Veintidós
o entendéis -exclamó Eve con voz cansada.
Con las manos sobre las caderas, se enfrento a los tres hombres de aspecto duro y a la esbelta pelirroja que se habían reunido frente a la mina.
- Eres ni quien no está siendo razonable -la rebatió Caleb-. Primero ibas a enfrentarte a la banda de Slater con una escopeta, y ahora hablas de entrar sola en ese horrible lugar.
- Fui en busca de Slater porque no me importaba si uno de sus hombres moría inten-tando liberar a Reno -le interrumpió Eve-. Caleb, tú tienes una familia esperándote. -Luego se dirigió a Wolfe-. Y ni a una esposa que te necesita. Soy la única que sabe cómo llegar hasta Reno, y no tengo a nadie que me espere. Por otra parte, ahí dentro sólo hay espacio para una persona. Cuando yo ya no pueda más, podéis echar a suertes quien me relevara.
Llena de determinación, Eve se giró para entrar, pero un látigo se enrolló con fuerza alrededor de sus rodillas, manteniéndola quieta sin hacerle el más mínimo daño.
- Un momento, señorita. Iré contigo.
Eve se dio la vuelta y se encaro al gran hombre rubio que sonreía, hablaba y se movía de forma muy similar a como lo hacía Reno, por lo que apenas podía soportar mirarlo. Sus ojos eran tan parecidos, que sentía que le clavaban un cuchillo en el corazón cada vez que los miraba.
Y, al igual que los de su hermano, los ojos de Rafe podían ser tan fríos como el hielo cuando estaba decidido a conseguir algo.
- No me hagas perder el tiempo discutiendo -añadió él cortante-. O voy contigo o voy solo. Conozco las minas y los rastros que puede haber dejado Reno. Lo encontraré.
Eve no lo dudo.
- Está bien -cedió con voz ansiosa-. Tú fuerza será muy útil.
Al escuchar sus palabras, Rafe sacudió la muñeca y liberó a la joven de la sujeción del largo látigo.
Un segundo más tarde, la joven cogió una lámpara y se adentró en la mina. Rafe tiró a un lado el látigo y la siguió, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para coger una pala y un quinqué.
Caleb y Wolfe los siguieron, compartiendo una tercera lámpara. Jessi se quedó en la entrada de la mina con una escopeta, en previsión de que alguno de los hombres de Slater hubiera huido en la dirección errónea cuando las balas empezaron a volar sobre ellos.
Cuando Eve escucho los ruidos de más de una persona siguiéndola, miró por encima del hombro y se sintió reconfortada. Aunque realmente no había espacio para que cavara más de un hombre, el hecho de saber que había tantas manos disponibles para ayudar le hacía sentirse mejor.
Rafe se vio obligado a agacharse cada vez más a medida que el irregular techo de la mina descendía. Seguía de cerca a Eve como una gran sombra musculosa, al tiempo que observaba los rastros que Reno había dejado a su paso.
La joven avanzó por la gran galena de roca con una velocidad que hacía que su lámpara se balanceara, provocando que Caleb y Wolfe se quedaron un poco rezagados mientras marcaban las bifurcaciones de los túneles que dejaban atrás.
Un polvo extremadamente fino flotaba en el lugar donde estaba el agujero en el que se había producido el derrumbamiento. Rafe evaluó la situación con una única y rápida mirada. Cuando vio los lingotes de oro, sus ojos se abrieron de par en par. Miró rápidamente a Eve, pero ésta no le prestó ninguna atención al valioso metal.
- Este túnel se extiende unos tres metros antes de quedar bloqueado -le explicó la joven, señalando el estrecho agujero-. Grité una y otra vez, pero Reno no me respondió.
Los labios de Rafe formaron una fina línea, pero lo único que dijo fue:
- Déjame intentarlo a mí. Quizá mi voz llegue más lejos que la tuya.
Eve asintió tensa y lo observó agacharse y dejar a un lado la lámpara. Aquel agujero era tan tentador como una tumba. Luego miró hacia la pala y se dijo que tendrían suerte si dispusieran del espacio suficiente para usarla en aquella pequeña abertura.
- Me sorprende que Reno entrara ahí -murmuró Rafe-. Nunca le han gustado los lugares estrechos y oscuros.
