MEMORIAS PRIMERA PARTE

Sicut nubes... quasi naves... velut umbra.

Job.

La Vallée-aux-Loups, cerca de Aulnay 4 de octubre de 1811.

HACE cuatro años, que al regresar de la Tierra Santa, compré junto a la aldea de Aulnay, y a las inmediaciones de Sceaux y Chatenay, una casa de recreo, escondida entre algunas colinas cubiertas de árboles. El terreno desigual y arenoso, que de esta casa dependía, era solo un vergel inculto, terminado por un barranco y un bosque de castaños. Aquel estrecho recinto me pareció capaz de albergar mis dilatadas esperanzas; spatio brevi spem longam reseces. Los árboles que en él he plantado, prosperan; pero son aun tan pequeños, que cuando me interpongo entre ellos y el sol les doy sombra. Algún día devolviéndome esa sombra, protegerán mi ancianidad, como yo he protegido su juventud. Los he escogido con todo el cuidado, que me ha sido posible en los diversos climas por los que he andado errante: ellos me recuerdan mis viajes, y alimentan en mi corazón otras ilusiones.

Si los Borbones ascienden algún día al trono, solo les pediré en premio de mi fidelidad, que me den la riqueza necesaria para añadir a mi posesión los estrechos bosques con que confina. He principiado a ser ambicioso: quisiera prolongar mis paseos a algunas, aranzadas mas de tierra, porque, a pesar de ser un caballero andante, siento las inclinaciones sedentarias de un monje; y desde que habito este retiro no creo haber puesto tres veces los pies fuera de mis dominios. Si alguna vez cumplen mis pinos, mis abetos, y mis cedros todo lo que prometen, la Valée-aux-Loups será una verdadera cartuja. Cuando nació Voltaire en Chatenay el 20 de febrero de 1694, ¿cuál era el aspecto del collado adonde debía retirarse en 1807 el autor del Genio del Cristianismo?

Este sitio me agrada; ha reemplazado para mí los campos que heredé de mis padres: lo he pagado con el producto de mis meditaciones y mis vigilias; al gran desierto de Atala debo el pequeño desierto de Aulnay, y para crearme este asilo, no he necesitado despojar, como, el colono americano, al indio de las Floridas. Amo a mis árboles, les compongo elegías, sonetos y odas, no hay entre ellos uno solo a quien no haya unido con mis propias manos, a quien no haya libertado del pulgón adherido a su raíz, o de la oruga pegada a su hojas: a lodos los conozco por su nombre como a mis hijos, ellos son mi familia, no tengo otra, y espero morir a su lado.

Aquí he escrito los Mártires, los Abencerrajes, el Itinerario, y el Moisés: ¿que haré ahora durante las veladas del otoño? Este 4 de octubre de 1811, día de mi cumpleaños, y aniversario de mi entrada en Jerusalén, me infunde la idea de dar comienzo a la historia de mi vida. El hombre que hoy da a la Francia el imperio del mundo, solo para mejor hollarlo bajo sus pies, ese hombre cuyo genio admiro, y cuyo despotismo aborrezco, me rodea con su tiranía, como con una segunda soledad; pero sí oprime a lo presente lo pasado desafía su poder; y yo conservo mi libertad en todo lo que ha precedido a su gloria.

La mayor parte de mis sentimientos yacen todavía en lo íntimo de mi alma, o solo se han revelado en mis obras como aplicados a seres imaginarios; hoy que tengo todavía apego a mis ensueños sin perseguirlos ya, quiero volver a subir por la pendiente de mis mejores años; estas memorias serán un templo de la muerte alzado a la luz de mis recuerdos.

Del nacimiento de mi padre y de los padecimientos de su posición primera se formó en él uno de los caracteres mas extraños que han existido; carácter que ha influido en mis ideas, sobrecogiéndome en mi infancia, contristando mi juventud; y decidiendo el género de mi educación.

Nací noble: en mi sentir he aprovechado esta casualidad de mi cuna, conservando el firme amor a la libertad, que principalmente distingue a la aristocracia, cuya última hora ha sonado. La aristocracia tiene tres edades sucesivas; la de las superioridades, la de los privilegios y la de las vanidades; sale de la primera, para degenerar en la segunda y extinguirse en la última.

Si alguno tiene el capricho de buscar informes acerca de mi familia, puede hacerlo en el diccionario de Moren, en las diversas historias de Bretaña, escritas por d‘Argentré, el padre Lobineau y el padre Morice, en la Historia genealógica de varias casas ilustres de Bretaña, por el padre Dupaz, en Toussaint Saint-Luc, Le Borgne, y por último en la Historia de los grandes oficiales de la corona, por el padre Anselmo 2.

Las pruebas de mi nobleza se presentaron en manos de Cherin para la admisión de mi hermana Lucila, como canonesa del capítulo de l‘Argentiere, desde el cual debía pasar al de Remiremont; se reprodujeron para mi presentación a Luis XVl, y para mi afiliación en la orden de Malta; posteriormente fueron también aducidas cuando mi hermano fue presentado al mismo infortunado Luis XVl.

