Soldados de Pandols

Los hombres de la 4.ª de Navarra estaban acostumbrados a la dura disciplina y a pelear como fuerza de choque. Aunque su unidad se componía de batallones de distintos tipos, se había formado alrededor de los tercios de requetés, integrados por campesinos navarros y vascos, que tampoco faltaron en el ejército de Franco.

Durante los primeros tiempos, la mayor parte eran alaveses, porque su provincia se había sublevado contra la República. Meses después, el general Mola conquistó Guipíuzcoa y muchos jóvenes de la provincia se unieron a los requetés porque procedían de familia carlistas o querían evitar ser llevados a filas como soldados ordinarios. Luego, la guerra siguió en el norte hasta que los nacionales dominaron también Vizcaya e hicieron prisioneros a numerosos milicianos del Gobierno Vasco. Todos fueron a parar a los campos de concentración, donde les cortaron el pelo y les vacunaros. Cuando algunos se atrevieron a decir que ya los había vacunado en el otro ejército, les respondieron que la vacuna de los rojos no valía y les pincharon el brazo como si la sanidad tuviera ideología. Como estaban en edad militar y carecían de responsabilidad penal, también los incorporaron al Ejército y cierto número pidió pasar voluntario a los tercios de requetés, donde su pasado político quedaría limpio.

Derivaban de las milicias del viejo carlismo que, poco antes de la guerra civil, había unificado sus diversas corrientes en la Comunión Tradicionalista. Creían en una España católica y patriarcal, basada en las antiguas costumbres de la monarquía absoluta, que habían sido arruinadas por el liberalismo centralista y laico. No era el suyo un pensamiento nacionalista, sino católico y monárquico, vinculado a los legitimistas franceses, hasta el extremo de que la misma palabra «requeté» procede de un vocablo galo que significa «jauría».

Algunos notables carlistas sirvieron junto a los franceses en los últimos ejércitos del Papa contra los voluntarios de Garibaldi y los soldados piamonteses de Víctor Manuel II, que decían era masón y confiaba sus tropas a generales de la secta. Cuando en 1870 el general Cadorna ocupó el Estado pontificio, los carlistas españoles tuvieron que abandonar Italia. Pero pudieron continuar su lucha en España, donde el general Prim había hecho rey a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, el monarca sacrílego. Fue aquélla su tercera guerra contra los liberales españoles y también la perdieron.

A pesar de todo, pervivieron animados por su convicciones, sus costumbres y sus párrocos, hasta llegó la Segunda República, a la que combatieron denodadamente. Hasta el extremo de preparar la siguiente guerra carlista, la cuarta según sus cuentas. Escondieron armas, hicieron instrucción militar, se organizaron y enviaron delegados a pactar con Mussolini, mientras su rama femenina, las «margaritas», cosía uniformes, preparaba boinas y bordaba el «Detente bala» y cruces de Borgoña.

Parte de los vascos ya habían abandonado sus ideas, siguiendo a Sabino Arana, un duro del carlismo más intransigente, que fundó el Partido Nacional Vasco, una formación política que siguió siendo creyente, pero traicionó la fidelidad a las viejas ideas. Los carlistas cantaban por Dios, por la Patria y el Rey, pero los nacionalistas de Sabino Arana decían que su patria era Euskadi, habían dejado de ser monárquicos y conservadores, se unieron al bando de la República. Los carlistas odiaban y, cuando tuvieron ocasión, fusilaron a unos cuantos, junto con anarquistas, socialistas, comunista y demás enemigos.

Animados por odio a los republicanos, los requetés resultaban soldados animosos y los militares sublevados los militarizaron y les impusieron disciplina. Sus tercios o batallones cobraron gama y captaron voluntarios de toda España, mezclándolos con la mayoría, formada por navarros y vascos. Con el fin de eliminar su fuerza política, los generales combinaron los tercios de requetés con batallones de soldados, moros, falangistas, artillería y servicios para construir las llamadas Brigadas Navarras, que crecieron hasta convertirse en divisiones. Una de las más famosas era la 4.ª División de Navarra. Por eso la enviaron a conquistas Pandols.

Allí se enfrentó con la 11.ª División republicana, que estaba militarmente a su altura, y cuyos veteranos procedían del Quinto Regimiento, una escuela de entrenamiento militar creada por los comunistas en el verano madrileño de 1936. Había participado en todas las granes batallas y estaban sometidos a una implacable disciplina estalinista. Durante la primavera de 1938 fueron reforzados con reclutas forzosos catalanes, que debían aprender las reglas de hierro de la unidad.

Inicialmente los habían enviado a un centro de instrucciones, ubicado en Pins del Vallés, el nuevo nombre de Sant Cugat del Vallés, donde los instructores daban las voces de mando en catalán. Poco después los trasladaron al centro de instrucción de la 11.ª división, en la playa de Salou, donde la disciplina cambio radicalmente. Allí nadie daba órdenes en catalán, los mandos se imponían sin discusiones y si te pillaban robando, desertando o algo parecido, te fusilaban sin trámite ni juicio.

La disciplina de Líster no daba cuartel. A las seis de la mañana sonaba la corneta de diana y el sargento arreaba a los reclutas a golpes de cinturón para hacerlos formar a la carrera. El rancho era escaso y, tenían algún dinero, compraban avellanas para matar el hambre; eran el fruto de aquella tierra y resultaban abundantes y baratas, aunque el abuso les provocaba grandes diarreas. Hacían continuos ejercicios de combate y de tiro al blanco, sintiéndose vigilados por los compañías de veteranos que habían llegado de la batalla de Teruel.

El día 1 de mayo, muchos reclutas aprovecharon la fiesta para escaparse a Reus, que estaba a nueve kilómetros. Cuando Líster supo que se habían ausentado de Salou sin permiso, envió un batallón de veteranos, que rodeó Reus y comenzó a capturarlos, encerrándolos en el cuartel de artillería. Cuando creyeron tenerlos a todos, los formaron y les hicieron marchar marcando el paso hasta Salou, a donde llegaron a la una de la madrugada; entonces apareció el comisario para notificarles que tenía órdenes de fusilarlos. Aunque estaban atemorizados, les pareció una bravata, porque eran 1200 y pensaban que nos los matarían por aquel o. De momento, sus instructores los tuvieron desfilando y marcando el paso. Hasta que llegó un motorista con órdenes de perdonarlos y los dejaron ir a dormir al poco tiempo que faltaba el toque para la diana.

Pocos días después, la división se desplazó a pie hasta Balaguer, donde había comenzado una ofensiva republicana, y, más tarde, marchó al frente del Ebro, donde los reclutas se foguearon.

De modo que, cuando subieron a Pandols, eran ya una tropa endurecida y sujeta a la tenaz disciplina de los mandos comunistas. Por eso, cuando los hombres de la 4.ª división de Navarra asaltaron Pandols chocaron con un enemigo tan duro como ellos.

Aunque me tires el puente
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