En 1945, la guerra no terminaba de terminar. California estaba sumida en la paranoia. Esta vez no había duda: los japoneses bombardearían Los Ángeles. Tenían dirigibles enormes y submarinos escondidos en la bahía de San Francisco. Un amigo que trabajaba en el contraespionaje hablaba de un ataque inminente sobre Hollywood, había que excavar urgentemente refugios subterráneos en el parque, muy pronto Beverly Hills sufriría un Blitz peor que el de Londres. En Malibú, algunas mansiones de millonarios estaban protegidas por metralletas antiaéreas. Oona no soportaba más toda esa propaganda interminable: «Fuera los japos» en banderolas, y todos los estadounidenses de origen japonés deportados a campos situados en el desierto, entre ellos el mayordomo de Chaplin, Frank Yonamori. Y entonces llegó el 6 de agosto, el día de Hiroshima. Al oír la noticia, Oona escupió el té en el jardín. Al cabo de tres días, Nagasaki fue también arrasada. Kioto se libró por los pelos de la bomba atómica porque un alto mando norteamericano había pasado ahí las vacaciones. Los californianos bailaban por las calles, festejaban la explosión del arma secreta que liquidaba a los japoneses. Fue el verano que vaporizó a doscientos mil civiles: el gobierno de los Estados Unidos ofrecía a sus ciudadanos unos fuegos artificiales patrióticos en forma de champiñón. Los titulares de los periódicos celebraban la masacre. Hasta la capitulación nipona (el 2 de septiembre), Charlie y Oona no salieron de su casa. No entendían el entusiasmo de sus convecinos. Oona sufrió náuseas durante todo el mes de agosto. Volvía a estar embarazada. A partir de ese verano de 1945, la brecha entre Charlie Chaplin y Hollywood no haría sino agrandarse. El entorno del cine le había perdonado sus arrestos por borrachera manifiesta y pública en pleno Hollywood Boulevard, sus carreras a caballo con Douglas Fairbanks delante de Musso & Frank (el último en llegar pagaba el almuerzo), sus extravagancias sentimentales y sexuales, pero no le perdonó jamás su apoyo a la Unión Soviética durante la guerra, ni su reticencia a celebrar Hiroshima y Nagasaki, ni su mala leche de inmigrante británico que continuaba vistiéndose en Anderson & Sheppard (Savile Row, Londres) y no se relacionaba con los americanos. En sus cócteles dominicales, Charles Chaplin recibía a Jean Renoir, Evelyn Waugh, H. G. Wells, Albert Einstein, Thomas Mann y Bertolt Brecht. Christopher Isherwood sufrió un coma etílico y se meó encima del sofá del salón. Dylan Thomas condujo borracho perdido con Shelley Winters por el parque hasta la pista de tenis: por suerte, la carrera del cabriolé fue frenada por la red. Chaplin miraba a Hollywood por encima del hombro, y Hollywood se lo haría pagar: en pocos años, el hombre más popular de los Estados Unidos se convirtió en su enemigo público número uno. Lo acusaron de no ser patriota, de haber apoyado a los comunistas en un mitin a favor del «segundo frente» que se celebró en el Madison Square Garden el 22 de julio de 1942 (donde hizo estallar de risa involuntariamente a la sala empezando su discurso con un «¡Camaradas!») y de rechazar la nacionalidad estadounidense. Incluso el discurso final de El gran dictador, esos seis minutos en los que Chaplin hablaba por primera vez en el cine, pronunciando un elogio idealista de un humanismo internacionalista, ¡fue considerado ultraizquierdista! A día de hoy, el fundador de United Artists, el creador del cine moderno, el inventor del mito hollywoodiense, todavía no tiene la huella de su mano gravada frente al Chinese Theatre, mientras que Hugo Boss, que fabricó los uniformes de las SS, de las Juventudes Hitlerianas y de la Wehrmacht, posee un flagship store en Rodeo Drive. Y mientras los BMW y los Mercedes, cuyos motores construidos por los judíos deportados/esclavos de los campos de concentración fueron los principales artífices de la Blitzkrieg, desfilan por las calles de Beverly Hills. Le pregunté al portero del cine más famoso del mundo por qué Chaplin no estaba presente en su acera. Me respondió: «Because he was a commie!» Entonces, ¿era mejor ser nazi?