Un curso de verano
Josep Sánchez Cervelló es profesor en la Universidad Rovira i Virgili, que tiene campus en Tarragona y en Reus. En 1974 se desplazó a Portugal para estudiar desde dentro la Revolución de los Claveles, lo cual le permitió publicar, en 1993, A Revoluçao Portuguesa e a sua influência na Transição Espanhola, 1961-1976.
Las dos ramas de su familia se habían ganado la vida como cordeleras, es decir, fabricantes de los cabos de cáñamo para los llauds que navegaban por el Ebro. Su infancia estaba iluminada por los recuerdos del río, los paisajes húmedos, sus gentes y sus hechos.
Con los años sería historiador, pero estaba convencido de haber recibido sus primeras lecciones de Historia bajo el emparrado y las higueras de la cordelería familiar, donde Joan de Paig, Josep de la Picullana, el Faionero, y otros tantos hablaban libremente del pasado, a cubierto de chivatos al servicio del poder. Allí, el niño había escuchado relatos de lobos, pastores, jabalíes, pescadores de río y cosas que no entendía, como la guerra de los carlistas, las peleas de los jóvenes por las muchachas o el envenenamiento de un rico, junto a hechos que formaban parte de una épica misteriosa de la que nadie hablaba claramente: los bombardeos, la batalla del Ebro, el exilio, los campos de trabajo, los moros, los anarquistas.
Josep afirma que ellos no lo supieron nunca, pero que, con sus relatos, lo hicieron historiador.
Años más tarde, la pasión por su tierra y el amor a la Historia le hicieron tomar una decisión que asombraría a sus paisanos, provocando la curiosidad de unos y la desconfianza de otros. Josep organizó un curso de verano en la Universitat de les Terres de l’Ebre. Era el sexagésimo aniversario de la batalla.
Hasta entonces, sólo había sido una referencia oficial de la gloria militar de los vencedores.
Incluso existía un gran monumento conmemorativo en Tortosa, colocado en medio del río e inaugurado por el mismo Franco en 1966. Aunque existían otros monumentos menos aparatosos, como el de Punta Targa, dedicado al Tercio de Nuestra Señora del Montserrat; el de Puig d’Aliga, cerca de Gandesa; el del Col del Moro, donde había estado el puesto de mando de Franco; el de Gandesa, erigido en 1988, o la lápida de Camposines a los caídos de la 4.ª División de Navarra. Sin embargo, nadie parecía saber que aquella batalla no había sido una gesta gloriosa del Generalísimo, sino una gran tragedia colectiva. Los muertos, los lisiados y los derrotados parecían carecer de nombre, de voz y de historia.
Era la primera vez que se organizaba un trabajo académico sobre la batalla, para el que Josep buscó especialistas, eruditos y testigos. Entre éstos estuvo Leonardo Saun Rafales, que había marchado voluntario al frente para defender la República, ascendió a teniente por méritos de guerra, resultó herido, se exilió a Francia donde fue responsable de los guerrilleros de la Resistencia en tres departamentos y regresó clandestinamente a España en 1944 para coordinar a los maquis de La Rioja, Aragón y Navarra. Nunca había podido hablar públicamente en Gandesa, su propio pueblo.
Por primera vez, una institución académica se interesaba por el viejo drama. La matrícula del curso fue un éxito, porque nunca se había hablado pública y libremente de la batalla del Ebro.
Además de las sesiones académicas, los asistentes recorrieron el antiguo campo de batalla y se organizó un coloquio en Gandesa, en el que, por primera vez, Leonardo Saun pudo contar su historia a sus paisanos. Deseaba hacerlo antes de morir. Pero todavía vive y a sus noventa y tantos años da fe de la dramática historia de su tierra.