Porfía por un museo
El brigada Francisco Cabrera había logrado que su museo arrancara y pretendía que la Asociación para el Estudio de la batalla del Ebro se convirtiera en un centro de estudios. Para ello necesitaba formar una biblioteca y un fondo documental que atrajeran a estudiosos y permitieran intercambios. El incremento de visitas extendió la fama del centro, que comenzó a recibir donaciones de asociaciones de excombatientes y de veteranos aislados que preferían entregar sus recuerdos a que se dispersaran tras su muerte. Pero el entusiasmo de Francisco era muy superior a sus recursos económicos y hasta debió lidiar con un personaje que le ofreció documentos y resultó ser un estafador.
En la medida que el centro se desarrollaba, generaba los inevitables intereses. Convertido en la principal referencia exterior de Gandesa, los personalismos acabaron con la buena armonía de los socios, los miembros de la junta dejaron de entenderse, el Ayuntamiento nombró a un representante y, finalmente, Francisco salió de la junta. Desde entonces está excluido del que ha sido su proyecto. Pero no se rinde. Se ha convertido en otro enamorado de la batalla; está jubilado de la Guardia Civil y dedica todo su tiempo a estudiar. Ha publicado un libro, Del Ebro a Gandesa, cuya continuación espera publicar. También confía en que, alguna vez, regresará a la junta del museo que ama.