Veinte

or tercera vez en ese día, el sonido de una explosión reverberó por todo el valle, e hizo temblar a las dos personas que permanecían agachadas tras un árbol con las manos cubriendo sus oídos. La piedra pulverizada salió volando por los aires y luego cayó en una irregular y polvorienta lluvia sobre una parte del pequeño prado.

Cuando se desvaneció el último eco y cesaron de rodar escombros rocosos, Eve dejo caer las manos a los costados con cautela. Todavía sentía molestias en los oídos debido a la fuerza de la explosión, a pesar de habérselos tapados con las palmas.

Reno se irguió y observó como un irregular agujero negro emergía en la ladera de la montaña por detrás de la polvareda. La euforia lo invadió y no pudo evitar lanzar un grito de triunfo.

- ¡Lo hemos conseguido, pequeña!

Ayudo a Eve a levantarse, la alzó en el aire con sus fuertes brazos y dio vueltas y vueltas hasta que ella se mareó sin poder dejar de reír. Después la besó con intensidad, la bajó y la sujetó hasta que recuperó el equilibrio de nuevo y pudo sostenerse por sí misma.

- Veamos que hemos descubierto -la instó Reno.

Con una amplia sonrisa, el pistolero cogió a la joven de la mano y se dirigió hacia la mina, avanzando con grandes zancadas que casi la obligaban a correr para seguirle.

Como Reno había esperado, la explosión había despejado la entrada de la mina de la mayor parte de los escombros. Pero el aire en el interior todavía estaba cargado de arena y polvo. Reno soltó la mano de Eve y se cubrió la nariz con su oscuro pañuelo.

- Espera aquí -le ordenó.

- Pero…

- No -la interrumpió el-. Es demasiado peligroso. No hay forma de saber en qué condiciones estaba la mina antes de la explosión, y mucho menos después de ella.

- Pero tú vas a entrar -señaló Eve.

- Exacto, pequeña. Voy a entrar. Solo.

Reno encendió la lámpara, se agachó y entró en la abertura. Casi inmediatamente se detuvo, levanto la lámpara y empezó a examinar las paredes de la mina.

Eran de roca solida. Aunque estaba lleno de grietas naturales, el túnel parecía bastante resistente. Cuando utilizo el martillo sobre la superficie, la piedra demostró su firmeza.

Con cuidado, casi doblado en dos, Reno avanzó hacia el interior de la mina. Muy rápidamente los muros de la galería cambiaron, y apareció una veta de cuarzo claro no más ancha que su dedo. Diminutos destellos de oro incrustados en el mineral respondían a cada movimiento de la lámpara.

Si el cuarzo hubiera sido un arroyo, el oro en su interior podría separarse cribando como si fuera polvo. Pero la piedra no era agua. Liberar los diminutos pedazos de oro de su prisión de cuarzo requeriría pólvora, trabajo duro y un hombre que estuviera dispuesto a arriesgar su vida en oscuros pasadizos bajo tierra.

- ¿Reno? -le llamó Eve con inquietud desde el exterior.

- Todo parece estar en orden por ahora -respondió él-. Sólo veo muros de piedra y una pequeña veta de oro.

- ¿Pequeña?

- Sí.

- Oh.

- No te desanimes todavía. Sólo he recorrido unos metros.

Eve percibió la diversión en la voz masculina y sonrió a pesar de la preocupación que sentía.

- Por otro lado -añadió Reno-, ¿no hablaba el diario español de lingotes de oro que habían sido fundidos pero no enviados a Nueva España?

- Sí. Había sesenta y dos.

Del interior de la mina salió un silbido de asombro.

- Eso no me lo habías dicho nunca.

- Empecé a explicártelo ayer por la noche, pero me distrajiste.

Una risa resonó en el túnel cuando Reno recordó como la había distraído.

La noche anterior, ella estaba inclinada sobre la hoguera cocinando un estofado de venado y hablando sobre una página muy emborronada del diario que, finalmente, había conseguido descifrar. Él no estaba concentrado en sus palabras, ya que la exquisita curva de sus caderas reclamaba toda su atención. Apenas habían logrado quitarse toda la ropa antes de que el pistolero se hundiera en ella, poseído por un deseo del que nunca se hubiera creído capaz. La fría noche y el fuego del campamento habían sido los únicos testigos de su apasionada unión.

