CAPÍTULO V
Una vez a solas, Cinthya se dejó caer en el sillón más cercano. ¿Cómo iba a mantenerse fría y distante con Alex si reaccionaba de ese modo ante su encanto? ¿Que no se suponía que era inmune al sexo? ¿Entonces? ¿Por qué su cuerpo estaba al borde de la combustión espontánea? Se derretía al toque de esas manos que conseguían que se olvidase de todo, incluyendo que él era un hombre con un pie en el altar. Aunque, por otro lado, se sentía triunfante por haberlo hecho reaccionar, había logrado sacarlo de esa apatía en la cual él vivía, orillándolo a perder su amado autocontrol, aunque fuera tan solo un momento.
Antes de reunirse con su familia en la terraza, pasó por su habitación para retocarse el pelo y el maquillaje. Inquieta, esperó unos minutos a que su temperatura corporal bajase algunos grados y se mentalizó para soportar estoica la macabra hora del café.
Lizzy y Karla no dejaban de hablar sobre bodas, ambas parecían flotar entre esponjosas nubes rosas, lo cual le asqueó, «tanta miel empalaga», pensó.
Sus padres se disculparon y se retiraron a dormir poco después de las nueve, estuvo tentada a hacer lo mismo, pero no se imaginaba metida en la cama a esas horas.
—Supongo que serás la única dama de honor sin pareja, quizá podría decirle a Ian que te acompañe —sugirió Karla con un extraño arranque de buen humor, sus ojos color ámbar brillaban maliciosos.
«¡Sólo eso me faltaba! Ahora doña Flauta pretende que haga el papel de niñera de su hermanito», pensó irritada, aunque su rostro disimuló bastante bien el disgusto. Cuando decidió presentarse sin pareja, no esperó que eso colocaría a Karla en posición de hacer esa clase de insinuaciones, poco le faltó para decir: «Pobrecilla, le diré a mi hermano que haga el favor de ser tu acompañante». Ante cada pensamiento, su rabia crecía más y más.
«¿Quién rayos se cree doña Flauta para hablarme así? ¿Acaso no sabe que con un chasquido puedo tener a un montón de tipos dispuestos?». Respiró hondo. «Tranquila, Cinthya, es obvio que la Flauta quiere molestarte, no le vas a dar ese gusto, ¿o sí?». Sonrió ante su monólogo interno, de pronto se sintió como en esas películas en las que un diminuto ángel posado en el hombro derecho de la protagonista discute con un diablillo instalado en el hombro izquierdo, casi podía verlos.
Entonces recordó que Ian tenía su misma edad, por lo que él ya sería un adulto y no el muchacho flacucho y sin atractivo que dejó de ver años atrás, aunque si su carácter se parecía un poco al de su hermana, lo mejor era mantenerse lo más lejos posible de él.
—No será necesario molestarlo con eso; además, no creo que a Jake le haga mucha gracia… —«¿Por qué diablos he dicho eso?», se cuestionó enfadada, ¿ahora cómo saldría del embrollo que ella misma había creado?
—¿Jake? ¿Quién demonios es Jake? ¿Que no se llamaba Dylan tu noviecito ese? —preguntó Dante de inmediato.
—¿Otra vez con eso, Dante? Cinthya es lo bastante mayor como para que todavía la trates como a una niña —comentó Lizzy, divertida ante la sobreprotectora reacción de su amado.
—Gracias, cuñadita, tu sí que sabes cómo calmar a la bestia. —Sonrió complacida y dijo a su hermano—: Dylan es cosa del pasado. Estoy segura de que Jake te agradará, él es muy divertido y, al igual que tú, adora las motocicletas, de hecho, ya lo conoces, alguna vez te lo presenté —agregó como si cualquier cosa.
—Disculpe usted, madame, si no recuerdo los nombres y rostros de la sarta de tipos que desfiló por su puerta mientras estuve hospedado en su casa…
—Ya basta, Dante. —Lizzy soltó una carcajada—. Pareces un terrateniente de la época feudal.
Una vez a solas en la oscuridad de su habitación, Cinthya decidió llamar a Bárbara sin importarle la hora, estaba convencida de que su amiga no se dormiría hasta hablar con ella.
—¿Qué hiciste esta vez, honey?, y no me mientas —exigió de inmediato—, estoy intrigada por lo que oí la última vez que hablamos, anyway, quiero todos los detalles.
Y Cinthya se los dio sin guardarse nada.
—Oh, my Good! Eres más letal de lo que crees, darling. Jamás pensé en ese dicho: «Contra la espada y la pared» desde esa perspectiva. Ahora, por tu culpa, una de my sexual fantasies tiene que ver con muros de carne y duras paredes. Mmm…
Cinthya no pudo evitar reír.
