CAPÍTULO X
Alex observó molesto como Cinthya se paseaba por la pasarela, sonreía, daba una vuelta y regresaba para colocarse junto a la locutora en espera de su precio final.
Un grupo de chicos, que estaba a unas cuantas mesas de ellos, no le habían quitado los ojos de encima a Cinthya en toda la noche. Al verla en la pasarela, lista para ser vendida, comenzaron a lanzarle piropos al tiempo que competían entre sí para obtenerla.
Las pugnas de los chicos alcanzaron cifras insospechadas, al parecer, los Juniors de la mesa de al lado no estaban dispuestos a dejarla pasar. Más que furioso, Alex se puso de pie y con voz potente dijo:
—Pago el doble de lo que ofrezcan. —Sin esperar respuesta y ante la mirada atónita de todos los presentes, entregó su tarjeta de crédito al encargado, se dirigió a la pasarela, agarró a Cinthya por las piernas, se la echó al hombro como si fuera un costal de patatas y con pasó decidido la sacó del lugar.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó un elemento del cuerpo de seguridad del pub.
—Sí, no se preocupe, es solo una riña entre hermanos —respondió tranquila, a lo que el hombre se dio media vuelta y regresó a su sitio junto a la salida de emergencias.
—¿Se puede saber qué demonios hacías arriba del escenario? ¿Cómo diablos conseguiste colarte? ¡Por Dios, Cinthya!, ¡ni siquiera eres estudiante! —explotó Alex iracundo—. ¿Cuál es tu excusa para venderte como una mujerzuela?
—¿Qué? —gritó irritada.
—Es increíble la facilidad que tienes para crear problemas, eres tan casquivana que no te importa nada con tal de satisfacer tu lujuria. Esos tipos...
—Esos tipos, ¿qué?... —vociferó furiosa—. Sólo estaban divirtiéndose, algo normal y saludable para jóvenes de nuestra edad. ¿Por qué tienes que ser tan mal pensado?
—Tengo motivos de sobra para serlo, ¿o ya se te olvidó como te me ofreciste en tu cumpleaños dieciséis o en aquella Navidad? Prácticamente me arrancaste la ropa, y hace unas horas, en el baño de la casa… no necesito decir más, ¿o sí?
—Eres un… un… —Cinthya bufaba por la rabia que sentía, el muy miserable había sacado a colación aquel capítulo tan desagradable y doloroso de su vida.
Alex se pasó la mano por el cabello y respiró hondo para calmarse, las cosas estaban yendo demasiado lejos y no quería decir algo de lo que tuviera que arrepentirse después, a fin de cuentas, era un caballero y no estaba comportándose como tal.
—Escucha, esos tipos solo querían divertirse contigo, por no decir otra cosa. Si hubieras oído lo que decían sobre tu trasero, huirías a kilómetros de distancia de ellos.
—¿Y? ¿Cuál es el problema? —Estaba por decir que ella no pensaba exponerse, que ni loca aceptaría salir fuera del pub con cualquiera de ellos y que se limitaría a acompañarlos un rato, que era lo estipulado en la subasta, cuando, de pronto, Alex la agarró por los hombros y la sacudió con fuerza.
—¿!Y¡? ¿Es eso lo que querías? ¿Revolcarte con ellos? Dime, Cinthya, ¿pensabas irte con uno o tenías planeada una desenfrenada orgía para mitigar tu insaciable apetito sexual? Quizá…
—Debería abofetearte por esto —lo interrumpió, disimulando su rabia e indignación con una sonrisa cínica—. Aunque… pensándolo bien, me gusta tu idea, ¿qué propones, Alex? ¿Quieres que vayamos todos a un hotel?, ¿o tenías pensado algún otro lugar? Porque no creo que a mis padres les agrade que organicemos tal evento en su casa. De mi quizá no los sorprenda, pero de ti, imagina la decepción de mi madre si supiera de tus oscuros deseos… —Recurrió a la insolencia para mitigar su amargura, Alex siempre creería lo peor de ella, este último agravio se lo había dejado más que claro.