- No, fuiste tú quien me distrajo a mí -protestó Reno.

Eve únicamente le respondió con su risa.

De pronto, el suelo de la mina empezó a inclinarse bruscamente bajo los pies del pistolero, y con él, la veta de oro, indicándole que el túnel era el resultado del seguimiento de una veta aún mayor de mineral, más que el fruto de una planificación por parte de los jesuitas.

Se movía por la galería de forma rápida aunque cautelosa, iluminando con la lámpara todo lo que le rodeaba a medida que avanzaba. Comprobó que la mina era sólida, excepto en algunos lugares de roca mas frágil o agrietada en los que se habían colocado vigas como medida de seguridad.

Había muchas ramificaciones laterales excavadas al azar, que eran demasiado estrechas para que pudiera recorrerlas nadie que no fuera un niño. Miró en el interior de todos aquellos pequeños agujeros, pero no encontró ninguno que lo tentara a explorarlo y tampoco quiso arriesgarse, pues aquellas aberturas no estaban apuntaladas.

- ¡Reno! ¿Donde estas?

El sonido de la voz de Eve adquirió extraños matices a medida que se adentraba en el interior de la mina.

- Ya salgo -respondió el, al tiempo que ascendía por la abrupta pendiente del túnel hasta salir a la superficie.

La joven lo estaba esperando en la entrada de la mina, con una lámpara en la mano.

- Te he dicho que te quedaras fuera -la reprendió cortante.

- Y lo he hecho. Pero me preocupe al dejar de ver la luz de tu lámpara. Además, cuando te he llamado, no me has contestado. No sabía si estabas bien.

Reno miró la determinación que se reflejaba en los bellos ojos femeninos y supo que no conseguiría mantenerla fuera de la mina a no ser que la atara.

- Quédate detrás de mi -le ordeno de mala gana-. No enciendas tu lámpara, pero ten a mano algunas cerillas en caso de que algo vaya mal con la que llevo yo. Tengo velas, pero solo las usaremos para una emergencia.

Eve asintió y dejó escapar un suspiro de alivio, contenta de no tener que discutir con Reno sobre si debía o no entrar a la mina. No habría tenido ningún problema en discutir con él, pero lo que no podría soportar sería esperar fuera sin saber si algo había ido mal en las profundidades de la mina.

- Este primer tramo es bastante seguro. -La luz de la lámpara se agitó y tembló como si estuviera viva cuando él le señaló las paredes, el techo y el suelo de rocas.

- Creía que todas las minas tenían vigas de madera para sostener el techo -comentó Eve, observando la piedra desnuda con recelo.

- No cuando son de roca solida. No son necesarios, a no ser que la masa del mineral sea enorme. Entonces, lo que se hace es dejar algo del mineral en su sitio para que actué como pilar.

- ¿Qué es eso que hay a la derecha? -preguntó la joven, atraída por un resplandor blanco.

- Una pequeña veta.

Reno emitió un ruido sordo de asentimiento.

- Como el trozo que saque de ese tenate.

- ¿Como sabían los jesuitas que el oro estaba aquí si no podían verlo desde el exterior de la montaña? Tuvieron que usar esas varillas de zahorí, ¿no crees?

- Quizá. O quizá en aquel tiempo la veta se veía desde la superficie. -Se quedó un instante en silencio y después continuó-. La naturaleza de la roca cambia a unos trescientos metros de la entrada. Por la forma en que la veta desciende, la salida debe de estar cerca de ese refugio que encontraste.

Continuaron adentrándose en el interior de la galena y durante unos minutos sólo se oyó el sonido de las botas golpeando el irregular suelo del túnel.

- Ten cuidado -le aviso el pistolero al sentir como el suelo descendía bruscamente.

- ¿Por que de repente se les ocurrió excavar más hondo? -preguntó Eve.

- Es la técnica minera más antigua del mundo -le explicó-. Se encuentra una veta, se sigue su evolución y se cavan túneles buscando nuevas vetas.

