La impopularidad de Chaplin en los Estados Unidos se volvía un problema cotidiano para su familia. En el restaurante, la gente se levantaba para llamarle «rojo» o «bolchevique». En Hollywood evitaban a Charlie y a Oona. En Nochevieja ahuyentaban a las demás estrellas. El fracaso de Monsieur Verdoux les causó una pena infinita. Se sentían cada vez más despreciados, y no sólo por los republicanos. Un día, alguien escupió a Oona en plena calle. La agresividad se volvía palpable. Charlie se negó por tres veces a testificar ante la Comisión de Actividades Antiamericanas. Abatido, se puso a escribir una historia de amor entre un actor olvidado y una joven bailarina a la que éste salva del suicidio. Será Limelight (Candilejas), su última película americana: un melodrama almibarado en el que se evapora toda la belleza del cine mudo de Chaplin. Él mismo lo había predicho: «El día que hable, seré un actor como los demás.» En los años veinte, el gran hallazgo de Chaplin había consistido en ralentizar el ritmo de lo burlesco, pero ese hallazgo sólo funcionaba en ausencia de diálogos. La gente se encariñaba con su antihéroe conmovedor, borracho y ligón, capaz de hacernos llorar y reír mientras robaba un caramelo a un niño o se lanzaba un cigarrillo por encima del hombro para propinarle un puntapié. A partir del momento en que empieza a sermonearnos con grandes discursos sentenciosos, pierde toda su magia y su misterio. (Lo mejor de Candilejas es Claire Bloom, que más tarde se casaría con Philip Roth.)

El ambiente de caza de brujas en Los Ángeles es tan pronunciado que, en octubre de 1952, Chaplin decide estrenar Candilejas en Londres. Él y Oona toman el barco con sus cuatro hijos (Geraldine, Michael, Josephine y Victoria) para cruzar el Atlántico. J. Edgar Hoover, director del FBI, aprovecha la ocasión para pasar a la acción. A bordo del Queen Elizabeth, el matrimonio recibe un teletipo de los servicios de inmigración comunicándoles que se prohíbe a Mister Chaplin la entrada en los Estados Unidos, y que no volverá a obtener ningún visado hasta que responda de los cargos de «infamias morales y políticas» ante el Consejo de Investigaciones del Departamento de Inmigración. Paralelamente, el fiscal general estadounidense anuncia la apertura de una investigación sobre Chaplin. (Aún hoy, cualquiera que visite los Estados Unidos debe responder esta pregunta: «¿Es usted comunista?» Si contesta afirmativamente, le esperan largas horas de interrogatorio.) Todos los periódicos abren con titulares sobre el «destierro» de Charlie Chaplin. A su llegada a Londres, y luego a París, el cineasta es recibido triunfalmente. El 29 de octubre de 1952, en una rueda de prensa celebrada en el Hotel Ritz, Chaplin declara que nunca más volverá a pisar los Estados Unidos.

Como muchos ricos, Oona y Charlie deciden instalarse en Suiza, junto al lago Lemán. ¡Lo malo es que toda su fortuna se encuentra en California! El 17 de noviembre de 1952, Oona se encargará de recuperar el dinero en el más absoluto secreto. Toma un avión de Londres a Los Ángeles con el pretexto de asistir al consejo de administración de United Artists. En realidad, se precipita hacia Summit Drive para despedir a todo el personal y poner la casa en venta; luego se presenta en el despacho del abogado de Charlie para vender sus acciones. Con los poderes otorgados por su marido, vacía todos los cofres del Bank of America y recupera las copias originales de todas las películas de Charlot. Transfiere todo el dinero que puede mediante cheques y giros a cuentas europeas y retira el resto en billetes de mil dólares, que manda coser bajo el forro de su abrigo de visón. Luego toma un avión a Londres, en el que suda en abundancia sin quitarse en ningún momento el abrigo que contiene millones de dólares. Scorsese ha reproducido no hace mucho la escena en El lobo de Wall Street. Al año siguiente, Oona renuncia a la nacionalidad estadounidense y adopta la británica. Chaplin no volverá a Los Ángeles más que para recibir un Oscar honorífico en 1972, con un visado excepcional de quince días, en la que, a día de hoy, sigue siendo la standing ovation más larga de la historia de estos premios. Reto a cualquier ser humano a contemplar la secuencia sin hacer uso de numerosos pañuelos.