GALLINAS, TRIÁNGULOS, PREGUNTAS
¿Poemas de Grass? Debiera ser innecesario presentarlos y, sin embargo, tal vez no haya otro escritor contemporáneo cuya fuerza desmesurada como narrador haya hecho olvidar tan completamente su aliento pausado de poeta. La mayoría de los lectores españoles piensan que Günter Grass es, básicamente, el autor de esos dos monumentos épicos que son El tambor de hojalata y El rodaballo, y sólo vagamente recuerdan los poemas insertos en sus novelas, considerándolos sólo, probablemente, como un recurso narrativo más.
Sin embargo, la poesía ha acompañado a Günter Grass toda su vida, y sigue acompañándolo. Ya en su juventud, cuando soñaba con ser un gran escultor en la estela de Hartung o emprendía sus primeros vagabundeos en autoestop por Francia o Italia, sus experiencias se reflejaron en versos, unos versos en gran parte todavía inéditos. Y su entrada en la literatura fue realmente como poeta: un concurso de la Süddeutsche Rundfunk, una broma al enviar otros por él un poema («Entre las azucenas del sueño…») y un tercer premio inesperado que tuvo como consecuencia poner a Grass en contacto con el Grupo 47 y, casi enseguida, con su primer editor. Su primer libro se llamó Las ventajas de las gallinas de viento y en él, entre guiños vanguardistas y arbitrariedades juveniles, aparecía ya el mejor Grass, un Grass poeta que se apartaba por igual de las dos grandes influencias del momento: Gottfried Benn y Bertolt Brecht.
La poesía sigue siendo para él, dice Grass, «el instrumento más exacto para conocerme de nuevo, para tomarme nuevamente el pulso». Y en su obra total, dibujos, esculturas, poemas y novelas se inspiran en los mismos temas, mezclándose y fecundándose recíprocamente. Hay poemas que —en ocasiones, años después— reaparecen transformados en motivos narrativos; grabados que explican versos y versos que se convierten en grabados; poemas surgidos en torno a, o con ocasión de una gran novela (El rodaballo) y poemas que se integran plenamente en una obra narrativa, desarrollándola y contrapunteándola (La ratesa). Todo indica que, en caso de Grass, no hay un novelista y un poeta y un artista plástico, sino simplemente un creador que derrocha su talento de mil maneras… El mismo lo ha explicado a veces: para él, dibujar y escribir son «dos disciplinas que se corrigen entre sí, que se cortan mutuamente la palabra, se completan y rechazan»; versos y dibujos «se alimentan de una misma tinta».
Sabido es que toda antología es arbitraria. Lo que se suele olvidar es que es también un acto de humildad y de realismo. Reconozco haberme basado en mi gusto personal (que no siempre sabría razonar), tanto en las inclusiones como en las (mucho más difíciles) exclusiones. Grass, el autor más comprensivo del mundo para sus traductores, resulta ser también el antologizado ideal, al no haber intervenido para nada en el proceso, limitándose graciosamente a sancionarlo.
Desde el principio me pareció claro que no tendría mucho sentido recoger poemas pertenecientes a obras narrativas y, por lo tanto, ya traducidos al español. Con lógica algo más discutible decidí prescindir también de los que forman el volumen «Ay rodaballo, tu cuento acaba mal…», por considerar que exigían inevitablemente haber leído El rodaballo que los motivó. En cuanto al largo poema Con flores a María (la traducción es libre), no parecía tener vida propia sin las fotografías de María Rama, a la que está dedicado.
Y quedaba el reciente libro de sonetos de Grass, El país de noviembre. Aquí la eliminación resultaba mucho más dolorosa, porque esos trece poemas figuran entre lo mejor que ha escrito nunca Grass, pero había una razón de peso, y el propio Grass vino en mi ayuda: ese libro, muy breve, tiene una unidad rigurosa y habría que publicarlo entero… o no publicarlo.
Quedaron pues como candidatos, exclusivamente, tres clásicos (los tres clásicos) de la poesía de Grass: Las ventajas de las gallinas de viento (1956), Gleisdreieck (1960) e Interrogado (1967).
Sería absurdo intentar «explicar» ahora esas colecciones de poemas, aunque quizá no esté de más que el lector tenga siempre en cuenta el año (el año político) en que, respectivamente, surgieron. Es indiscutible, por otra parte, que hay en esos poemas toda una serie de alusiones y referencias que sólo podrá entender quien conozca bien la Alemania de esos años y no menos bien la obra de Grass… Pero me he resistido a manchar las páginas con notas. Así, por ejemplo, no ya para un lector español sino incluso para cualquier muchacho alemán de veintitantos años, la palabra que da título al segundo de sus libros (Gleisdreieck) no significará nada. Una nota podría explicar que era el punto de confluencia de los sectores aliados en Berlín, es decir, todo un símbolo de una época, pero ese simple lugar geográfico, anterior a la construcción del Muro de Berlín, ¿qué podría decir a quienes apenas recuerdan ya su caída?
