Fue entonces cuando Jerome David Salinger empezó a imaginar su personaje Holden Caulfield, que ya había aparecido en varios de sus relatos publicados («El último día del último permiso» en julio de 1944, «Este sándwich no tiene mayonesa» en octubre de 1945, «El desconocido» en diciembre de 1945, «Estoy loco» en diciembre de 1945, «Leve rebelión cerca de Madison» en diciembre de 1946) o rechazados por los periódicos («El último y mejor de los Peter Pan», 1942, «El océano lleno de bolas de bolos», 1945). De modo que imagina a Holden Caulfield en tratamiento por problemas mentales en una clínica psiquiátrica tras una fuga a Nueva York. Y empieza a anotar la famosa frase: «Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.»
En 1951, J. D. Salinger pública El guardián entre el centeno. Es la desesperación de un veterano de la Segunda Guerra Mundial trasplantada al corazón de un adolescente neoyorquino. La novela fue rechazada por The New Yorker y por el editor Giroux (que también rechazó En el camino, de Kerouac). Aceptada al fin por Little, Brown and Company, sale publicada el 16 de julio de 1951 a un precio de tres dólares. Salinger es un autor respetado en el medio literario por sus relatos aparecidos en The New Yorker: «Un día perfecto para el pez plátano», en 1948, y «Para Esmé, con amor y sordidez», en 1950. El guardián entre el centeno recibe elogios inmediatos de Faulkner y Beckett. Jerry no hará ninguna «promo».
«Soy incapaz de explicar lo que he querido escribir», dirá para rechazar todas las entrevistas.
¿El mensaje del libro? O te conformas con el modo de vida del empleado medio, o terminas en el manicomio. A partir de 1951, el hospital psiquiátrico es el horizonte de los espíritus libres en el sistema capitalista.
Al cabo de tres meses, el libro alcanzó el cuarto puesto en la lista de los más vendidos de The New York Times, que sin embargo lo criticó duramente. Desde hace sesenta años, se venden un millón de ejemplares al año. Un éxito y unas consecuencias en la sociedad que sólo tienen un equivalente en Francia: el de Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, publicado tres años más tarde.