—Créeme, amiga, yo jamás lo habría ni imaginado. Fue… ¡Dios! No tengo palabras.
—Escucha, darling, si quieres que tu galán se arrepienta de esa absurda boda, tienes que hacerte un poco de rogar y dejarlo siempre con ganas de más. No le entregues el, ¿cómo le llamas tú? Ah, sí, equipo a la primera, aunque. basándonos en tu caso, sería todo un logro que accedieras a llegar a tercera base sin salir huyendo espantada, ya no se hable de llegar a Home. Recuerda que hay que tensar la cuerda, pero en el punto exacto, si la dejas blanda, no atrae, y si la forzas de más, se rompe. —Hizo una pausa—. Lo que me preocupa es cómo vas a justificar la ausencia de Jake, Dear.
—No, no será necesario.
—What the hell…?
—Escucha —la interrumpió—. Necesito que hables con él y le digas que le pagaré lo que pida si accede a venir contigo y hacerse pasar por mi pareja durante la boda.
Jacques Toussaint, mejor conocido como: Jake, era su vecino francés que vivía en el departamento de arriba, un joven muy atractivo que había tenido una vida difícil. Después de rodar por el mundo, decidió establecerse y hacer algo productivo con su vida, estudiaba la carrera de ingeniería, la cual estaba por terminar. Los fines de semana bailaba en un club nocturno para costear sus estudios. Contrario a lo que todo el mundo podría pensar, él era un buen tipo, había flirteado con ella en más de una ocasión, pero siempre lo rechazaba haciendo uso de su ácido sentido del humor.
—You gone crazy? —preguntó Bárbara incrédula—. ¿En verdad crees que aceptará? Esto me parece demasiado trillado e infantil, sweetie, eres una mujer adulta, puedes conseguir al hombre que quieras, no veo la necesidad de pagar por compañía…
—¿Por qué no? Él necesita el dinero, y yo, una pareja que no se cree falsas expectativas sobre la relación. ¿Olvidas que él se desnuda los fines de semana en un club para mujeres? Debe estar acostumbrado a figurar como acompañante sin esperar nada excepto dinero a cambio de sus servicios. Estoy convencida de que es la mejor opción, por su trabajo ha aprendido a desligar los sentimientos de los negocios, y eso es exactamente lo que yo necesito.
—Okey, honey, mañana mismo le preguntaré y que sea lo que tenga que ser.
***
La familia de Karla llegó de su viaje a París al día siguiente, ellos tenían una bonita residencia a unas cuantas casas del hogar de la familia De Anda, eran vecinos y amigos de toda la vida.
Tal como Cinthya lo sospechó, Ian era todo un hombre de gimnasio; alto, de grandes músculos, aspecto impecable, piel bronceada, unos traviesos ojos color ámbar y un ego hasta el cielo. Pero a pesar de su arrogancia y contrario a lo que su hermana, ellos simpatizaron al instante.
Ian y ella pasaban juntos mucho tiempo. Sus amigos se habían ofrecido a ayudarla con el bazar que había organizado en la parroquia del padre David. En el último momento, había decidido vender su antiguo guardarropa y que lo recaudado por ello fuera donado para el centro juvenil. Incluso Ian había organizó una campaña de recolección de ropa con sus amistades. El resultado fue muy satisfactorio, Cinthya estaba encantada de contar con su ayuda.
Los días siguientes fueron de total ajetreo entre las compras y ultimar los detalles de la boda de Lizzy y Dante, así como las visitas para las pruebas de los vestidos con Arenzzo, que, por supuesto, se había negado, no a realizar el vestido de novia de Karla en sí, incluso la idea lo emocionó, sino a hacerlo en tan poco tiempo.
«A un genio nunca se le presiona con el artífice Tiempo», había dicho el diseñador.
El miércoles por la noche, Cinthya se encontraba sola en la terraza disfrutando de un cigarrillo cuando Bárbara la llamó; su amiga le comentó, en tono de broma, que después de mucho negociar, por fin había convencido a Jake.
—¿En verdad ha aceptado? ¿Cuánto va a costarme su incondicional ayuda? —Preguntó sarcástica.
—Dice que lo hará gratis, solo por el placer de poder tocarte sin que le partas la cara. —Soltó una carcajada—. Hombres, ¿quién los entiende? Anyway, dice que desea ponerse de acuerdo contigo sobre la ropa que debe llevar, cómo se conocieron, you know, todos esos detalles de tortolitos. Como mañana llegamos a tu querido México, quiere estar preparado para afrontar con dignidad la situación.
