CAPÍTULO IX
Cinthya observó cómo Karla se alejaba. Si por ella fuera, la estrangularía con sus propias manos para borrarle esa sonrisa burlona, pero no caería en su juego como cuando era una cría. Esa mujer era la manipulación en persona, llevaba toda la vida provocándola, poniéndola en evidencia y tratando de hacerla menos en todo. Reconoció irritada que gracias a su carácter impulsivo, ella se había puesto en charola de plata y le había dado a esa bruja múltiples ventajas a través de los años, quizá era tiempo de replantearse la estrategia utilizada.
Entonces el angelito posado en su hombro derecho la cuestionó: «¿Realmente vale la pena seguir encasillada en ese juego de rivalidades?».
«Definitivamente, sí.», respondió el diablillo con una amplia sonrisa.
—Al parecer, doña Flauta es la única que piensa que realmente vales la pena. —Cinthya atacó, como siempre que estaba celosa o dolida.
—Hace un momento, ahí dentro —señaló el cuarto de baño—, tú opinabas exactamente lo mismo; que soy maravilloso, atrévete a negarlo —la retó.
—No soy de piedra… aunque, si quieres saber la verdad —Se acercó para susurrarle al oído—: No eres mi tipo. —Dio un paso atrás y lo miró a los ojos—. Me gustan los hombres varoniles, impulsivos, que usan vaqueros apretados y no visten como abuelitos. ¡Ah!, y de cabello oscuro. No me agradan los ricitos de oro, son demasiado femeninos. ¿Sabes? Es muy perjudicial para la salud mental de cualquier mujer estar con alguien que es más bonito que una, eso es algo denigrante.
Sabía que le había dado un golpe bajo, lo corroboró cuando los ojos índigo tormentoso mostraron dolor y vulnerabilidad. Nadie mejor que ella conocía sus cicatrices, sus puntos débiles. Lo había herido y se odiaba por eso, pero una vez que su lengua afilada era desenvainada, no existía poder humano que la detuviera.
Se dio media vuelta para marcharse cuando un brazo fuerte la detuvo. Al mirar en la profundidad azul marino, comprobó que él se había sobrepuesto a sus crueles palabras, el dolor había sido remplazado con rabia.
—¿A dónde crees que vas, eh? Aún no termino contigo, bravucona. Como dice una frase popular: «ojo por ojo». Entonces, dulzura, me debes un orgasmo.
—¿Y si me niego?
—No puedes, estás en deuda conmigo.
—Eso no es verdad, yo no te pedí nada, fuiste tú quien decidió ser generoso en atenciones conmigo. Aunque… en casos como este, siempre puedes contar con una mano amiga. —Pudo ver en sus ojos que él entendió a la perfección la indirecta.
Varios años atrás, cuando Cinthya tenía dieciséis, había entrado en la habitación de él sin llamar y lo descubrió valiéndose de tan usual recurso masculino para desfogarse a sí mismo.
Aquella lejana tarde de viernes, habían discutido porque ella quería ir a una fiesta. Dante y su papá no estaban en casa, se habían ido a Monterrey para comprar ganado, y su madre, como siempre, tenía una de sus tantas cenas de caridad, por lo tanto, Alex era la autoridad, el adulto responsable.
Cinthya llevaba un escandaloso vestido rojo, y Alex se había infartado nada más verla, por lo que se había negado a dejarla ir sola y, menos aún, ataviada de esa manera tan provocativa.
Furiosa por su negativa, ella lo había insultado y ofendido hasta que se cansó. Haciendo una rabieta digna de homenaje, dio un fuerte portazo y se encerró en su habitación. Cuando el disgusto se fue, se sentía fatal por su comportamiento hacia él; decidida a disculparse, había ido a buscarlo sin esperar toparse con semejante espectáculo, mismo que elevó su temperatura corporal al punto de sentirse como un pollo rostizándose a fuego lento en las inextinguibles llamas del averno.
Con una sonrisa, recordó que se había quedado paralizada mientras Alex corría al baño, y permaneció dentro hasta que la escuchó salir de la habitación. Sabía que hacer alusión a tan penoso incidente era una bajeza más que añadir al menú de los insultos del día, pero no podía evitarlo, era parte de su naturaleza provocarlo sin piedad ni tregua.
Por un momento, Alex se mostró avergonzado, lo cual a ella le pareció de lo más absurdo. «¡Los hombres no se sonrojan!», pensó divertida. Aunque, por lo visto, él sí.
