CAPÍTULO II

Mientras desataba el cinturón de seguridad del asiento en el avión, Cinthya pensaba en sus padres, ¿cómo la recibirían después de tanto tiempo? ¿Seguiría su madre enfadada con ella? ¿Tendría Dante que defenderla como siempre?

Trató de apartar esos pensamientos que aquejaban su mente y no ayudaban en nada, solo servían para crear ansiedad. Aunque todo parecía indicar que su cerebro no estaba de acuerdo, pues se empeñaba en atormentarla con hechos del pasado; de pronto, sus inseguridades resurgieron de las cenizas levantándose gloriosas como el ave Fénix, transportándola a su antigua habitación. Se vio a sí misma frente al espejo de cuerpo entero, recién salida de la ducha y mirando su reflejo con desaprobación.

En aquella época, la gran mayoría de las chicas de su misma edad lucían un cuerpo de curvas impresionantes y senos llenos, mientras que a ella se le había ido el verano en crecer hacia arriba. Al salir del Instituto por las vacaciones, era la segunda en la fila; al regresar a clases unas semanas después, ocupaba el penúltimo sitio debido a su nueva altura. Le había costado adecuarse a su nuevo tamaño y a las críticas de sus compañeros que solían llamarla «Vitola»1. Aunque una de las ventajas de su nueva estatura era que, gracias a ello, consiguió ser la capitana del equipo de básquetbol femenil.

Recordó con desagrado el vestido que, por encargo de su madre, le había confeccionado una modista de renombre para que lo usara en la celebración de su décimo sexto aniversario.

El ser hija de uno de los más grandes y reconocidos ganaderos del país la obligaba a comportarse y estar a la altura de tan respetable familia, por lo que todo su guardarropa era caro y hecho a la medida.

El estilo del modelito era vanguardista y la favorecía, el terciopelo negro con una franja gruesa de lentejuela rosa mexicano2, sin manga y escote cuadrado, envolvía su esbelto talle. La falda era con fondo negro y tul glitter del mismo tono de rosa, parecía un tutú de ballet y le llegaba arriba de la rodilla.

La diseñadora había dicho que valía la pena mostrar sus piernas, alegando que, con base en su experimentado criterio, ese era su mayor atributo. «Y el único que tenía entonces», reconoció con pesar. Soltó una risita al recordar la humillación que sintió al ver el sostén con relleno que la mujer había puesto en sus manos mientras insistía en que lo usara junto con el vestido, todo ello bajo el argumento de que una creación de tal magnitud no podía ser estropeada por su falta de carnes.

Ella se había quedado con la boca abierta y el cerebro en blanco; durante un instante no supo qué responder a esa arpía que se escudaba en la moda para justificar su crueldad. Por supuesto, después de salir del choque emocional, se había negado a ponérselo, pero entre su madre y madame Víbora la habían acorralado.

Ahora, ese incidente le causaba risa, trataba de tomárselo con humor. Por fortuna, nunca más necesitaría de semejante artificio, aunque demasiado lenta, su genética había corregido aquel inconveniente regalándole más pecho del que esperaba tener.

Admitió que el resultado final de su arreglo personal había sorprendido a las tres por igual, sobre todo a ella, que no conseguía asociar como propia la imagen que mostraba el espejo: una esbelta chica de hermosos ojos, suaves curvas y largas piernas.

El corte de cabello era muy favorecedor, su abundante melena, de color castaño con matices rojizos como el sol del alba, acariciaba su espalda de forma provocativa. El maquillaje que le habían aplicado era muy natural y realzaba sus ojos tapatíos3. En pocas palabras, se veía muy guapa, y eso la emocionó.

Mientras observaba su reflejo, se convenció que, con ese aspecto, Alex por fin repararía en ella como mujer. Había decidido entregarle su virginidad esa misma noche y estaba segura que nada la detendría.

Sintió un vuelco en el corazón al evocar su primera vez, ese había sido el comienzo de aquella terrible pesadilla, de la cual aún no podía escapar a pesar de la distancia y los años transcurridos. Decidió poner freno a sus recuerdos, estos dolían demasiado. Esa noche, que se supone que es la más maravillosa para una jovencita, para ella fue terrible.

El agua mineral con un toque de limón y sal le caló en la garganta y refrescó su boca, volviéndola del todo al presente. Faltaban poco más de quince minutos para que el avión tocara suelo mexicano. La nostalgia por su madre patria la invadió, no se había dado permiso para extrañar los sabores, olores, cultura y folklore de su amado país, sabía que si lo hacía, su determinación por mantenerse lejos podría tambalearse.