—Dile que no hay mucho que contar, nos ceñiremos a la verdad: que él es nuestro vecino, que está por terminar su carrera de ingeniería…, aunque sí descartaremos su peculiar trabajo de los fines de semana, no creo que a mi madre le agrade saberlo, es más, podría darle un infarto de la impresión. —Ambas rieron—. En cuanto a la ropa, déjale claro que no me importa lo que use, quiero que sea él mismo, que se sienta cómodo, ¿de acuerdo? Solo que traiga un traje o algo más formal para la boda, eso es todo.
—Por qué no se lo dices tú, honey, aquí está, te lo comunico, pero antes quiero preguntarte, ¿cómo te fue con el bazar?
—De maravilla, los vejestorios se vendieron muy bien. Jamás pensé que hubiera tantas personas con el mal gusto de mi madre y Karla, pero, al parecer, la gente está muy loca.
Bárbara rio.
—Okey. Here’s Jake.
—Bonjour, bébé! Por fin se me hará el ponerte las manos encima sin temor a que me des una paliza —bromeó divertido.
Al escuchar ese irresistible acento francés, Cinthya se reiteró que había tomado la mejor decisión. Soltó una carcajada que disipó por arte de magia toda la tensión que había acumulado por varios días.
—¡Jake Toussaint! Será mejor que te comportes y que mantengas tus manos lejos de mi trasero si no quieres enfadar a los hombres de esta casa.
Un gruñido a su espalda le indicó que ya no estaba sola. El rostro de Alex era todo un poema, Dante sonreía de forma graciosa e Ian mostraba una mueca de diversión. Aunque ella le había dicho desde el primer instante que tenía novio, él se tomó el coqueteo como un reto.
—¡Bien dicho, hermanita! —comentó Dante orgulloso por la amenaza que acababa de escuchar.
Después del incidente en la sala, Alex no había vuelto a tocarla, volvió a ser el mismo de siempre, frío y distante, lo cual a ella, en un principio, la tranquilizó y molestó por partes iguales. Al pasar los días, su indiferencia hacia ella y a todo lo demás comenzó a trastornarla, estaba harta de ello y no deseaba otra cosa más que encenderlo, recordarle a ese arrogante que por sus venas de hombre corría sangre, no atole.
«¿Y qué te detiene?», preguntó su voz interna. A partir de ese momento, cansada de querer agradar a su madre y comportarse como los demás esperaban que lo hiciera, decidió que no se contendría más. Deseaba ayudar a Alex, sacarlo de su letargo, así que no descansaría hasta conseguir que el verdadero Alejandro saliera a la luz con todo su esplendor. Si para conseguirlo tenía que valerse del sexo, lo haría sin dudar. Esa sería su mejor venganza y, a la vez, su regalo de bodas antes de perderlo para siempre.
—Te veo mañana, Jake. Mis escoltas acaban de llegar, piensa en lo que te he dicho, ¿de acuerdo?
—Bien, sûr bébé. Pero te advierto que no pienso desaprovechar la ocasión, espero con ansias verte.
Alex la observaba como si supiera lo que Jake acababa de decirle, y eso la sonrojó hasta las uñas de los pies. Jake era un experto en embaucar a las mujeres y un encanto de hombre, pero no provocaba en ella, ni de lejos, lo que Alex le hacía sentir.
—Te veo en el aeropuerto, Jake —fue todo lo que pudo decir ante la mirada inquisidora de sus espectadores.
—Creo que ya lo odio —comentó Dante con diversión—. Es el primero de tus amigovios que es capaz de sonrojarte de esa manera, eso debe significar algo, ¿no?
—Exageras, Dante —fue su escueto comentario, la intimidaba el hombre rubio que la miraba como si quisiera estrangularla.
—¿Exagero? Si estabas del color de un tomate maduro —bromeó su hermano rompiendo el denso silencio—. Por cierto, papá y Laura ya están a la mesa, y ella está enfadada porque no has aparecido, ya sabes que es muy rigurosa en los horarios y las formalidades.
—Sí, lo sé, aunque en mi defensa he de alegar que me he desacostumbrado al riguroso protocolo de su majestad Laura I —enunció con una sonrisa y se dejó conducir por su hermano al comedor.
Después de la cena, Cinthya observó con atención a Alex mientras él conversaba de negocios con su padre al tiempo que bebían café en la terraza. Pensó en que era injusta la naturaleza por haber dotado de tanta belleza y perfección a un solo hombre.
Recordó que no era la única que pensaba así; en el instituto de las Américas, donde habían estudiado la secundaria y preparatoria, Alex no había pasado desapercibido, era toda una leyenda. ¿Por qué? Por la forma como se sobrepuso a los constantes ataques de los chicos, los cuales lo molestaban debido a su aspecto físico, y de cómo llegó a ser el capitán del equipo de futbol americano. Incluso en todas las generaciones había grandes disputas entre los jóvenes por ostentar el número siete, que era el que portaba el Salazar; así era como lo llamaban.