—Estás loca si crees que voy a permitirlo, ¿entendiste? —declaró amenazante—. Mientras estés en México, me aseguraré de mantenerte vigilada para evitar uno de tus acostumbrados escándalos.
—Estás enfermo de la cabeza, Alejandro. —Se toqueteó la sien para enfatizar locura. Herida, se dio media vuelta con la intención de regresar con los demás cuando Alex la cogió con fuerza del brazo.
—¿A dónde crees que vas? He pagado mucho dinero por ti y pienso cobrarme con creces. —La aprisionó con sus brazos y estaba por besarla cuando la puerta de emergencias se abrió dando paso a toda la comitiva. Alex la soltó de inmediato, no sin antes lanzarle una mirada de advertencia—. Tú y yo no hemos terminado, Afrodita —le susurró al oído.
—Estaba por sermonearte por lo de la subasta, pero por sus caras, supongo que Alex se me adelantó —expuso Dante con semblante serio.
«Y de qué manera», pensó Cinthya con amargura. Jake avanzó hacia ella y, con una sonrisa divertida, comentó:
—¿Alguien puede explicarme qué sucede aquí? Me retiro unos minutos al sanitario y cuando regreso a la mesa, me encuentro con que mi petite amie ha sido vendida y con que mis acompañantes decidieron abandonar el lugar. Por fortuna, bébé, fuiste adjudicada a Alex, que es como tu hermano, si no, habría tenido que retar a duelo a más de uno de esos tipos. —hizo el último comentario con saña, pues sabía que el «como tu hermano» sería un gancho al hígado para Alex—. Te debo una, mon ami, te devolveré lo que pagaste, sólo dime cuánto…
—No me debes nada, déjalo así, Jake —habló apretando la mandíbula. No estaba dispuesto a recibir el dinero del mequetrefe ese, si lo hacía, estaría obligado a renunciar al derecho de reclamar su premio, y por ningún motivo pensaba hacerlo.
—Cielo, Bárbara ya nos contó lo que pasó —intervino Lizzy, la tomó de la cintura y juntas caminaron hacia el auto—. Será mejor que nos vayamos a otro sitio. Conozco un bonito lugar donde tienen karaoke. Es mi última noche de soltera en la ciudad y quiero pasarlo bien en compañía de mis mejores amigos.
Cinthya estuvo a punto de declinar la invitación, lo que menos le apetecía era seguir de fiesta, pero su yo malvado le dijo que eso era lo que Alex quería, que se recluyera en la soledad de su habitación, y eso sí que no iba a permitirlo, no le daría ese gusto.
Decidida a pasarlo bien a pesar de todo, cambió de actitud y recuperó su habitual alegría; minutos después, el penoso incidente parecía nunca haber ocurrido. Agradeció al cielo que Alex y Karla se trasladaran en otro automóvil, eso le concedía algo de tiempo para mentalizarse a seguir soportando su torturante presencia.
Nada más llegar, el lugar le encantó, estaba pintado con colores fuertes, azul rey, rosa mexicano, naranja, verde… La decoración era muy tradicional, con sarapes11 y sombreros de charro12 colgados en las paredes, así como pósters de los mayores exponentes del género ranchero: Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, José Alfredo Jiménez… Había papel picado colgando del techo, y las mesas, rodeadas de sillas tejidas en bejuco, lucían unos coloridos manteles.
—Tenías razón, Lizzy, me gusta mucho este lugar —expresó impresionada.
—Y eso que no has probado la comida, tienen toda clase de antojitos mexicanos: enchiladas, sopes, huaraches, flautas, tacos dorados, tlacoyos, pozole…
—Calla, que ya me dio hambre —comentó sobándose la barriga.
—Pero si ya cenamos —refutó Lizzy con una amplia sonrisa.
—Al parecer, Alex tiene razón y mi apetito es insaciable. —Le dedicó una mirada de reproche, la cual él soportó estoico.
Alex se sentía avergonzado por los comentarios hirientes que le hizo, aunque en su defensa podía argumentar que Cinthya tenía la cualidad de romper su equilibrio y sacarlo de quicio.
El escenario estaba muy concurrido, el karaoke era muy variado, diferentes géneros sonaban acompañados de algunas voces buenas, unas malas, y otras pésimas, pero eso sí, todos cantaban con mucho sentimiento.