Alex se recuperó al instante, tal y como era típico en él, entonces se acercó a ella como un tigre que está a punto de saltar sobre un suculento almuerzo y le dijo:
—Sí, tienes razón, pero ¿por qué conformarme con una mano si ahora puedo tener para mi deleite personal a la amiga? Y al igual que aquella vez, que amablemente te has empeñado en mencionar, el mérito es todo tuyo, te corresponden todos los honores, preciosa. —Tomó su mano y la colocó sobre su masculina excitación para demostrarle que no mentía. Aprovechando su turbación, la apretó contra él y la besó de forma salvaje sin importarle que alguien pudiera verlos. Llevaba demasiados días reprimiéndose, luchando contra lo que debía hacer y lo que en realidad quería hacer.
Cinthya quedó impactada por la revelación hecha por Alex, jamás se imaginó que fuera ella, y solo ella, la causante de excitarlo al grado de orillarlo a hacer cosas como esa en el pasado, y en el presente, trastocarlo al punto de provocar que se atreviera a besarla sin importarle que pudieran ser descubiertos en tan comprometedora situación.
El rumor de voces acercándose por el pasillo puso a Cinthya en alerta, no deseaba ser sorprendida en semejante tejemaneje. Por mucho que le pesara, Alex no era un hombre del todo libre, y aunque se decía a sí misma que no le importaba lo que pensaran los demás, sobre todo su madre, no era verdad. Se negaba a darle a Laura el gusto de reafirmar lo que dijo tiempo atrás, cuando aseguró que su hija era una chica de cascos ligeros9.
Haciendo un esfuerzo sobre humano, Cinthya separó sus bocas, se pasó un dedo de forma provocativa por sus labios hinchados y lo miró con burla.
—Por lo visto, tendrás que esperar para aplicar la ley del talión.
En ese momento, los chicos entraron al salón para dirigirse a la terraza, charlaban alegres, hacían comentarios y bromas pesadas a los novios.
—Qué bueno que te encuentro, ma belle, estaba por reportarte a las autoridades como persona desaparecida —comentó Jake sonriente, no sin antes advertirle al oído—: Tú y yo tenemos que hablar, madeimoselle.
Cinthya no dijo nada, sonrió tensa y se dejó conducir por Jake, que la sujetaba por la estrecha cintura de forma posesiva.
Jake sabía que eso enfurecería al rubio sujeto que lo miraba como si quisiera descuartizarlo y después repartir sus pedacitos entre los perros callejeros, pero no podía evitarlo, disfrutaba del poder de superioridad que le daba la situación de ventaja, al menos por ese momento.
Una vez en el pub, que era el de moda y mayor prestigio, les dieron la mejor mesa gracias a las influencias de Ian.
El mesero no tardó en tomar su orden. El lugar era famoso por ofrecer cerveza artesanal de diversos tipos. Cinthya se decidió por una sin alcohol, no lo bebía desde aquella nefasta Navidad en la que no supo ni cómo, pero se había pasado de copas. En la actualidad prefería no arriesgarse a repetir un ridículo semejante.
Karla y Alex eligieron ese momento para hacer su entrada, ellos llegaron aparte. Cinthya casi se cae del alto banco, en el cual estaba sentada, por la impresión de ver a Alex. Él lucía arrebatador, llevaba una camisa negra de cuello ancho, combinada con un juvenil saco de pana en color blanco, y, como complemento, unos informales vaqueros azules. Su aspecto era como el de un modelo sacado de la más prestigiosa revista para caballeros.
Quién mejor que ella para saberlo, había fotografiado a cientos de chicos para infinidad de revistas, pero ninguno tenía ese magnetismo, ese algo que solo Alex poseía. La fotógrafa profesional admiró las varoniles facciones, así como sus marcados pómulos y la mandíbula cuadrada. «!Demonios! Es perfecto», pensó mientras imaginaba que inmortalizaba ese rostro con su cámara.
Se obligó a salir de su ensoñación, entonces notó que ella no fue la única que se percató del atractivo chico rubio. Con rabia y celos fue testigo de cómo él movía cabezas y arrancaba suspiros a su paso. «Este es el precio a pagar, Cinthya, querías ver brillar al Alex real, ¿no? Entonces atente a las consecuencias», le dijo su voz interna.
Karla se aferraba al brazo masculino, orgullosa de ser vista con semejante ejemplar de Adán, sabía que era la envidia de todas las presentes, y eso la llenaba de soberbia.
Alex observó a Cinthya con una expresión burlona, retándola abiertamente a hacer algún comentario sobre su aspecto. Su mirada índigo tormentoso tenía un claro mensaje: «Aquí está lo que pediste, preciosa».
Un súbito calor invadió el cuerpo de Cinthya; nerviosa, tragó saliva para intentar mitigar un poco el sabor amargo que le dejó el tener que tragarse sus propias palabras. Él había aceptado el reto, y su ego pisoteado tuvo que reconocer que lo había superado por mucho.
«Pues bien, frente a ti tienes al mejor de todos los especímenes de Adán que habitan la Tierra. Es eso lo que querías, ¿no? ¡Felicidades, Cinthya! ¡La maldición está de regreso!», remató esa vocecita interna que no dejaba de torturarla.