Aunque Dante y él eran cinco años mayores que ella, era típico escuchar historias sobre el par de primos. Dante era el mejor jugador de basquetbol en la historia del colegio, y de Alex había cientos de anécdotas, deportivas, académicas, sociales… Por supuesto, la mayoría, versiones distorsionadas de la realidad.
Acudió a su mente una en particular: Alex había golpeado a Carlos, el capitán del equipo de futbol soccer; este tipo y su club de lambiscones siempre lo molestaban y solían llamarlo con toda clase de apelativos como: el bello sonriente, ricitos de oro, el finito, la Barbie, Rapunzel… Este último porque, en aquel entonces, él lucía una melena color avena que le llegaba debajo de los hombros.
Para todas las chicas había quedado más que claro que el motivo de esas pullas constantes en contra de Alex eran envidia en estado puro. Lejos de ser el tipo de hombre afeminado que solían decir Carlos y su grupo de bravucones, él era muy varonil y, por consiguiente, el más asediado por las féminas del colegio.
Por eso Cinthya no podía explicarse el motivo por el cual, de buenas a primeras, él había cambiado su estilo hípster por uno más serio y simple. Era contradictorio e intrigante, él era un hombre seguro en sí mismo y en su capacidad para llevar los negocios. ¿Entonces? ¿Qué había pasado? ¿Por qué cambió su espectacular melena dorada por un corte sin mayor gracia, y los vaqueros por pantalones simplones y holgados?
Aun con ese estilo nerd, su atractivo seguía presente, era algo imposible de ocultar por muy gris que fuera su atuendo. Ella lo conocía bien y fue testigo de cuanto le dolió todo aquello que pasó en el colegio, pero ¿lo marcaría tanto al grado de volverlo inseguro? No, eso no tenía sentido, lo que menos se podría decir de Alex es que fuera inseguro, tenía que haber algo más tras su transformación, pero ¿qué?
Cinthya se devanó los sesos tratando de armar el puzle sin conseguirlo. En definitiva, lo que fuera que lo instó a cambiar, debió de ocurrir después que ella, obligadamente, se marchó.
«Tanta belleza debe ser una maldición», había comentado en broma, alguna vez, su amiga Maricela, y Cinthya estaba de acuerdo. La mayoría de las personas eran incapaces de ver detrás de ese aspecto tan atractivo, pero ella no, ella sí conocía el alma que vivía recluida dentro de aquel maravilloso ser humano, y por eso la frustraba ese empeño suyo por mostrarse como un individuo contenido que se anula a sí mismo. Había confiscado a lo más recóndito de su ser al hombre pasional y aguerrido que era antes de sucumbir a la tentación de convertirse en el tipo modélico que los demás esperaban que fuera.
La parsimonia con la que él vivía en los últimos años la llenaba de impotencia y la desquiciaba por completo. En ese momento se reiteró con más fuerza que nunca su promesa de sacar a la superficie al Alex verdadero. Era tiempo de acabar con esa caricatura absurda del tipo aburrido, común y corriente.
Esa «maldición», como bien la llamó Maricela en su momento, tenía que regresar costara lo que costara. Incluso si ello significaba, para él, el volver a pasar por el estigma de niño bonito, y para ella, el tener que ver a todas las féminas derretirse por su natural encanto. Aunque su consuelo era que no se quedaría lo suficiente para verlo; a partir de su boda, sería Karla la que cargaría con semejante suplicio.
Reconoció que quizá no lo tendría fácil; cuando Alex decidía algo, era difícil hacerlo cambiar de opinión. Era un guerrero nato, había aprendido a lidiar con los inconvenientes y a sobreponerse desde muy pequeño, eso le quedó claro por la forma tan valiente en la que afrontó la muerte de sus padres, por eso no podía resignarse a verlo pasar los días con esa apatía hacia la vida y lo que esta podía ofrecerle. Debía haber un motivo muy fuerte para que él no se esforzara por salir de su letargo, pero ¿cuál? Ése era el enigma.
Reconoció que con la madurez adquirida, las facciones de él se habían endurecido, haciéndose todavía más varoniles y marcadas. Si el chico del instituto era de quitar el aliento, el Alex adulto era para morirse de incredulidad ante tanta perfección.
Cansada de buscar respuestas, que, por lo visto, no obtendría en ese momento, decidió irse a la cama, aunque aún era temprano. El fingir y esconder sus sentimientos resultaba agotador. Al parecer, había estado haciéndolo bien, todo indicaba que los demás estaban convencidos de que su obsesión por Alex era cosa del pasado, lo cual estaba más lejos de la realidad que nunca, porque cuando era una jovencita no conocía la pasión que él le había mostrado días atrás con sus besos y caricias, por ello, mantenerse a distancia estaba acabando con su cordura.