La retirada de combatientes extranjeros
Durante la batalla del Ebro, Mussolini repitió públicamente su voluntad de mejorar las relaciones con el Gobierno de Londres. Éste, que siempre había propugnado la «No Intervención» en España, se mostraba muy irritado por el incremento de los bombardeos de la Aviación Legionaria sobre las ciudades republicanas y por la celebración en Italia de un día de solidaridad oficial con la España de Franco.
La voluntad británica de aislar el conflicto español chocó largamente con la definición de quienes eran extranjeros. Los republicanos deseaban que el término «voluntario extranjero» se aplicara también a los miles de marroquíes que combatían con Franco. Eran súbditos del sultán de Fez y muchos de los cuales ni siquiera eran habitantes de la zona española del Protectorado, sino de la francesa. Pero si fueran declarados extranjeros, se ponía en entredicho la política de París, que había hecho combatir a sus tropas coloniales en los frentes europeos durante la Primera Guerra Mundial y volvería a hacerlo si estallaba un nuevo conflicto. De modo que los marroquíes fueron excluidos de la negociación, que se centró en los italianos de un bando y los internacionales del otro.
El Comité de No Intervención envió a su secretario, Francis Hemming, a conferenciar con Franco, que exigió ser considerado beligerante, no un simple rebelde, y se negó a que la evacuación fuera supervisada por inspectores extranjeros. Estas condiciones hacían inviable el proyecto. Tras superar muchos obstáculos y dilaciones, el Comité de No Intervención aprobó, el 5 de julio, un plan para retirar 10.000 extranjeros en cada zona. Secretamente, Mussolini alentó a Franco para que rechazara el acuerdo y, discretamente, envió nuevos voluntarios, disimulados en pequeños grupos vestidos de paisano, que sumaron más de 5.000 hombres entre junio y julio.
En pleno verano, el dictador italiano comenzó a variar de opinión. Consideraba la conveniencia de retirar parte de sus tropas de España, porque los generales italianos se sentían molestos por las críticas de los militares españoles, que utilizaban intensamente su aviación y artillería, mientras minimizaban la importancia de su aportación. Desde el principio de la guerra, los italianos habían sufrido 2.352 muertos y 11.500 bajas totales, de modo que la moral de los soldados se encontraba en mal momento.
A principios de agosto, Mussolini recibió una comunicación del general Berti, jefe del CTV, pidiéndole el envío masivo de refuerzos con el fin de mejorar la moral de sus tropas. En caso contrario, sería preferible evacuar a la infantería italiana, que estaba desgastada y con evidentes muestras de cansancio. El dictador italiano presentó a Franco la alternativa de retirar las tropas italianas o enviar más soldados a España. Esta segunda propuesta no pasaba de ser una bravata porque enviar más italianos a la guerra española habría encrespado a los gobiernos de París y Londres, lo cual resultaba inoportuno en el estado de crispación en que se encontraba la política internacional. Hitler ocultaba sus próximos planes incluso a Mussolini, y parecía probable que estallara una guerra.
Cuando llegó al puerto de Vigo el buque Deutschland, Franco interpretó que Hitler tomaba posiciones en España en previsión a una guerra internacional. Hizo comunicar a Berlín que mantendría la neutralidad en caso de guerra y, cuando los italianos se enteraron de ello, Ciano dijo que el Generalísimo les traicionaba mientras los soldados italianos combatían y morían en España.
Franco había manifestado que aceptaría el envío de más italianos, siempre que llegaran a España en secreto. Entonces, Mussolini decidió replegar entre 10.000 y 15.000 hombres de sus desanimados efectivos. Si cambiaban las circunstancias, ya encontraría el momento de reponerlos.
Según las estimaciones británicas había entonces en España unos 41.000 soldados y 1.000 aviadores italianos y Franco recibió de mala gana la propuesta del Duce. No deseaba dar la impresión de que los italianos comenzaban a abandonarlo en plena batalla del Ebro. Entonces, Mussolini varió su propósito y decidió mantener una división italiana en España, el general Berti recibió la orden de agrupar a su infantería en una sola división y preparar el resto para regresar a Italia. No obstante, las exigencias de Hitler sobre Checoslovaquia seguían encrespando la política europea. La guerra internacional parecía cada día más próxima y la repatriación de extranjeros se pospuso en espera de que variaran las circunstancias.