El relevo de los internacionales
Mientras se combatía penosamente para dominar las alturas, la ofensiva avanzaba muy lentamente por el valle, donde los republicanos tendían una mortífera cortina de fuego ante sus posiciones, aunque los bombardeos las hubieran batido duramente. Desde aquella noche los internacionales comenzaron a ser relevados calladamente. Entre el 23 y el 25 fueron separados unos 3.000 extranjeros de las divisiones internacionales 35.ª de Pedro Mateo Merino y 45.ª de Hans Khale. Los hombres volvieron a cruzar el río y entregaron sus armas. Ya no volverían a combatir en España.
Su lugar fue ocupado por los restos que habían podido reunir los servicios de reclutamiento: enfermos curados, prófugos y desertores capturados y delincuentes sacados de las cárceles.
Una mezcolanza que no podía igualar a los veteranos extranjeros, que habían venido a España a combatir por sus ideales y habían entregado en la lucha por una tierra que no era la suya lo mejor de sí mismos. El número de los relevados no era significativo, pero sí su calidad. Dos de las mejores divisiones del Ejército del Ebro vieron claramente disminuida su capacidad combativa. Las Brigadas Internacionales ya no cumplían los objetivos propagandísticos de 1936 y aportaban un escaso número de soldados, aunque de gran calidad. De modo que prescindir de ellos suponía un problema moral, pero no un riesgo militar.
Los combates prosiguieron con la misma violencia el día 24. La 1.ª División llegó a ocupar una posición cuatro veces y la perdió otras tantas, mientras las restantes fuerzas nacionales conseguían progresos muy pequeños. Los combatientes de ambos bandos estaban agotados y desmoralizados, hartos de aquella batalla sin fin y la riada de bajas. El desánimo era mayor entre los republicanos, que sufrían mayor desgaste y, además, perdían terreno lenta, pero constantemente. La batalla desangraba a los nacionales, pero resultaba insoportable para los republicanos, que se encontraban faltos de hombres y material; condenados a la derrota por muchos esfuerzos que hicieran para impedirlo.
Josep Massamunt estaba en el frente con la 27.ª División republicana, defendiéndose de enemigos a los que parecían sobrar los hombres. Recuerda que los nacionales, a pesar de que sufrían muchos muertos y heridos en los asaltos, atacaban una y otra vez, hasta que lograban desbordar la capacidad de los defensores y apoderarse de las posiciones.
Aquel día comenzó a llover y el agua arreció durante el 25 y el 26 de septiembre. El frente se mantuvo en calma, como un animal que se lame las heridas. El tiempo pareció mejorar el 27, reanudándose los combates con la misma violencia, hasta que, por suerte para los combatientes, prosiguieron las lluvias e impusieron una detención que duró hasta el 1 de octubre.