10

Stepan me estaba esperando impaciente. Hacía una hora que había vuelto a casa. Estaba como embriagado y durante los primeros cinco minutos pensé que efectivamente lo estaba. ¡Ay, la visita a la familia Drozdov lo había sacado definitivamente de las casillas!

Mon ami! he perdido por completo el hilo… Liza…, quiero y respeto a ese ángel lo mismo que antes, lo mismísimo que antes; pero me parece que ambos me esperaban sólo para hacerme hablar, sólo para sonsacarme algo; y luego, vaya usted con Dios… Así fue.

—¿Cómo no le da a usted vergüenza? —grité sin poder contenerme.

—Amigo mío, ahora estoy completamente solo. Enfin, c’est ridicule. Figúrese, allí también no hay más que secretos. Me molieron a preguntas sobre lo de las narices y las orejas y sobre los secretos de Petersburgo. Ha sido aquí donde por primera vez se han enterado ambas de esas aventuras locales de Nikolai hace cuatro años. «Usted que estaba aquí, que lo vio todo, diga: ¿es verdad que está loco?». No comprendo de dónde puede haber salido esa idea. ¿Por qué desea tanto Praskovya que Nikolai esté loco? ¡Y lo desea, vaya si lo desea! Ce Maurice, o como se llame… Mavriki Nikolayevich, brave homme, tout de même, ¿no será acaso en provecho suyo? Y ella fue, al fin y al cabo, la primera en escribir desde París a cette pauvre amie… Enfin, esta Praskovya, como se la llama cette chère amie, es un personaje de novela, es la Korobochka de Gogol, la señora «Caja» de eterna fama, pero una Korobochka malévola, una Korobochka provocativa e infinitamente más grande de tamaño.

—Entonces será baúl más que «caja». ¿Dice usted que más grande?

—O más pequeña, da igual. Pero no me interrumpa, porque todo me está dando vueltas en la cabeza. Allí todos acabaron por pelearse, excepto Liza, que no hacía más que decir: «Tía, tía»; pero Liza es astuta y allí hay gato encerrado. Secreto. Riñó, sin embargo, con la vieja. La verdad es que cette pauvre tía los trata a todos tiránicamente… Y ahora tiene que vérselas con la gobernadora, con la falta de respeto de la sociedad, con la «falta de respeto» de Karmazinov. De pronto, también, esa idea de la locura de su hijo, ce Liputine, ce que je ne comprends pas; y dicen que se pone compresas de vinagre en la cabeza, y aquí estamos nosotros, con nuestras quejas y nuestras cartas… ¡Ay, qué malos ratos le he dado! ¡Y en una ocasión como ésta! Je suis un ingrat! Imagínese, vuelvo a casa y encuentro una carta de ella. ¡Lea, lea! ¡Oh, qué noble conducta la mía!

Me alargó una carta que acababa de recibir de Varvara. Ésta se arrepentía, al parecer, del «quédese en casa», de esa mañana. La carta era cortés y lacónica. Pedía a Stepan que fuese a verla dos días después, el domingo, a las doce en punto, y le aconsejaba que llevase consigo a cualquiera de sus amigos (daba mi nombre entre paréntesis). Por su parte prometía llamar a Shatov, como hermano de Daria Pavlovna. «Puede usted recibir de ella la respuesta definitiva. ¿Tendrá usted bastante con eso? ¿No era ésa la formalidad que buscaba usted con tanto ahínco?».

—Observe esa frase final llena de enojo acerca de la formalidad. ¡Pobre, pobre mujer, amiga mía de toda la vida! Confieso que la resolución repentina de mi destino me dejó sin aliento… Confieso que aún tenía alguna esperanza, pero ahora tout est dit y sé que todo ha concluido. C’est terrible! ¡Ah, si no existiera ese domingo y todo quedara como antes! Usted vendría a verme y yo estaría aquí…

—Esos chismes e indirectas con que ha venido Liputin hoy lo tienen a usted trastornado.