Decidió que lo primero que haría al llegar a casa de sus padres sería pedirle a Gertru que le preparara sus famosas enchiladas4 o quizá unos deliciosos chiles en nogada5. De solo imaginarlo, su estómago protestó recordándole que no había probado alimento en todo el día.

—¿Azul? ¡Dios, Cinthya! ¿Por qué diablos no puedes usar un color de cabello normal? El mes pasado cuál era, ¿violeta?

Oyó la voz de Dante a su espalda y se volvió con una sonrisa.

—De hecho, era rosa con mechones morados —expresó al tiempo que su hermano la abrazaba con fuerza—. ¿Viniste solo? ¿Dónde está Lizzy?

—Se quedó con Karla y Alex, iban a buscar un lugar para aparcar, me han dejado en la puerta principal, se reunirán con nosotros en la cafetería que está más adelante —señaló.

—Así que has traído a todo el comité de bienvenida. —Sonrió—. Me pregunto dónde están la alfombra roja, los mariachis y los centenares de reporteros.

—Ya sé que es lo menos que merece una celebridad como usted, madame, por desgracia, el aeropuerto no permite esa clase de espectáculos en el área de vuelos públicos —le siguió el juego.

—Lección aprendida. A partir de ahora, solo viajaré en mi jet privado. —Sonrió de medio lado—. Vamos, sácame de aquí que muero por un cigarrillo. —Reconoció que estaba nerviosa.

—Dijiste que lo dejarías —le reclamó disgustado.

—Y tú, hermanito, dijiste que jamás te casarías, así que somos un par de mentirosos —se burló.

—Eres imposible, ¿sabías? —Dante puso los ojos en blanco.

—Pero así me quieres. —Sonrió feliz; adoraba a su hermano, él era su héroe desde que era pequeña.

Abrazados por la cintura, se encaminaron a la cafetería, se instalaron en la terraza para fumadores y conversaron por unos cuantos minutos de temas triviales, sobre todo de la boda.

Alex entró en la cafetería seguido de cerca por Karla y Lizzy. Buscó a Dante con la mirada y lo ubicó de pie junto a la barandilla metálica, en la terraza. La palabra impresionado le pareció poco para describir lo que sintió al ver a Cinthya. La chica tímida que él recordaba, nada tenía que ver con la mujer de curvas impresionantes que conversaba alegre con Dante.

Esa diosa gótica era una auténtica provocación, peligro en su estado más puro. El tono azul nocturno en su cabello la hacía destacar entre los simples mortales que la rodeaban. El cuero negro, los altos tacones, las gafas obscuras, los labios rojos y el cigarro en la boca le concedían un aspecto endemoniadamente sexi e irresistible.

Se preguntó qué había pasado con la jovencita introvertida y dulce que solía ser. No es que esperara encontrarse con la chica flacucha y frágil que se marchó años atrás, pero tampoco estaba preparado para recibir a esa chica sexy, segura en sí misma y con un magnetismo tan impresionante que era capaz de mantener todo a su alrededor orbitando en torno a su energía oscura. Una deliciosa criatura destinada a torturar lenta y mortalmente con su sensualidad afrodisiaca a los simples varones que poblaban la tierra.

Cinthya no necesitó volverse para saber que Alex había llegado, sintió su presencia intensa y magnética. Se mentalizó para la farsa que tenía que interpretar, bajó un poco sus gafas de forma tentadora para observar con atención a los recién llegados, no quiso centrar su atención solo en él.

Alex no podía apartar sus ojos de ella. Una deliciosa sonrisa se formó en los labios cereza cuando sus miradas se enlazaron, causando en él una oleada de energía eléctrica que lo sacudió por completo. Su hombría fue quien más estragos sufrió con la terrible descarga, su miembro se levantó del letargo para ovacionarla de pie, con honores y fanfarreas.

Se sintió avergonzado por sus reacciones, parecía un colegial con las hormonas a tope, cruzó las manos al frente para disimular la evidencia de su exaltación. No necesitó más que unos cuantos segundos bajo el influjo de esa mirada burlona para comprender que el cambio en ella no solo era físico.

—¡Vaya! Estás muy cambiada, apenas si pude reconocerte —comentó Karla con su habitual tono impersonal, rompiendo así el enlace de miradas entre su prometido y Cinthya.

—Y tú estás igual que siempre, Karla, créeme, no habría tenido el más mínimo problema en reconocerte. —Le guiño un ojo a Alex con un gesto que podría parecer casual.

—Ven acá, déjame abrazarte —pidió Lizzy emocionada, y sin perder tiempo, besó a Cinthya en ambas mejillas—. Estás hermosa, y ese tono de cabello te sienta de maravilla. Yo jamás podría usar algo así, mi físico no da para cortes ni colores exóticos.

