CAPÍTULO I
Cinthya de Anda, con el ceño fruncido, trabajaba en un collage de fotografías que uno de sus clientes le había pedido para una revista. Cuando el móvil sonó indicándole que tenía un mensaje, lo tomó para ver el remitente y sonrió, era Maricela González, su amiga desde la guardería. Sin perder tiempo, abrió el WhatsApp y su sonrisa se amplió, de inmediato se enfrascó en la conversación hasta que una noticia la dejó fría: Alex iba a casarse.
Todo aquello que creyó enterrado y superado la atacó de golpe. ¿Hasta cuándo dejaría de atormentarla su obsesión por ese hombre? Aun estando lejos, su recuerdo la perseguía. Por lo visto no había distancia suficiente para escapar de Alejandro Salazar.
Varios años atrás, tomando como pretexto un intercambio estudiantil, fue alejada del que había sido su hogar. Reconoció que, aunque doliera, el destierro resultó muy conveniente, pues en aquel momento necesitaba poner tierra de por medio, alejarse de su pasado y tratar de encontrarse a sí misma.
En la actualidad, era una fotógrafa reconocida, había montado varias exposiciones y se cotizaba alto, era la favorita de algunas revistas famosas. Le gustaba su vida tal cual; para ella, así era perfecta: realizada en su trabajo, viviendo en un espacioso y moderno departamento cerca del Central Park y, cuando necesitaba un poco de frivolidad, se codeaba con celebridades, artistas, genios de la moda…
¿Qué más podría pedirle a la vida? Nada, excepto poder escapar de un par de ojos cobalto que llevaban demasiado tiempo torturándola.
Bárbara, su compañera de piso desde hacía cinco años, era una de sus mejores amigas, habían congeniado de inmediato, y la convivencia diaria se fue convirtiendo en una sólida amistad.
Cuatro largos años habían transcurrido desde la última vez que visitó la casa de sus padres. Aquella horrible Navidad, que marcó un antes y un después en su vida, la obligó a tomar una decisión definitiva: no volver a pisar suelo mexicano.
Por desgracia, su determinación se había visto minada hacía poco más de tres semanas cuando su hermano, acompañado de Lizeth, la visitó para darle la buena noticia sobre su próxima boda.
Lizzy le había pedido, no, mejor dicho, suplicado, que fuera su dama de honor, a lo cual terminó cediendo, quería demasiado a ese par y, aunque se resistió, al final no pudo negarse. Por supuesto, haciendo gala del buen negociador que llevaba dentro, impuso algunas condiciones.
Volviendo al presente, se devanó los sesos tratando de comprender por qué los tortolitos no le habían comentado nada sobre la otra boda cuando la visitaron; la respuesta que acudió a su mente la enfureció: seguro daban por hecho que seguía enamorada de Alex, como cuando era una chiquilla y no querían lastimarla.
Su rabia crecía ante cada pensamiento, estaba harta de la patética protección de Dante, la cual le pareció de lo más absurda. Si a final de cuentas era inevitable que se enterara de la buena nueva en cuanto cruzara la puerta principal del aeropuerto mexicano, ¿qué caso tenía tanta pantomima?
Miles de pretextos para negarse a asistir a la boda de su único hermano desfilaron por su cabeza, entonces su orgullo herido le recordó que ya no era la chica ingenua que, confundida y destrozada, se vio forzada a marcharse de su amado país.
Reflexionó que poner distancia no era la solución, había estado haciéndolo los últimos cuatro años y estaba cansada de huir. Era tiempo de plantarle cara a su pasado, dejar atrás y para siempre a Alex y lo que él representaba.
Después de mucho meditar, decidió inclinar la balanza a su favor y ver el lado positivo de la situación; si Maricela no hubiese cometido esa indiscreción, ella habría regresado a casa de sus padres ignorante del feliz acontecimiento y con la guardia baja. Tenía que agradecer al cielo su buena suerte y sacar provecho de esa ventaja.
Le enfurecía reconocer que la noticia le había caído como bomba nuclear, causando en ella gran devastación. Se suponía que él ya no le importaba, ¿entonces?, ¿por qué seguía afectándole lo concerniente a ese hombre que había dejado más que claro no estar interesado en corresponderla?
Durante años se había mentido a sí misma, quizá ahí radicaba el problema, pero… ¿cómo obligar al corazón a someterse a los designios de la razón? Pensó en que si lograba encontrar la respuesta a esa pregunta, sería la mujer más feliz del planeta. Por lo pronto, tenía que apegarse a su realidad y reconocer que estaba obligada a regresar al lugar que juró nunca más pisar, y donde, por lo visto, aguardaban por ella sus esqueletos en el armario.
