2

Con gran sorpresa mía, el asunto del que Lizaveta Nikolayevna quería hablar con Shatov era, en efecto, literario. No sé por qué se me había ocurrido que le había llamado con otro propósito. Nosotros, es decir Mavriki y yo, viendo que no ponían atención a nuestra presencia y hablaban en voz alta, nos pusimos a escuchar; más tarde nos llamaron a consulta. El asunto consistía en que Lizaveta venía pensando desde hacía tiempo en publicar lo que, a juicio suyo, sería un libro útil, para lo cual, por falta de experiencia propia, precisaba de un colaborador. La seriedad con que se dispuso a explicar su proyecto a Shatov me sorprendió mucho. «Debe de ser una de estas mujeres nuevas —pensé—; por algo ha estado en Suiza». Shatov escuchaba atentamente, con la mirada clavada en el suelo, y sin asombrarse en lo más mínimo de que una señorita casquivana de la buena sociedad se ocupase de un negocio tan extraño, al parecer, a su condición.

El proyecto literario era de la índole siguiente: se publican en Rusia, así en la capital como en provincias, una multitud de periódicos y revistas de toda laya, en los que a diario se da cuenta de un gran número de acontecimientos. Al cabo de un año esos periódicos se amontonan en los armarios, o se tiran, o se destrozan, o se usan para envolver cosas o para otros fines. Muchos de los hechos publicados causan impresión y quedan grabados en la memoria de los lectores, pero acaban por olvidarse en el transcurso de los años. Andando el tiempo mucha gente quisiera enterarse de ellos, pero ¡hay que ver el trabajo que supone rebuscar en ese mar de papel, a menudo sin saber el día, ni el lugar, ni siquiera el año en que ha ocurrido el caso de que se trate! No obstante, si se recogieran en libro todos los hechos correspondientes a un año según un plan determinado y una idea bien definidea, con títulos e índices, ordenados por meses y días, esa colección podría bosquejar en un solo volumen lo típico de la vida rusa durante un año entero, a pesar de que sólo se publicaría una parte relativamente pequeña de los hechos ocurridos en tal año.

—En vez de un montón de hojas habría unos cuantos tomos gruesos; eso es todo —observó Shatov.

Pero Lizaveta justificaba ardorosamente su proyecto, no obstante la dificultad e impericia con que lo describía.

—Debería haber sólo un tomo —insistía— y no muy grueso. Pero aun si fuera grueso, debería ser de fácil manejo, pues lo importante sería el plan general y el modo de presentar los hechos. Por supuesto que no se recogería y publicaría todo. Edictos, disposiciones gubernativas, reglamentos locales, leyes, todo esto —aunque se trata de hechos, y aun muy importantes— podría quedar excluido por completo de una publicación de esa índole. Cabría omitir mucho y limitarse a escoger aquellos acontecimientos que, en mayor o menor medida, expresan la vida moral del pueblo, la personalidad del pueblo ruso en un momento dado. Claro está que podrían incluirse muchas cosas: sucesos curiosos, incendios, suscripciones públicas, toda clase de acciones buenas y malas, declaraciones y discursos, quizá también noticias de inundaciones, quizás algunos decretos gubernativos, pero en todo caso sería presentado desde un punto de vista concreto, con indicaciones aclaratorias, con cierta intención, con una idea que esclareciera todo el conjunto, la compilación entera. Y, finalmente, el libro debería ser interesante como lectura ligera, amén de ser indispensable como libro de consulta. Resultaría, como si dijéramos, un cuadro de la vida espiritual, moral, íntima, de Rusia durante un año.

—Es necesario que todo el mundo lo compre; es necesario que se convierta en un libro de cabecera —afirmó Liza—. Comprendo que todo depende del plan y por eso recurro a usted —concluyó. Estaba enardecida, y aunque su explicación había pecado de oscura e incompleta Shatov empezó a entender.

—Es decir, que será algo con cierta tendencia, una selección de hechos con una tendencia determinada —murmuró sin alzar todavía la cabeza.

—No, en absoluto. No es menester hacer la selección con intención tendenciosa. No es necesaria ninguna tendencia, sólo imparcialidad; ésa es la tendencia.

—No hay nada malo en que tenga una tendencia —Shatov comenzó a agitarse—. Será imposible evitarla en cuanto se haga cualquier selección. En la selección de los hechos quedará patente cómo hay que entenderlos. La idea de usted no está mal.

