El Ejército del Ebro en defensa
Abandonada la idea de seguir atacando, el 2 de agosto, Modesto organizó sus tropas para defenderse en aquel territorio áspero, quebrado por elevaciones importantes como Pandols, Cavalls, Puig Cavaller y otras menores como la sierra del Vall de la Torre y Picosa. Un rompecabezas de pequeñas quebradas, torrentes y lomas dificultaba un avance rápido de las tropas franquistas y permitía a los republicanos defenderse en una posición tras otra. Si Franco insistía en atacarlos y ellos eran capaces de resistir apoyados en aquel difícil territorio, el resultado no podía ser sangriento.
Tagüeña quedó encargado de defender la parte norte del frente, con cuatro divisiones, un regimiento de caballería, dos de carros de combate, un batallón y una compañía de blindados.
Líster tomó el mando del frente en el sur con cuatro divisiones más un batallón, un regimiento de caballería, dos de carros y otro de blindados. Como reserva quedaron una división en Venta de Camposines, otra en Falset, un regimiento de caballería y dos compañías de carros.
No había nada más. El Ejército del Ebro debía resistir sin esperar refuerzos. Una semana antes, era un ejército victorioso. Ahora, muchos de sus hombres habían perdido el entusiasmo, aunque no la determinación de seguir luchando, a pesar de que ya habían pagado un alto precio en sangre. Los jefes habían hecho gala de una decisión característica de los comunistas tanto en tiempo de paz como en la guerra. Estaban dispuestos a perseverar en sus objetivos, cualquiera que fuera la potencia y determinación del adversario. Habían atacado Gandesa y Villalba sin la suficiente artillería, exponiéndose a los nacionales que disparaban a mansalva desde sus parapetos. Durante aquella semana los republicanos victoriosos habían padecido unas doce mil bajas, mientras sus enemigos sólo sufrieron una tercera parte, a pesar de encontrarse al borde de la derrota. Ahora, Modesto intentaba invertir los papeles: sus hombres se parapetarían para aprovechar la superioridad que les proporcionaría el quebrado terreno y se defenderían con la superioridad del que espera a cubierto.
Sin embargo, el fracaso de la ofensiva sobre Gandesa y Villalba había erosionado la moral republicana y los soldados comenzaban a desertar. Para evitarlo, se endureció la disciplina y una orden del 30 de julio estableció que sería fusilado inmediatamente quien abandonara su posición, se automutilara, o dejara o perdiera el fusil.
Franco llegó al frente el día 2 de agosto, dispuesto a supervisar una batalla que le interesaba especialmente. No siempre lo había hecho y, a menudo, dejaba las operaciones en manos de los generales. Desalojar al Ejército del Ebro de sus posiciones no parecía sencillo, porque los republicanos se habían mostrado disciplinados y combativos. La decisión de arrebatarles la Tierra Alta con ataques frontales suponía una terrible apuesta que requería prudencia y calma, porque no era posible atacar simultáneamente en todo el frente. De modo que decidió emprender ofensivas parciales. La primera sería contra la bolsa de Mequinenza, donde estaba en defensiva la 42.ª División republicana.