Siempre que descubrían un nuevo túnel, había una flecha que señalaba en dirección opuesta a él. Cada vez que entraban en uno, Reno hacia una marca en la punta de la flecha para no explorar la misma abertura dos veces.

Algunas galenas estaban numeradas, pero la mayoría no. El resultado era un laberinto tridimensional perforado en una roca que era dura como el acero en algunos puntos, y casi tan blanda como el barro en otros.

- ¿Por qué todas las flechas señalan en dirección opuesta a la entrada de los túneles? -quiso saber Eve.

- En una mina, todo señala el camino de salida. De esa forma, si te pierdes, no empezarás a vagar adentrándote más y más en ella.

Pequeños túneles laterales se bifurcaban hacia todas las direcciones y niveles. Dos de ellos se habían derrumbado. Los escombros que había en otros eran un aviso de techos y muros inestables.

- ¿Qué son esos pequeños agujeros que están por todas partes? - inquirió, curiosa-. La mayoría de ellos no parecen llevar a ninguna parte.

- Se hacen para comprobar la dirección de la veta. Una vez los mineros la localizan o encuentran una mejor, abandonan los túneles laterales y se concentran en ampliar el que les lleva hasta el mineral.

- Esas aberturas son muy estrechas. Yo apenas quepo en ellas. Los indios que trabajaban aquí no debían ser muy altos.

- Sólo los niños cabían. Eran ellos los que excavaban esos túneles.

- Dios mío.

- Era un trabajo infernal -afirmó. Luego, le advirtió-: Cuidado con la cabeza.

Eve continúo caminando inclinada. El pistolero tenía que agacharse mucho más que ella para evitar el techo.

- Seguramente, los niños excavaban los agujeros, cargaban con los tenates y llevaban el mineral hasta la superficie. Debe de haber sido una veta muy amplia, porque no excavaban ni un centímetro más de lo necesario. Cuando el mineral era trasladado fuera de la mina, las indias adolescentes y los niños más pequeños los golpeaban con rocas hasta que quedaban reducidos a pedazos tan grandes como la yema de tu pulgar. Entonces, los colocaban en el molino para que los indios adultos los convirtieran en polvo. -De pronto Reno se detuvo, examinó la superficie del túnel con detenimiento y luego siguió avanzando. Agujeros negros irregulares salían en forma radial del suelo, las paredes y el techo-. Aquí volvieron a perder la veta -murmuró.

- ¿Qué ocurrió? -pregunto la joven.

- La veta trazo un giro, se estrecho hasta desaparecer o quedo desplazada por una falla.

- Siempre había imaginado que las vetas eran rectas.

- Ese es el sueño de todo minero -comentó él-, pero muy pocas veces es así. La mayoría de las minas de oro tienen la forma de la cornamenta de un ciervo o de un relámpago. Las vetas se ramifican hacia todas las direcciones sin que haya una explicación lógica.

La lámpara se balanceó cuando Reno se inclinó sobre uno de los enormes boquetes que había en el suelo del túnel, lo que provocó que la luz se proyectara sobre un túnel sin salida que estaba a la altura de la cintura a la derecha. El agujero había sido tapado con escombros que se habían esparcido de nuevo en el túnel principal.

- ¿Qué es eso? -dijo Eve de pronto.

- ¿Dónde?

- Sujeta la lámpara un poco más arriba. Sí. Ahí.

La joven se asomo al derruido túnel lateral. Cuando se dio cuenta de lo que estaba mirando, trago saliva convulsivamente y retrocedió tan rápido que chocó con Reno.

- ¿Eve?

- Huesos -afirmó ella.

El pistolero se adelantó y sostuvo la lámpara a la altura del agujero.

Algo resplandeció débilmente en el interior. Le costó un momento darse cuenta de que estaba viendo los trozos de una sandalia de piel, que envolvían los huesos de un pie que no podía tener más de quince centímetros de largo. El seco y frío aire de la mina había conservado los restos en buen estado.

- ¿Será uno de los antepasados de Don Lyon? -preguntó la joven en voz baja.

- Demasiado pequeño.

- Un niño -susurró ella.

- Sí. Un niño. Estaba excavando y la pared se derrumbó.