Mi nombre, que al principio se escribió Brien, se convirtió con la invasión de la ortografia francesa, en Briant y Briand. Guillermo el Bretón, llamado Castrum Briani. No hay un solo nombre en Francia que no ofrezca estas variaciones en las letras. ¿Cuál es la ortografia de Duguesclln?

Al principio del siglo XI, comunicaron los Brien su nombre a un castillo considerable de Bretaña, el cual fue desde entonces cabeza de la baronía de Chateaubriand. Las armas de los Chateaubriand consistieron primeramente en piñas con este mote: Siembro el oro. Gofredo, barón de Chateaubriand, pasó con San Luis a la Tierra Santa y fue hecho prisionero en la batalla de la Masura. Cuando regresó, su esposa Sibila murió de júbilo y sorpresa al verle. En recompensa de sus servicios y a cambio de sus antiguas armas le concedió San Luis para sí y sus herederos un escudo de gules, flordelisado de oro: Cuy et ejus hoeredibus, dice un cartulario del priorato de Berea, sanctus Ludovicus tum Francurum rex, propter eius probitatem in armis, flores lilii auri loco pomorum pini auri, contulit.

Desde su origen se dividieron los Chateaubriand en tres ramas: la primera llamada barons de Chateaubriand, y tronco de las otras dos, comenzó el año de 1000 en la persona de Thiern, hijo de Brien, y nieto de Alain III, conde o jefe de Bretaña; la segunda se apellidó señores de Roches Baritaut o del León dl Angers; la tercera aparece con el título de señores de Beaufort.

Cuando se extinguió la línea de los señores de Beaufort en la persona de doña Renata, correspondieron a un Cristóbal II de la rama colateral de esta línea, las tierras de la Guerande en el Morbihan. Sucedía esto a mediados de siglo XVII, época en que se había introducido gran confusión en el orden de nobleza y se usurpaban títulos y nombres. Luis XIV mandó se hiciesen averiguaciones a fin de conservar a cada uno su derecho. Habiendo probado Cristóbal su nobleza de antigua extracción, se le confirmó en su título y en la posesión de sus armas por decreto del tribunal establecido en Rennes, para formar la nobleza de Bretaña. Lleva este decreto la fecha de 16 de setiembre de 1669, y es como sigue:

«Decreto del tribunal establecido por el rey (Luis XIV) para reformar la nobleza en la provincia de Bretaña a 16 de setiembre de 1669. Entre el fiscal del rey y Mr. Cristóbal de Chateaubriand, señor de la Guerande, el cual declara a dicho Cristóbal noble de antigua alcurnia; le permite tomar el carácter de caballero, y le confirma en el derecho de llevar por armas: campo de gules sembrado de lises de oro, todo después de haber presentado el interesado sus títulos auténticos, a los cuales se refiere etc., etc. Firmado el decreto, Malescot.»

De este documentó aparece que Cristóbal de Chateaubriand de la Guerande, descendía directamente de los Chateaubriand, señores de Beaufort; y estos se enlazan por medio de otros documentos históricos a los primeros barones de Chateaubriand. Los Chateaubriand de Villeneuve del Plessis, y del Combourg, eran segundones de los Chateaubriand de la Guerande, como se prueba con la descendencia de Amaury, hermano de Miguel, el cual Miguel era hijo de este Cristóbal de la Guerande, confirmado en su abolengo por el citado decreto de la reforma de la nobleza de 16 de setiembre de 1669.

Después de mi presentación a Luis XVl, pensó mi hermano en aumentar mis bienes de segundón proporcionándome alguna de las gracias llamadas beneficios simples. Siendo yo seglar y soldado, solo un medio practicable había de conseguirlo, y era el incorporarme a la orden de Malta. Envió mi hermano las pruebas a esta ciudad, y poco después presentó una instancia a nombre mío el capítulo del gran priorato de Aquitania, reunido en Poitiers, a fin de que se nombrasen con urgencia comisarios para dar su fallo. Mr. Pontois era a la sazón archivero, vice-canciller y genealogista de la orden de Malta en el priorato.

El presidente del capítulo era Luis José de Escotais, bailío y gran prior de Aquitania, y además le componían el bailío de Freslon, el caballero de la Laurencie, el caballero de Murat, el caballero de Lanjamet, el caballero de la Bourdonnaye-Montluc, y el caballero Bouetiez. La instancia fue admitida en los días 10 y 11 de setiembre de 1789. En el decreto de admisión del memorial se dice, que yo merecía por mas de un título la gracia que solicitaba, y que consideraciones de gran pesó me hacían digno de la satisfacción que reclamaba.

Ocurría todo esto después de la toma de la Bastilla, y en vísperas ya de las escenas del 6 de octubre de 1789 y de la traslación de la real familia a París. ¡Y en la sesión del 7 de agosto del mismo año había la Asamblea nacional abolido los títulos de nobleza! ¿En qué se fundarían los caballeros de Malta y los examinadores de mis pruebas para decir que yo merecía por mas de un titulo la gracia que solicitaba etc., yo que no era más que un triste subteniente de infantería, un desconocido, sin crédito, sin favor y sin dinero?

