Jerry ignora cuántas semanas lleva yaciendo en esa cama de hospital. Lo único que recuerda es su intento de suicidio, completamente fracasado, por ingestión de vino del Médoc. Ahora bebe caldo de pollo alemán, mimado por enfermeras de Arkansas, y las ventanas tienen barrotes.
El silencio le sienta bien. Se pasa el día repitiendo la misma palabra: Fubar. Estoy Fubar. Son las siglas de «Fucked Up Beyond All Recognition».
Servicio psiquiátrico del hospital de Núremberg, julio de 1945.
Querida Oona:
La píldora azul 88 hace dormir durante veinticuatro horas; me han dado tres.
La guerra genera una situación extraña. Un país ataca a otro por sorpresa. Lo destruye con lanzallamas, saquea sus riquezas y se instala en sus casas. Otro país acude al rescate. Entonces se produce la situación extraña de la que te hablaba: Jim ametralla a Hans, que hiere a Bob, que destripa a Kurt. Estos cuatro chicos no se conocen. A lo mejor si alguien los hubiera presentado en un salón se habrían caído bien y habrían tomado unas cervezas juntos. Pero eso no ha sido posible: se cercenan los brazos y ya no se recuperarán. Aun cuando sobrevivan a las heridas físicas, ya nunca pensarán en otra cosa que no sea ese día. Por no hablar de las horribles consecuencias para los hijos y nietos de Jim, Hans, Bob y Kurt.
Lo más duro de todo era el ruido. Cuando avanzaba entre mis camaradas, que caían uno tras otro para recoger sus pies, arrancados de cuajo, me repetía una sola cosa, como un mantra: «Cierra el pico, cierra el pico, cierra el pico...» El objetivo de la guerra es hacer callar los cañones. No he matado a mucha gente, pero recuerdo a un soldado que observé con atención, tranquilamente, antes de apretar poco a poco el gatillo de mi M1. Como en una película a cámara lenta, vi cómo la cabeza se le partía en dos al entrarle mi bala por la mejilla derecha. Me resultó terriblemente tranquilizador saber que había muerto él y no yo. El objetivo de la guerra no es buscar la paz, es que te dejen en paz. Apagar, borrar, restregar el humo que me pica en los ojos desde hace tres años. Smoke Gets in Your Eyes, ¿te acuerdas? Tomar un baño caliente y lavarlo todo, bajar el volumen. Aquí me ducho diez veces al día. Cuando estoy seco vuelvo a empezar, pero nunca estoy limpio. Siempre se oye el zumbido incesante de las moscas, ese ruido de fondo interminable que te vuelve loco. No más sonidos, no más imágenes, por compasión. Si hubiera que recordar un único ruido de la guerra, sería el silbido de las balas que perforan a los hombres, como una hoja de afeitar cortando una sandía. Es curioso, las subidas de adrenalina que provoca el combate nos hacen volver histéricos, luego nos dejan totalmente postrados. No sé cómo explicártelo: el miedo puede tirarte al suelo y dejarte inmóvil, como un paro cardíaco. Aquí, a esa enfermedad algunos la llaman neurosis de guerra. Y en francés obusite, obusitis, o sea ¡alergia a los obuses! ¡Como si hubiera humanos que disfrutaran de la compañía de los obuses! Lo que es yo, ¡no he conocido jamás a ningún obusófilo! En la batalla nunca ocurre nada según lo previsto. Dicen que uno de cada cuatro soldados padece problemas neuropsiquiátricos: para mí que son el cien por cien, lo que pasa es que los más zumbados son esas tres cuartas partes que fingen estar bien. Nunca comprendemos bien lo que ocurre en el teatro de operaciones. Por mucho que hayas visto los mapas de estado mayor, hayas escuchado las instrucciones del general y hayas seguido los cursos de táctica militar, una vez sobre el terreno reina el desbarajuste absoluto y cada cual va por su lado. Patton dice que el secreto es «moverse y disparar al mismo tiempo». Se le olvida decir que también gritar sienta bien. En las películas, los soldados son silenciosos y felinos. En la realidad, berreamos como vikingos.
Jerry