SEGUNDA PARTE PROLOGO.
TREINTA y un años después de haberme embarcado para América, siendo un humilde subteniente, embarcábame para Londres con un pasaporte concebido en estos términos: «Permítase libre paso al señor vizconde de Chateaubriand, par de Francia y embajador del rey, cerca de Su Majestad Británica, etc. etc.»
Faltaba la filiación, porque mi grandeza debía bastar para que se conociera mi rostro en todas partes. Un vapor fletado en Calais para mi uso particular, me lleva a Douvres. Al pisar el territorio inglés, en 5 de abril de 1822, me saludan los cañones del fuerte, y acude un oficial a ofrecerme de parte de su comandante una guardia de honor. Llegó a Shipwright-Inn, y el amo y los mozos de la fonda me reciben con los brazos caídos y la cabeza desnuda. La señora alcaldesa me convida a un sarao en nombre de las jóvenes mas hermosas de la ciudad, y Mr. Relling, agregado a mi embajada, viene a incorporarse conmigo. Una comida compuesta de pescados enormes y de monstruosos tasajos de vaca, repara las fuerzas del señor embajador, el que ni tiene hambre, ni se siente cansado en lo mas mínimo. Agolpado el pueblo al pie de mis balcones, puebla de kuzzas los aires. Vuelve luego el oficial y coloca a pesar mío, centinelas a mi puerta. Al día siguiente, y después de haber distribuido abundantes propinas que paga el rey mi amo, me pongo en camino para Londres al zumbido de los cañones, en un ligero carruaje tirado por cuatro arrogantes caballos y conducido a escape por dos elegantes jockeyis. Mi servidumbre me sigue en otros coches: acompañan a la comitiva los competentes batidores vestidos con mi librea; pasamos por Cantorbery llamando la atención de John Bull y de los dueños de carruaje que con los nuestros se cruzan. En Black Heath, erial habitado antiguamente por ladrones, encuentro una población enteramente nueva; poco después diviso por fin el inmenso casquete de humo que cubre a la ciudad de Londres.
Dentro va de aquel golfo de vapor carbónico, como en uno de los abismos del Tártaro, atravieso toda la población, cuyas calles voy recorriendo, y llego al palacio de la embajada en Portland-Place. El señor conde, Jorge de Garaman, encargado de negocios, los señores vizconde de Marcellus, barón E. Decazes, y Mr. de Bourqueney, secretarios de embajada, y los agregados, me reciben con noble cortesanía. Todos los ujieres, porteros, ayudas de cámara y lacayos de la casa, salen para verme hasta la acera de la calle, y uno de ellos me presenta las tarjetas de los ministros ingleses y de los embajadores extranjeros que ya han tenido noticia de mi viaje.
En 17 de mayo del año de gracia de 1793, desembarqué de Jersey en Southampton como un humilde y oscuro viajero, con dirección a la misma ciudad de Londres. Ninguna alcaldesa supo que yo estaba allí: William Smith, el alcalde me expidió el 18 un pliego de ruta para la capital, al que iba incluso un extracto del Alien-bill. Mi filiación decía en inglés «Francisco de Chateaubriand, oficial francés del ejército emigrado (frech officer in the emigrant army), estatura cinco pies y cuatro pulgadas (five feet four inches high), delgado (thin shape), barba y cabellos castaños (brown hair and fits).» Tomé modestamente asiento en el carruaje mas barato con algunos marineros que ¡iban a gozar de licencia; me apeé en los paradores mas humildes; entré pobre, enfermo y desconocido en la ciudad opulenta y famosa en que reinaba Mr. Pitt, y me alojé per seis chelines mensuales bajo las vigas de un desván, preparado por un primo mío de Bretaña a la extremidad de una callejuela que salía al Tottenham-Court-Road.
¡Ah, monseigneur, que votre vie, a’honneours aujour'hui si remplie, différe de ces heureux temps