CAPÍTULO VII
Alex observaba desde el interior del frío gimnasio cómo Cinthya se divertía con su novio y su amiga. Ella lucía radiante, emanaba pasión, vida… Era obvia la camaradería que había entre esos tres; sonreían y jugaban en el agua como si fueran niños. El íntimo entendimiento entre Jake y Cinthya lo llenó de rabia e impotencia, no pudo evitar sentir envidia de ese hombre que podía disfrutar de lo que él perdió años atrás.
Recordó que la relación entre ellos en el pasado era muy parecida, había complicidad, amistad, afecto y… fuego, quizá demasiado. Esa fue la causa principal de su distanciamiento. Los remordimientos se apoderaron de su mente torturándolo sin piedad, la culpa no lo había abandonado en todos esos años de separación, al contrario, siempre estaba presente recordándole que el causante del exilio de Cinthya era él.
Las sonoras carcajadas del trío lograron llegar hasta él a pesar del cristal y lo sacaron de sus pensamientos. Irritado, se puso en pie y salió al pasillo. Se dirigía a su habitación para ducharse y comenzar un nuevo día laboral cuando Jake le habló desde la entrada a la piscina.
—Hey!, mon ami, ven, únete a la diversión.
Alex dio media vuelta para encararlo y se esforzó por disimular su mal humor.
—Me encantaría, créeme, la oferta es muy tentadora —expresó mientras miraba a Cinthya con intensidad, dejando claro que se refería a ella—. Por desgracia, tengo que trabajar, hay un par de citas agendadas que no puedo cancelar. —Se marchó sin mirar atrás, sabía que si seguía contemplando cómo Jake ponía las manos encima de esa diosa gótica de cabello azul nocturno, su autocontrol se iría al caño y todo terminaría en golpes.
Tras nadar un buen rato, los tres amigos se tumbaron en los camastros y disfrutaron del zumo de frutas que Gertru les había preparado. Pasada una hora, y aburrido de los cotilleos femeninos, Jake se zambulló en la piscina con un gran salto, salpicando todo. Cinthya y Bárbara le lanzaron unas cuantas pullas con voces chillonas, pero al final se reunieron con él para jugar como si fueran niños pequeños. Reían a carcajadas de sus ocurrencias.
Karla regresaba de correr cuando lo vio en el interior de la piscina techada de la mansión De Anda; se quedó sin aliento al contemplar al majestuoso dios de las aguas que emergía, poderoso y bronceado, en un sexi bóxer negro. Posó su mirada en el amplio pecho que lucía sin pudor una magnifica águila con las alas abiertas en vuelo. Era un tatuaje impresionante, tuvo que reconocerlo.
De pronto sintió un golpe de calor invadir su cuerpo y su temperatura se disparó por los cielos, su corazón se aceleró a mil revoluciones por minuto, aturdiendo sus sentidos. Sacudió la cabeza para despabilarse y cuando dirigió su mirada hacía él, vio como corría travieso, agarraba a Bárbara en brazos y luego la tiraba al agua, mientras Cinthya, sentada en la orilla de la piscina, reía a carcajadas.
En ese momento deseó poder estar con ellos y disfrutar sin importar el qué dirán. Envidiaba la libertad con la cual Cinthya regía su vida, actuaba según sus convicciones y no en base a lo que los demás esperaran de ella, y lo que más envidiaba, era que se atrevía a plantar cara a una madre tan voluntariosa.
Por un instante se permitió soñar con ser ella y no Bárbara la que se colgaba juguetona del cuerpo de Jake. Su imaginación se fue de largo y llenó su cabeza de candentes imágenes de ellos dos solos en la piscina. ¿Qué le pasaba? ¿Qué tenía ese hombre que la ponía en semejante situación? Era un tipo sin educación ni clase y, sin embargo, despertaba en ella sus instintos más básicos. Sí sus padres supieran lo que había estado pensando, seguro morirían de pura decepción, la desheredarían y repudiarían por el resto de sus días.
Un terrible mareo la obligó a buscar un lugar a la sombra donde descansar y culpó al calor que hacía de su malestar, pero no pudo avanzar mucho, pues de pronto todo se volvió oscuridad.
—¿Estás bien, ma belle?
Una ronca y sensual voz masculina la arrancó de las profundidades de la inconsciencia, abrió los ojos y lo primero que vio fue el atractivo rostro de Jake que la miraba con semblante preocupado. Intentó levantarse, pero su cuerpo aún estaba débil, eso sin contar con que él no se lo permitió. Confundida, trató de asimilar qué había pasado. Estaba acostada en un camastro y no tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba era que estaba mirando a través de los cristales como los chicos se divertían, después sintió mucho calor, un mareo y luego nada...