- Quizá nunca ha tenido un tesoro esperándole al otro lado -comentó la joven lacónicamente.
- ¿Hay más? -preguntó él, mientras se arrastraba por el interior de aquel oscuro y angosto agujero.
- Que sepamos, dos lingotes mas. Se supone que hay otros cuarenta y cuatro escondidos en algún lugar de esta maldita mina, pero por lo que a mí respecta, se pueden quedar aquí para siempre.
El único sonido que el hermano de Reno emitió fue una maldición entre dientes, mientras se obligaba a avanzar por el interior del estrecho túnel.
Eve se dejó caer sobre las rodillas y se apoyó contra el frío muro de piedra. En medio de su aturdimiento, apenas se dio cuenta de que estaba temblando. Se hallaba tan sumida en sus pensamientos, que cuando Caleb le tocó el hombro para reconfortarla se sobresalto con violencia.
De pronto, la profunda voz de Rafe resonó con fuerza a través del agujero cuando llamó a Reno. Le siguió un silencio. Volvió a llamarlo una y otra vez, y consiguió el mismo infructuoso resultado.
- Cal, Wolfe, llevad ese oro hasta donde esta Jessi -ordenó Rafe un minuto después-. Ahí no hace otra cosa que molestar.
A sus palabras, le siguió el sonido del filo de una pala de acero chocando contra los escombros.
- Necesitarás a alguien que aparte los escombros que saques -repuso Caleb.
- Tendrá que ser Eve. Dos hombres no caben aquí.
Wolfe se inclinó, acercó la lámpara al agujero y empezó a maldecir tanto en cheyenne como en inglés.
- Rafe tiene razón, Cal. Ese maldito lugar es demasiado estrecho.
Caleb se inclinó y empezó a recoger los pesados lingotes, mientras maldecía sin parar la fiebre del oro.
El ritmo del golpeteo de la pala no varió en ningún momento mientras Rafe excavaba a través de piedras sueltas amontonadas y rocas que se desmoronaban; empujaba los escombros a ambos lados de su cuerpo y rezaba por que el resto de aquel estrecho túnel aguantara.
Mientras el hermano de Reno se abría paso en la oscuridad, Caleb y Wolfe trasladaron todos los lingotes a la entrada de la mina. Eve agradeció la ausencia del oro, ya que le permitía arrastrar los escombros fuera del agujero con mayor facilidad, dándole a Rafe un poco más de espacio para trabajar.
- Avisa a Eve cuando necesites que alguien te sustituya -dijo Wolfe cuando cogió el ultimo lingote de oro.
Rafe gruñó una respuesta y continuó excavando.
Justo en ese momento, los primeros destellos espectrales de la luz de una lámpara brillaron a través de los escombros amontonados en el pequeño túnel.
- ¡Veo luz! -gritó Rafe.
- ¿Esta Reno ahí? -preguntó Eve, esperanzada.
- No lo sé. La galería continúa…
La frase se vio interrumpida por un pequeño derrumbamiento. Rafe maldijo y siguió su infernal tarea, sabiendo que con cada movimiento de la pala podía estar excavando su propia tumba.
No importaba lo que se esforzara, no conseguía mantener abierto un agujero lo bastante grande como para deslizarse por él. La sombría mueca de su boca cuando salió arrastrándose del túnel hasta el lugar donde Eve lo esperaba, le dijo más de lo que ella deseaba saber.
- Cuanto más intento avanzar, más me alejo -anunció Rafe sin rodeos, enjugándose el sudor de la frente-. He conseguido apartar las rocas más grandes, pero las más pequeñas no dejan de caer. Es como excavar en el cauce de un río. Apenas puedo abrir un hueco lo bastante amplio para un gato, y, mucho menos, para un hombre de mi tamaño.
- ¿Algún rastro de Reno?
Rafe observó los sombríos ojos de Eve y su rostro lleno de dolor, y le acarició su enmarañado pelo con exquisita suavidad.
- He estado a punto de atravesar los escombros dos veces -le explicó-. Pero cada vez que lo intentaba caían más rocas. He gritado a través de la abertura, pero… -Apartó la mirada, incapaz de hacer frente a la angustiada esperanza que se reflejaba en los ojos femeninos.
