«Me parece, dije yo, que para ser el diablo no andaba muy de prisa.»
Pero madame de Chateaubriand me probó que yo no entendía de esto una palabra: mi madre era una excelente mujer.
Referíame también una larga lamentación sobre la Verdadera historia de una ánade en la ciudad de Montfort-la-Cane-lez-Saint-Malo. Cierto señor había encerrado a una joven dotada de gran belleza en el castillo de Montfort, con el objeto de deshonrarla. Su prisión tenía una claraboya por la que veía la iglesia de San Nicolás, y habiendo rogado al santo, con los ojos llenos de lágrimas, que la libertase de aquel peligro, fue trasportada fuera del castillo milagrosamente; pero por desgracia suya cayó en manos de los criados del felón, las cuales quisieron tratarla como suponían que la había tratado su amo. La pobre joven, que se creía perdida sin remedio, tendió la vista en torno suyo para implorar socorro, y no vio mas que unas cuantas ánades sobre el agua del estanque del castillo. En tan angustiosa situación, volvió a rogar a San Nicolás que permitiese a aquellas aves que fuesen testigos de su inocencia, a fin de que, si llegaba a perder la vida y se veía imposibilitada para cumplir los votos que había hecho al santo, los cumpliesen dichas aves por ella, a su modo, en su nombre y por su persona.
La joven murió en aquel mismo año; y en la festividad de la traslación de las reliquias de San Nicolás, que era el 9 de mayo, se presentó en la iglesia consagrada a este patrono, una ánade acompañada de sus polluelos, la que anduvo revoloteando al rededor del bienaventurado libertador, como si quisiera demostrar batiendo sus alas, que venia a cantarle alabanzas, y después de esto se volvió al estanque dejándole en ofrenda uno de sus polluelos. Algún tiempo después se marchó también éste, sin que nadie lo notase. Por espacio de mus de doscientos años, continuó viniendo a la iglesia de San Nicolás de Montfort la misma ánade con sus polluelos, en día y hora fijo. Esta verdadera historia fue escrita e impresa en 1652. El autor sienta en ella con poco motivo: «Que aun cuando una ruin «ánade debe importar muy poco a los ojos de Dios, sirve, sin embargo, para rendir homenaje a su grandeza; que la cigarra de San Francisco era mucho mas ruin todavía, y que sin embargo su cántico cascajoso llenaba de encantos el corazón de un serafín". Pero Mme. de Chateaubriand, seguía una tradición falsa; según su historia, la joven encerrada en el castillo de Montfort era una princesa que obtuvo la merced de ser convertida en ánade para libertarse de la violencia de su vencedor. Únicamente conservo en la memoria una estrofa del romance de mi madre:
Cane la bélle est devenue,
Cane la belle est devenue,
Et s‘envola, par une grille,
Dans un etang plein de lentilles