EPÍLOGO
Alexia Salazar De Anda llegó al mundo con un fuerte chillido, indicando que venía con todo para enfrentarse a la vida.
Cinthya era feliz viviendo en la propiedad de Las tres ánimas, que bajo el experto manejo de Alex, era próspera y rentable. Ella compaginaba a la perfección su trabajo como fotógrafa y su recién estrenada maternidad. Aunque la llegada de Alexia no fue algo planeado, no podía ser más perfecta, llegó justo cuanto tenía que llegar.
Alex era un excelente padre y compañero de vida, soportaba estoico todas sus locuras y le plantaba un «estate quieta» cuando era necesario. La apoyaba en todos sus proyectos y jamás mutilaba sus alas, al contrario, la impulsaba a volar cada vez más alto.
La relación con su madre mejoró un poco, era imposible salvar de la noche a la mañana el gran abismo que se creó con los años, por lo que decidieron dejar que el tiempo se encargara.
Dante y Lizzy estaban a la espera de su primer hijo, el cual, según los ultrasonidos, era un niño.
Karla hacía tiempo que había sido dada de alta, pero tenía que asistir a terapia dos veces por semana. Jake había dejado su trabajo como stripper y ahora formaba parte de la flotilla de ingenieros en una compañía de renombre, propiedad de un amigo de José de Anda, que, por cierto, no había tenido inconveniente en recomendarlo.
Amparada por la sombra del gran álamo, por el que tantas veces trepó de niña, Cinthya contemplaba el paisaje. Alexia descansaba sobre el pecho de su padre que se había quedado dormido sobre la manta después de comer. Guardó los restos de la comida en la cesta para picnic.
Se tomó unos minutos para, en silencio, contemplar a sus dos amores. No perdió la oportunidad de inmortalizar ese momento en una fotografía: la cabecilla dorada recargada en el amplio pecho masculino, los fuertes brazos que sostenían con amor y ternura el frágil cuerpecito de su hija, protegiéndola. Sabía con toda certeza que Alex daría su vida por ellas.
—Mi bello Alex —susurró mientras lo contemplaba con adoración y le retiraba un rubio mechón de la frente. A petición suya, él volvía a llevar el cabello largo.
Era el hombre más hermoso que jamás hubiese visto, no se cansaba de admirarlo. No solo era su atractivo físico lo que la tenía completamente enamorada, era todo él en conjunto: su madurez, la lealtad hacia su gente, su gran corazón, la forma en cómo se desempeñaba con sus trabajadores y cuidaba de los más desprotegidos. Su temple y carácter, el cual sacaba cuando era necesario. Eso sin contar con su lado tierno y algunas veces salvaje que le mostraba a ella en la intimidad de su habitación. Compartir cama con él noche a noche era algo más que sexo.
De pronto llegaron a su mente las palabras que Maricela una vez le dijera: «la cama donde le entregas a tu pareja no solo tu cuerpo, sino la vida misma, es sagrada, y corromperla es un sacrilegio…».
En un principio, ella no comprendía de qué hablaba su amiga, solo veía la infidelidad de Javier y punto. Ahora sabía que había más que sexo implicado, se trataba de algo íntimo, una complicidad única, algo que no se bebe compartir con nadie más que con tu pareja.
¿Estaría siendo una cobarde al negarse por completo al compromiso? Ella no creía en el matrimonio, pero Alex sí, para él era algo importante y de valor. ¿Qué le costaba ceder si con ello lograba que él estuviera en paz?
Noche a noche se entregaba a él completa, sin reservas ni caretas. ¿Entonces? ¿De dónde surgía ese miedo absurdo? Maricela tenía razón, más compromiso que el que había entre ellos no existía.
«Arriésgate, Cinthya, el amor vale la pena…». Las palabras de su amiga resonaban en su cabeza.
Solo Alex conocía su lado más vulnerable, le había demostrado que valoraba sus virtudes, pero, sobre todo, que amaba sus defectos, respetaba sus gustos y alentaba sus proyectos. Quizá era tiempo de bajar un poco la guardia, dejar los miedos atrás y dejarse cazar. Y ¿por qué no?, celebrarlo con una tarta de manzana…
FIN