El hijo mayor de mi hermano (esto lo añado en 1834 a mi testo primitivo escrito en 1841) el conde Luis de Chateaubriand, casó con la señorita de Orglandes, de la cual ha tenido cinco hijas y un hijo llamado Gofredo Cristian, hermano menor de Luis, bisnieto y ahijado de Mr. Malesherbes, a quien se parece de un modo extraordinario; sirvió con distinción en España en 1823 de capitán de dragones de la guardia, y luego se hizo jesuita en Roma. Los jesuitas suplen a la soledad, según va esta desapareciendo de la tierra. Cristian acaba de morir en Chieri, cerca de Turín; yo debí precederle, que soy viejo y estoy enfermo; pero sus virtudes le llamaban al cielo antes que a mí, que todavía tengo muchas faltas que llorar.

En la división del patrimonio de la familia tocaron a Cristian las tierras de Malesherbes, y a Luis las de Combourg. No pareciendo legítima al primero esta división por partes iguales, quiso al salir del mundo, despojarse de bienes que no le pertenecían, y devolvérselos a su hermano mayor.

Al examinar mis pergaminos, solo de mí dependería, si hubiese heredado la infatuación de mi padre y de mi hermano, el creerme descendiente de la rama menor de los duques de Borgoña, o sea de Thiern, nieto de Alain III.

Dos veces han mezclado estos Chateaubriand su sangre a la de los soberanos de Inglaterra: primera por el matrimonio en segundas nupcias de Gofredo IV de Chateaubriand con Inés de Laval nieta del conde de Anjou y de Matilde, hija de Enrique I: segunda, por el de Margarita de Lusignan, viuda del rey de Inglaterra, y nieta de Luis el Gordo con Gofredo V, duodécimo barón de Chateaubriand. En las familias reales de España se encuentra a Brien, hermano menor del noveno barón de Chateaubriand, enlazado con Juana, hija de Alfonso, rey de Aragón. Se ve también, por lo que hace a las grandes familias de Francia, que Eduardo de Rohan, tomó por esposa a Margarita de Chateaubriand, y además que un Crol casó con Carlota de Chateaubriand. Tinteniac, vencedor en el combate de los Treinta, y Duguesclln el condestable, han tenido alianzas con nosotros en cada una de las tres ramas. Tiphaina Duguesclln, nieta de Beltrán, cedió a Brien de Chateaubriand, su primo y heredero, la posesión de Plessis- Beltrán. En varios tratados se dieron en rehenes de la paz algunos individuos de la familia de Chateaubriand a los reyes de Francia, a Clisson y al barón de Vitré. Los duques de Bretaña enviaron a la familia de Chateaubriand, copia de acuerdos suyos. En la corte de Nantes vemos figurar a los Chateaubriand como ilustres y grandes oficiales de la corona, obteniendo comisiones para cuidar de la seguridad de su provincia contra los ingleses. Brien I se halló en la batalla de Hastings; era hijo de Eudon, conde de Penthievre. Guy de Chateaubriand fue uno de los señores que Arturo de Bretaña dio por compañeros a su hijo en la embajada que envió al Papa en 1309.

Nunca concluiría, si quisiera completar este corto resumen: la nota 3 que me he decidido por fin a redactar por consideración a mis dos sobrinos, los cuates no mirarán sin duda con tanta indiferencia como yo semejantes miserias, reemplazará lo que omito en el presente testo. Hoy, sin embargo, se traspasan algún tanto los límites: se ha hecho costumbre declarar que pertenece uno a la raza pechera, que tiene el honor de ser hijo de un hombre dependiente del suelo que labra. ¿Son semejantes declaraciones tan allaneras como filosóficas? ¿No es esto alistarse en el partido del más fuerte? ¿Pueden inspirar algún temor los marqueses, los condes y los barones actuales, que ni tienen privilegios ni haciendas, cuyas tres cuartas partes se mueren de hambre, que se denigran unos a otros, que no quieren reconocerse, que se disputan mutuamente su cuna; esos nobles, a quienes se niega su propio nombre, o a quienes solo se les concede por vía de inventario? Perdóneseme, por otra parte, haber tenido que rebajarme hasta hacer una pueril enumeracion con el objeto de darme cuenta de la pasión dominante de mi padre, pasión que formó el nudo del drama de mi juventud. Yo por mí ni me enaltezco, ni me quejo de la nueva sociedad. Si en la primera fui el caballero o el vizconde de Chateaubriand, en la segunda, soy Francisco de Chateaubriand; prefiero mi nombre a mi titulo.

Mi padre hubiera llamado a Dios de buena gana el caballero del Cielo, como un gran propietario de la edad media; y apellidado a Nicodemus (el Nicodemus del Evangelio) un santo caballero. Vengamos ahora (pasando por mi padre) desde Cristóbal, señor absoluto de la Guerande, y descendiente en línea recta de los barones de Chateaubriand, hasta mí, Francisco, señor sin vasallos y sin dinero, de la Vallée-aux-Loups.

