El secreto de los relatos de Sherlock Holmes

EL SECRETO DE LOS RELATOS DE SHERLOCK HOLMES

Hace poco tiempo, en este mismo foro, alcé mi voz para ofrecer el tributo tardío de toda una vida a Sherlock Holmes y a ese personaje, mucho más fascinante, llamado doctor Watson. Creo que nunca agradeceremos lo bastante la diversión que nos han proporcionado esos famosos relatos. Espero ver el día en que se instale la estatua de Sherlock Holmes en Baker Street, igual que hay una estatua de Peter Pan en Kensington Gardens. Tal vez ambos sean los dos únicos personajes de ficción que en la época actual se han convertido en leyendas, y que en los días en los que el paganismo era algo positivo en lugar de ser, como lo es ahora, meramente negativo, podrían haberse convertido en dioses. Si hago esta generosa ofrenda de verter vino y miel y de sacrificar un toro o dos ante la estatua de Sherlock Holmes no se me acusará de infravalorarlo. De hecho, incluso satirizarlo equivale a hacer sacrificios ante él. Se le ha parodiado, pero siempre se le ha imitado. Se le ha representado como un saltimbanqui y un mistagogo, pero cualquiera que haya escrito un relato de detectives ha visto cernerse su sombra alargada y angulosa sobre la página. Los alabo tanto a él como a su admirador y también al creador de su admirador. ¡Así viva eternamente!, cosa que, en vista de la serie de relatos de revista, no me parece improbable. ¡Qué su sombra no disminuya nunca!

Después de este saludo, espero que no se me malinterprete si digo que, el otro día, de pronto me pareció haberlo calado. Y no sólo a él, sino a Watson; y no sólo a Watson, sino su cosmovisión; y no sólo la de su Watson, sino la de Conan Doyle. Comprendí en un instante por qué esa cosmovisión es en realidad absurda y a menudo aún más porque es también real. De hecho, se enorgullece de describir un mundo muy realista. Se considera a sí misma científica y a veces incluso se jacta de ser materialista. Retrata ese mundo que podríamos llamar correctamente «el mundo de Watson», el mundo del sólido sentido común inglés, de «ser un hombre práctico», de no andarse con tonterías y otras tonterías por el estilo, que se resume en una frase de uno de los últimos relatos de Sherlock Holmes. El desdichado Watson está esforzándose por obedecer las instrucciones que siempre le da su mentor y por describir con detalle cierta situación en la que se ha visto involucrado, y le explica que trepó por una tapia de ladrillo cubierta de musgo. Y Sherlock Holmes le espeta bruscamente: «Déjese de poesía, Watson».

Pues bien, eso desvela toda la historia. Para comprender esta revelación tan mortífera y destructiva, debemos referirnos por un momento a las circunstancias. Tal vez valga la pena explicar que, en estos últimos relatos de Sherlock Holmes, aunque no sean tan buenos como los primeros, hay al menos una demostración muy interesante. Sherlock Holmes demuestra un hecho de forma triunfal: que no puede pasarse sin Watson. Y lo demuestra tratando de contar dos historias él mismo. Resulta sorprendente ver lo rancias y aburridas que suenan dichas historias. Es muy emocionante darse cuenta de hasta qué punto dependían de las exclamaciones watsonianas. Es cierto, aunque lo digan los críticos artísticos, que cualquier relato breve debe tener un ambiente. El ambiente de estos relatos era el encanto de la inagotable capacidad de sorpresa de Watson. En sí mismos no valen nada. He ahí la respuesta a mil desdenes. Watson ha sido vengado.

Lo siguiente que debemos advertir es que Sherlock no es en realidad un auténtico lógico. Es un lógico ideal imaginado por una persona ilógica. Uno siempre admira aquello que lo completa, y la impasible imaginación británica requiere la inteligencia pura como una especie de espectro o de visión. A los franceses, por ejemplo, que poseen ese tipo de inteligencia, jamás se les ocurriría idealizarla. Allí donde cualquier cochero o camarero de café se dedica a pensar, nadie consideraría a otra persona un genio porque pensara. Pero Sherlock Holmes es un personaje ideal, y, en un sentido poco imaginativo, muy eficaz. Encarna la idea que tiene la gente poco razonable de cómo es la razón pura. Pero se delata con lo del musgo y la tapia de ladrillo.

Como cuestión de pura lógica, es evidente que si todos los detalles deben tener importancia, el musgo podría ser tan importante como los ladrillos. El notable caso del mondadientes torcido puede, por supuesto, depender de que la tapia sea de ladrillo y no de piedra, pero también podría depender de que la tapia estuviese cubierta de musgo y no de hiedra. La aventura de la huevera invertida podría requerir que se descubriera que el doctor Moriarty había aflojado los ladrillos para tirárselos encima al banquero, pero también podría requerir que se descubriese que había envenenado el musgo para asesinar al botánico. La clave de la teoría sherlockiana, tal como se la expone él mismo a Watson, consistía en fijarse en todo. ¿Por qué demonios no iba el pobre desdichado a fijarse en el musgo? La respuesta es que todo eso del lógico ideal no es lógico, sino sólo ideal. Es una creación puramente artística, y apela a la imaginación y no a la razón. Por eso es tan singularmente inglesa. Holmes adopta la pose de una persona cabezota y prefiere los ladrillos, que son duros, al musgo, que es blando. El musgo suena sentimental, aunque en realidad no es más sentimental que las araucarias o el árbol del mango. Los ladrillos suenan prácticos, aunque no tienen por qué tener un uso práctico en una investigación concreta, que podría depender mucho más del musgo.

Lo importante de esa leyenda y tradición del Hombre Práctico, que se ha predicado y proclamado en este país los últimos cien años, es que es un hombre práctico de ese tipo. El hombre práctico no es práctico, sino tan sólo una pose. Habla de cosas que parecen prácticas, como el dinero, las araucarias, el materialismo y la idea de que todo procede del barro. Pero, en realidad, no razona con lógica de todas esas cosas ni actúa sensatamente respecto a ellas. Tiene esa vanidad sencilla y bienintencionada que hace que le guste que lo consideren un realista despiadado. Le agrada que lo tengan por inflexible e incluso por inhumano, pero el pobre es muy humano. Se siente delicadamente halagado cuando le dicen que es «como una máquina». Se sonroja agradecido cuando le informan falsamente de que tiene la sangre tan fría como el hielo. Pronuncia la palabra musgo con mustio desprecio y la palabra ladrillos con interés lúgubre y científico. Le espeta a su mejor amigo que se deje de poesía, y siente justificado su elevado y exaltado deseo de ser absolutamente prosaico. Pero al hacerlo está siendo puramente poético. Está siendo un poeta y un poema. Está siendo el detective novelesco más delicioso. Pero sueña e imagina, no piensa. Empecé estas palabras deseando que su sombra no declinara nunca y vuelvo a decirlo al final. Aunque me siento tentado de creer que su otro nombre es Oberon y que es el rey de las sombras.[41]