—Entonces, ¿cree usted que un libro como ése sería posible? —preguntó Liza muy contenta.

—Habrá que ver la cosa con cuidado. Se trata de un asunto de mucho vuelo. Es imposible pensarlo de una vez; hace falta experiencia. Y para cuando llegue el momento de publicar el libro apenas habremos aprendido cómo hacerlo. Quizá después de muchas tentativas. Pero la cosa vale la pena. Es una idea útil.

Levantó por fin los ojos, que brillaban de satisfacción; tan interesado estaba.

—¿Ha sido usted misma quien lo ha pensado? —preguntó a Liza con ternura y con algo como timidez.

—No hay dificultad en pensarlo; lo difícil es el plan —Liza se sonrió—. Yo entiendo poco, no soy muy lista y persigo sólo lo que me resulta claro…

—¿Persigue?

—¿No es ésa la palabra? —preguntó Liza al punto.

—Puede que lo sea. Es igual.

—Ya en el extranjero se me figuraba que yo también podría ser útil para algo. Tengo mi propio dinero, que está ahí, sin producir nada. ¿Por qué no ponerme a trabajar para la causa común? Además, esa idea se me vino por sí sola, de repente; ni siquiera pensé en ella y me causó gran alegría. Pero comprendí en seguida que resultaría imposible sin un colaborador, porque lo que es saber, yo no sé nada. Ni que decir tiene que el colaborador será también coeditor del libro. Iremos a medias: de usted serán el plan y el trabajo; la idea original y los fondos para la publicación serán los míos. ¿Se venderá el libro?

—Si lo preparamos con cuidado, se venderá.

—Le advierto que no lo hago por dinero, pero sí deseo que el libro se venda y estaré orgullosa de ganar dinero con él.

—¿Y cuál será mi papel?

—Lo nombro colaborador… a medias. Usted piense en un plan.

—¿Por qué cree usted que soy capaz de pensarlo?

—Me han hablado de usted y he oído decir aquí…, sé que es usted muy listo y… que trabaja en cosas útiles y… que piensa mucho. Piotr Stepanovich Verhovenski me habló de usted en Suiza —se apresuró a agregar—. Es un hombre muy inteligente, ¿verdad?

Shatov le dirigió una mirada fugaz y oblicua, pero en seguida volvió a bajar los ojos.

—También me habló mucho de usted Nikolai…

Shatov enrojeció de pronto.

—A propósito, aquí están los periódicos —Liza se apresuró a coger de una silla un paquete de periódicos preparados de antemano—. He tratado de señalar los datos que puedan incluirse, hacer algunas selecciones y numerarlas…; ya verá usted.

Shatov tomó el paquete.

—Lléveselo a casa y repáselo. ¿Dónde vive?

—En la calle Bogoyavlenskaya, en casa de Filippov.

—¡Ah, sí! Según dicen, allí vive también, y por lo visto junto a usted, un capitán, el señor Lebiadkin —dijo Liza hablando con la rapidez de antes.

Shatov permaneció sentado un minuto entero, con el paquete de revistas en la mano, mirando al suelo y sin decir palabra.

—Vale más que busque a otra persona para un asunto como éste. Yo no serviría para ello —dijo por fin, bajando la voz de manera extraña, casi al nivel de un murmullo.

Liza se crispó.

—¿De qué asunto habla usted? ¡Mavriki, traiga, por favor, la carta de esta mañana!

Yo también me acerqué a la mesa con Mavriki.

—Mire esto —de pronto se volvió hacia mí, desplegando la carta con gran agitación—. ¿Ha visto usted jamás algo parecido? Por favor, léala en voz alta. Necesito que también lo oiga el señor Shatov.

Con no poca consternación leí en voz alta la siguiente misiva:

A la señorita Lizaveta Tushina, dechado de belleza:

Distinguida señorita Lizaveta Nikolayevna:

¡Hay que ver qué bella está

Lizaveta Tushina

cuando cabalga a la inglesa con su pariente

y el viento juega con los rizos de su frente,

o cuando cae con su madre en la iglesia de hinojos y en ella convergen con devoción los ojos!

En espera del deleite nupcial me extasío y a ella y a su madre una lágrima envío

(compuesto por un ignorante durante una discusión).

Distinguida señorita: Lo que más me apena es no haber perdido un brazo en Sebastopol por amor a la gloria, pues ni siquiera estuve allí, ya que hice toda la campaña como proveedor de víveres de mala calidad, lo que tengo por oficio ruin.