—¿Acaso estás diciéndome que soy como uno de esos animales raros que coleccionan los excéntricos? —bromeó, mostrando la sonrisa más espectacular de su repertorio.

—Te extrañé mucho, amiga, es un gusto tenerte de vuelta en casa, no sabes la cantidad de cosas que tengo planeadas para nosotras. —Lizzy la tomó por la cintura, y juntas se encaminaron a la salida.

En el auto, Alex estaba al volante; Karla, en el asiento del copiloto, y en la parte trasera se acomodaron Dante, Lizzy y ella. Durante el trayecto disimuló bastante bien el no haberse percatado que, en más de una ocasión, Alex la observaba por el espejo retrovisor. No quiso cuestionarse si su interés en ella era porque sentía curiosidad por su aspecto, que nada tenía que ver con el de la última vez que se vieron, o si había algo más.

Al bajar del auto, Cinthya se tomó unos minutos en contemplar el que había sido su hogar de toda la vida. La nostalgia invadió su mente, de pronto se vio a sí misma corriendo por los jardines o trepada en los árboles. No pudo evitar recordarse siempre detrás de Dante y Alex, rogándoles para que la incluyeran en sus juegos, a lo cual ellos respondían que no bajo el argumento de que no eran asuntos de niñas o que era muy pequeña. Sonrió ante tan dulces memorias.

—No ha cambiado nada desde que me fui, parece como si hubiese sido ayer que jugaba en este lugar a recrear la hora del té con mis muñecas de trapo como damas de compañía.

—Sí, es increíble cómo pasa el tiempo, mi dulce hermanita es ahora toda una mujer —respondió Dante observando con nostalgia el que, una vez casado, dejaría de ser su hogar—. Entremos, papá y Laura aguardan por nosotros.

—¡Por los clavos de Cristo, Cinthya! ¿Qué te hiciste en el cabello? ¿Acaso es un arete ese punto negro que traes en la nariz? —la censuró su madre con rigidez nada más verla.

—Sí, se les llama piercing y también tengo uno de plata en la lengua. —La sacó de forma descarada para mostrárselo.

—¿Acaso te has vuelto loca? —la cuestionó, al borde del desmayo.

—Yo también te extrañé, madre —expresó con tono desenfadado y evidente sarcasmo. Se obligó a sonreír para disimular lo dolida que se sentía por el amargo recibimiento de su progenitora.

Laura, nunca había sido el dechado de dulzura que, se supone, es una mamá, pero a raíz de aquella terrible Navidad años atrás, no se preocupaba por disimular lo decepcionada que se sentía de su única hija.

—Vamos, Laura, deja en paz a la niña. Ven, princesa, déjame abrazarte, ¡mira nada más cómo has crecido!

El fuerte abrazo que le dio su padre restauró gran parte de su autoestima devaluada en los últimos minutos. Solo su madre era capaz de hacerla sentir como una adolescente insegura. Irritada, pensó en que a pesar de todo, el poder que seguía ejerciendo Laura sobre ella, era ridículo, pero prefería morir antes que exteriorizar sus emociones, esa era una ventaja que no pensaba darle nunca más.

—Por eso tu hija es así de rebelde y malcriada, siempre la has consentido en todo, José —alegó, indignada, su madre, entonces dirigió toda su hostilidad, una vez más, hacia ella—. Espero que el tiempo que estés aquí vistas de manera adecuada. —Señaló con sumo desprecio su ropa—. Los padres de Karla están por llegar del extranjero, y la familia de Lizzy no tardará en hacer lo propio, por lo que espero que te comportes como es debido. No soportaría un escándalo como el de la última vez.

Ese «tu hija» dicho con reprobación le dolió a profundidad. Si aún guardaba alguna esperanza de que la relación con su progenitora mejorara, en ese momento se hizo trizas. Por lo visto, la respetable señora De Anda seguía renegando de ser su madre.

—No es necesario que seas tan cruel, Laura. —Dante de inmediato salió en su defensa.

—Déjala, Dante, ya no soy una niña, puedo defenderme sola. —Dirigiéndose a su madre con una sonrisa cínica, continuó—: Ya sé que ni de lejos soy el prototipo de hija que deseas y mereces, no soy como tu adorada Karlita y nunca lo seré. Así es la vida de injusta, madre, ni modo, no siempre se tiene lo que uno quiere. Para tu tranquilidad y la de todos —hizo un movimiento exagerado con las manos para señalar su alrededor—, pienso comportarme de forma apropiada, que es como tú le llamas a ser aburrido y sin gracia alguna.