Eve no le pidió más información. Si Reno le hubiera contestado, Rafe lo habría oído.
- Bueno, algo hemos adelantado -la animó-. Al menos sabemos que ha entrado aire fresco a través del agujero, y que hay bastante espacio en el otro lado como para que se produzca eco cuando grito su nombre. Además, el hecho de que la lámpara siga encendida significa que le queda oxigeno.
La joven asintió, pero su atención estaba fija en el estrecho agujero.
- Si no ha muerto en el acto -continuó Rafe-, puede que este inconsciente o en otra parte de la mina, buscando una salida.
- ¿Llamo a Caleb o a Wolfe?
- No -respondió tajante-. Tenías razón. Ese agujero no es lugar para un hombre con familia.
- Descansa unos minutos -le sugirió ella con voz trémula-. Hay agua en la cantimplora. Es de ayer, pero no creo que te importe.
Los dientes de Rafe surgieron en un destello blanco, contrastando con su rostro cubierto de polvo y sudor.
- Desde luego que no. -Dejó a un lado la pala y se acercó a la cantimplora que Eve había dejado a un lado para despejar el paso.
En cuanto Rafe cogió el recipiente, la joven agarró la pala y se arrastró hacia el interior del angosto agujero. Para cuando él se dio cuenta de lo que había hecho, ella ya se encontraba fuera de su alcance.
- ¡Vuelve aquí! -le gritó-. Es demasiado peligroso. ¡Ese techo puede desmoronarse en cualquier momento!
La única respuesta de Eve fue:
- Si un gato puede atravesar ese agujero, yo también podre hacerlo. Ya te lo dirá Reno. El incluso me llama gatita.
Rafe golpeó con la mano abierta el muro de roca y maldijo ferozmente.
Pero, a pesar de su ira, no se metió en aquel agujero ni sacó a Eve a rastras. Si conseguía meterse por el pequeño boquete que él había abierto, sería la mejor posibilidad de Reno para sobrevivir.
Y si su hermano estaba muerto, Eve podría descubrirlo antes de que Caleb o Wolfe también se dejaran la vida intentando salvar a un hombre por el que ya no se podía hacer nada.
La joven se arrastró y se abrió paso a través de los escombros, atraída por la tenue luz que veía mas adelante. El último tramo fue el más duro, ya que los escombros habían cubierto prácticamente la abertura. Tan sólo había el espacio suficiente para que ella metiera un brazo y la cabeza. Haciendo un enorme esfuerzo, y usando los pies para empujarse, consiguió atravesar por fin el agujero.
De repente, el techo cedió.
Durante un instante, Eve sintió un peso aplastante. Luego, fue arrastrada por la fuerza del derrumbamiento hasta quedar tendida sobre el irregular suelo del túnel, intentando respirar.
Lo primero que vio fue la lámpara de Reno. Después, pudo atisbar su cabeza y sus hombros sobresaliendo de una pila de escombros. Rafe había conseguido accidentalmente lo que los españoles habían hecho muchas veces a propósito; había excavado un nuevo agujero que conectaba con el túnel más grande.
La joven no supo que estaba gritando el nombre del hombre que amaba hasta que los rotos ecos volvieron a ella. Tosiendo secamente, se tapó la boca con su pañuelo y se arrastró hacia Reno a través de una densa polvareda.
- ¡Eve! -gritó Rafe- ¿Estás bien?
- ¡Lo he encontrado!
- ¿Está vivo?
Eve extendió el brazo hacia el cuello de Reno, pero su mano temblaba tanto que no podía estar segura de si tenía pulso. Un segundo después, vio como sangraba lentamente de un corte en la frente.
De pronto, la joven fue vagamente consciente de que Rafe gritaba su nombre.
- ¡Está vivo! -le respondió.
- Gracias a Dios. Ten cuidado. Voy a entrar.
Casi al instante, piedras tan grandes como los puños de Eve cayeron con violencia. Una de ellas golpeó la lámpara, haciéndola caer y apagarse. Otra golpeó a Reno, que gruñó suavemente. El resto formó otra capa sobre el montículo que lo cubría.
