CAPÍTULO XVIII

Alex aguardaba junto al altar cuando un murmullo colectivo le hizo dirigir su atención hacia la entrada. Esperaba encontrarse con Karla cubierta por una gran sombrilla para resguardarse de la lluvia, en lugar de eso, una mujer desaliñada, empapada hasta el punto de dar risa, cojeando porque el tacón de uno de sus zapatos se había desprendido, caminaba hacia él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Alex alzando una ceja.

—Vengo a decirte que la novia no va a llegar, se fugó anoche con Jake, y si no calculo mal, en estos momentos la Flauta debe estar de interna en una clínica de rehabilitación para trastornos alimenticios.

—Regresaste a tu cabello el color azul. —Sonrió complacido al tiempo que tomaba un empapado mechón con los dedos.

—Té estoy diciendo que tu novia te ha dejado plantado en el altar, ¿y tú me haces comentarios sobre mi cabello?

—¿Qué? —preguntó confuso. En cuanto la vio llegar a su lado, no puso atención a nada más, incluyendo lo que ella le había dicho.

—Lo que oyes, huyó, se fue… Ah, y cuando salga de la rehabilitación, Jake y ella se van a casar, ahora sí será una doña en toda regla.

El padre David, al ver entrar a Cinthya y dirigirse hacia Alex, se unió a ellos.

—Creí que Karla había hablado contigo, hijo —interrumpió el padre dirigiéndose a un pasmado Alex—. Ayer muy temprano pasó a visitarme y me lo contó, también me comentó que ustedes dos se iban a casar, pero al parecer, se equivocó, lo que ella me dijo no concuerda con lo que yo estoy viendo.

—¿Qué?

—No sabes decir otra cosa que no sea: «¿Qué?» —preguntó exasperada, imitando con exageración el rostro confundido de Alex.

Él sacudió la cabeza, las últimas horas habían sido extremas y cargadas de emociones fuertes. Miles de ideas se agolpaban en su cabeza saturándola de información, entonces un pensamiento se impuso y borró de golpe a todo lo demás. Tenía ante sí la oportunidad de casarse con Cinthya, la cuestión era sí estaba dispuesto o no.

—No, padre, Karla no se equivocó, proceda, la novia ha llegado —comentó lanzándole a Cinthya una mirada de advertencia, misma que ella ignoró.

—Por supuesto que no habrá boda —rezongó.

—Sí la habrá.

—Padre, ¿podría darme unos minutos con este cabeza dura?

—Sí, claro, pueden usar la sacristía para que hablen.

—Gracias, eso haremos. —Tomó a Alex del brazo y lo arrastró a donde el sacerdote les indicó.

—¿Acaso estás demente? —Sus gritos se oían por todo el templo—. Ayer se lo dije a Karla y hoy te lo repito a ti: ¡No pienso casarme! Y menos aún con una maldita boda prestada.

—¿Es eso lo que te preocupa, los adornos, el vestido, el banquete…?

—¡No! ¡Demonios!

—No blasfemes, estamos en la casa de Dios.

—¡No me regañes como si fuera una cría!

—Entonces no te comportes como tal.

—No lo entiendes, ¿verdad?

—¿Qué quieres que entienda? ¿Qué Karla tuvo el suficiente sentido común para reconocer que atarse a mí era un terrible error, y por eso preparó todo para que yo pudiera casarme con la mujer a la que realmente amo? Yo lo tengo bastante claro, al parecer, la que no lo quiere entender eres tú.

—¿Acaso eres tan imbécil que no te das cuenta que odio que me manipulen? —soltó exasperada.

En el templo, los asistentes murmuraban y algunos reían con la riña que se llevaba a cabo dentro de la sacristía.

—Ya me estás insultando, lo cual indica que vamos por buen camino, así que déjate de niñerías, arréglate un poco y salimos juntos. —Su tono de voz no daba lugar a réplicas—. El padre David no va a esperar por siempre para casarnos.

Cinthya bufó.

—Eres un arrogante.

—De qué te quejas, éste es el Alex que querías, ¿no? —Tomándola desprevenida, la abrazó con fuerza y la besó con todo el amor que tenía para darle.

Cinthya fue testigo de cómo los besos de Alex derrumbaban todas sus defensas y argumentos, en ese momento solo existían él y ella sumidos en ese sentimiento tan grande que los cegaba a todo lo demás.

—¿En verdad me quieres por esposa? ¿No te importa que sea como el coyote calamidad y tenga un carácter de los mil demonios?

—Adoro al coyote calamidad. —Volvió a besarla.

—Umm, umm. Me permite, joven, tengo una novia que preparar para la ceremonia. —expresó Arenzzo con gesto inquisitivo.

—¿Arenzzo? ¿Qué haces aquí?

—Desde que Karla me pidió un vestido de novia, me quedé con la inquietud. Confieso que en secreto comencé a trabajar en ello, por eso, cuando el día de ayer ella pasó a mi taller y me pidió que la ayudara con urgencia a conseguir uno para ti, no lo pensé; así pasé toda la noche trabajando en mi ópera prima. —Dio un par de aplausos y, en un instante, un sequito de jóvenes cargados de paquetes invadió la habitación. Después echó a Alex fuera y le cerró la puerta en la nariz.

Veinte minutos más tarde, la lluvia se había marchado, el sol intentaba hacer su aparición entre los restos de las nubes grises. Arenzzo sacó a Cinthya por la puerta trasera del templo.

Ayudada por los asistentes del diseñador, caminó aturdida para dirigirse a la entrada principal donde, para su sorpresa, la esperaban sus padres, Dante, Lizzy, Ian y Bárbara.