Se giró con toda la dignidad que le fue posible y se encaminó a su habitación, ocultando lo enfadada y herida que se sentía. Era verdad que no esperaba un recibimiento con alfombra roja y mariachis como había sugerido en el aeropuerto, pero tampoco aquella frialdad con la que su madre la trataba. En momentos como ese deseaba ser hija de la difunta Isabel, la primera esposa de su padre y la madre de Dante.

Lo que más la enfurecía era que su madre sacara a colación, de manera indirecta y delante de todos, en especial de Karla y Alex, el incidente de aquella Navidad. «Por lo visto, esa es una cruz que tendré que llevar a cuestas toda mi vida», pensó irritada.

Se tiró en la cama y, frustrada, contempló el techo de su antigua habitación. ¿Por qué su madre no podía quererla y aceptarla como era? ¿Por qué tenía que juzgarla siempre de la peor manera? «Quizá porque eso es lo más fácil», se dijo tratando de comprender la compleja mentalidad de la refinada señora De Anda.

Después de unos minutos de auto flagelarse pensando en los motivos por los cuales su madre la rechazaba, decidió que ya había tenido suficiente dosis de amargura para un solo día; se levantó, comenzó a observar todo a su alrededor y sonrió.

—En verdad era una chiquilla boba —afirmó al ver las paredes pintadas en color rosa pálido, decoradas con enormes posters de los Backstreet Boys y Nsyinc. Los desprendió y los tiró en el cesto de basura, que en segundos quedó desbordado.

Entró en el cuarto de baño, todo estaba tal cual lo dejó, incluso todavía había frascos de sales para baño y jabones perfumados de su marca favorita. Sonrió al recordar que, cuando era adolescente, le gustaba quedarse en la tina hasta que el agua quedaba fría. Sin perder tiempo, abrió el grifo, y en unos minutos la tina estaba lista para recibirla, vertió un poco de sales y duró dentro hasta que el agua se enfrió. Al salir, se dirigió al enorme vestidor, observó con desagrado las prendas que colgaban de las perchas en el interior del armario. Eran diseños exclusivos y muy caros que a ella de nada le servían por dos motivos:

Uno: No le gustaban, no era su estilo, nunca lo había sido, todos eran elección de su madre y sospechaba que la opinión de Karla también estaba implicada.

Dos: Por fortuna, ya no le quedaban, ahora tenía más pecho y sus curvas eran más voluptuosas.

—¿Qué haré con ustedes? —preguntó como si las prendas pudieran escucharla. Las descolgó para dejar espacio al guardarropa que llevaba.

1 Fannie Kauffman, alias Vitola. De origen canadiense (11/04/1924—21/02/2009), fue una actriz comediante de la época de oro del cine mexicano, famosa por su delgadez y alta estatura.

2 Es un color rojo púrpura vivo y saturado, también llamado fucsia o magenta. El color rosa mexicano está comprendido en el acervo icono lingüístico de la cultura mexicana actual, aunque el Diccionario de la Lengua Española de la RAE no lo registra. En México se lo considera un elemento de la identidad nacional y un símbolo del carisma mexicano.

3 Ojos tapatíos: Expresión originaria de Guadalajara, Jalisco, México. Se define como ojos tapatíos, a aquellos ojos grandes, hermosos, de largas pestañas, mirada coqueta y cautivadora… Se dice que, así como las sirenas hechizaban a los hombres con su canto, las mujeres poseedoras de estos singulares ojos, con solo una mirada, tienen el poder de rendir a sus pies a todo varón.

4 Las enchiladas es un plato que en México se elabora con tortilla de maíz, bañada en alguna salsa picante utilizando chile en su preparación. Dependiendo del estilo, la enchilada puede ir acompañada o rellena de carnes: pollo, pavo, res o queso; además de ser acompañada de alguna guarnición adicional que, generalmente, consiste en cebolla fresca picada o en rodajas, lechuga, papas y zanahoria cocidas, crema de leche y queso.

5 El chile en nogada (el nombre más común es chiles en nogada, en plural, a pesar de que suele servirse no más de un solo chile) es uno de los platillos típicos de la gastronomía mexicana, más concretamente del estado de Puebla. Ha sido llamado el «platillo poblano por excelencia». Se prepara con chile poblano, relleno de un guisado de picadillo y frutas secas, cubierto con crema de nuez, adornado con perejil y granada, con lo cual se simbolizan los tres colores de la bandera de México. Ha sido considerado internacionalmente uno de los más finos y representativos platillos de la alta cocina mexicana.