Usted es una diosa de la antigüedad y yo no soy nada, pero entreveo el infinito. Considérelos como versos, pero nada más, porque al fin y al cabo los versos son una tontería y justifican lo que en prosa se consideraría una insolencia. ¿Puede el sol enfadarse con un infusorio si éste le escribe una poesía desde la gota de agua donde hay tantos, si se mira por un microscopio? Hasta la Sociedad Protectora de Animales de mayor tamaño, que existe en la altas esferas de Petersburgo y que siente justa compasión por el perro y el caballo, desprecia al ínfimo infusorio y ni siquiera lo menciona porque no es bastante grande. Tampoco lo soy yo. La idea del matrimonio podría parecer ridícula, pero pronto seré propietario de doscientos siervos según el cómputo antiguo, que he obtenido de un hombre que odia a la humanidad y a quien debe usted despreciar. Puedo revelar muchas cosas y hasta enviar a alguien a Siberia, para lo cual tengo documentos. La carta del infusorio es el poema.

Su muy atento servidor para lo que guste mandar.

CAPITÁN LEBIADKIN.

—Eso lo ha escrito un borracho y bribón —dije indignado—. Yo lo conozco.

—Esta carta la recibí ayer —empezó a explicar Liza con voz presurosa y rostro encendido— y comprendí al momento que era de algún necio. Todavía no se la he enseñado a mamá para evitarle más disgustos. Pero si él va a seguir con esto, no sé qué voy a hacer. Mavriki quiere ir a verle para prohibirle que vuelva a molestarme. Como yo veía en usted a un colaborador —dijo volviéndose a Shatov— y como vive usted allí, quería preguntarle qué cabe esperar todavía de él.

—Es un borracho y un bribón —murmuró Shatov como a regañadientes.

—¿Tan imbécil es?

—No. No es imbécil cuando no está borracho.

—Yo conocí a un general —observé riendo— que escribía versos idénticos a ésos.

—Lo que más bien se echa de ver por esa carta es que es un hombre astuto —interpuso el taciturno Mavriki.

—Dicen que vive con una hermana —apuntó Liza.

—Sí, con una hermana.

—¿Y es verdad lo que dicen? ¿Que la maltrata?

Shatov volvió a mirar a Liza, frunció el ceño y murmurando «¿A mí qué me importa?» se dirigió a la puerta.

—¡Ay, espere! ¿A dónde va usted? —preguntó Liza alarmada—. ¡Pero si aún nos queda mucho por hablar…!

—¿Hablar de qué? Yo mañana le daré a conocer…

—¡Pues de lo más importante, de la imprenta! Créame que no es cosa de broma, que quiero trabajar en serio —aseguraba Liza con alarma creciente—. Si decidimos publicar, ¿dónde imprimir? Ésta es la cuestión más importante, porque para ello no iríamos a Moscú y aquí las imprentas no son lo bastante buenas para encargarse de una publicación como ésa. Yo ya decidí hace tiempo adquirir una imprenta. La pondría a nombre de usted si fuera necesario, porque sé que mamá daría su consentimiento sólo si estuviera a nombre de usted…

—¿Cómo sabe que puedo trabajar de tipógrafo? —pregunto Shatov en voz sorda.

—Porque en Suiza me habló precisamente de usted Piotr Stepanovich. Dijo que usted podría encargarse de una imprenta, que conoce el oficio. Quería incluso darme una nota para usted, pero se me olvidó pedírsela.

Según recuerdo ahora, el semblante de Shatov cambió de color. Permaneció inmóvil unos segundos más y de repente salió del salón.

Liza se enojó.

—¿Se marcha siempre así? —me preguntó.

Yo iba a encogerme de hombros cuando Shatov volvió inesperadamente, fue derecho a la mesa y depositó en ella el envoltorio de periódicos que había tomado.

—No puedo ser su colaborador. No tengo tiempo…

—¿Por qué no? ¿Es que se ha enfadado? —inquirió Liza con voz dolida y suplicante.

El sonido de esa voz pareció afectarlo. La miró fijamente unos instantes como si deseara bucear en su alma.

—Es igual —murmuró—. No quiero… —y se marchó definitivamente.

Liza quedó enteramente desconcertada, más, en verdad, de lo que cabría esperar. Al menos así me lo pareció a mí.

Los demonios
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