Maricela, Bárbara, Ian y Lizzy cantaron Serenata huasteca, fue muy divertido y rieron bastante; después Bárbara cantó, a dueto con Ian, Say something, de A great big world & Christina Aguilera.
Los amigos instigaron a Cinthya a escoger un tema y cantar, todos habían hecho lo propio, a excepción de Alex y Karla que se negaron a participar y permanecían impasibles en su mesa observando como los demás se divertían.
Cinthya buscaba en el catálogo cuando se topó con Mírala, míralo, de la cantante de rock Alejandra Guzmán. Recordó que siempre relacionó esa canción con Alex, porque como bien decía la rockera: «Eres bello, bello, bello, peligroso y bello, mucho más de la cuenta…».
Decidida, se plantó en el escenario y se mentalizó para la polémica que se desataría. No había marcha atrás, ningún otro tema podría describir su turbulento interior con mayor exactitud, así que, con todo el sentimiento de su ronco pecho, cantó…
La música se incrustó en su ser corrompiendo a la sensatez y llenándola de valor. Mientras interpretaba la irreverente melodía, miraba a Alex de forma significativa, no le importaba nada ni nadie, en ese momento eran solo él y ella.
El rostro de Alex se endureció como si estuviera molesto, antes de que terminara la canción, susurró algo al oído de Karla, y un segundo después se habían marchado del lugar.
Cinthya quedó desconcertada preguntándose, como decía la canción, «¿Por qué me haces esto? Dímelo, dímelo…».
El resto de la noche lo pasó fingiendo un estado de ánimo que estaba muy lejos de la realidad. Deseaba marcharse a casa cuanto antes para refugiarse en la soledad de su habitación y, una vez más, como había hecho innumerables ocasiones en el pasado, llorar a causa de Alex.
El silencio de su recamara la recibió envolviéndola con su oscuridad, la reconfortó un poco la fría calma reinante. Encendió la luz, dejó el bolso en el diván, entró al cuarto de baño, preparó la tina con sales aromáticas y esencia de ylang y lavanda para dispersar un poco la tensión acumulada en su espalda y hombros.
La ducha logró relajarla, estuvo en el agua hasta que esta se enfrió. Salió sintiéndose más ligera, se dirigió al tocador, quitó la toalla de su cabello y comenzó a cepillarlo. Al mirarse en el espejo, algo a su espalda llamó su atención y casi se infarta al ver a Alex acostado sobre su cama, sin camisa, con los brazos tras la cabeza y un gesto desenfadado mientras observaba atento todos sus movimientos.
—¿Qué demonios haces aquí? —Se giró para enfrentarlo a la cara y no a través de su reflejo.
—¿No crees que tu pregunta está de más, preciosa? Es obvio que vengo a reclamar mi premio. —Se puso de pie y la miró con descaro.
—¿Cuál premio? —Por un momento no entendió el significado de sus palabras. De manera instintiva, se aferró a la toalla que cubría su cuerpo. La mirada penetrante con que él la examinaba la ponía nerviosa y la hacía sentirse vulnerable—. ¡Oh, ya entiendo! La subasta, ¿no? Creí que habías quedado con Jake en que no te debíamos nada…
—Te equivocas, princesa —la interrumpió—, quedé con él, pero contigo no traté nada. No estoy dispuesto a perder lo que pagué por ti, bruja de cabello azul nocturno. —Se acercó a ella con la intención de abrazarla.
Cinthya retrocedió con brusquedad, golpeándose la cabeza contra la pared. Estaba indignada hasta las entrañas, Alex la hacía sentir como si fuera una cortesana que se vende al mejor postor y se entrega sin reparo al que pagó por ella.
—¿Acaso crees que soy una maldita prostituta? Ahora sí te pasaste, Alejandro. —Respiró hondo para calmar las lágrimas que pugnaban por salir—. Si antes te permití que me insultaras, fue porque me resultaba divertido hacerte rabiar, pero esto es demasiado. Esta vez has ido demasiado lejos. —Lo señaló con el dedo, encolerizada hasta la raíz del cabello—. ¡Estás loco si piensas que me acostaré contigo!