- ¡Para! -gritó la joven-. ¡Rafe, para! ¡Cada vez que te mueves, tu hermano queda más sepultado!
- De acuerdo, no seguiré. ¿Qué le ha pasado a la luz?
- Una piedra la ha golpeado y el combustible se ha derramado.
Rafe empezó a maldecir.
La joven buscó a tientas en sus bolsillos, y, finalmente, encontró el cabo de vela que Reno había insistido en que llevara.
De repente, la luz de la lámpara de Rafe atravesó la pequeña abertura que era todo lo que quedaba del nuevo agujero que había abierto.
- ¿Puedes ver ahora? -le preguntó a la joven.
- Sí. Espera.
Una cerilla chisporroteó, y pronto la llama de una vela ardió limpiamente en la envolvente oscuridad. Sin perder tiempo, Eve colocó la vela en una grieta del viejo túnel.
- Ahora ya tengo luz -anunció.
- ¿Esta Reno muy mal herido?
- No lo sé. Esta boca abajo, enterrado desde los pies hasta las costillas. Tiene un corte en la frente.
Mas rocas cayeron y rodaron al ajustarse la mina a su nueva forma.
- ¿Puedes ponerlo fuera del alcance de otro derrumbamiento? -preguntó Rafe con urgencia.
Eve colocó las manos bajo los brazos de Reno y tiró. El pistolero volvió a gruñir. Al oírlo, la joven cerró los ojos y tiró con más fuerza sin conseguir moverlo ni un centímetro.
- Primero tendré que retirar los escombros que me impiden sacarlo -contestó Eve.
- Date prisa. Esta abertura es condenadamente inestable.
La joven trabajó frenéticamente hasta que desenterró a Reno hasta las caderas.
- ¿Eve? -la llamó Rafe.
- Sólo me queda liberar sus piernas.
- ¿Quieres que intente entrar para ayudarte?
Al acabar de hablar, más escombros cayeron sobre el pistolero.
- ¡Deja de cavar! -grito Eve desesperadamente.
- ¡No me he movido!
La roca que formaba el túnel vibró y crujió.
- Colócate lo más lejos posible del agujero -ordenó Rafe con urgencia.
- Pero Reno…
Otra oleada de escombros surgió de los inestables muros al tiempo que un grave y chirriante sonido resonaba por toda la mina.
- ¡No puedes ayudarle ahora! -gritó Rafe con violencia-. ¡Ponte tú a salvo!
Como en un sueño, Eve vio como uno de los muros temblaba y empezaba a deshacerse.
No se paró a pensar, preocuparse o a hacerse preguntas. Se limitó a pasar las manos por debajo de los brazos de Reno y tirar de él con una fuerza y determinación que no sabía que poseía, y que era provocada por la adrenalina. Casi sin ser consciente de ello, consiguió sacarlo de un solo tirón de entre los escombros y alejarlo del inestable muro.
La roca cedió y cayó casi rozando las botas del pistolero. Desesperadamente, Eve continuó retrocediendo, arrastrando con ella a Reno hasta que perdió el equilibrio y quedó tendida en el suelo. Intento ponerse en pie y seguir tirando, pero sus fuerzas habían desaparecido. Aún así, siguió tirando de él una y otra vez, llorando y pronunciando entrecortadamente el nombre del hombre sin el cual no se veía capaz de vivir.
- Ya esta, Eve. Puedes soltarlo. Ya lo has puesto a salvo.
Durante un segundo, la joven pensó que Reno le estaba hablando. Luego, se dio cuenta de que era Rafe quien estaba de rodillas junto a ella.
- ¿Cómo…? -la pregunta de Eve se vio interrumpida por un ataque de tos.
- Al ceder el muro, se ha abierto un nuevo acceso. No sé cuánto tiempo aguantara. ¿Puedes andar?
Temblando sin control, la joven se puso de pie.
- Coge la lámpara -le pidió Rafe-. Iremos justo detrás de ti.
Sin perder tiempo, se inclinó, cargo a su hermano sobre sus amplios hombros y siguió a Eve. Segundos después se reunieron con Wolfe y Caleb, que al oír estruendo habían acudido corriendo.
