Julio de 1942
Querida Oona:
He recibido una buena y una mala noticia sobre ti leyendo los periódicos.
La buena noticia es que por fin muestras interés por lo que ocurre fuera del Plaza. Estabas muy fotogénica en esa imagen de Life en la que se te veía en el Lafayette Hotel enrollando vendas para la guerra en Rusia. También te he visto en un anuncio de champú, tomándote un baño de espuma y en traje de baño al borde de una piscina, encaramada a los hombros de un chico. Es una bonita manera de mostrar tu patriotismo. Sea como sea, esas imágenes han coloreado mi cuartel gris. Por resumirte lo que he aprendido en estos últimos meses: en la guerra, en lugar de confeti se lanzan granadas. Ya ves, mi vida no es tan diferente de la tuya. Lo importante es saber lanzar cosas al aire y evitar ponerse debajo cuando vuelvan a caer.
La mala noticia es ese rumor que te atribuye una relación con Charlie Chaplin. Te tiras a un viejo inglés con problemas de próstata y que toma pastillas de cantárida para ver si logra despertar a su pobre miembro ajado. No sé si hay que reírse a carcajadas o llorar a moco tendido ante tamaña abyección.
Debería haberte estrangulado la noche en que nos conocimos. No me decidí, me dio pereza. Deseaba morir en la guerra, pero ya no quiero, puesto que no serviría de nada: ni siquiera me echarías de menos. ¿Te acuerdas de nuestras conversaciones de borrachos en aquel maldito boardwalk de Point Pleasant? Me dijiste que serías una bella viuda, pero ¿cómo quieres ser mi viuda si te casas con otro? Si me muero, no serás nada y no te acordarás de nada. Atención, esto no es una petición de matrimonio, sino un breve instante de insurrección contra tu indiferencia. Citas a Willa, pero pasas por alto lo esencial: «el precioso, el incomunicable pasado» desaparece para siempre cuando la persona muere y los recuerdos se esfuman con ella. Cada muerte es un enorme montón de cosas borradas.
Me han encargado que instruya a los oficiales alumnos de la escuela de aviación del ejército del aire en Bainbridge, Georgia. Curiosamente, me gusta explicar a los jóvenes cómo matar nazis, me vuelvo generoso y amable en el contacto con los reclutas. Terminaré de profesor de instituto, con ejercicios por corregir, una pipa de maíz y quevedos. Es agradable ser responsable de los demás, puedes terminar aficionándote a ello. Trato de tranquilizarlos prometiéndoles láudano. Creo que soy incapaz de abandonar la escuela, me gusta esa atmósfera, ese sentirse menos solo y al mismo tiempo poder mandar a todo el mundo a freír espárragos para pasear por el campo. Tenía razón al desconfiar de ti, pero habría hecho mejor en desconfiar de mí.
Te dejo, unos reclutas se han estado encendiendo los pedos con un mechero y uno se ha quemado gravemente el culo. Ya ves, esta guerra es extremadamente peligrosa.
Adiós oficial a la Irlandesa Destartalada de Beverly Hills. Tú eras mi láudano. Esta privación es como una amputación.
Jerry