CAPÍTULO XI

—¿Estás bien, ma belle? —la voz de Jake del otro lado de la puerta denotó preocupación.

—No respondas, preciosa —susurró Alex en su oído—, quédate conmigo.

—Tengo que hacerlo, si no, se preocupará, y, créeme, será peor. Jake es capaz de tirar la puerta solo para comprobar que estoy bien. —Lo miró suplicante—. Por favor, Alex...

Él aún la mantenía aprisionada contra la pared. Al oír su ruego, se apartó, ocasionando que ella sintiera un vacío enorme cuando salió de su interior.

—¿Se puede saber por qué armas semejante escándalo, Jake? Ya estaba en la cama. —lo reprendió sin abrir la puerta.

—Sólo quiero asegurarme que estás bien, bébé.

—Estoy bien, ¿de acuerdo?, puedes marcharte en paz.

—Ábreme para verte a la cara, ma belle, estás muy rara, ¿sabes?

Una sensación de pánico se apoderó de ella al imaginarse a Jake y a Alex enfrentados por su causa, estaba por abrir la puerta cuando sintió a Alex pegado a su trasero, él le susurró al oído:

—Haz que se vaya, aún no he terminado contigo, Afrodita.

—Jake, en verdad estoy bien…

—No me iré hasta que me abras, ya sabes lo testarudo que puedo llegar a ser, bébé.

—De acuerdo, dame unos segundos para vestirme, como te dije antes, ya estaba en la cama.

Mon Dieu! Por lo que dices, supongo que estás como Eva, desnuda y esperando por su Adán, no esperes más, bébé, aquí estoy —dijo con voz sugerente, sabía que sus bromas subidas de tono molestaban a su amiga—. Ábreme, ma belle, no seas tímida, ¿qué podría ver que no haya visto antes? —se refería a que el cuerpo femenino no era terreno inhóspito para él, sino todo lo contrario, era un sitio más que explorado por su vasta experiencia.

Alex apretó los puños y la mandíbula, las palabras de Jake lo encendieron de rabia, recordar que no era el único con derechos sobre esa diosa gótica le hacía hervir la sangre.

Cinthya percibió como Alex se tensaba y apretaba su miembro contra su trasero con mayor fuerza, como reafirmando su posesión, mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja, poniéndola a temblar de excitación.

—Haz que se vaya o no respondo —susurró impaciente—. Antes de mí, los que quieras; después de mí, ninguno. Eres mía, ¿quedó claro? —Se marchó al cuarto de baño.

Cinthya tomó su vieja playera de Piolín y se la puso, entonces abrió la puerta y Jake entró como torbellino.

—¿Se puede saber por qué tardaste tanto, ma belle? —la enfrentó molesto.

—¿De qué rayos estás hablando, Jake?

—Tardaste una eternidad en abrir la puerta…

—¿Y? Te dije que estaba en la cama, estaba… estoy cansada —rectificó—. Lo único que quiero es dormir.

—Me disculpo si te importuné, bébé, pero has actuado de manera extraña toda la noche, y me tenías preocupado, es más, ahora mismo pareces tensa, nerviosa, no estarás ocultando a tu amante en el armario, ¿o sí? —bromeó sin saber el efecto que sus palabras tendrían tanto en Cinthya como en su acompañante que esperaba, al borde del colapso, en el cuarto de baño.

—¡Claro que no! ¿De dónde sacas eso? Ya te dije que estoy cansada, ha sido un día largo. Ahora, si me disculpas, quiero regresar a mi cama e intentar recuperar el sueño que me espantaste.

—Ya que te lo he espantado, ¿por qué no aprovechamos que estamos solos y hacemos algo más interesante, bébé? Quizá podríamos…

—¡No! —Lo interrumpió molesta.

—… Hablar. —La rápida y angustiada negativa de ella lo puso en alerta—. ¿Qué sucede, ma belle? —Después de cuestionarla, susurró burlándose de la posibilidad—: ¿Estás con alguien?

—¡Sí, estoy con alguien! Tengo una cita con Morfeo y tú nos estás interrumpiendo.

—Usted sí que sabe cómo herir los sentimientos de un hombre, mademoiselle.