- Ni siquiera se preocuparon por darle una sepultura decente.

- Es menos peligroso rellenar la entrada de un nial túnel que excavar para sacar un cadáver -le explicó Reno-. Por otra parte, a los indios se les trataba peor que a los caballos, y al parecer, los patrones de la mina ni siquiera enterraban a sus caballos cuando morían.

La lámpara se alejo, devolviendo al agujero la oscuridad propia de la tumba que era.

Eve cerró los ojos por un momento, pero los abrió rápidamente. La oscuridad la inquietaba, ahora que sabía que estaba habitada por huesos.

- Aquí hay una escalera que era muy habitual en minas como esta -comentó Reno unos minutos más tarde-. Echa un vistazo.

Un largo tronco lleno de muescas y pequeñas ramas para apoyar los pies, subía a lo largo de uno de los agujeros. El pozo no era completamente vertical, pero la pendiente era demasiado abrupta para que fuera posible recorrerlo sin ayuda del tronco.

Eve sintió la madera áspera y fría bajo su mano, excepto donde estaban las muescas. Habían pasado tantos pies sobre ellas que parecían tener un acabado de satén.

- Aguanta la lámpara -le pidió el.

La joven lo hizo y luego observó conteniendo la respiración como Reno comprobaba la firmeza de la escalera.

- Es resistente -anunció el pistolero, mirando hacia abajo-. A no ser que haya agua cerca, la madera dura mucho tiempo en lugares como este.

La primitiva escalera los condujo hasta otro nivel de la vieja mina donde más túneles secundarios surgían hacia todas las direcciones. Muchos de ellos eran demasiado pequeños para que los hombros de Reno pasaran por ellos. Unos pocos eran tan estrechos que Eve apenas tenía espacio para colocar la lámpara por delante de ella.

- ¿Ves algo? -preguntó el pistolero cuando la joven se introdujo en uno de aquellos angustiosos túneles.

A Reno le disgustaba profundamente el hecho de que fuera Eve la que tuviera que asomarse a todos aquellos agujeros, pero no había otra solución. Ella podía llegar de forma rápida a lugares que a él le resultaban inaccesibles.

- Una vez pasas una curva, aparece otro túnel que es dos veces más grande que este -respondió ella entre jadeos, mientras se retorcía para salir-. Pero -se puso en pie y se sacudió el polvo-, hay algo extraño en ese gran túnel. Creo que alguien rasco las puntas de las flechas originales y trazo unas nuevas señalando hacia el otro lado.

El pistolero frunció el ceño, sacó la brújula y la miró.

- ¿Hacia dónde gira el túnel? -le preguntó.

La joven hizo una señal con el dedo para indicárselo y afirmó:

- El otro túnel viene desde esa dirección también.

Reno se giró para orientarse hacia el túnel oculto y sus flechas coa las puntas rectificadas.

- ¿Con el mismo ángulo o también cambia? -volvió a preguntar.

- Cambia -contestó Eve, indicando con la mano el ángulo de la pendiente.

- ¿Te supone algún problema recorrer esas estrechos galerías?

La joven negó con la cabeza.

- ¿Seguro? -insistió Reno.

- Sí. Prefiero estar aquí antes que en un precipicio a más de trescientos metros del suelo -señaló con ironía.

La sonrisa del pistolero resplandeció bajo la luz de la lámpara.

- A mí me pasa lo contrario. Prefiero encontrarme a esa altura que en el interior de un túnel tan estrecho.

Eve se rió.

- ¿Quieres que compruebe hacia donde lleva esa galena, con la flecha de dos puntas?

Reno vaciló antes de acceder a regañadientes.

- Pero sólo si los muros son de roca. No quiero que te arrastres a través de ese material tan poco firme que hemos visto. ¿Entendido?

La joven asintió. Aunque aquellos túneles no le dieran tanto miedo como las alturas, no quería acabar enterrada viva como el niño que habían encontrado.

- Adelante, entonces -dijo el de mala gana.

Antes de que Eve se dirigiera al agujero, Reno la abrazo con fuerza y la besó con intensidad.

