19.
Al poco tiempo, adquirí sobre mis nuevos camaradas el ascendiente que había tenido en Dol sobre mis antiguos compañeros: verdad es que me costó algunos trompazos. Los bretones tienen el genio un poco áspero: enviábanse carteles de desafío para los días de paseo, en los bosques del jardín de Benedictinos llamado el Tabor; para llevarlos a cabo nos valíamos de los compases de matemáticas atados al extremo de una caña, o luchábamos cuerpo a cuerpo de un modo mas o menos felón o cortés, según la gravedad del duelo. Había jueces del campo que arreglaban las diferencias, y decidían el modo con que habían de usar de las manos los campeones. El combate no cesaba hasta tanto que una de las dos partes se declaraba vencida. En este colegio volví a encontrar a mi amigo Gesril, que presidia, como en Saint-Malo, este género de lances. Un día se empeñó en ser mi padrino en el que tuve con Saint-Rivent, joven hidalgo que fue la primera víctima de la revolución: caí debajo de mi adversario, no quise rendirme, y pagué caro mi orgullo. Yo decía, como Juan Desmarest cuando iba al cadalso: "Yo no pido gracia a nadie, mas que a Dios.»
En el colegio de Rennes conocí también a dos hombres que obtuvieron después una celebridad diferente; Moreau, el general, y Limoëlan, autor de la máquina infernal y sacerdote actualmente en América. Únicamente existe un retrato de Lucila, y esta miniatura detestable era de Limoëlan, quien llegó a hacerse pintor durante los desastres revolucionarios. Moreau era externo y Limoëlan pensionista. Difícilmente se habrán visto en una misma época, en una misma provincia en una misma ciudad, ven un mismo colegio, dos destinos tan singulares. No puedo resistir al deseo de referir una jugarreta de estudiante, que le hizo al director de semana mi camarada Limoëlan.
El director tenía costumbre de rondar por los corredores después que todo el mundo había ido a acostarse, para ver si la gente andaba derecha: al efecto iba mirando de puerta en puerta por el agujero de la llave. Limoëlan, Gesril, Saint-Riveul y yo, dormíamos en un mismo cuarto.
D'animaux malfaisants c'etait un fort bon plat