«Y vaya que sí», pensó Alex con amargura. Deseaba salir y partirle la cara a ese tipo hasta descargar todos sus celos y rabia, dejarle claro que Cinthya era suya.

—Por lo visto, el mago de los sueños, esta noche, es más interesante que yo. Repose, belle. Luego pediré compensación y no tendré compasión de ti.

Jake habló en un tono jocoso que la desconcertó; aunque eran algo común las bromas de él, esa noche en especial estaba más pesado de lo normal. Pensativa, lo condujo hasta la puerta. Antes de salir, Jake le susurró al oído:

—Por cierto, ma belle, la próxima vez que digas que ya estabas en la cama, asegúrate de destenderla antes de abrir la puerta, y dile a Alex que todo buen amante clandestino se asegura de nunca dejar su ropa a la vista. —Señaló la camisa que estaba sobre el respaldo de una silla.

—¿Lo sabias?

—Después hablamos, bébé. —Le dio un beso en la frente y se marchó, dejándola perpleja.

Alex salió del cuarto de baño hecho una fiera, le molestaba la alusión de Jake a que pediría compensación por el tiempo perdido, eso lo desquiciaba por completo. No podía concebir la idea de Cinthya haciendo el amor con otro u otros. Se negaba a pensar que lo que habían compartido no era único y especial, porque para él si lo fue, nunca se había sentido complementado por nadie como con ella.

Con amargura comprendió que Cinthya era un alma libre que llevaba una sexualidad abierta, hasta el mismo Jake parecía comprenderlo, pero él no, él era hombre de una sola mujer y no estaba dispuesto a compartir su pastel con nadie.

—Alex, será mejor que te vayas, esto no está bien —comenzó tímida, el recordar lo que habían estado haciendo antes que los interrumpiera Jake la llenaba de vergüenza y remordimientos. Él estaba por casarse, y ella debía recordárselo, de lo contrario, todo se convertiría en un auténtico caos.

—Por favor, Cinthya, no me vengas con falsos escrúpulos —soltó enfadado—. ¿Qué es lo que tanto te molesta? ¿Que por mi culpa se marchara tu noviecito? ¿Es eso?

Alex tenía la capacidad de mandarla a lo más alto del cielo para después bajarla con un cruel porrazo. Por lo visto, nunca cambiaría su manera de pensar respecto a ella.

—Yo no estoy enojada, el que lo está eres tú. Dime, Alex, ¿qué es lo que te molesta? Que se haya ido Jake y no podamos tener la orgía que sugeriste en el pub después de la subasta, ¿es eso? —«Toma mi revés, maldito cretino», pensó satisfecha por su contraataque—. No te preocupes, eso se arregla fácil, uno de los chicos de la mesa de al lado me dio su número de teléfono cuando me topé con él saliendo del tocador de damas, estoy segura de que si lo llamo no tendrá inconveniente en venir y traer a sus amigos…

—¡Sobre mi cadáver! ¿Me oyes? —rugió.

—¿Por qué con ellos no y contigo sí? —Siguió echando leña al fuego, sabía que Alex estaba furioso y, aun así, no podía parar de provocarlo—. ¿No te parece muy egoísta de tu parte negarles a los demás lo que exiges para ti? Al menos ellos no están con un pie en el altar…

—¡Basta, Cinthya! Me niego a seguir escuchándote.

—¿Qué no quieres escuchar, Alejandro? ¿La verdad? ¿Quieres que mienta? ¿Acaso pretendes que acepte que yo te provoqué para que te acostaras conmigo, solo por diversión, porque es algo que acostumbro hacer? ¿Eso quieres que diga para liberar tu consciencia y reafirmar la imagen de mujer advenediza que tienes de mí? —Una lágrima rebelde salió de su cautiverio y rodó por su mejilla—. Entonces te daré gusto: ¡Sí! ¡Tienes razón, me acosté contigo para fastidiar a Karla! Este es mi regalo de bodas, dejarlos a los dos y su relación hecha un caos. ¿Contento?

Dándole la espalda y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no derrumbarse, dijo:

—Ahora déjame sola por favor. Ya mañana me encargaré de hacerle saber a Karla sobre mi regalito de bodas…

—No te atreverás.