El solo imaginar la posibilidad de haberse enterado de la boda del año estando en casa de sus padres, con Karla y Alex presentes, le hacía sentir ganas de vomitar.
Por fortuna, Maricela, aun sin saberlo, la había prevenido, y gracias a ello se había librado de pasar semejante bochorno. Se miró de reojo en el enorme espejo que cubría toda una pared, la palidez de su rostro solo le confirmaba que mejor suerte no pudo correr.
—Antes que todo, tranquilízate, Cinthya. —Tomó una gran bocanada de aire——. Vamos por pasos. Primero: tienes que llamar a Maricela e inventarte una excusa súper creíble del por qué no contestaste a sus últimos mensajes, convencerla de que ya sabías del asunto y que todo está perfecto. Segundo: concertar una cita con Tara para que te arregle el cabello. Tercero: hacer unas cuantas compras, y por último: organizar toda una estrategia de defensa en contra del enemigo.
Con esa firme determinación, se miró una vez más en el espejo de su estudio y le gustó lo que vio: una mujer adulta, plena y realizada en su profesión. «No me encontrarás con la guardia baja, Alex; ya no soy la misma estúpida que se marchó humillada. Esta vez, contraatacaré hasta morir, ¡eso te lo juro!», prometió a su doble opuesto.
—¡Que los dioses del Olimpo te amparen porque voy con todo contra ti, Alejandro Salazar! —sentenció mientras observaba la vieja fotografía de él, de la cual aún no era capaz de desprenderse y se odió por eso.
—Oh, my Good! ¡Qué lo protejan los ejércitos celestiales, pues tu ira es implacable! —se burló Bárbara, que en ese momento entraba al estudio y fue testigo de semejante amenaza.
—¿Se puede saber qué rayos haces aquí? —Miró con ira a su amiga, si algo no soportaba, era sentirse vulnerable, y menos aún que alguien más lo notara.
—Por lo visto, tu inconsciente me llamó, honey —comenzó a decir Bárbara, ignorando su rabieta mientras colocaba las bolsas del supermercado en una de las mesas—. Fui a hacer la compra y decidí pasar a sacarte de tu claustro para que te diera un poco de aire. —Inspiró hondo—. Dear, últimamente pasas tanto tiempo aquí encerrada que temo verte convertida en parte del mobiliario. —Cinthya frunció el ceño ante su comentario—. No me pongas esa cara, sexy lady, mi don mágico no se equivoca, así que suelta, ¿qué pasó para que estés pálida como un muerto?
Cinthya sus opciones de respuesta:
A) Tratar de mentirle y soportar la aburridora reprimenda por ello.
B) Contarle una versión distorsionada de los hechos, aunque su amiga era demasiado suspicaz y pronto ataría cabos.
C) Sincerarse y pedirle consejo para juntas planear una estrategia infalible para salir bien librada y no quedar como una tonta.
Nadie mejor que Bárbara conocía toda su historia, era la única testigo de la miseria emocional en la cual vivió cuando regresó después de aquella terrible Navidad en México. A ella no podía mentirle, y, como dice el dicho: «dos cabezas piensan mejor que una».
—Elijo la C —dijo, y ante la mirada curiosa de su amiga, comenzó a relatar lo sucedido.
—Oh, my Good! Así que la mujer hielo se salió con la suya y va a cazarlo de manera oficial, y digo cazar con z, no con s. ¿Qué vas hacer al respecto, honey?
—Nada.
—Really? ¿En verdad vas a permitir que Alex cometa semejante atrocidad? Aunque pensándolo bien, nada es definitivo antes del: «Yes, I do» —comentó Bárbara absorta.
El solo escuchar el comentario de su amiga le ocasionaba terribles náuseas.
—Entonces qué sugieres qué haga, ¿eh?, ¿secuestrarlo? ¿Martirizarlo hasta que acepte dejarla?
—Sweetheart, conmigo no funciona tu adorado sarcasmo, guárdalo para cuando llegues a México, ambas sabemos que existen métodos más efectivos que la tortura para lograr que un hombre haga lo que nosotras deseamos, you know. —Sonrió con malicia.
—La femme fatale, ¿no? Sabes que eso no va conmigo.
—Pues tendrá que ir, honey.
—No lo sé, no pretendo robarle el novio a Karla, solo quiero recuperar mi dignidad y pasar esas dos semanas en México en santa paz.