Como leyéndole el pensamiento, Jake le explicó:
—Te desmayaste, ma belle. —Señaló el sitio donde se desvaneció—. Yo te traje en brazos y te recosté aquí. —No dijo que se había percatado de la presencia de ella de inmediato, pero que fingió lo contrario, por eso en cuanto la vio desplomarse, no perdió tiempo, salió de la piscina por la puerta que conducía al jardín lateral y corrió para auxiliarla.
—Take it easy, girl, Cinthya fue por el botiquín de primeros auxilios y un vaso de agua fresca… ¿cómo dijo? Ah sí, bien azucarada —comentó Bárbara mirándola con sospecha.
—¿Qué? ¿Azucarada? ¡No! Son demasiadas calorías…
—¡En este momento lo que menos debe importarte son las malditas calorías! —la reprendió Jake enfadado—. No te das cuenta, ma belle, ¡te desmayaste!, eso es algo que no debe tomarse a la ligera.
—A menos que la causa de tu desmayo esté bien justificada —inquirió Bárbara sarcástica y le miró el vientre.
—¿Cuantas veces tengo que repetirlo? ¡No estoy embarazada! —protestó Karla al instante. Era consciente de que para ello se necesitaba un hombre, y la realidad era que el sexo entre Alex y ella era cada vez menos frecuente, duraban semanas sin tener intimidad, y todo parecía indicar que ninguno de los dos lo echaba de menos.
En ese momento entró Cinthya con un vaso en una mano y una jarra de zumo de naranja en la otra.
—Bébelo todo, y ni se te ocurra protestar, Flauta, estás esquelética —le advirtió enérgica.
—¿Ahora soy Flauta? ¿Me pregunto cuándo dejaras de ponerle apodos a la gente?
—Quizá cuando tú dejes de contar calorías.
—Okey, ya está bien de batallas verbales. Compórtense, chicas —intervino Bárbara mirando a su amiga con mofa—. No te alteres, Karla, Cinthya tiene razón, estás muy delgada, quizá deberías de ir al médico a que te haga un chequeo, no es normal desvanecerse así porque sí.
¿Médico? La sola mención le puso los pelos de punta.
—No necesito ningún doctor —argumentó levantando el mentón con la dignidad de una reina—. Seguro que me excedí en la carrera y no tomé suficiente agua, eso es todo —se justificó—. En verdad no pasa nada, mírenme, ya estoy bien. —Se incorporó en el camastro para demostrarlo.
—Si tú lo dices… —comentó Bárbara sin estar convencida.
—¿Puedes caminar, ma belle? ¿Segura? —preguntó Jake. Al verla moverse de forma torpe, decidió no darle opción a réplica; sin perder tiempo, la tomó en brazos y la condujo hasta su habitación.
—No debiste traerme aquí, Jake, estoy segura de que a Alex no le parecerá que esté en tu habitación —protestó en cuanto la colocó sobre la cama.
—¡Me importa un rábano lo que opine tu noviecito! Estás mal, mon chat sauvage, necesitas recuperarte —gruño malhumorado.
—¿Acabas de llamarme gata salvaje? —Lo miró con toda la indignación de la que fue capaz—. Lo mejor será que me vaya a casa, no está lejos…
—Te llevaré en un rato más, por ahora tomate esto y descansa —ordenó y le extendió el vaso con zumo azucarado que ella apenas tocó en la piscina.
Karla no pudo negarse, Jake la miraba inquisidor. Dedujo que él no estaba dispuesto a ceder, por lo que se bebió todo el contenido sin protestar.
—Listo, ¿puedo irme ya?
Cinthya consiguió con Gertru las llaves del carrito de golf para que Jake llevara a Karla a su casa. Al llegar, él la tomó en brazos con la intención de llevarla hasta su habitación.
—No es necesario que me lleves cargada, ya me siento mejor.
—Creí que te había quedado claro que conmigo no vale discutir, mon chat sauvage. —le advirtió con semblante serio.
—Sí, pero… —vaciló—. Si mi madre se entera de esto me irá muy mal, y no quiero problemas.
—Malédiction, Karla! ¿Dónde está tu habitación? —preguntó malhumorado, ella le dio instrucciones, y él no la soltó hasta que la depositó en su cama.