—Hija, siento mucho lo que pasó, Karla me explicó todo y comprendí que he sido muy dura e injusta con los dos. Lo que hizo Janine no tiene justificación, y lo peor es que sin saber, la ayudé con sus planes, yo…

—Nunca he entendido por qué me odias tanto. —Por fin se atrevió a dejar salir las palabras que llevaba años posponiendo.

—No te odio, es solo que por ser hija única de un matrimonio conservador, recibí una rígida educación. Se me enseñó a no cuestionar las órdenes de mis padres, en cambio, tú siempre me has plantado cara y te revelas a mis designios. No sabía cómo lidiar con eso. Yo tenía planes para ti y nunca me paré a pensar que no tenía derecho a dirigir tu vida. Espero que algún día puedas perdonarme —comentó su madre apenada.

Era una forma, incluso patética, de pedir perdón, pero Cinthya sabía bien que para su madre era muy difícil aceptar sus equivocaciones, por lo que reconoció el mérito. Se preguntó si ella misma tendría el valor de reconocer las suyas, quizá no.

Asustada, miró a su alrededor. ¿En verdad era eso lo que quería? ¿Una boda prestada? ¡No! Estaba dejándose llevar por la emotividad del momento, y una decisión como esa no podía tomarse a la ligera. No tenía duda de sus sentimientos por Alex, de eso estaba más que segura, y enfundado es ese esmoquin estaba arrebatador, pero… como siempre el maldito pero no la dejaba en paz.

Haciendo caso a su instinto, corrió y corrió, no supo cuánto, se trepó a un taxi y le pidió que la llevara a la mansión De Anda. Antes de perder todo valor, se dirigió hacia la motocicleta de Dante que estaba guardada en el garaje, se arrancó el velo, montó en ella, aceleró y no volvió la vista atrás.

***

Alex estaba sentado en el pequeño café del pueblo de San Lázaro. No entendía por qué su tío José lo había enviado al rancho Las tres ánimas con tanta urgencia. A su parecer, ese asunto no requería de tanta atención, aunque, pensándolo bien, quizá era lo mejor. Mantenerse ocupado lo ayudaría para permanecer cuerdo.

Reconoció que aún no podía reponerse del plantón, pensó en que era absurdo que dos mujeres lo despreciaran el mismo día, solo a él podían pasarle cosas así.

Trató de no pensar en Cinthya, aún le dolía la manera tan cobarde en que huyó del templo dejándolo realmente consternado. Aunque el imaginarla trepada en la motocicleta de Dante, vestida de novia y deambulando por las carreteras le causaba gracia. Se preguntó por qué, a pesar de todo, no era capaz de odiarla, ¿qué tenía esa inmadura chica que no era capaz de olvidarla?

Lo peor de todo era que en el fondo la comprendía, él en su lugar habría estado aterrado. ¿Tendría razón Dante al decirle que le diera tiempo para asimilar las cosas? Su primo aseguró que cuando ella estuviera lista, volvería a él por voluntad propia.

Estaba sumido en sus pensamientos cuando el mesero se acercó y colocó frente a él una tarta de manzana. Durante unos segundos su cerebro se bloqueó para después trabajar a una velocidad increíble. Intrigado, alzó la mirada y comenzó a recorrer el lugar hasta posarse en una chica de cabellos azul nocturno que, con una cuchara de plata en la mano, lo miraba de forma provocativa.

El corazón le dio un vuelco y su estómago supo lo que era someterse a una compresión total en cuestión de segundos. ¿Cómo podía una persona amar y odiar al mismo tiempo? No se podía, la respuesta era muy sencilla, el amor seguía ahí, solo que un poco resentido. ¿Cómo pretendía castigarla con indiferencia si nada más verla reaccionaba como un chaval emocionado?

Sonrió con ironía. Para su fortuna o desgracia personal, según el enfoque con que se viera, amaba a esa compleja mujer. Sería un hipócrita al decir que le cambiaría algo, si la materia se modifica, pierde su esencia, y él la quería tal cual.

Al cruce de miradas, esa extraña comunicación entre ellos, una vez más, habló, Cinthya comenzó a lamer la cuchara, a lo que Alex, sin perder tiempo, se acercó hasta ella, la puso de pie y, aprisionándola en sus brazos, le advirtió:

—Nunca comiences un juego que no piensas terminar.

—¿Quién dice que no estoy dispuesta a terminar? El hecho de que el final resulte poco convencional no significa que por eso no sea válido.

—¿Qué estás tratando de decirme?

—No todos los jugadores buscamos la misma meta, al menos no por ahora.

—Entiendo, no quieres casarte conmigo, ¿es eso?

—Quiero que cuando ese momento llegue, estemos realmente preparados los dos.

—¿Debo entender que las cosas tienen que hacerse a tu modo o no se hacen?

—Lo siento, Alex, en verdad, sé que fue una cobardía huir como lo hice, pero no podía… yo…

—No podías soportar que te manipulen, lo entiendo, Dante habló conmigo. —Hizo una pausa—. ¿Por qué no respondiste a mis llamadas?

—Necesitaba tiempo para pensar y aclarar mis ideas. Si no quieres estar con una loca bipolar, lo entenderé.

—¿Qué planes tienes entonces?

—Mi apartamento en Nueva York no es muy amplio, y ahora que Ian piensa instalarse con Bárbara, creo que no será muy cómodo. Sin embargo, tengo interés por cierto rancho mexicano. Me han dicho que la nueva dueña es muy extraña, se rumora que esta media cucú, que se la pasa tomando fotografías y molestando a los demás, sobre todo al nuevo administrador, del cual todos sospechan que está enamorada, dicen que él es un tipo por demás atractivo, seguro en sí mismo y con una inteligencia sorprendente. Aun no se sabe si habrá boda, aunque, ¿quién dice que todas las historias de amor tengan forzosamente que terminar en matrimonio? No es una regla general, ¿o sí?