El aire fresco y los zarandeos que recibió mientras lo sacaban de aquel infierno, reanimaron a Reno. Recuperó la conciencia en medio de una neblina de dolor, justo cuando salieron de la mina. La luz del sol fue como un martillazo para sus ojos. Gruñendo, volvió a cerrarlos y se preguntó por qué el mundo giraba a su alrededor.
- No te muevas -oyó decir a Rafe-. Estás herido.
En medio de su aturdimiento, Reno también reconoció las voces de Wolfe y Caleb mientras lo llevaban hasta el campamento.
Pero por más que se esforzó, no escuchó la voz de Eve, ni sintió su contacto o su aroma. Cuando abrió los ojos para buscarla, lo cegó de nuevo la luz del sol.
- ¿Eve? -preguntó roncamente.
- Aparte de estar lo bastante loca como para intentar llegar a un trato con Slater, está bien -respondió su cuñado secamente, antes de dar órdenes a los dos hombres que transportaban al herido-: Dejémoslo aquí. Primero los pies, Wolfe.
Las palabras de Cal sobre Eve resonaron con terrible fuerza en la mente de Reno, trayendo de vuelta con violencia una vieja verdad sobre hombres, mujeres, y traición.
Intentó llegar a un acuerdo con Slater. Un acuerdo con Slater. Un acuerdo…
La letanía se repetía una y otra vez en su cabeza, provocándole un intenso dolor que no podía equipararse a nada que Reno hubiera conocido hasta ese momento. Con amargura, recordó que cuando parte del túnel cayó sobre él, su último pensamiento fue que, al menos, Eve estaría a salvo.
Pero en lo primero que ella había pensado había sido en coger el oro y en hacer un trato con Jericho Slater, dejándolo morir en la mina.
- Debería haber aprendido… con Savannah Marie -se lamentó con voz entrecortada.
- ¿Qué? -preguntó Caleb.
- ¿Ha dejado algo de oro… esa tramposa chica de salón?
Antes de que nadie pudiera contestarle, Reno volvió a desmayarse.
Eve deseo haber podido hacer lo mismo. Sintiendo una profunda angustia en el pecho, se tambaleó como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies.
Rafe la sujetó antes de que se cayera.
- Cuidado -le advirtió con voz amable-. Estás al límite de tus fuerzas.
La joven sacudió la cabeza y no dijo nada.
- ¿Quién es esa tal Savannah Marie? -pregunto Caleb.
- Una chica de Virginia que solía volvernos locos con sus coqueteos hace años. En aquel tiempo, Reno era lo bastante joven como para pensar que la amaba -explicó Rafe mientras ayudaba a recuperar el equilibrio a Eve-. Y, ¿quién es la tramposa chica de salón a la que se refiere Reno?
- Yo -respondió la joven con tono apagado.
De repente, Caleb se dio cuenta de que su cuñado había malinterpretado lo que le había dicho acerca de que Eve había intentado hacer un trato con Slater.
- Reno no sabe lo que dice -afirmó ásperamente-. Cuando se despierte, se lo aclararé todo.
- No importa -repuso con voz rota.
Durante un momento, la joven se quedó inmóvil. Después, se dio la vuelta y se alejó.
- Eve -la llamó Caleb-. Espera.
Ella sacudió la cabeza y continúo caminando.
Todo lo que importaba ya estaba dicho. Puede que Reno hubiera disfrutado de su compañía, que hubiera sido amable con ella, que le hubiera enseñado lo que significaba la pasión. Pero no la amaba.
Nunca lo haría. El amor requería confianza, y el pistolero nunca olvidaría que Eve se había ganado la vida haciendo trampas en un salón.
Entiendo que las mujeres compensen con astucia la fuerza de la que carecen. Pero el hecho de que lo entienda no quiere decir que me guste.
No puedes fiarte de las mujeres, pero sí del oro.
Pequeña, ¿te sentirías mejor si te contara dulces mentiras sobre el amor?
Mientras los demás atendían a Reno, Eve cogió sus alforjas y un pequeño barril de agua, y se dirigió a una arboleda cercana. Se lavó eliminando de su cuerpo cualquier rastro del polvo de la mina, deseando poder borrar al mismo tiempo el pasado.
