EL UNDÉCIMO DEDO

¿Dónde estará mi undécimo dedo?

Mi dedo undécimo y especial

nunca se reía,

nunca se ponía el guante, de noche,

por el color.

Ordeñaba la cabra.

Ordeñaba la cabra,

llevaba la cabra al reloj

y la cabra bajaba la cabeza.

Sabía bajar la cabeza, sabía leer el reloj,

lamía al reloj la planta de los pies,

hasta que el reloj se reía, se reía,

perdía todos sus minutos

y lo confesaba todo, hasta sus detenciones.

Ahora se veía ya a lo lejos el oro,

el dedo veía muy lejos ya el oro,

seducía a joyeros,

a novias ante el altar.

Llave era, sello, silencio…

A menudo yo me chupaba el undécimo dedo,

aunque él nunca dormía,

aunque él nunca dormía.

¿Qué puedo señalar ahora?

¿Qué puedo señalar ahora,

hoy, si mis dos manos acortadas

sólo sirven ya para tocar

hierro como carne, carne, un yunque…

o se acuclillan de noche como cuervos abrumados,

sobre una piedra del campo,

son ocho, nueve, diez, nunca once?

Nunca son once.