Siguiendo hacia arriba la línea de los Chateaubriand, compuesta de tres ramas, se ve que habiéndose perdido las dos primeras, la tercera, que es la de los señores de Beaufort, prolongada por otra rama colateral (la de los Chateaubriand de la Guerande), se empobrece por un efecto inevitable de la ley del país; parque llevándose los primogénitos las dos terceras partes de los bienes, según es costumbre en Bretaña, los segundones se repartían entre todos un solo tercio de la herencia paterna. La descomposición de la corta hijuela de estos se verificaba con mayor facilidad, según se iban casando, pues como existía también para sus hijos la misma distribución de los dos tercios y el tercio, los segundones de estos segundones se veían al fin, en el caso de repartirse un pichón, un conejo, un criadero de patos, y un perro de caza, sin que por eso dejasen de ser altos caballeros y poderosos señores de un palomar, un vivero, y de un lodazal lleno de sapos. En las antiguas familias nobles se hallan una infinidad de estos segundones, que, después de continuar hasta la tercera generación, desaparecen, por haberse perdido en las clases obreras sin que se sepa lo que ha sido de ellos.

Al comenzar el siglo XVIII era jefe del nombre y armas de mi familia el señor de la Guerande, Alejo de Chateaubriand, hijo de Miguel, cuyo Miguel tenía un hermano llamado Amaury, y era hijo de Cristóbal, confirmado en su origen de los señores de Beaufort y de los barones de Chateaubriand por el decreto antes sancionado. Alejo de la Guerande era viudo, y borracho; pasaba el día bebiendo; vivía desordenadamente con sus criadas, y destinaba los mejores títulos de su casa a tapar tarros de manteca.

Al mismo tiempo que este jefe de nombre y armas, existía su primo Francisco, hijo de Amaury (segundo hijo de Miguel). Francisco, que había nacido el 19 de febrero de 1683, poseía los cortos señoríos de Touches, y de la Villeneuve. Casó en 27 de agosto de 1713 con Petronila Claudia Lamour, señora de Lanjegu, de quien tuvo cuatro hijos: Francisco Enrique Renato (mi padre), Pedro, señor de Plessis, y José, señor de Parc. Mi abuelo Francisco murió en 28 de marzo de 1729; mi abuela, a quien conocí en mi infancia, conservaba todavía un modo de mirar noble, que parecía sonreírse en medio de la sombra de sus años. En la época del fallecimiento de su esposo residía mi abuela en el castillo de la Villeneuve, a las cercanías de Dinan. Todos sus bienes consistían en 5.000 libras de renta, de las cuales correspondían al hijo mayor las dos terceras partes, o sean 3.333 libras; quedaban 1.666 para los tres hermanos menores, y de esta cantidad aun debía el primogénito cercenar una manda especial.

Para colmo de desgracia, mi abuela vio frustrados sus proyectos por el carácter de sus hijos: el mayor, Francisco Enrique, a quien se cedió el magnifico señorío de Villeneuve, no quiso casarse, y adoptó la carrera eclesiástica, pero en vez de solicitar los beneficios que su nombre hubiera podido proporcionarle, y con los cuales habría podido sostener a sus hermanos, nada pidió por orgullo o por indolencia. Sepultose en un curato de aldea, y fue sucesivamente párroco de Saint Launeuc, y de Merdrignac en la diócesis de Saint-Malo. Tenía pasión por la poesía: yo he visto una considerable cantidad de versos suyos. El carácter jovial de esta especie de Rabelais noble, y el culto que aquel sacerdote cristiano tributaba a las musas en un presbiterio, excitaban la curiosidad; dio cuanto poseía y murió pobre.

José, el cuarto hermano de mi padre, pasó a París y se encerró en una biblioteca, adonde se le enviaban todos los años las 416 libras, que constituían su parte. Vivió desconocido en medio de los libros, ocupado en investigaciones históricas. El primer día del año, durante toda su vida, que fue corla, escribía a su madre, y esta es la única noticia que daba de su existencia. ¡Singular destino! He tenido un tío erudito, y Otro poeta; mi hermano mayor hacia bonitos versos; mi hermana Mme. de Farcy tenía un verdadero talento para la poesía. Otra de mis hermanas, la condesa y baronesa Lucila, pudiera ser conocida por algunas páginas admirables; yo he emborronado bastante papel. Mi hermano ha muerto en el cadalso; mis dos hermanas han abandonado una vida de dolor, después de consumirse en las cárceles, mis dos tíos no dejaron con que pagar las cuatro tablas de su ataúd; las letras han constituido mis goces y mis pesares; y aun no desespero, Dios mediante, de morir en el hospital.

Habiendo agotado mi abuela todos sus recursos para sacar adelante a sus dos primeros hijos, nada podía hacer por los otros dos, Renato y Pedro. Aquella familia, que había sembrado el oro, según el mote de sus armas, veía desde su casa solariega las ricas abadías que había fundado; y que contenían los sepulcros de sus abuelos. Después de haber presidido los estados de Bretaña, como propietaria de una de las nueve baronías, después de firmar tratados con soberanos, y de servir de rehenes a Clisson, carecía del crédito necesario para obtener una subtenencia en favor del heredero de su nombre.

Quedaba a la pobre nobleza bretona un solo recurso; la marina real. Mi padre quiso probar fortuna, pero ante todo era precisó ir a Brest, vivir allí, pagar maestros y comprar el uniforme, las armas, los libros, los instrumentos de matemáticas. ¿Cómo subvenir a tantos gastos? El título de oficial, pedido al ministro de Marina, no se expidió por falta de un protector, que solicitase su despacho: la castellana de Villeneuve cayó enferma de pesadumbre.