- Ve con cuidado, pequeña -advirtió con voz áspera-. Esto no me gusta nada.

Al pistolero aun le gusto menos cuando dejo de oír el ruido que hacia la joven al deslizarse por la pequeña abertura. Los minutos pasaban tan lentamente que parecían avanzar arañando el suelo de piedra. La tercera vez que sacó su reloj y descubrió que habían pasado menos de treinta segundos desde la última vez que lo miró, soltó una maldición y empezó a contar con lentitud.

Finalmente, escuchó aliviado el sonido que Eve hacia al arrastrarse y escalar el estrecho túnel. En cuanto vio aparecer su cabeza y sus hombros, tiró de ella y la abrazó con tanta fuerza que casi la dejó sin respiración.

- Esta ha sido la última vez que te metes en uno de esos agujeros sola -afirmó Reno, tajante-. He envejecido diez años esperándote.

- Ha merecido la pena -anuncio Eve entre jadeos, riendo y besándolo al mismo tiempo-. ¡Lo he encontrado! ¡He encontrado el oro!

Bajo la luz de la hoguera resplandecían dos lingotes de oro; un oro tan puro e inalterable como lo fue en el tiempo en el que los indios vertieron por primera vez el metal fundido en los moldes para que se enfriara.

Eve miró a Reno, sonrió y luego rió suavemente.

- No puedo creer que haya dieciséis más como estos -comentó ella-. Deberías haberme dejado regresar. Podría haberlos sacado todos en el mismo tiempo que te ha costado a ti ensanchar el túnel que conecta con los otros dos.

- El oro ha estado ahí durante muchos años. Puede esperar hasta mañana.

- Con los dos trabajando juntos, no tendría por que…

- No -la interrumpió Reno con rotundidad-. No volverás a entrar en ese túnel. La parte en la que se bifurca es demasiado peligrosa.

- Pero soy de constitución pequeña y…

- La razón por la que cerraron ese segundo túnel -la cortó el pistolero-, es porque la sección intermedia no es estable. Se derrumbó más de una vez. De hecho, cada vez que hacían un túnel a su alrededor se producía un derrumbamiento. Pero continuaron excavando y finalmente, lograron acceder al oro desde el lado por el que entramos.

- ¿Crees que el segundo túnel llega hasta el refugio?

El pistolero se encogió de hombros.

- Las capas de roca parecían las mismas.

- Dios mío. -Eve se estremeció-. Esa montaña debe de ser un laberinto lleno de agujeros en su interior.

- ¿Tienes frío? -le preguntó Reno al percibir el temblor que la había recorrido.

- No -susurró ella-. Estaba pensando en los indios que murieron por esos dieciocho lingotes de oro.

- Por no mencionar los otros cuarenta y cuatro que están ocultos en algún lugar ahí abajo.

Otro escalofrió atravesó a la joven. Sabía que Reno buscaría los lingotes que faltaban. La idea de verlo rastrear el oro restante a través de aquellos estrechos túneles, le hizo desear no haber encontrado nunca la mina.

- No vi ninguna serpiente grabada en el muro -comentó Eve-. Quizá los jesuitas se llevaron la mayor parte del oro con ellos y sea una pérdida de tiempo buscarlo.

- Quizá no tuvieron suficiente tiempo como para malgastarlo grabando serpientes en la roca e indicar así dónde estaba enterrado el tesoro -rebatió secamente-. Quizá simplemente amontonaron los lingotes en uno de los huecos y salieron de allí a toda prisa antes de que llegaran los soldados del rey y se los llevaran a España encadenados.

El pistolero acabó su café y empezó a esparcir las cenizas del pequeño fuego, hasta que no contaron con más iluminación que la que les ofrecía la luz de la luna.

- Merece la pena esperar hasta que el tiempo cambie para buscar cuarenta y cuatro lingotes de oro, ¿no crees? -le preguntó Reno.

El oscuro tono aterciopelado de su voz actuó en Eve como una caricia. Sabía que no le preguntaba si quería quedarse allí por el oro. Lo que en realidad quería saber era si deseaba seguir con él durante más tiempo.

Hasta que encontremos la mina, serás mi mujer.

Y ya la habían encontrado.