—No me retes o te puedes llevar una muy desagradable sorpresa. Ahora vete si no quieres que comience a gritar. —No se volvió hasta que escuchó la puerta cerrarse con un estruendoso portazo.

Estuvo llorando, no supo ni cuánto tiempo. Agotada del cuerpo y del alma, decidió bajar a la cocina a prepararse un té.

Alex se sentía fatal, no podía dejar de pensar en lo mal que terminaron las cosas con Cinthya, se negaba a creer en lo que ella le dijo. No podía ser verdad, no después de la forma en como se había entregado a él. Prefería pensar que dichas palabras fueron expresadas así porque él la provocó y ella estaba dolida.

Reconoció que sus celos lo hacían perder el control y decir tonterías de las cuales se arrepentía después, tal y como era el caso. Decidido a disculparse y recuperar lo que habían compartido cuando hicieron el amor, así como compensarla por el mal rato. Salió con sigilo de su habitación y se dirigió a la de ella. Al girar por el pasillo, la vio caminado en dirección a la habitación de Jake, y eso lo llenó de rabia, estaba por darse media vuelta y regresar sus pasos cuando se percató que Cinthya pasó de largo y bajó por las escaleras de servicio que conducían directo a la cocina.

—Maricela, ¿qué haces levantada? Te hacía en la cama descansando —preguntó Cinthya sorprendida, no esperaba encontrarse con nadie a esas horas de la madrugada.

—Aunque fue muy amable de tu parte el invitarme a pasar la noche aquí para no conducir hasta mi casa, confieso que no podía dormir, y por lo visto no soy la única.

—¿Por qué no puedes dormir? ¿Es por tu ascenso? No te tortures con eso, lo harás bien, nadie mejor que tú para ello.

—Tienes razón, mi insomnio tiene que ver con el ascenso. Digamos que las cosas no han salido como esperaba, al contrario, pero no quiero hablar de eso por ahora, mejor cuéntame qué te tiene develada a ti, al parecer es algo grueso.

—¿Por qué lo dices?

—Porque traes una cara, amiga.

—Lo sé, yo…

—¿Qué te sucede?

—Que soy una muy mala persona, mi madre tiene razón, soy una mujerzuela de cascos ligeros. Un auténtico coyote calamidad, lo absurdo de lo absurdo.

—¿De qué rayos estás hablando? —Maricela sonrió.

—Amiga, la situación me ha rebasado, no sé por dónde empezar. —Se sentó frente a Maricela, reconoció que necesitaba hablar con alguien y sabía que si apelaba al pacto de silencio que habían hecho con tan solo catorce años, su amiga moriría antes que revelar lo que ella le confiara, era algo así como un secreto de confesión.

—Que tal por el principio —sugirió Maricela mientras se ponía en pie para preparar té.

—Apelo al pacto de amigas.

—¿Tan grave es que ocupas mi secreto de confesión?

—Juzga por ti misma. —Mostró una sonrisa irónica.

—De acuerdo. —Maricela levantó su mano en juramento y recitó la frase que acordaron decir siempre que se apelara al pacto de silencio—: «Juro guardar y jamás revelar el secreto aquí encomendado».

—El problema, amiga —suspiró con tristeza—, es que ni siquiera sé cuándo comenzó todo esto. —Lo pensó por un momento y llegó a la conclusión de que todo inició en aquella noche de su cumpleaños—. Quizá todo se remonta a la fiesta de mis dieciséis. ¿Te acuerdas?

—¡Claro! ¿Cómo olvidarla? Me dijiste que esa misma noche le entregarías a Alex tu virginidad, y por la forma en que seguías obsesionada con él supuse que así había sido.

—Esa noche sí perdí mi virginidad, pero no fue con Alex. —Hizo una pausa y tomó aire para infundirse valor—. Él me rechazó de manera cruel, me dijo que solo era una niña pretendiendo ser mujer, que me faltaba madurez y mucha carne para tentar a cualquier hombre.

—¿En serio te dijo eso?

—Sí.

—¿Entonces? ¿Qué pasó?

—¿Recuerdas cuando me alentaste a buscar a Alex en la cocina? —Maricela asintió—. Me aconsejaste que aprovechara la oportunidad de estar a solas con él. —Sonrió con tristeza—. Incluso me dijiste que tú cuidarías la puerta para que nadie nos interrumpiera mientras hablábamos.

