ORFEO
Como entonces me contaba entre el público,
me senté en la fila diecisiete.
Así, con las manos sobre el programa,
aguanté hasta poco antes del descanso:
borré al director de un trazo,
apunté a la dentadura del piano, saqué un ojo a la flauta
y llené los cobres —¿de qué?— de plomo.
Había que depilar a la mitad de los instrumentos.
¿Quién me cortó entonces la película?
Los acomodadores recibieron poderes,
me arrojaron violines, pecheras,
todo lo que, pautado, vive de notas en blanco y negro.
La arpista, a pesar de ello mujer,
se inclinó sobre mí, con un vestido caritativo.
Y así penetré en sus cuerdas
y sólo entiendo ahora de dedos.
Suena bien, me hago el desentendido y me guardo
de pedirle a ella el programa.