Como si se tratase del amo y señor de la casa, Jake ordenó a la muchacha del servicio, que los miraba atónita, que le prepararan un desayuno sustancioso a Karla.
—No tengo hambre —replicó enfurruñada.
—Tú escoges, ma belle: comes al menos la mitad de lo que te traigan o me desnudo, me instalo en tu cama y ahí me quedo hasta que llegue tu madre —amenazó.
Karla sentía pavor de solo pensar que su madre llegase en ese momento de su tradicional desayuno con las damas del comité de caridad, por lo que comió sin protestar para que Jake se marchara cuanto antes.
—¿Cómo está Karla? —preguntó Cinthya nada más ver a Jake.
—Se quedó dormida, al menos cuando la dejé, tenía mejor semblante y color en las mejillas. ¿En verdad te preocupa, bébé?
—Ya te dije que no me digas bébé —imitó su acento al remedarlo.
—A mí nadie me quita la idea de que esa mujer o está embarazada, o tiene serios trastornos alimenticios. Aunque me inclino más por lo segundo, you know. Tiene todos los síntomas: está esquelética, cuenta calorías como loca y hace ejercicio como un burro de granja —comentó Bárbara con el ceño fruncido.
—Espero que se sienta mejor para la despedida de soltera que le ha organizado Laura para esta tarde. Su majestad se sentiría profundamente decepcionada por tener que suspender su maravillosa reunión social —expresó Cinthya tratando de ocultar la desilusión. No le deseaba ningún mal a Karla, pero le dolía en el alma que, una vez más, su madre la pusiera por encima de ella.
—Veo que las cosas siguen mal con tu madre al grado que mejor la llamas por su nombre. I´m so sorry —dijo Bárbara pensativa.
—Sí, ya lo has visto, sin el menor miramiento, le ha organizado a Karla una despedida de soltera aquí en la casa, como si esa creída fuera su hija. Janine pudo encargarse, así como lo hizo la mamá de Lizzy con ella la semana pasada, pero no, tenía que ser la respetable señora De Anda quien se llevara el mérito. Por si eso fuera poco, me ha pedido que por una vez en mi vida no la avergüence delante de sus amigas y que me comporte como es debido. ¿Puedes creerlo? —Aunque intentó camuflajear sus palabras, estas destilaban amargura.
—¿En verdad se atrevió a tanto? Oh, I´m so sorry, darling. —Bárbara la tomó por la cintura y juntas se encaminaron a sus respectivas habitaciones.
—No te preocupes por mí, estoy bien, en verdad, no importa. —Mostró una sonrisa forzada.
Una vez en su habitación, Cinthya miraba incrédula el vestido color aguamarina que su madre se había atrevido a dejarle sobre la cama, era un horrible modelito como los que acostumbraba obligarla a usar cuando era una chiquilla. Se debatía entre quemarlo o rasgarlo con las tijeras; optó por tirarlo al cesto de basura.
Rebuscaba en su ropa una y otra vez con la esperanza de encontrar algo de lo más escandaloso, algo que consiguiera horrorizar a su madre. Recordó el vestido rojo que tenía en el armario de su departamento en Nueva York, ese sería perfecto. «Lástima que no lo traje conmigo», se recriminó. Esa fabulosa creación de Arenzzo, de encaje rojo y fondo de color piel que daba la impresión de estar desnuda bajo la fina tela transparente, estaría genial para su propósito.
—¿Cómo no se me ocurrió antes? —le dijo al doble opuesto del espejo de cuerpo entero empotrado en la puerta del vestidor, se dirigió a la mesita de noche y tomó su móvil para llamar a su amigo en busca de ayuda.
En un abrir y cerrar de ojos se encontró en la casa de modas de Arenzzo. Con paciencia se había probado cada modelo que él le traía, pero ninguno los convencía. De pronto, frunciendo el ceño, él le había pedido que lo esperara un momento. Pocos minutos después regresó con el vestido perfecto.
—¡Estás increíble, cielo! —expresó en medio de aplausos—. Cuando diseñé ese vestido, sabía que no cualquier mujer podría portarlo con la sensualidad y elegancia con que lo llevas tú. Acá entre nos, a nadie más se lo confiaría. ¡Tómalo, es tuyo! —Con ojos brillantes, la hizo girar para así poder observarla a detalle.
En efecto, para la hora de la reunión, Karla era la misma de siempre, cualquiera que la viera ni se imaginaría el episodio transcurrido horas atrás. Lucía un sobrio vestido color nude de escote cuadrado, la falda arriba de la rodilla. La fina tela flotaba alrededor de su cuerpo delatando su extrema delgadez. Complementó el atuendo con un collar de perlas. Su aspecto era elegante, la perfecta dama de sociedad de modales impecables, siempre contenida y educada.