Alex sintió su indignación y tristeza como propias, se acercó hasta pegar sus cuerpos y, con ternura, le acarició el rostro.
—¿Acaso no lo entiendes, princesa? Esto es solo un pretexto, la verdad es que llevo deseándolo mucho tiempo, demasiado para ser exactos. —La miró a los ojos—. Ya no puedo luchar contra lo que siento, te aprovechas de mi debilidad por ti. Como en el pasado, disfrutas provocándome, ¿o vas a negarme que eso has estado haciendo toda la noche? —Sonrió—. «¿Por qué me haces esto? Dímelo, dímelo…».
Cinthya sonrió ante la alusión a la sensual canción que interpretó para él, y eso la excitó sobremanera. Sin decir más, Alex la besó con suavidad, deleitándose con esa boca que lo tenía trastornado desde que la probó años atrás. Recordó con júbilo que fue él quien le dio su primer beso.
«Fui el primero y quiero ser el último», reconoció, no tenía caso seguir engañándose a sí mismo.
En aquella ocasión, que parecía tan lejana, José y Dante habían salido de viaje a una expo ganadera en la Feria Nacional de San Marcos, en la ciudad de Aguascalientes, y, como siempre, Laura estaba en uno de sus eventos sociales. Cinthya y él, una vez más, se habían quedado solos en casa.
Sin saber cómo, Alex se dejó convencer para jugar a las cartas. Después de un par de partidas, Cinthya sugirió apostar, no dinero, sino premio-castigo. En cuanto ella ganó, pidió que le diera su primer beso.
Él solo había rosado sus labios y se retiró al instante, temeroso de no poder parar, pero ante la protesta femenina que le exigió un beso de verdad, con lengua y todo lo demás, no pudo resistirse a complacerla. Reconoció que, en aquel entonces, le había costado toda su energía vital apartarse de ella, al final lo había conseguido. Pretextando tener que terminar un laborioso trabajo de la clase de cálculo, dio por finalizada la partida de cartas y huyó a recluirse en la soledad de su habitación para, con una ducha helada, mitigar su deseo y frustración.
—¿Recuerdas cuando te besé por primera vez? —le peguntó mirándola con intensidad al tiempo que con su pulgar acariciaba los labios que llevaban tentándolo toda la noche.
—.¿Cómo podría olvidarlo? Fue maravilloso. —Le pasó la mano por el mentón en una suave caricia—. Gracias, Alex, ese es uno de los recuerdos más hermosos que tengo en mi vida.
Él se conmovió hasta la médula.
—No sé cómo he podido vivir todos estos años sin volver a besarte. —Una vez más, saqueó su boca, en esta ocasión no fue tierno, sino salvaje, exigente.
Cinthya respondió sin reservas, cedió el mando a su instinto para que la guiara, dejó que Alex no sólo la despojara de la toalla, sino también de sus inseguridades, prejuicios y, sobre todo, miedos. Cerró los ojos y se dedicó a sentir, mandó al diablo a Karla y su próxima boda, a su madre, el pasado y todo lo demás.
Los dedos de Alex acariciaban su piel con suavidad, dejando descargas de energía a su paso. Sintió su cuerpo estremecerse de pies a cabeza, erizado, con los sentidos a flor de piel y el alma expuesta.
Reflexionó que no podía retrasar más lo inevitable, siempre supo que Alex sería el primero en hacerle el amor, y quizá el único. Aunque no era virgen, aquella única vez no contaba, no hubo caricias tiernas, besos… nada, solo dolor y una horrible experiencia que era mejor dejar en el olvido.
Alex le acariciaba el cuello con suavidad enloquecedora, ocasionándole que sintiera las piernas blandas, como si fueran de papel. Un instante después, el mágico tacto de él torturaba con lentitud y maestría sus senos, los exploraba como un aventurero que llega por fin al paraíso anhelado y lo reclama para sí. Arqueó la espalda para ofrecérselos en tributo a su dios de cabellos de sol, el cual los recibió gustoso para adorarlos con labios y lengua.