Cinthya no sabía si alegrarse por haber conseguido su propósito, despertar al bello sonriente de su letargo y traer a la vida al Alex que ella recordaba, o darse de topes en la pared por eso. «¡Rayos!, ¿dónde se mete Maléfica cuando se necesita uno de sus poderosos hechizos?», pensó mientras fulminaba con la mirada a un par de chicas que se lo comían con los ojos.
El alcohol fluía con frenesí, pero Cinthya se mantenía sobria, trataba de mirar lo menos posible a Alex, centrando toda su atención en Maricela o en Jake, que, a decir verdad, no estaba nada mal. Una rápida inspección al lugar le confirmó que, al igual que Alex, él también era centro de atención para las féminas del lugar.
Esa noche, el pub celebraría una subasta de solteros; los estudiantes que cursaban el último semestre en la especialidad de oncología, de la UNAM10, se prestarían para ser vendidos como acompañantes. Todo lo recaudado sería donado al Hospital Infantil de Oncología de la Ciudad de México.
—Tú sabías de la subasta y no dijiste nada —acusó Karla a su hermano con disgusto. Ella era de la idea que ese tipo de eventos, aunque se escudaran en una noble causa, eran de lo más denigrantes.
—¡Juro que soy inocente! —se defendió Ian con una encantadora sonrisa—. En verdad, hermanita, no lo sabía, pero ya que estamos aquí, disfrutemos, que esto apenas comienza.
—No estarás pensando en pujar, ¿o sí, darling? —lo cuestionó Bárbara frunciendo el ceño.
—Hay que ayudar a la causa, nena. —Sonrío con picardía—. En caso de que lo hiciera, ¿te molestaría? —preguntó divertido.
—No, siempre y cuando me consigas un buen tipo para remplazarte, honey.
—Touche! —respondió Ian al tiempo que simulaba como si lo hubiesen herido con una espada.
—Mon ami, recuerda que por muy Sansón que seas, siempre habrá una Dalila que corte tu cabello —comentó Jake con ojos alegres, después le dedicó a Karla una mirada significativa.
Comenzó la subasta, la locutora pidió a los representantes de cada bando, chicos y chicas, que se acercaran para lanzar la moneda al aire y decidir, con cara o cruz, cual grupo sería presentado primero. La suerte estuvo del lado de las mujeres, por lo que los hombres fueron los primeros en subir al escenario.
La pasarela fue muy divertida, las chicas silbaban, aplaudían y lanzaban piropos a los chicos que desfilaban en espera de su precio final.
—¡Hey!, deja de alabar a esos tipos, vas a ponerme celoso —reclamó Ian a Bárbara con ojos alegres, y la besó en los labios con claro gesto de posesión, como dejándole claro a todos los varones del lugar que esa pelirroja era solo suya.
—Necesito ir al tocador, ¿me acompañas? —pidió Cinthya a su amiga en cuanto Ian la dejó respirar.
—Yo voy con ustedes —se apuntó Maricela sin perder tiempo. Estaba muy incómoda por la presencia de cierto individuo que la miraba desde una mesa lejana. Lo había estado ignorando toda la noche, fingiendo no haberlo visto y menos aún a su peculiar acompañante, Cuando él se puso en pie y se encaminó hacia su mesa, agradeció al cielo la oportunidad de salir huyendo. Sabía que era cobarde de su parte, pero necesitaba un respiro para mentalizarse y seguir con la actuación de un estado de ánimo que estaba muy lejos sentir.
—Oh, my Good! ¡Este hombre es dinamita! He´s so hot! —expresó Bárbara con ojos soñadores mientras entraban en el tocador de mujeres.
—Sí, y al parecer encontró en ti la mecha perfecta para hacer boom —comentó Cinthya con voz amarga.
—What happen, honey? Creí que estarías feliz por mí y, sin embargo, pareces molesta…
—No es eso, amiga, es que Ian es un sinvergüenza y no quiero que te lastime.
—Are you kidding? ¿Olvidas que estás hablando con la reina de los sinvergüenzas? —Levantó una pelirroja ceja y su rostro expresó una mueca burlona mientras se pintaba los labios frente al enorme espejo—. Anyway, déjate de palabrerías y dime la verdad, ¿qué es lo que te tiene tan de malas?
—Yo… no es nada, ya sabes cómo soy. Y como dice un sabio dicho popular: «Si no puedes ser feliz, asegúrate de que los que te rodean tampoco lo sean».
—¿De qué rayos estás hablando? Claro que ese dicho no existe, te lo acabas de sacar de la manga para justificar tu amargura. —Sonrió Maricela, y le dio un suave golpe en el hombro.