Entonces dio mi padre la primera muestra de aquel carácter resuelto, que luego he conocido en él.

Tendría cerca de quince años, cuando notando la inquietud de su madre, se acercó a su lecho y le dijo; «No quiero, de hoy en adelante, ser una carga para usted,» Mi abuela comenzó a llorar (veinte veces he oído a mi padre referir esta escena) y respondió: «¿Qué quieres hacer, Renato? cultiva tus tierras. —No bastan para alimentarnos; déjeme usted marchar— Pues bien, dijo la madre, vete a donde Dios quiere que vayas.» Y abrazó a su hijo sollozando. Aquella misma noche salió mi padre de la rasa materna, y llegó a Dinan, en donde una parienta nuestra le dio una carta de recomendación para un habitante de Saint-Malo, El huérfano aventurero se embarcó como voluntario en una goleta armada, que pocos días después salió del puerto.

La pequeña república de Saint-Malo era la única que entonces sostenía en la mar el honor del pabellón francés. Reuniose la goleta a la escuadra enviada por el cardenal de Fleury en auxilio de Estanislao, sitiado en Dantzick por los rusos; mi padre saltó en tierra, y se halló en aquella memorable batalla, que 1,500 franceses mandados por el valiente bretón de Brehan, conde de Plélo, dieron en 29 de mayo de 1734 a 40,000 moscovitas mandados por Múnich. De Brehan, que era a la par diplomático, guerrero y poeta, murió en aquel combate. Mi padre recibió dos heridas, regresó a Francia, y volvió a embarcarse. Naufragó en las costas de España, fue atacado y despojado por unos ladrones en la Galicia. Tomó pasaje en un barco para Bayona, y volvió al techo paterno. Su valor y su espíritu de orden eran ya conocidos; pasó a las colonias se enriqueció y echó los cimientos de la nueva fortuna de su familia.

Mí abuela confió al cuidado de su hijo Renato a su hijo Pedro, Mr., de Chateaubriand de Plessis, cuyo hijo Armando de Chateaubriand fue fusilado por orden de Bonaparte, el Viernes Santo de 1840. Fue este uno de los últimos caballeros franceses muertos por la causa de la monarquía 4. Mi padre se encargó de la suerte de su hermano, aunque la costumbre de padecer había dado a su carácter una actitud que conservó toda su vida. No siempre es verdad el Non ignora mali. La desgracia hace duros a unos y sensibles a otros.

Mr., de Chateaubriand, era alto y de pocas carnes; tenía la nariz aguileña, los labios delgados y pálidos, los ojos hundidos, pequeños y garzos, o hundidos como los de los leones, o los de los antiguos bárbaros. No he visto jamás una mirada semejante: cuando se encolerizaba, su brillante pupila parecía querer salirse de su órbita, y penetrar en aquel a quien se dirigía como una bala.

Una sola pasión dominaba a mi padre; la de su nombre. Su estado habitual era una profunda tristeza, que la edad aumentó, y un silencio que no abandonaba jamás, sino cuando, estallaba su cólera. Avaro, únicamente por devolver a su familia su primitivo esplendor, altanero en los estados de Bretaña con los nobles, duro con sus vasallos de Combourg, taciturno, despótico y amenazador en el hogar doméstico, la primera impresión que causaba al verle era de temor.

Si hubiese alcanzado la época de la revolución, y hubiese sido mas joven, indudablemente hubiera representado en ella un papel importante, o se hubiera hecho degollar en su castillo. No carecía de cierto, genio, y estoy seguro de que, colocado al frente de administración o de un ejército, hubiera sido un hombre extraordinario.

Cuando regresó de América, se le ocurrió el pensamiento de casarse. Nació en 23 de setiembre de 1718, y contrajo matrimonio el 3 de julio de 1753, a los 35 años, con Paulina-Juana-Susana de Bedée, que nació el 7 de abril de 1726, hija de Angel-Annibal, conde de Bedée, señor de la Bouetardais. Estableciose con ella en Saint-Malo, y como no distaba mas que siete a ocho leguas el lugar donde ambos habían nacido, veían perfectamente desde su habitación el horizonte bajo el cual vinieron al mundo. Mi abuela materna, Maria-Ana de Ravenel de Boisteilleul, señora de Bedée; nació en Rennes el 16 de octubre de 1698, y fue educada en Saint-Cyr durante los últimos años de Mme. Maintenon: su educación se transmitió después a sus hijas.

Mi madre, dotada de un gran talento y de una imaginación prodigiosa, se formó con la lectura de. Fenelon, de Racine, de Mme. Sevigné, y con las anécdotas de la corte de Luis XIV: sabia de memoria todo el Ciro. Paulina de Bedée, de facciones pronunciadas, era morena, de bajá estatura y fea; la elegancia de sus modales y la viveza de su genio contrastaban con la rigidez y la calma de mi padre. Aficionada al bullicio del mundo, tanto como lo era mi padre a la soledad, y vivaracha e impetuosa tanto como frio e inmóvil era este, todos sus gustos eran diametralmente opuestos a los de su marido. Esta contrariedad de genios convirtió su alegría y atolondramiento en una profunda melancolía. Precisada a guardar silencio cuando tenía deseos de hablar se desquitaba de esta privación entregándose a una especie de tristeza estrepitosa, que la hacia exhalar hondos suspiros, los cuales eran los únicos que interrumpían la tristeza, muda de mi padre. Respecto a sentimientos de piedad: mi madre era un ángel.

