Kaufering, 30 de abril de 1945

Querida Oona:

Durante toda mi vida me avergonzaré de no haber entrado antes en el Lager. Por mucho que sepa que no soy culpable, no podré evitar reprochármelo. Durante los interrogatorios a los prisioneros, he podido darme cuenta de que no hay diferencia entre los alemanes y nosotros. Un cúmulo de circunstancias ha llevado a ese espectáculo inaudito y yo soy una de las causas, aunque remota, de tal degradación. Cualquier persona que viviera en ese momento fue un cómplice cercano o lejano, voluntario o involuntario, de las razones históricas que condujeron a la humanidad al infierno. Escribo esto para redimirme, aunque en vano. Los supervivientes pedían comida, les dimos nuestras raciones concentradas y varias decenas murieron al día siguiente. Habríamos podido bombardear las vías de tren, las torres de observación y los hornos. ¿Por qué hemos tardado tres años en venir aquí? Un telegrama del Ejército Rojo acaba de informarnos del suicidio de Hitler en un sótano de Berlín. Me niego a ser absuelto del crimen, todos tendremos que pagar por esta anomalía de nuestra especie, un día u otro tendremos que rendir cuentas por lo que ha ocurrido aquí.

Por hacer el tonto, me dejé el mismo bigote que Hitler y Chaplin, pero me lo afeité ayer.

Feliz de saberte protegida de toda esta agitación.

Jerome