—Y tú qué, tampoco cantas mal las rancheras. ¿Acaso crees que no me he percatado que algo te pasa? —espetó refiriéndose a que Maricela llevaba un rato comportándose de forma extraña. —Suéltalo, ¿qué te tiene así?
—No te preocupes, lo de siempre, broncas en el trabajo.
—¿Tiene algo que ver con tu ascenso?
—Prefería no hablar de ello por ahora. Estamos aquí para divertirnos, ¿no? —se forzó a sonreír.
El tocador estaba lleno, las chicas que iban a ser subastadas daban los últimos retoques al maquillaje y peinado, antes de salir al escenario.
—Viste al bombón rubio con saco de pana. ¡Dios! Yo daría todo lo que poseo con tal de conseguirlo —comentó una de las participantes.
—Sí, es una lástima que no vaya a entrar en la subasta, si no, yo pujaría hasta obtenerlo solo para mí —alegó otra.
En ese momento Karla salió del área de inodoros y alcanzó a escuchar la singular plática sobre su prometido; fulminó a las chicas con la mirada, lavó sus manos, después, con el mentón en alto y una actitud de diva, salió del lugar.
—Me preguntó qué estará haciendo un hombre como él con una estirada como esa —señaló una de las chicas.
—Créeme, yo me he hecho esa misma pregunta cientos de veces —respondió Cinthya con una cínica sonrisa—. Por cierto, soy Cinthya, y quiero agradecerles por el mal rato que le hicieron pasar a mi cuñada. —Dirigió a sus amigas una mirada asesina para advertirles que no se les ocurriera desmentir que Alex y ella eran hermanos. No quería que las jovencitas supieran que moría de envidia por el sitio que ocupaba Karla en la vida de él, así que decidió despistarlas justificando sus celos con la clásica sobreprotección fraternal.
—Debe ser muy difícil ser la hermana de un hombre así, y perdón que te lo diga, pero él está para comérselo con cerezas, crema batida y... mmm.
—¡Qué perversa! —la acusó su compañera—. Pero me agrada la idea.
—¡Chicas! ¡Compórtense! —las reprendió otra de las mujeres—. Discúlpalas, Luisa a veces es un poco alocada, y Alondra, no se diga.
—No te preocupes, ya estoy acostumbra al efecto Alex.
—¿Se llama Alex? Vaya, hasta el nombre tiene bonito —dijo otra que hasta ese momento se había mantenido en silencio—. Por cierto, Sara, ¿ya te contestó Fernanda?
—No, y eso me preocupa, ¿qué vamos a hacer si no se presenta?
La locutora entró en ese momento para avisarles que era la hora de salir.
—Fernanda no ha llegado y no contesta el móvil, ¿qué vamos hacer? No podemos comenzar sin ella, ofrecimos seis acompañantes y solo somos cinco —alegó Luisa compungida.
—Aunque… ¿cuántos años dices que tienes, Cinthya? —le preguntó Sara mirándola con interés.
—Oh, no. ¡No! —expresó Cinthya al comprender el mensaje—. ¿No pensarás…?
—Tienes razón, Sara, ¿cómo no se nos ocurrió antes? Es perfecta, los chicos se volverán locos, sobre todo Ferlo y Omar —expuso Alondra mirando a Cinthya con suplica.
—¡No, olvídenlo! Esa es una pésima idea, para empezar, no soy estudiante, ni siquiera vivo en México, solo he venido para la boda de mi hermano.
—¿El bombón se va a casar? —preguntó Luisa con cara de decepción.
—Sí, el domingo a mediodía —respondió sin sentir remordimientos por mentir, pues era una verdad a medias, a fin de cuentas, Alex sí iba a casarse en breve. Lo demás transcurrió como en una nube, no supo qué pasó, o cómo fue que terminó trepada en la pasarela mientras la locutora iniciaba la pugna por ella con quinientos pesos.
Maricela tomo asiento y sin poder evitarlo dirigió su mirada hacia la mesa del rincón.
—Por cierto, ¿a que no crees quien estuvo aquí? —le preguntó Dante.
—No tengo ni la menor idea —mintió.
—Manuel, y te dejó sus saludos, dijo que era una pena el que no pudiera despedirse de ti.
—¡No puede ser! —gritó Lizzy atónita.
—¿Qué? —Dante estaba más que intrigado ante la cara de perplejidad de su futura esposa.
—¡Es Cinthya! —apenas si pudo hablar.
—¿Qué? ¿Dónde?
—Ahí, en el escenario...
—¿Qué demo…? ¿Cómo es que consiguió colarse entre las chicas subastadas? —Dante se debatía entre la incredulidad y la rabia—. No sé por qué me extraña. —Sacudió la cabeza—. Esa hermanita mía es la diosa del caos, una experta en meterse en líos.