—Amigo mío, con la mejor intención ha puesto usted su dedo en otra dolorosa llaga. Esos dedos bienintencionados suelen ser crueles y, a veces, torpes; pardon, pero créame que ya casi he olvidado todo eso; mejor dicho, no lo he olvidado del todo, pero, por estupidez mía, todo el tiempo que pasé en casa de Liza traté de ser feliz y llegué a persuadirme de que lo era. Pero ahora…, ahora pienso en esa mujer magnánima, generosa, paciente con todos mis defectos… bueno, lo que se dice paciente, no del todo, pero a fin de cuentas yo soy tan raro, con este carácter tan frívolo y ruin que tengo… Soy un niño consentido, con todo el egoísmo de un niño, pero sin su inocencia, ella viene cuidándome desde hace veinte años como una niñera, cette pauvre tía, como la llama Liza afectuosamente. Y de improviso, al cabo de veinte años, el niño quiere casarse y ¡hala, a casarse!; y carta tras carta y la cabeza empapada de vinagre y miren lo que he conseguido, el domingo estaré casado y ¡vaya broma!… ¿Y por qué insistí? ¿Por qué escribí esas cartas? ¡Ah, sí, se me olvidaba! Liza adora a Daria, o al menos eso dice. Dice que «c’est un ange, sólo que algo reservada». Ambos me aconsejaban que me casase, incluso Praskovya, aunque, no, Praskovya no lo aconsejaba. ¡Oh, cuánto veneno hay encerrado en la «caja»! En realidad, tampoco Liza me lo aconsejaba. «¿Para qué casarse cuando tiene usted bastante con los placeres intelectuales?», se reía a carcajadas, pero yo se lo perdoné porque a ella también le roe algo en el corazón. Sin embargo (me decía), es imposible vivir sin una mujer. Ya se acercan los achaques de la edad y ella puede arroparlo o lo que sea… Ma foi, yo mismo, sentado aquí con usted, estaba diciéndome que la Providencia me la enviaba en el ocaso de mis años turbulentos y que ella podía arroparme, o algo por el estilo…, enfin, que sería útil para llevar la casa. Por todas partes tengo tanta basura, ¡mire cómo está todo lleno de ella! Esta mañana envié a Natasya que arreglara la habitación y todavía hay un libro en el suelo. La pauvre amie siempre está enfadada conmigo por lo de la basura… ¡Y ahora ya no volverá a oírse su voz! Vingt ans! Ellas, por lo visto, han recibido cartas anónimas. Figúrese, se dice que Nikolai ha vendido su finca a Lebiadkin. C’est un monstre; et enfin, ¿quién es ese Lebiadkin? Liza escucha, escucha, ¡y cómo escucha! Yo le perdoné su carcajada porque vi con qué cara estaba escuchando y ce Maurice… No quisiera estar yo ahora en su lugar, brave homme tout de même; aunque algo encogido; pero allá se las arregle…

Calló, al fin, cansado y confuso. Se sentó con la cabeza gacha, clavando en el suelo sus ojos fatigados. Yo aproveché la pausa para hablarle de mi visita a la casa de Filippov, y clara y secamente expresé mi opinión de que, en efecto, la hermana de Lebiadkin (a quien no había visto) muy bien podía haber sido alguna víctima de Nikolai, en un período misterioso de la vida de éste, como decía Liputin, y que bien podía ser que Lebiadkin recibiese dinero de Nikolai por algún concepto, pero que eso era todo. En cuanto a los rumores acerca de Daria, eran simplemente sandeces, despropósitos del canalla de Liputin; al menos así lo afirmaba rotundamente Aleksei Nilych y no había motivo para desconfiar de su palabra. Stepan escuchaba mis razones con semblante distraído, como si nada tuviera que ver con él. Yo, de paso, conté mi conversación con Kirillov y agregué que quizá estuviese loco.

—Loco no está, pero es gente de ideas mezquinas —musitó vagamente y a regañadientes—. Ces gens-là supposent la nature et la société humaine autres que Dieu les faites et qu’elles le sont réellement. Hay quien coquetea con esa gente, pero Stepan no es de los que lo hacen. Ya los vi en Petersburgo, en aquella ocasión, avec cette chère amie (¡oh, cuánto la ofendí entonces!), y no me asusté ni de sus insultos ni de sus alabanzas. Tampoco me asusto ahora mais parlons d’autre chose… Me parece que he hecho algo horrendo. Imagínese que ayer envié a Daria una carta… ¡y cómo reniego de haberlo hecho!

—¿Sobre qué le escribió usted?

—Amigo mío, créame que lo hice con una noble intención. Le dije que había escrito a Nikolai cinco días antes y también con una noble intención.

—¡Ya caigo! —exclamé sulfurado—. ¿Y qué derecho tenía usted de enlazar sus nombres de esa manera?

