que no está presente en otros casos. Me refiero a la dificultad que plantean eso que normalmente llamamos subterfugios. Algunos de los puntos que escogemos porque nos parecen sugerentes pueden estar ahí para que resulten engañosos. Y así, el conflicto entre un crítico con una teoría, como el señor Lang, y otro crítico con otra teoría, como el señor Cumming Walters, se vuelve eterno y un poco ridículo. El señor Walters sostiene que todas las pistas del señor Lang eran subterfugios; el señor Lang sostiene que todas las pistas del señor Walters eran subterfugios. El señor Walters puede decir que algunos de los pasajes parecen sugerir que Helena era Datchery; el señor Lang puede responder que esos pasajes estaban pensados para engañar a los simples como el señor Walters y hacerles creer que lo era. Del mismo modo, el señor Lang puede afirmar que en la novela se sugiere el regreso de Drood; y el señor Walters puede responder que se sugiere porque no va a producirse. Este absurdo proceso parece no tener fin: cualquier cosa que escribiera Dickens podría significar, o no, lo contrario de lo que dice. Basado en ese principio, estaría dispuesto a declarar que todos los Datcherys eran subterfugios por el mero hecho de que podían ser sugeridos. Estaría dispuesto a sostener que el señor Datchery es en realidad la señorita Twinkleton, que tiene un interés espurio en que Rosa Budd se quede en el colegio. Esta sugerencia no me parece mucho más humorística que la teoría del señor Cumming Walters. Sin embargo, cualquiera de las dos puede ser cierta. Dickens está muerto, y muchas escenas espléndidas y sorprendentes aventuras han muerto con él. Incluso aunque demos con la solución correcta, no sabremos que lo es. La historia podría haber sido, y aun así no ha sido.
Y creo que no hay ninguna idea tan calculada como la que nos hace dudar de la muerte y sentir esa duda sublime en que se basa cualquier religión: la duda que hace que encontremos increíble la muerte. Edwin Drood puede haber muerto o no, pero sin duda Dickens no murió. Sin duda nuestro detective sigue con vida y aparecerá en los últimos días de la tierra. Pues un cuento acabado puede conceder a un hombre la inmortalidad desde el punto de vista literario, pero un cuento sin terminar implica otra inmortalidad más esencial y extraña.