Coleccionistas, vendedores, eruditos y enredadores
Como todos los demás, el coleccionismo militar es muy complejo y ha sido descuidado en España, donde actualmente están en auge los primeros trabajos con criterios científicos. La mayor parte de los materiales se encuentra en poder del Ministerio de Defensa, que custodia magníficas colecciones, en su mayor parte necesitadas de criterios museísticos renovados. Las colecciones privadas responden a los naturales criterios de posibilidad, oportunidad y conocimiento; lógicamente, son menos importantes y su formación ha seguido caminos que van desde la búsqueda personal hasta la comercialización y el trueque.
A los antiguos coleccionistas, que buscaban en el campo de batalla, se añadieron muy pronto gitanos que recorrían los pueblos en busca de chatarra y objetos antiguos. Cuando descubrieron que las cosas militares tenían un precio superior a la chatarra ordinaria, comenzaron a preguntar por los objetos de la guerra y descubrieron que muchos de ellos habían adquirido nuevas utilidades pacíficas y rurales; así, alguna bayoneta rusa clavada en la pared servía de percha o las gallinas comían en la concavidad de un casco Adrián. Muchos de estos objetos los compraban chatarreros, tratantes o coleccionistas; otros, en cambio, desaparecían durante la noche, para viajar en una destartalada furgoneta, junto a un caldero oxidado por el cardenillo o un angelote barroco con las alas y parte del trasero despintados.
Tras unos cambios de mano y una somera limpieza, los objetos aparecían en el Rastro, Els Encants, cualquier mercadillo o tienda.
Objetos y municiones se encontraban en cantidad, y todavía se encuentran bastantes. Armas, no, y mucho menos en funcionamiento. Porque las armas de fuego que funcionan y que, por tanto, son ilegales, alcanzan los mejores precios en el mercado de coleccionistas. Las pistolas y fusiles legalizados para colección son inutilizados con antiestéticos taladros en el cañón, mientras los ilegales permanecen íntegros, salvo que la Guardia Civil se los descubra al coleccionista y no haga la vista gorda.
También es posible encontrar alguna tumba ignorada porque muchos muertos en las alturas de las sierras fueron enterrados apresuradamente por sus compañeros en el mismo lugar, aprovechando alguna cavidad natural que toparon con un montón de piedras. Después de la guerra, el Estado buscó a estos muertos, especialmente para llevar los huesos al Valle de los Caídos, pero los buscadores no subieron a las zonas más difíciles ni escudriñaron las oquedades. Por eso, todavía es posible encontrar los restos de algún cadáver que, si es de un soldado nacional, estará enterrado junto a una botella donde se ponía un papel con sus datos, que el tiempo ha hecho desaparecer. La botella se conserva, pero el aire ha penetrado a través del tapón y destruido el papel o borrado la escritura. Sin embargo, los objetos metálicos y los botones permiten identificar a qué bando pertenecía el muerto. En algún caso, muy claramente.
Un buscador bien conocido encontró un esqueleto sin calavera. Tenía una medalla de La Pilarica con la inscripción «II Año Triunfal», es decir, 1937, y, en una de las cartucheras se apreciaba un impacto que habían detenido las balas; a pesar de lo cual, el hombre no salvó la vida, quizá arrancada por otra bala o una bomba.
Pere Sanz conserva una cantimplora en la que su dueño grabó con la punta de una navaja:
«José Sánchez Franco, cabo de FET [Falange Española Tradicionalista], n.º E 581834, Arriba España». No apareció en una tumba, pero si hubiera sido así, habría podido identificar al hombre. Salvo que la cantimplora hubiera cambiado de mano, incluso contra la voluntad de su dueño, como ha sido corriente entre los soldados.
Porque nunca puede ignorarse la picaresca, tampoco en el coleccionismo militar. Son difícilmente engañables los experimentados coleccionistas, generalmente muy documentados y cuidadosos, pero entre los aficionados todo es posible. Los falsificadores que devastan el arte y la arqueología también han descubierto este sector. El profesor de una conocida escuela de formación profesional hizo que los alumnos, como trabajo de fin de curso, fabricaran granadas alemanas «de palo», que vendió como auténticas; es posible comprar distintivos de aviador republicano perfectamente falsificados y hay quien ha enterrado granadas falsas y luego servido de guía remunerado a ingenuos buscadores de domingo, que las han encontrado con alborozo.
Entre los coleccionistas malévolos se asegura que, por este procedimiento, se han vendido hasta viejas aceiteras como si fueran granadas de origen desconocido.
El coleccionismo de la batalla del Ebro no se detiene en las armas. En el antiguo escenario se conservan algunos vehículos de época, siempre comprados después de la Guerra Civil y, a menudo, procedentes de la Segunda Guerra Mundial. El mismo Pere Sanz tiene un camioncito alemán OPEL BLIZ 1 TO y se dice que uno de los coleccionistas guarda un tanque en su finca.
Ha sido imposible comprobar si es cierto.