—Sí, lo recuerdo, tuve que mandar al pobre de Luis a entretener a Karla.

—Me armé de valor y hable con él, le dije que quería que fuera el primero y me ofrecí en bandeja de plata… Fui una estúpida y solo hice el ridículo —sus palabras destilaban amargura.

—No te tortures con eso…

—Alex fue tajante, no me deseaba —prosiguió hundida en los recuerdos—. Me sentí fatal por lo que me dijo, no supe cómo lidiar con su rechazo, así que tomé un trago tras otro. Herida y despechada, salí al jardín, entonces Rodrigo me siguió, comenzó a decir cosas muy bonitas y melosas, me endulzó el oído y, cuando menos lo pensé, estaba recostada en el pasto con él encima de mí y sus manos tocándome por todos lados. En un momento de lucidez me arrepentí y le exigí que parara, pero él… —Tragó saliva y su cara mostró verdadero dolor.

—¡Dios! ¿Te violó? —La cara de Maricela reveló horror.

—No, al menos no en el sentido estricto de la palabra, aunque podría decirse que en cierto modo sí lo hizo.

Maricela no dijo nada, no quería interrumpir el relato de su amiga. En lugar de té, le sirvió un trago de vodka para que se recompusiera y pudiera seguir con su historia, pero Cinthya lo rechazó, seguía con la convicción de cero alcohol.

—Rodrigo supo con exactitud qué decirme para manipularme y sacar provecho de mi inexperiencia y vulnerabilidad.

—No te entiendo.

—El muy maldito escuchó mi conversación con Alex y decidió sacar leña del árbol caído, me siguió al jardín sabiendo la fragilidad de mi estado emocional… Cuando me negué, se puso furioso y me dijo palabras terribles: «Eres patética, no sé porque pierdo mi tiempo con una frígida, con razón el Salazar te rechazó. Los hombres necesitamos mujeres de verdad, y no estúpidas niñas miedosas».

—Que patán. ¿Cómo pudo ser tan cruel y aprovecharse de ti de esa manera?

—Supo jugar sus cartas, me picó en el orgullo y yo caí en su trampa; en lugar de apartarme como debí de haber hecho, impulsada por el resentimiento y el despecho, alcé la cadera y lo recibí pensando que así me vengaba de Alex, pero Rodrigo tenía razón en una cosa; sólo era una niña estúpida… —Hizo una pausa y tomó una gran bocanada de aire, aun así, no pudo evitar que un par de lágrimas salieran de su cautiverio—. Créeme, fue la experiencia más dolorosa y horrible que he tenido en mi vida. Rodrigo fue brusco, un desalmado, me traumó al grado que no me apetecía en lo más mínimo volver a tener sexo.

Maricela estaba con la boca abierta y muda de la impresión, se puso de pie y abrazó largo rato a su amiga.

—El muy maldito solo me uso, no se preocupó por mí ni por darme placer, al contrario, en cuanto terminó, se levantó, dejándome como una muñeca rota. Se burló del sostén con relleno que madame Víbora y mi madre me obligaron a usar. Me dijo cosas hirientes y muy humillantes…

—No digas más, se nota que aún te daña. No quiero que sufras al revivir todo aquello. —Maricela le acarició los brazos, sintiéndose impotente ante el dolor de su amiga.

—Gracias, Mary. —Cinthya recargó la cabeza en su regazo.

—Si no quieres seguir hablando, lo comprenderé…

—Estoy bien, no te preocupes por mí, he aprendido a vivir con eso.

—¿De verdad? No sabes cuánto lo siento, la primera vez de una mujer tiene que ser especial.

—Lo sé, por eso, al regresar a la casa, me sentía sucia, ultrajada. Comprendí la terrible tontería que había cometido, entregué mi pureza a un auténtico patán que nada más buscó su satisfacción y no le importó lastimarme con tal de salirse con la suya. ¿Sabes?, pasé los siguientes tres días encerrada en mi habitación, enferma de odio y rabia. Odiaba a Rodrigo por ser un miserable, y a Alex, por orillarme a actuar como una imbécil, en aquel entonces era más fácil culparlo a él que aceptar que esa mala decisión fue solo mía.