—Yea, sure! —Sonrió Bárbara irónica—. Dear, primero que nada, llama a Maricela como habías pensado, haz tu más memorable actuación y convéncela de que estás bien. Por suerte tenemos casi toda una semana para mentalizarnos, digerir la buena nueva y preparar la estrategia de ataque que esta ventaja nos da.
Sin lugar a arrepentimientos, Cinthya marcó el número de Maricela.
—Perdón por no contestarte, llegó un cliente vip al cual estaba esperando mientras conversábamos por el WhatsApp. Antes que digas nada, por favor, deja de hacerte novelas en tu cabecita soñadora, ¿de acuerdo? No, no pasa nada, estoy prefecta, y sí, Dante habló conmigo. Si Alex quiere atarse a una bruja hasta que la muerte los separe, pues él sabrá. A fin de cuentas, será él quien tenga que soportarla —expresó de corrido.
Agradeció al cielo que la conversación se diera por teléfono, de lo contrario, si su amiga la viera a la cara, sabría que estaba mintiendo. Pensó que por fortuna no era como pinocho, si no, en ese momento, su nariz estaría del tamaño de un palo de golf.
—Ya entendí, toma aire, mujer, me has soltado toda la retahíla sin respirar —comentó Maricela con una risotada—. Como siempre estás a la defensiva, lo cual es normal en ti, por lo tanto deduzco que estás curada de tu obsesión por Alex.
—¿Por qué no habría de estarlo? Por si no te has dado cuenta, ya maduré.
—¿En verdad no te importa que Alex vaya a casarse?
—No. —Se felicitó por lo contundente que sonó su negativa—. Créeme amiga, tengo demasiados asuntos laborales que ocupan todo mi tiempo y atención, eso sin contar con el terrible episodio de estrés que me causa cada vez que me visita el cliente que te comenté antes, el tipo es de lo más arrogante, claro que puede permitírselo porque su revista no solo es famosa, es un boom a nivel internacional, solo por eso tolero sus extravagancias.
Sabía que la mejor manera de convencer a Maricela de que no estaba afectada por el inminente matrimonio de Alex era hablarle de su gran pasión: la fotografía.
Durante casi veinte minutos charlaron sobre sus clientes, el ascenso de Maricela al puesto directivo, que era prácticamente un hecho, los planes a corto plazo de ambas, las tiendas, el clima…, incluso Cinthya se ofreció a hacerle compras, a lo cual su amiga no perdió tiempo en hacer sus encargos. Después de colgar, Bárbara la increpó:
—Para convencer a los demás, tienes que empezar por hacerlo contigo, you know.
—Lo sé, no sabes cómo agradezco al cielo esta pequeña ventaja. Si todos están esperando una escena cuando me entere de la noticia, se van a llevar una sorpresa.
—¿Sabes? He decidido acompañarte, sweetheart, no te dejaré sola en el campo de hienas, pero mi malvada jefa no me lo puso fácil, se negó a darme permiso para ausentarme las dos semanas. Por fortuna estoy de vacaciones en la facultad, así que viajaré una después que tú. Me iré el viernes al salir de la oficina, quiero aprovechar el tiempo lo mejor que se pueda.
—¿Qué? ¿A qué hora arreglaste eso?
—Mientras tú hablabas con Maricela, yo lo hice con mi jefa, aunque sé que la enfurece que la llamemos en sábado; ella siempre dice que los asuntos laborales se quedan en la oficina. Anyway, la cuestión es que me dio permiso, y eso ya es ganancia.
—Gracias, no sabes lo que significa para mí tu apoyo, eres la única persona con la cual puedo hablar del tema sin reservas.
—I know, sweetheart, yo estaré ahí para evitar que hagas tonterías. —Lo pensó por un instante—. O para alentarte a hacerlas, según sea el caso. —Sonrió picara.
—¿Qué estás tramando, Barbarita? Conozco esa mirada y no me gusta nada.
—Ya lo verás, you just trust me…
—Eso es precisamente a lo que le temo —murmuró.
—¡Ja! Te oí, honey, y no me causa gracia tu comentario, ¿eh? —Puso los ojos en blanco—. Por lo pronto, vámonos, que Tara nos espera.
—¿Nos?
—Of course, ¿acaso pensabas que me presentaré ante tu familia con estos pelos de loca? —Señaló su abundante cabellera roja—. Recuerda mi frase, honey…
—«Pase lo que pase, nunca pierdas el estilo» —completó Cinthya con una sonrisa.