SATURNO

En esta gran casa

—desde las ratas,

que conocen los desagües,

hasta las palomas,

que no conocen nada—

vivo y sospecho muchas cosas.

Volví tarde a casa,

abrí con la llave

el piso

y me di cuenta, al buscar la llave,

de que necesitaba una llave

para entrar en mi casa.

Tenía bastante hambre

y me comí un pollo

con las manos,

dándome cuenta, al comerme el pollo,

de que me comía un pollo

frío y muerto.

Me incliné entonces,

me quité ambos zapatos

y me di cuenta, al quitarme los zapatos,

de que tenemos que agacharnos

si queremos

quitarnos los zapatos.

Yacía horizontal,

fumándome un cigarrillo

y supe en la oscuridad

que alguien extendía la mano

cuando sacudí la ceniza

del cigarrillo.

De noche viene Saturno

y extiende su mano.

Con mi ceniza

se lava Saturno los dientes.

Nos agarraremos

a su garganta.