—Bueno, mon cher, no acabe usted por aplastarme del todo, no me grite, que bien aplastado estoy ya, aplastado como…, como una cucaracha; y, al fin y al cabo, sigo pensando que lo hice con una noble intención. Supóngase que efectivamente hubo algo… en Suisse… o que algo empezó allí. ¿No debo preguntar de antemano a los corazones de ambos para… enfin, para no entrometerme y no convertirme en un obstáculo en su camino…? Lo he hecho sólo con una noble intención.

—¡Ay, Dios, qué estúpidamente ha obrado usted! —exclamé sin querer.

—¡Estúpidamente! —confirmó hasta con ansia—; nunca ha dicho usted cosa más sensata, c’etait bête, mais que faire, tout est dit. De todos modos, me voy a casar, aun con «pecados ajenos». Así pues, ¿a santo de qué escribir? ¿No es eso?

—¡Vuelta a lo mismo!

—¡Ah, ahora no me asusta usted con sus gritos! ¡Ahora tiene usted delante a otro Stepan, el anterior está enterrado! Enfin, tout est dit. ¿Y por qué grita? Sólo porque usted no tiene que casarse y no necesita llevar el consabido adorno en la cabeza. ¿Qué? ¿Acusa usted el golpe? Pobre amigo mío, usted no conoce a las mujeres y yo no he hecho más que estudiarlas. «Si quieres conquistar el mundo entero, conquístate a ti mismo», eso es lo único que ha logrado decir bien otro romántico como usted, Shatov, el hermano de mi prometida. Con gusto hago mía esa máxima suya. Pues bien, yo también estoy dispuesto a conquistarme a mí mismo y me casaré, pero ¿qué es lo que conquisto con eso, en lugar del mundo entero? ¡Oh, amigo mío, el matrimonio es la muerte moral de todo espíritu orgulloso, de toda independencia! La vida conyugal me corromperá, agotará mis energías, mi valor para servir a la causa común. Llegarán los hijos, quizá no míos, por supuesto no míos; al sabio no le aterra mirar la verdad cara a cara… Liputin habló esta mañana de protegerse de Nikolai con barricadas. Liputin es un necio. La mujer engañará al mismísimo ojo omnividente. Le bon Dieu ya sabía, por supuesto, a lo que se exponía cuando creó a la mujer, pero yo estoy seguro de que ella misma tomó cartas en el asunto y se hizo crear de esa manera y… con esos atributos. De otro modo, ¿quién habría querido echarse encima tantas molestias de balde? Bien sé que Natasya puede enfadarse conmigo por mi libre pensamiento, pero. Enfin, tout est dit.

No sería él si pudiese prescindir de ese librepensamiento barato y sofístico tan en boga en su época, pero ahora por lo menos la sofística le servía de consuelo aunque no por mucho tiempo.

—¡Ay, si nunca llegase ese pasado mañana, ese domingo! —exclamó de pronto, pero con desesperación genuina—. ¿Por qué no podría haber una semana tan sólo, ésta, sin domingo… si le miracle existe? ¿Qué le costaría a la Providencia borrar del calendario este único domingo, aunque sólo fuera para demostrar su omnipotencia a un ateo et que tout sois dit? ¡Oh, cuánto la he amado! Veinte años, veinte años, nada menos, ¡y nunca me ha comprendido!

—Pero ¿de quién habla? ¡No le entiendo! —pregunté sorprendido.

Vingt ans! ¡Y no me ha comprendido una sola vez! ¡Eso es cruel! ¿Y pensará que me caso por terror, por necesidad? ¡Qué error! Tía, tía, lo hago por ti… ¡Oh, que lo sepa, que sepa que ha sido la única mujer que he adorado durante veinte años! ¡Debe saberlo! ¡De lo contrario no habrá boda, como no me lleven arrastrando a ce qu’on appelle el pie del altar!

Fue la primera vez que le oí esa confesión, y hecha con tanta energía. Confieso que me produjo muchas ganas de reír. Pero no tenía razón.

—¡Ahora no me queda más que él, mi única esperanza! —dijo abriendo de improviso los brazos como agitado por un nuevo pensamiento—. Ahora sólo él, mi pobre muchacho, me podrá salvar y… ¡Ay! ¿Por qué no viene? ¡Ay, hijo mío, mi Petrusha…! Aunque soy indigno de llamarme padre y más bien debiera llamarme tigre, pero… laissez-moi, mon ami, quiero echarme un ratito a ver si pongo mi cabeza en orden. Estoy tan cansado…, y también es hora de que se acueste usted… voyez-vous, son las doce…

Los demonios
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