- Con o sin oro, me quedaré -dijo Eve en voz baja.

Al oír aquello, el pistolero extendió la mano. Cuando ella la cogió, él le besó la palma y la llevo hasta el lugar donde había colocado plantas de hoja perenne para hacer un camastro. Estaba a varios metros de distancia, porque cualquier intruso esperaría encontrarlos junto al fuego.

La lona crujió cuando se dejaron caer juntos sobre el saco.

- Nunca olvidare el olor a lilas -susurró Reno contra su cuello-. O tu sabor.

Antes de que Eve pudiera responder, él se apoderó de su boca para besarla intensa y profundamente. Cuando por fin sus labios se separaron, ambos respiraban de forma acelerada.

Unos largos dedos se deshicieron de la ropa de Eve, dejando su desnudez sólo protegida por la camisola. La transparente prenda de algodón resplandeció como la plata bajo la luz de la luna. Lentamente, Reno se inclinó y deslizó con infinita ternura sus labios sobre el rápido pulso que latía en el frágil cuello femenino.

- La primera vez que te vi con tu camisola -confesó-, deseé quitártela y hundir mi rostro entre tus pechos.

Sonriendo, Eve se desabrochó la prenda y la apartó a un lado.

- Lilas y capullos de rosas -susurró Reno-. Dios, que dulce eres.

- Es mi jabón.

El pistolero le dirigió una cálida sonrisa.

- No, pequeña. Son tus pechos.

Reno besó primero pezón y luego el otro. Las sedosas caricias de sus labios y su lengua hicieron que las aterciopeladas cimas se endurecieran rápidamente. Eve soltó un murmullo de placer que se convirtió en un jadeo cuando él comenzó a atormentarla con pequeños y delicados mordiscos.

- Quiero volver a probar tu sabor -musitó el-. Recorrer de nuevo cada centímetro de tu piel. ¿Te gustaría, pequeña?

- ¿Puedo hacer yo lo mismo contigo?

Durante un instante, Reno se quedó inmóvil. Luego, su cuerpo se vio sacudido por un sensual escalofrió.

- No tienes que hacerlo -le respondió-. Nunca le he pedido algo así a una mujer.

- Quiero hacerlo -confesó Eve-. Quiero conocerte de todas las formas posibles en las que una mujer puede conocer a un hombre.

Entre besos y caricias, la ropa del pistolero desapareció hasta que nada quedó entre ellos, excepto la luz de la luna y el frío aire de la noche en la montaña. Después, Reno extendió una manta sobre sus cuerpos antes envolver a la joven en un fuerte y protector abrazo.

- También desee hacer esto la primera vez que te vi -reconoció-. Deseé sentir tu cuerpo totalmente desnudo contra el mío.

Eve intentó hablar, pero el estremecimiento de placer que la recorrió cuando la calidez de la piel de Reno se trasmitió a su cuerpo, le impidió emitir ningún sonido.

Su silenciosa respuesta fue suficiente. Un grave y entrecortado sonido surgió del pecho del pistolero cuando sintió el delicado temblor de la joven.

- Cada vez es mejor -susurró Reno-. Sólo tú tienes este efecto sobre mí. No lo entiendo, pero ya no me importa. Te necesito, Eve. Cada vez más. Sólo tú has conseguido eso. Sólo tú.

- Sí, puedo sentirlo. Cada vez más…

El apenas la escuchó. El contacto de los dedos de la joven envolviendo la rígida prueba de su excitación, le produjo un placer tan intenso que todo su cuerpo se tenso.

Despacio, Eve apartó a un lado la manta, se deslizó sinuosamente por el musculoso cuerpo masculino, y lamió y saboreó con su lengua las diferentes texturas de su grueso miembro con curiosidad y delicadeza, torturándolo y seduciéndolo antes de introducirlo en su boca,

Su nombre salió entrecortadamente de los labios de Reno. Le estaba demostrando como era ser atrapado en un fuego que lo consumía. El pistolero trato de hablar, pero no pudo. Lo había dejado sin aliento. Una capa de sudor cubrió su tenso cuerpo mientras intentaba controlar la apasionada tormenta que ardía en sus entrañas. A punto de estallar, apretó los puños y soltó un primitivo gemido de contención.