La Vallée-aux-Loups 31 de diciembre de 1811.

Nacimiento de mis hermanos y hermanas.— Mi venida al mundo.

Mi madre dio a luz en Saint-Malo el primer hijo, que murió en la cuna, y el cual se llamó Gofredo, como casi todos los primogénitos de nuestra estirpe. A este siguieron otro varón y dos hijas que solo vivieron algunos meses.

Estos cuatro hijos murieron de un derrame de sangre en el cerebro. En fin, mi madre echó después al mundo un tercer hijo varón, al que pusieron por nombre Juan Bautista: este fue el que llegó a ser más tarde yerno de Mr. de Malesherbes. Después de Juan Bautista nacieron cuatro hijas: Maria-Ana, Benigna, Julia y Lucila, todas de una singular belleza, y de las cuales solo las dos mayores sobrevivieron a las borrascas de la revolución. La belleza, grave frivolidad, subsiste cuando todas las demás han desaparecido. Yo he sido el último de estos diez hijos. Es muy probable que mis cuatro hermanas debieran su existencia al deseo que tenía mi padre de ver asegurado su nombre con el advenimiento de un segundo varón; yo me resistía a secundar estos deseos; tenía aversión a la vida.

He aquí mi fe de bautismo:

Extracto de los registros del estado civil de la jurisdicción de Saint-Malo, para el año 1768.

«Francisco Renato de Chateaubriand, hijo de Renato de Chateaubriand y de Paulina Juana Susana de Bedée, su esposa; nació el 4 de setiembre de 1768 y fue bautizado al siguiente día por nos Pedro Enrique Nouail, gran vicario del obispado de Saint-Malo. Fue su padrino Juan Bautista de Chateaubriand, su hermanó, y su madrina Francisca Gertrudis de Contados, que firman en unión con el padre. Así consta en el registro: —Contades de PIouër; Juan Bautista de Chateaubriand; Brignon de Chateaubriand, de Chateaubriand, y Nouail, vicario general.»

Por este documento se ve que he padecido una equivocación al consignar en mis obras que había nacido el 14 de octubre en lugar del 4 de setiembre: mis nombres son Francisco Renato y no Francisco Augusto5.

La casa que habitaban mis padres en aquella época se halla situada en una angosta y sombría calle de Saint-Malo, llamada calle de los Judíos: actualmente es una posada. La habitación en que mi madre me dio a luz, domina una parte desierta de los muros de la ciudad, y desde sus ventanas se percibe, hasta perderse de vista, el mar que se estrella contra los escollos. Como consta en mi fe de bautismo, fue mi padrino mi hermano, y mi madrina la condesa de Plouër, hija del mariscal Contades. Cuando vine al mundo, daba muy pocas esperanzas de vida. El bramido de las olas encrespadas por una borrasca que anunciaba el equinoccio del otoño, impedía oír mis gritos; muchas veces me han referido estos pormenores, cuya tristeza no se ha borrado jamás de mi memoria. No se ha pasado un solo día, en qué meditando en lo que he sido, haya dejado de recordar en mi imaginación la roca sobre la cual nací, la habitación en que me impuso mi madre la pesadumbre de la vida, la tempestad cuyo bramido arrulló mi primer sueño, y el infortunado hermano a quien debo un nombre que he arrastrado casi siempre en la desgracia. No parece sino que el cielo reunió todas estas diferentes circunstancias, para colocar en mi cuna una imagen de mis destinos.

Vallée-aux-Loups enero de 1812.

Plancouët.— Voto.— Combourg.— Plan de mi padre para mi educación.— La Villeneuve.— Lucila.— Las señoritas Couppart.— Soy mal estudiante.

No bien salí del seno de mi madre, cuando ya sufrí mi primer destierro; enviáronme a Plancouët, bonita aldea que se halla situada entre Dinan, Saint-Malo y Lamballe. El conde de Bedée, único hermano de mi madre, había construido junto a esta aldea el castillo de Monchoix. Las tierras de mi abuela materna se extendían hasta el lugar de Corseul, que eran los Curiosolites de los Comentarios de César. Mi abuela, viuda hacia mucho tiempo, vivía con su hermana la señorita de Boisteilleul en una granja separada de Plancouët por un puente, y que tomó el nombre de La Abadía de un convenio de benedictinos consagrado a Nuestra Señora de Nazareth.

El pecho de mi nodriza se agoló al poco tiempo, y me confiaron al cuidado de otra pobre cristiana, la cual me ofreció a la patrona de la granja, Nuestra Señora de Nazareth, haciendo voto de ponerme hasta la edad de siete años el hábito de benedictino. Todavía no contaba más que algunas horas de vida, y ya se veía impresa en mi frente la pesadumbre del tiempo. ¿Por qué no me dejaron morir? ¿Entraba acaso en las miras de Dios el conceder al voto de la oscuridad y de la inocencia la conservación de los días que amenazaba extinguir una vana reputación?

