SUSTENTO DE PROFETAS
Cuando la langosta invadió nuestra ciudad,
no traían ya la leche a casa y el periódico se asfixiaba,
abrieron las cárceles y soltaron a los profetas.
Entonces recorrieron las calles los 3800 profetas.
Podían hablar impunemente y alimentarse a placer
de aquel fiambre saltarín y gris que llamábamos plaga.
Qué otra cosa se hubiera podido esperar…
Pronto volvieron a traernos la leche, el periódico respiró
y los profetas llenaron las cárceles.