- ¿Reno? -preguntó Eve en voz baja, apartándose unos centímetros-. ¿Te he hecho daño?

La risa del pistolero surgió tan entrecortadamente como su respiración.

- No, pequeña. Me estas matando, pero no me haces ningún daño.

La joven suspiró, y su cálido aliento se extendió por la sensible y húmeda piel masculina provocando en Reno un salvaje estremecimiento de placer.

- ¿Te gusta? -volvió a preguntar Eve.

- Sólo hay una cosa que me guste más.

- ¿Qué?

- Sumergirme en tu dulce…

El resto de sus palabras se perdieron en un gemido cuando la joven atrapo una vez más su duro miembro entre sus labios, envolviéndolo de nuevo en una tierna tormenta de fuego.

El pistolero quería que aquello no acabara nunca, pero no pudo soportarlo por más tiempo.

- Eve, yo…

Atrapado en la vorágine de la pasión, Reno se estremeció violentamente y se derramó en su boca en medio de un éxtasis salvaje.

Momentos después, Eve susurró contra su piel cuanto le gustaba su sabor.

Al escucharla, el pistolero hizo que se deslizara por su cuerpo con urgencia hasta que la sentó a horcajadas sobre sus caderas, su cintura, su pecho…

- Más arriba -le pidió Reno con voz ronca-. Más. Hazlo más fácil para mí. Eso es. Ahí… tan dulce… Quédate ahí, pequeña.

La húmeda exploración de la áspera y aterciopelada lengua masculina la atravesó como un sensual relámpago. En medio de la niebla de placer que la aturdía, Eve emitió un ronco sonido al sentir como el pulgar de Reno atormentaba el centro de su placer.

Descubrir que la joven disfrutaba de sus íntimas caricias hizo que el pistolero riera de puro placer.

- A mi también me gusta tu sabor -afirmó, acariciando con su aliento los suaves y húmedos pliegues de la feminidad de Eve.

- Yo…

Las palabras se convirtieron en un sonido roto cuando los dientes de Reno se cerraron delicadamente sobre su carne más sensible, al punto de que la joven no pudo controlar la húmeda respuesta que estalló en su interior.

- No te resistas -le pidió el con voz ronca-. Déjalo fluir.

- Pero…

Su lengua la acarició sin piedad y sus dientes se cerraron sobre ella con exquisito cuidado.

- Compártelo conmigo, pequeña.

El éxtasis reclamó el cuerpo de la joven. Reno lo sintió, lo saboreó, y se rió contra su piel, acariciándola una y otra vez, disfrutando de su lluvia secreta. Cuando ella ya no lo pudo soportar más, la levantó, la puso de espaldas contra el suelo y la cubrió con su poderoso cuerpo. Indefensa ante el placer que la invadía, Eve lo abrazó con fuerza hasta que cedieron las salvajes contracciones que se sucedían en su interior.

Cuando abrió los ojos, él estaba apoyado sobre un codo totalmente excitado, obser-vándola. Se inclinó, la besó con suavidad y esperó con una pregunta en sus ojos.

No hicieron falta palabras, la expresión de la joven hablaba con claridad.

Despacio, Reno se colocó entre las piernas de Eve y ella rodeó sus caderas con ellas, acogiéndolo en su calidez. Él se quedó inmóvil por un momento.

- ¿Estás segura? -susurró-. No seré suave.

La joven sonrió y se arqueó contra su cuerpo incitándolo a que la poseyera. Respondiendo a sus demandas, él se hundió en su interior con una ardiente y profunda embestida. El tiempo perdió su significado y el mundo se desvaneció cuando se unieron más profundamente de lo que lo habían hecho nunca. Se besaron y acariciaron mientras un placer primitivo recorría sus cuerpos entrelazados, fundiéndolos en una sola carne, una sola vida.

Como si fueran un único ser, aprendieron que el éxtasis era como el mismo fuego, inalterable, y, sin embargo, nunca igual, quemándolo todo excepto a sí mismo, resurgiendo de sus propias llamas, elevándose para volar y morir y volver a renacer de nuevo.