El voto de la aldeana bretona no se práctica ya en este siglo: y sin embargo había un no sé qué de tierno y de sublime en la intervención de una madre divina, que hacia de medianera entre el niño y el cielo, y que repartía con la madre terrenal los cuidados que consagraba a la criatura.

A los tres años me llevaron a Saint-Malo, y ya hacia siete que había recobrado mi padre las posesiones de Combourg. Sus mas ardientes deseos consistían en volver a poseer los bienes que pertenecieron a sus antepasados; pero no pudiendo entrar en trato sobre el señorío de Beaufort, que había refluido en la familia de Goyon, ni sobre la baronía de Chateaubriand, refundida en la casa de Condé, dirigió sus miras sobre Combourg, que Froissart escribió Combour, y que habían poseído ya varios descendientes del tronco de mi familia, en virtud de enlaces contraídos con los Coëtquen. Combourg defendía a la Bretaña contra las invasiones normandas e inglesas; Junken, obispo de Dol, lo mandó construir en 1016: la torre grande dala desde 1100. El mariscal de Duras, que poseía a Combourg, porque se lo había traído en dote su mujer Maclovia de Coëtquen oriunda de una Chateaubriand, se arregló con mi padre. El marqués du Hallay, oficial de granaderos de caballería e la guardia real, demasiado conocido quizás por su bravura, es el último vástago de los Coëtquen Chateaubriand: Mr. de Hallay tiene un hermano. El mismo mariscal de Duras, pariente nuestro fue el que nos presentó después a mi hermano y a mí a Luis XVl.

Yo fui destinado a la marina real: la antipatía a la corte era muy natural en todo bretón, y en mi padre particularmente. La aristocracia de nuestros estados fortificaba en él este sentimiento.

Cuando me llevaron a Saint-Malo, mi padre se hartaba en Combourg, y mi hermano en el colegio, de Saint-Brieuc; mis cuatro hermanas al lado de mi madre.

Todas las afecciones de esta se habían concentrado en su hijo mayor; y aun cuando esto no quiere decir, que dejase de amar a sus otros hijos, manifestaba sin embargo una ciega preferencia al joven conde de Combourg. Es cierto, que yo también gozaba de algunos privilegios más que mis hermanas, merced a mi calidad de varón, de hijo último, porque era el caballero (así me llamaban), pero el resultado es, que vivía entregado a manos extrañas. Mi madre, por otro lado, que como ya llevo dicho, era mujer de talento y de virtudes, dedicaba todo su tiempo a los cuidados de la sociedad, y a los deberes de la religión. La condesa de Plouër, mi madrina, era íntima amiga suya, y visitaba también a los parientes de Maupertuis, y del cura Trublet. Era aficionada a la política, y gustaba del bullicio del mundo; lo cual no tiene nada de extraño, porque en Saint-Malo, así como en el monasterio de Saba, situado en el barranco del Cedrón, se hablaba igualmente de política: tomó parte con un ardor vehemente en el asunto La Chalotais. El humor regañón que gastaba en casa, su distraída imaginación, y su espíritu de parsimonia nos impidieron conocer al pronto sus admirables cualidades. A pesar de su adhesión al orden, no se veía este nunca en sus hijos; era generosa, y parecía avara; su alma estaba dotada de una dulzura infinita, y sin embargo, estaba regañando constantemente: mi padre era el terror de los de casa; mi madre era el azote.

Los primeros sentimientos de mi vida son un reflejo de este carácter de mis padres. Concebí un entrañable afecto hacia la mujer que me cuidada, excelente criatura a quien llamaban la Villeneuve, y cuyo nombre escribo ahora con un movimiento de gratitud, y con lagrimas en los ojos. La Villeneuve era una especie de mayordomo de casa, que me llevaba en sus brazos, que me daba a hurtadillas todo cuanto encontraba, que enjugaba mi llanto, que me dejaba en un rincón, para volver a cogerme en seguida, y que me llenaba de besos, murmurando. «¡Este no será orgulloso! ¡tendrá buen corazón! ¡y no tratará mal a las pobres gentes! ¡Toma, chiquitín, toma!» y me daba vino y azúcar.

A mis simpatías de niño hacia la Villeneuve, sucedió después una amistad mas digna.

Lucila, la cuarta de mis hermanas, tenía dos años más que yo. Como segundona desamparada, se vestía con los despojos de las demás. Forjaos en vuestra mente una muchacha flaca, demasiado alta para su edad, con los brazos caídos, aire tímido, que habla con dificultad y que no consigue aprender nada: vestidla con un traje cortado para otra: ajustad su talle dentro de un corpiño, cuyas ballenas le llaguen los costados; sostened su cuello con un collar, guarnecido de terciopelo negro recoged sus cabellos en la parte superior de su cabeza; atadlos con una cinta de tela negra, y conoceréis a la miserable criatura que llamó mi atención al entrar en el techo paterno. Nadie hubiera podido descubrir entonces en la raquítica Lucila, la belleza y talento que debían brillar en ella algún día.

