El río se hace barrera
Los soldados republicanos trabajaron durante toda la noche y; al amanecer del 26, numerosos vehículos esperaban cerca del puente de vanguardia de Ascó. En cuanto fue practicable, un camión cargado de municiones inició la marcha por la estrecha plataforma. El conductor, poco experto, manejaba el volante cuidadosamente, pero no pudo evitar el choque con un caballete.
La pieza cedió arrastrando toda la estructura, que se dobló como un mecano. Sólo la compuerta tirada por un cable, que funcionaba desde las primeras horas, siguió pasando, de uno en uno, autos blindados, artillería y camiones de munición.
A primera hora, el V Cuerpo de Líster había tendido dos pasarelas en Ginestar. Al terminar el día, contaba también con un puente de vanguardia de los que habían sido reglamentarios en el antiguo Ejército. Admitía cargas de hasta 4.5 toneladas, aunque se circulaba con dificultad, pues su estrecho paso imponía que los conductores movieran los camiones con un cuidado exquisito. Entre tanto, comenzó a tenderse otro puente de madera más pesado, que permitiría pasar grandes camiones y carros de combate. Estuvo listo a mediodía el 26 y comenzaron a cruzarlo la artillería, los automóviles y los carros hasta que, dos horas más tarde, lo averió la aviación enemiga.
Durante los días siguientes, los aviones iban a cobrar una importancia capital. Al comenzar la batalla, los republicanos contaban con trece Escuadrillas de caza de efectivos mercados; en cambio, los nacionales disponían de veintiuna o veintidós: tres alemanas, diez italianas, dos italianas de Baleares y seis o siete españolas. A principios de agosto, los alemanes recibieron dos cazas nocturnos experimentales, los biplanos Arado 68E, equipados con dos ametralladoras. En cuanto a la aviación de bombardeo, la republicana contaba con 31 Katiuska SB-2, mientras que los nacionales tenían más del doble, sumando sus aparatos alemanes e italianos: treinta He 111, treinta S-79 y unos veinte D-17 y Fiat Br-20. Los campos de la Tierra Alta quedarían muy pronto sembrados de bombas.
El 26, los nacionales abrieron las presas de Tremp y Camarasa y, a las dos de la tarde, el río comenzó a subir en la zona de la batalla. Al verlo, los republicanos replegaron las pasarelas a la orilla, pero no pudieron hacer nada por salvar los puentes, que fueron arrastrados por la crecida. Sólo la compuerta de Ascó continuó su trabajo a ritmo lento. Al atardecer, las dos orillas quedaron incomunicadas, una situación que se prolongaría casi 24 horas. Sólo algunas fuerzas de infantería cruzaron en barca, penosamente, a fuerza de remos.
Durante la noche del 26, la compañía de Julio Rovira Pla llegó a La Faratel a, donde ya se encontraba la vanguardia. Como la cocina había quedado en la otra orilla, ya se habían comido los chuscos y las conservas de carne rusa, que no acababa de gustarles. Pero tenían hambre y, para combatirla, comieron todas las almendras verdes que se veían en los árboles; las que no se veían pronto siguieron el mismo camino. Los primeros soldados que llegaron al pueblo lo encontraron desierto porque la población había huido, por miedo a los combates. Los hombres, con sus fusiles colgados del hombro, entraron en las casas en busca de comida. En el bar se sirvieron unas copas y algunos comenzaron a jugar en el billar abandonado.
Al anochecer, la población ya había regresado a sus casas y procuraba capear la situación. Los soldados ya se habían bebido las cantimploras que habían llenado en el río y pudieron de beber a las mujeres que trajinaban con sus cubos llenos de agua. Para su sorpresa, también les dieron vino y pronto se entabló entre todos una buena relación. La guerra era una catástrofe para aquella gente, pero miraba a los soldados como lo que eran: jóvenes atrapados por fuerzas superiores, ellos preguntaban cómo las habían tratado los fascistas y ellas decían que bien, porque estaban acostumbradas a ser mandadas por los hombres, las autoridades y los ricos. Aseguraban que los nacionales no les quitaron nada, sólo les anularon la moneda. Luego añadían, ya establecida la confianza: «¡A ver cómo nos tratáis vosotros!»
La infantería que había pasado el río, a pesar de su victoria, acumulaba problemas porque estaba privada de sus transportes y medios pesados, mientras la aviación contraria incrementaba sus efectivos. Al comenzar la batalla, la mayor parte de los cazas nacionalistas continuaron en la zona de Valencia, pero los bombarderos acudieron rápidamente a bombardear los puentes y se instaló un aeródromo de campaña en San Carlos de la Rápita, a cinco minutos de vuelo. Poco después, cuando el grueso de la aviación nacional llegará al Ebro, el cielo quedaría en su poder. Su unidad más eficiente era la Legión Cóndor, que recientemente había completado su equipamiento con aparatos muy modernos: veinticinco bombarderos Heinkel He-111 E, diez aviones de reconocimiento y bombardero ligero Dornier Do 17 P Bacalao, y diez cazas Messerschmitt Me-109 C. Contaba también con una Escuadrilla experimental de tres bombarderos verticales Ju-87 B Stuka. Desde el primer momento, intervinieron en el Ebro los Do 17 Bacalao y los grupos de caza, cuyas tres Escuadrillas estaban en La Cenia, al mando de Hendrick, mientras el grupo de bombardeo se encontraba en Zaragoza, al mando de Wehnert, y los aparatos de reconocimiento en Buñuel y Tauste.
La aviación italiana no apareció hasta dos días después. Sus Escuadrillas de caza contaban con el Fiat CR-32 Chirri, al que los pilotos sacaban gran rendimiento, mientras los bombardeos corrían a cargo de los Savoia S-81 y S-79. En julio recibieron dieciséis Caproni Ca-310, que encabezaron una serie de nuevos aparatos entregados a lo largo del verano. El 28 de julio llegaron al Ebro los grupos de caza españoles procedentes de Extremadura.
Los republicanos conservaron su aviación en Valencia, hasta que la situación obligó a trasladarla al Ebro, que se había convertido en la batalla principal. Tardíamente se establecieron los cazas en Reus y Valls y los bombarderos, que habitualmente operaban desde Celrà, se trasladaron a Lérida para estar más cerca de sus objetivos. La mayor parte de los aeródromos de campaña se improvisaron rápidamente; en ocasiones, se trataba de sembrados y, a falta de iluminación, se marcaban con tres bidones de gasolina encendidos.
La presencia de estos aviones chocaría con la aplastante superioridad de los nacionales y hasta con algunas resistencias entre los mandos republicanos, temerosos de emplear sus aparatos en aquellas desfavorables condiciones. Hasta el extremo de que, más adelante, cuando el coronel García Lacalle propuso a Modesto bombardear Gandesa, el coronel Visiedo, jefe de operaciones de la aviación republicana, se negó.