Pero no podía. Sólo podía dejarlo atrás, como el agua sucia que caía sobre la hierba.
Con una calma que surgía de una perdida tan profunda que adormecía su capacidad para sentir dolor, Eve se puso la única ropa que le quedaba, el vestido rojo con los botones azabache y un agujero de bala en el bolsillo donde ocultaba su revólver.
Mecánicamente, comenzó a hacer los preparativos para marcharse. La parte más difícil fue pensar en cómo cargar con el oro. Finalmente, llevó a su caballo hasta la entrada de la mina, coloco la valiosa carga en sus alforjas y en las de Reno, y las sujeto al pomo de la silla. Después fue al campamento y sacó algunos lingotes
Sólo Caleb notó la transformación de Eve de mugrienta minera a brillante chica de salón, mientras observaba con creciente inquietud sus rápidos y eficientes preparativos.
Sin perder un segundo, se puso en pie y se acerco a ella.
- Te estás preparando para irte -afirmó.
La joven asintió.
- ¿Adónde vas a ir? -preguntó Caleb.
- A Canyon City, supongo. Es donde está el salón más cercano -comentó, encogiéndose de hombros.
- Necesitaras que alguien armado te acompañe. Espérame, estaré listo en unos minutos.
- Te pagaré.
- No digas tonterías. Estaba planeando volver con Willow lo antes posible. Hombre de Acero es un buen guardián, pero no se le dan muy bien las relaciones sociales.
Sin decir más, Caleb se alejó y lanzó un silbido llamando a su negro caballo, que dejo de pastar en el prado y trotó hacia él. Lo ensilló con facilidad y puso las bridas al animal antes de regresar al campamento para coger sus alforjas. Su inesperado peso casi lo hizo caer.
Caleb se giró hacia Eve justo en el momento en que ella montaba sobre su yegua en un remolino de seda escarlata, y se dirigía hacia la mujer y los dos hombres que aguardaban junto a Reno.
Rafe y Wolfe levantaron la vista hacia ella, vieron la transformación de la joven y se quedaron asombrados.
Jessi también la observo. Abrió los ojos de par en par, pero sólo dijo:
- Reno está mucho mejor. Su pulso es regular y respira bien. Se recuperara pronto. No creo que este muy mal herido; es fuerte como un toro.
La sonrisa de la joven fue la más triste que Jessi hubiera visto nunca.
- Sí -dijo Eve con voz trémula-. Es muy fuerte.
Caleb se acercó cabalgando, se detuvo junto al grupo, y aguardó sin decir nada.
Jessi se levantó y se acercó a la joven que parecía haber sido arrastrada más allá del límite de sus fuerzas. Ella sabía muy bien lo dura que a veces podía ser la vida.
- Caleb me ha contado lo que ha ocurrido -le informó en voz baja-. Reno no sabía lo que estaba diciendo, Eve. Cuando se despierte, se odiara a sí mismo por ser tan estúpido.
La compasión que vio en los ojos azules de la aristócrata, hizo que Eve deseara reír y llorar al mismo tiempo.
- Eres muy amable -respondió-, pero te equivocas. Reno sabía exactamente lo que estaba diciendo. Lo ha dicho en muchas otras ocasiones.
Jessi se mordió el labio y sacudió la cabeza con tristeza.
Eve continuó hablando con una voz anormalmente serena.
- Mi parte del oro eran ocho lingotes. He dejado dos para ti y Wolfe, y otros dos para Rafe. Caleb ya tiene los suyos.
Wolfe y Rafe empezaron a protestar al mismo tiempo.
La joven los ignoró, y con una rapidez asombrosa, se inclinó y arrebató a Caleb el cuchillo que llevaba sujeto al cinturón. Su hoja letalmente afilada resplandeció cuando cortó la correa que sujetaba las alforjas de Reno al pomo de su silla, provocando que los lingotes que contenían cayeran emitiendo un sordo sonido a pocos centímetros de las piernas del herido.
- Ese oro le pertenece a Reno -anunció Eve-. De él, si que podrá fiarse.
Tras decir aquello, hizo girar a su yegua sobre sus patas y empezó a galopar con un redoble de cascos y un violento remolino de seda carmesí, dejando atrás una vez más al pistolero.