Por ello quizá sea más interesante decir algo, en general, de la poesía de Grass, de su concepto de la poesía y de lo que pretende con sus poemas…
Al principio, dice Grass, «hay siempre una vivencia, que no tiene por qué ser muy importante». Grass se define pues como «poeta de circunstancias» (a diferencia del poeta experimental, de «laboratorio») y rechaza (como rechaza en el dibujo o la escultura) la abstracción. Sin embargo, sus vivencias personales se insertan en un contexto mucho más amplio —el contexto político y social de su época—, haciéndose así universales. Grass no habla sólo de Günter Grass, sino también de su tiempo, y se sumerge en él plenamente, viviéndolo con pasión aun a riesgo de equivocarse (equivocarse, ¿ante quién?).
En una antología ya famosa de Felipe Bosso (Veintiún poetas alemanes (1945 a 1975), Visor, Madrid 1980), Grass aparecía bajo la rúbrica de «poesía civil», y se decía allí: «El objetivismo, el prosaísmo y una sutil simplicidad definen una poesía que, por su temario, hay que calificar de civil, aunque no de social ni de abiertamente política. La anécdota cotidiana y el propio destino del poeta son las fuentes de su inspiración». Atentamente releída ahora, nada hay que objetar a esa definición concisa.
Las ventajas de las gallinas de viento es el libro del Grass más juvenil, surrealista y expresionista a un tiempo pero plenamente dueño ya de sus recursos. «Estadio de noche» delimita su posición ante el mundo: el poeta es alguien que se acerca peligrosamente a la meta pero está siempre fuera de juego… (Hay que lamentar, por cierto, no poder acompañar los poemas extraídos de ese volumen con los dibujos que ilustraban la edición, porque, con sus angulares trazos a pluma resultaban su complemento ideal. Algo que ocurre también con las gruesas tizas de Gleisdreieck o los bocetos a lápiz de Interrogado). No hace falta decir, por otra parte, que el lector avisado encontrará en «Bandera polaca» o «El undécimo dedo» sendos anticipos de El tambor de hojalata.
Gleisdreieck es un paso más hacia la maduración. Grass, casi desconcertado por el éxito descomunal de su primera novela, no renuncia —muy al contrario— a ser Günter Grass. Quizá se manifieste más en este libro el moralista, pero es que el «moralismo» (y es difícil devolver a la palabra el respeto que merece) es también una característica de Günter Grass. Entre los poemas destaca «Diana o los objetos», como profesión de fe del autor en la objetividad. «En el huevo», sin embargo, quizá sea más definitorio, no sólo de este libro sino de toda la poesía del Grass. Nos están empollando… ¿Y qué ocurriría si…? En cuanto al poema que da título al libro, ese «triángulo de vías», del que ya se ha hablado aquí, era el punto de tránsito entre dos mundos y, en retrospectiva, resulta definidor del Berlín de 1960.
Interrogado, por último, es el libro más político de los tres y, lógicamente, debiera haber sido el que peor envejeciera. No obstante, descubro con sorpresa al hacer balance que es el libro del que he extraído más poemas, aunque sólo haya sido —insisto— por capricho personal. Es cierto que hay algunos poemas que en su día se leyeron simplemente como ataques frontales a una izquierda desmadrada, pero son poemas clarividentes y hoy casi proféticos. La sátira de «Cabeza de jabalí» (además de ser también un anticipo de El rodaballo) resulta demoledora… pero al mismo tiempo curiosamente positiva. Y «Hacer lo que sea» es todo un programa político —para Grass y los demás— que hoy suscribiría casi cualquiera (realmente, ¿qué fue de tanta guitarra?).
Por último, «Castillo de arena mojada», merece especial mención por ser una autobiografía completa. La referencia inevitable es una vez más El rodaballo, pero bastaría un análisis exhaustivo de este poema para saber quién es —y sigue siendo— Günter Grass.
Antología es sinónimo de insatisfacción, insatisfacción del antólogo. En cuanto al traductor, después de haber afirmado siempre, petulantemente, que todo se podía traducir, confieso haber llegado, ahora, en algunos casos a confines sin roturar. Por ello, ruego al lector con insistencia que aprenda alemán. Vale ampliamente la pena, aunque sólo sea para leer a autores/poetas/creadores tan intraducibles como Günter Grass.
Miguel Sáenz