Aun contra su voluntad, una exhalación atormentada se abrió paso entre las trincheras levantadas años atrás, llevando consigo el nombre que llevaba demasiando tiempo reprimido en las oscuras profundidades de su ser, y emergió a la superficie con toda gloria y poderío:
—¡Alejandro!
Él, obediente a su suplica, regresó a la boca femenina al tiempo que entre besos y con voz ronca expresó:
—Me encanta cuando me llamas así y no Alex, como los demás. No tienes idea de lo que escuchar mi nombre pronunciado por tus labios ocasiona en mí.
Con una mano sujetó la cabeza femenina y enredó sus dedos en el cabello húmedo, con la otra se aventuró impaciente en templo de Venus para saquear el néctar agridulce, elixir divino que manaba del íntimo deseo de su diosa gótica. Extasiado, bebió todos y cada uno de los gemidos lastimeros que salían de la garganta atormentada de su deidad. No estaba dispuesto a que los prejuicios, que intentaban volverlos a la calma, les recordaran el por qué no deberían estar juntos dando rienda suelta a sus pasiones.
Revelándose a lo que se suponía correcto, desabrochó su pantalón y, sin dar oportunidad al arrepentimiento, se adentró en el interior del cálido santuario. Con cada embestida se proclamaba el dueño absoluto de esa divinidad de cabellos azul nocturno que ahora le pertenecía, por fin era suya, como siempre debió ser.
Al sentir la fuerte embestida, Cinthya se puso rígida, el pánico a repetir la terrible experiencia de su primera vez la invadió, pero el dolor nunca llegó, al contrario, un espiral de placer creciente recorrió su columna vertebral extendiéndose a sus más recónditos rincones, borró todo de golpe, cegándola por completo y transportándola al cosmos colorido, majestuoso e inmenso del gozo sexual, gozo que, por supuesto, había descubierto gracias a Alex.
Abrió los ojos y se encontró naufragando en el índigo tormentoso que la miraba con intensidad, ese azul profundo le revelaba todas las verdades que las palabras no eran capaces de expresar. A través del espejo de cuerpo entero que estaba frente a ellos, pudo contemplar el contraste de su pálida piel con el bronceado de Alex.
Él, un cálido día con resplandeciente sol dorado; ella, noche vestida en sexi azul tenebroso, que de forma increíble se complementan a pesar de su complejidad divergente. Una misma necesidad, un solo fin; la alianza de dos piezas que encajan a la perfección para, en un breve espacio sin tiempo, convertirse en una sola.
Alex la condujo con maestría a esa explosión iridiscente que fragmentó todo su ser para después reconstituirlo en algo más fuerte, completo. La unión de dos almas en un mismo éxtasis, no solo en el plano físico, sino en una comunión verdadera, total, sublime.
Un sonido gutural emergió de la garganta de Alex, sonó atormentado y al mismo tiempo liberador, mientras que su cuerpo era sacudido por un orgasmo tan intenso que estuvo a punto de flaquear y caer al piso llevándose con él a la causa de sus placeres y pesares.
—¡Dios, Cinthya!, ¡me matas!
«Bienvenida a la vida sexual activa», se dijo Cinthya rebosante de gozo y satisfacción personal, Alex la había liberado de los estigmas del pasado, no más clavos ni espinas.
Sus cuerpos sudorosos aún se sacudían por la fuerza de su unión cuando alguien llamó a la puerta.
11 Es la prenda de gran tradición en México (a quien se le adjudica la denominación). Tiene su origen en la época colonial de la Nueva España. Es un diseño sincretizado con motivos prehispánicos e ibéricos. Se fabrica con fibra de algodón o lana de borrego, el hilo es de múltiples colores y los diseños son únicos; dentro de los motivos están las grecas, las herraduras de caballo o figuras zoomorfas.
12 El sombrero de charro es, como su nombre lo dice, el complemento al traje de charro, es de ala ancha, levantado de la parte posterior. Lleva en la copa cuatro “pedradas” que le dan resistencia en caso de impacto. Suelen adornarse generalmente con toquillas y ribetes bordados o “calados”. Su uso es muy común entre los mariachis y cantantes de música vernácula.