Cinthya apareció con un atrevido vestido corto, estampado de animal print leopardo; el escote al frente era mínimo, pero por la parte trasera dejaba al descubierto su espalda hasta el nacimiento de las nalgas. La fina tela se adhería a sus largos brazos, pechos y curvas de forma escandalosa y sensual, que era justo el efecto que ella buscaba.
Karla, al verla, se había quedado anonadada; después de salir de su asombro, frunció el ceño y con desdén le dijo:
—No sé por qué me sorprende, siempre has sido así de… excéntrica.
Su madre le dedicó una dura mirada mientras la reprendía.
—Es por demás contigo, ya sabía que era mucho pedir que te comportaras como una mujer decente y educada. ¿De qué te sirvió estar interna en el colegio de monjas?
—Créeme, madre, un colegio de monjas es el peor lugar para enviar a una chica como yo. ¿Dónde crees que aprendí a fumar? No hay nada más atractivo para el ser humano que aquello que nos marcan como indebido; entre más te lo prohíben, más te inquieta.
—Eres incorregible, desearía…
—Sí, ya sé —la interrumpió—, siempre repites lo mismo, y una vez más te lo digo, madre: No soy como Karla y nunca lo seré. —Se dio la vuelta y se alejó lo más posible de ella.
Cinthya soportó estoica las dos horas siguientes, en las cuales las amistades de la familia la veían como si se tratase de un bicho raro y solo hablaban de la buena pareja que hacían Alex y Karla, y no dejaron de alabar a esta última sobre lo buena esposa que sería.
«¿Para qué quiero amigas si no puedo contar con ellas cuando se les necesita?», se preguntó irritada. Bárbara la había abandonado a su suerte para irse de paseo con Ian, y Maricela, pretextando un problema de última hora en el trabajo, tampoco llegó.
En cuanto pudo se escapó hacia la terraza donde se acostumbraba tomar el café, moría por fumarse un cigarrillo, rodeada de la paz y tranquilidad que ofrecía el lugar. Desde ahí podía observar a los jugadores de golf que aprovechaban los últimos rayos del sol.
—¿Qué eres ahora, ma belle? ¿Una tigresa? —la voz de Jake denotó su diversión.
—¿Tú qué crees? —Siguiéndole el juego, le tiró un sensual zarpazo mientras ronroneaba a su alrededor.
—Mon Dieu! ¿Tienes idea de lo sexi que te escuchas? Eso sin contar con lo que verte vestida así me provoca, estoy al borde de un infarto. —Se acercó a ella por detrás y la tomó por la cintura al tiempo que le susurraba al oído—: Tenemos público, bébé.
Cinthya se tensó de inmediato, no necesitó volverse para saber que se trataba de Alex, su cuerpo reaccionaba de inmediato a su cercanía y aroma.
—Siento interrumpir su… momento íntimo —Alex habló apretando los dientes, su cerebro aún no lograba encontrar una excusa razonable para justificar su presencia. Cualquiera que los hubiera visto, habría seguido de largo para dejar en paz a los amantes, pero él no pudo refrenar el impulso de entrar y apartar de Cinthya a ese hombre que podía tomarse las libertades que él deseaba—. ¿No se supone que deberías estar en la reunión? —fue lo único que se le ocurrió decir.
Cinthya giró y se colocó al lado de Jake mientras a él lo miraba con lo que esperaba que fuera indiferencia.
—¿Acaso te envió mi madre para que me llevaras de regreso al salón de los tormentos?
—No. —Alex no pudo evitar sonreír, le encantaba el retorcido sentido del humor de ella—. Pero creí que…
—¿En serio crees que podría soportar un minuto más allí dentro? Prefiero mil veces la cámara de tortura de la condesa Erzsébet Báthory. —Sonrió burlona—. Yo no soy como Karla, a mí, los eventos sociales de este tipo me matan, yo no nací para las aburridas reuniones de té en las cuales se come pastas y se cotillea sobre todo el mundo. Jake, ¿te apetecería que diéramos un paseo por el jardín?
—Me has leído el pensamiento, ma belle, eso mismo estaba por pedirte. Si nos disculpas, Alex, tengo una tigresa que complacer. —Su sonrisa era maliciosa, llena de picardía.
Alex los vio partir, con mirada asesina.