Entregáronmela como un juguete; pero yo no abusé nunca de mi superioridad; en lugar de querer tenerla sumisa a mi voluntad, me constituí en su defensor. Todas las mañanas nos llevaban juntos a casa de las hermanas Couppart, dos viejas jorobadas, vestidas de negro, que enseñaban a leer a los niños. Lucila leía muy mal, pero yo Ilia peor. Las hermanas la reprendían; yo arañaba a las hermanas, y estas acudían a mi madre con amargas quejas. Comenzábase a creer que yo era un bribón, un revoltoso, un holgazán, y en una palabra, un borrico. Todos los de casa participaban de esta idea; mi padre decía que todos los caballeros de Chateaubriand habían sido destrozadores de libros, borrachos y pendencieros. Mi madre suspiraba y renegaba a las mil maravillas al ver el desorden de mi vestido. Aún cuándo yo era todavía demasiado niño, no podía sufrir con resignación los impulsos de mi padre: cuando mi madre acudía a completarlos, elogiando a mi hermano, a quien apellidaba un Catón, un héroe, me sentía dispuesto a hacer todo el mal de que me creían capaz.

Mi maestro de escribir, Mr. Després, el cual gastaba peluca a lo marinero, estaba tan descontento de mí como mis padres: hacíame copiar eternamente los dos siguientes versos, escritos de su letra, a los cuales cobré un horror invencible, que no procedía de la falta gramatical que se nota en ellos:

C’ est a vous, mon sprit, a qui de veux parter;

Vous avez des defauts que de ne puis celer.

Sus reprimendas iban acompañadas las más veces de algunos golpes que me aplicaba a la parte posterior del cuello, llamándome cabeza de achocre, ¿quería decir achore? 6. Ignoro lo que quiere decir cabeza de achocre; pero tengo para mí que ha de ser una cosa horrible.

Saint-Malo no es más que una roca. Edificado en otro tiempo en medio de un pantano salobre, llegó a ser una isla por la irrupción del mar, que en 709 socavó el golfo, dejó el monte de San Miguel circundado por las olas. Hoy la roca de Saint-Malo únicamente se comunica con la tierra firme por una calzada, a la cual se le da el poetice nombre de Surco. Invade este Surco por un lado la plena mar, y la marea que va de rechazo para entrar en el puerto, le lava por el otro. En 1730 lo destruyó casi completamente una tempestad. Cuando bajá la marea, el puerto queda en seco, y se ven en la orilla Este y Norte del mar, montones de hermosísima arena. Entonces se puede dar la vuelta completa a mi nido paterno. Vense sembradas aquí y allí infinidad de rocas, una porción de fuertes y algunos islotes inhabitados; el Fort-Royal, la Conchéa, Cezembre y el Grand-Bé, que será mi tumba; sin saberlo había escogido bien: , en idioma bretón significa tumba.

Al extremo del Surco, donde hay un calvario, se ve un promontorio de arena en la misma orilla del Océano. Este promontorio se llama la Hoguette, y sobre se ostenta una horca, cuyos pilares nos servían para jugar a las cuatro esquinas, disputándoselos a las aves acuáticas. Con todo teníamos mucho miedo, siempre que nos deteníamos en aquel sitio.

Se encuentran allí también los Miéls, especie de méganos donde pastaban los carneros; a la derecha praderas en la parte baja del Paramé, el camino real de Saint-Servan, el cementerio nuevo, un calvario y molinos sobre montecitos, como los que se elevan en la tumba de Aquiles a la entrada del Helesponto.

Vida de mi abuela materna y de su hermana, en Plancouet.— Mi tío y el conde de Bedée en Monchoix. —Relevación del voto de mi nodriza.

Hallábame próximo a cumplir los siete años; mi madre me llevó a Plancouët para que me relevaran del voto de mi nodriza, y nos alojamos en casa de mi abuela. Si alguna vez conocí la felicidad, fue sin duda en esta casa.

La que mi abuela ocupaba en la calle du Hameau de l‘Abbaye, tenía unos jardines que descendían formando terrados hasta un valle, en el cual se veía una fuente circundada de sauces. Mme. de Bedée no podía moverse; pero a excepción de este achaque no tenía ningún otro de los peculiares a su edad; era una anciana de agradable presencia, gruesa, blanca, limpia, de noble aspecto, de modales distinguidos, y que vestía un traje de pliegues a la antigua, y una escofieta negra de encajes, que sujetaba formando un lazo con sus cintas debajo de la barba. Tenía un talento cultivado, un carácter reflexivo, y era circunspecta en su conversación. Prodigábala sus cuidados la señora de Boisteilleul su hermana, que se le parecía en lo bondadosa, y la cual era una personita flaca, enjuta, habladora y burlona. En sus tiempos había amado al conde de Tremigon, cuyo conde la dio palabra de casamiento, y faltó después a su promesa. Mi tía se consoló cantando sus amores, porque era poetisa. Recuerdo haberla oído tararear muchas veces con voz nasal, con los espejuelos colocados sobre la nariz, y mientras bordaba los vuelos para las camisas de su hermana, un apólogo que principiaba así:

Un opervier aimait une fauvette.

Et, ce dit-on, il en était aimé

Memorias de ultratumba Tomo I
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