Once
omenzaron la marcha antes de que el amanecer fuera una vaga promesa a lo largo del horizonte. Centrando toda su atención en el paisaje y los diarios, el pistolero no le dirigió a Eve ni una sola palabra.
A mediodía, la joven ya empezaba a cansarse de los soliloquios que dedicaba a su yegua. Los dos caballos de carga de Wolfe no eran mejor compañía. De hecho, eran peores. Ni siquiera se dignaban mover una oreja cuando se dirigía a ellos.
- Tercos como mulas, igual que el -manifestó en voz alta.
Si Reno la había oído, y ella estaba segura de que así había sido, hizo caso omiso de su interrupción. Siguió abriendo primero un diario, luego el otro y colocando los libros sobre su muslo mientras intentaba encontrar algo.
- ¿Puedo ayudarte? -preguntó Eve finalmente.
El pistolero sacudió la cabeza sin levantar la vista.
Recorrieron otro kilometro sin que nada cambiara, excepto que Reno se detuvo el tiempo suficiente para sacar el catalejo y echar un buen vistazo tanto al terreno que se extendía ante ellos como al que habían dejado a su espalda. Luego guardó el instrumento y urgió a Darla a seguir la marcha.
En los días pasados, el silencio no había molestado en absoluto a Eve. De hecho, le había parecido muy relajante, ya que le había permitido disfrutar observando las coloridas formaciones de rocas que no dejaban de transformarse e imaginando como habían llegado a tener ese aspecto.
Esa mañana era diferente. El silencio de Reno inquietaba a Eve de una forma que no lograba entender.
- ¿Nos hemos perdido? -se atrevió a preguntar.
Él siguió sin responder.
- ¿Por qué no dejas tu enfado a un lado y me contestas? -masculló Eve.
- Procura guardar silencio, chica de salón. Estoy buscando un camino para rodear eso.
Eve miró el lugar que señalaba Reno, sin ver nada más que otro cauce de un río seco que descendía hacia otra grieta en la tierra, otro escalón más en lo que ella llamaba para sí misma la Escalera de Dios, que bajaba hasta los pies del laberinto de piedra de los cañones.
- Nos hemos visto en situaciones peores -comentó la joven.
- No sé por qué siento una extraña sensación en la nuca.
- Quizá no te enjuague bien el jabón.
Él se volvió para mirarla fijamente a los ojos.
- ¿Te estás ofreciendo a probar de nuevo?
- ¿Con tu garganta en una mano y una navaja en la otra? -se burló Eve con suavidad-. No me tientes, pistolero.
Reno miró a la mujer que la noche anterior había sido como una tormenta de verano, salvaje y sensual. Con sólo recordarlo, su sangre empezó a fluir con fuerza, inflamándolo y endureciéndolo en una tórrida ráfaga. Aunque, al final, ella le había negado la única cosa que le había ofrecido como reclamo.
Pero al menos, había disfrutado de la amarga satisfacción de saber que no era el único que había dormido mal esa noche, atenazado por las garras del deseo no satisfecho.
- Espera aquí -le ordenó-. Voy a comprobar si hay huellas que se dirijan hacia la grieta. Si me sucediera algo, da la vuelta y corre hacia el rancho de Cal.
El pistolero la había dejado atrás para reconocer el terreno en más de una ocasión, pero era la primera vez que le advertía tan claramente del peligro. Eve lo observó con inquietud mientras cabalgaba de un lado a otro del canon estudiando los accesos más obvios a la grieta.
Finalmente, Reno le hizo señales para que avanzara. Mientras la joven se acercaba con los caballos de carga, el saco el revólver, comprobó que estuviera cargado y volvió a meterlo en la pistolera. Luego sacó otro revólver, dos cargadores de repuesto de una de las alforjas y un extraño arnés, parecido a una bandolera mexicana. Después de cargar el segundo revolver, lo metió en su funda y se coloco el arnés, que sujetaba los cargadores de repuesto.
La joven observó los preparativos con preocupación mientras el pistolero comprobaba la munición que llevaba bala a bala.
- ¿Hay algo que no me estés contando? -le preguntó Eve.
Reno frunció el ceno.
- Lo dudo. Siempre te he dicho exactamente lo que pensaba.
- Nunca antes habías necesitado más de un arma -insistió.
- El diario de Cal menciona un paso más estrecho de los que hemos cruzado hasta el momento.
- ¿Podrán atravesarlo los caballos?
- Sí, pero mi rifle de repetición no sirve de nada en un lugar tan angosto -respondió Reno con calma.
- Entiendo.
Inquieta, Eve se quitó el sombrero, se recogió los mechones sueltos en un moño improvisado y miró a todas partes excepto a los glaciales ojos verdes de Reno. No quería que supiera que se sentía asustada.
Y también sola.
- ¿Y qué hay de mi escopeta? -le preguntó después de un momento.
- Úsala, pero asegúrate bien de que das en el blanco. Una bala rebotada puede ser peligrosa para el que dispara.
La joven asintió.
- ¿Están las riendas del primer caballo de carga todavía unidas a las tuyas? -inquirió Reno.
Eve volvió a asentir.
- Desátalo y colócalo entre nosotros -le ordenó.
Sin poder evitar por más tiempo mirarlo a los ojos, la joven volvió bruscamente la cabeza hacia él.
- ¿Por qué?
El pistolero vio sombras de inquietud en los ojos ambarinos y sintió deseos de estrecharla entre sus brazos para reconfortarla.
Pero para tranquilizarla, tendría que mentirle. El camino que se extendía ante ellos era peligroso, y la intuición de Reno le indicaba que debía estar muy alerta. No haría ningún favor a Eve consolándola, pues debía hacer uso de toda su cautela al igual que el.
- Hay muchas huellas -le explicó-. El suelo es demasiado arenoso para estar seguro de si son de mustang o de caballos herrados. En el caso de que Slater nos haya preparado una emboscada, me disparara a mí. Pero si estas demasiado cerca podría alcanzarte alguna bala, así
que coloca a los caballos de carga entre nosotros.
- Correré ese riesgo.
Reno arqueó su ceja izquierda.
- Haz lo que quieras. Pero aún así desata al primer caballo.
- Si de mí dependiera -manifestó la joven mientras obedecía-, nos mantendríamos alejados de esa grieta.
- Es la única ruta que lleva al oro según tu diario, a no ser que prefieras volver a atravesar las Rocosas y tomar el camino que viene desde Santa Fe.
- Maldita sea -murmuró Eve-. Tardaríamos casi un año en llegar hasta aquí.
- Esta ruta también lleva hasta la única fuente de agua segura.
Desalentada, suspiro. Nunca había sido consciente de cuanta agua se necesitaba para mantener a los caballos en marcha, y cuan valiosa podía llegar a ser.
- Quizá Slater se haya rendido -aventuró.
- Podría haber renunciado a castigar a una chica de salón que robo su botín, pero no creo que renuncie al oro. O -añadió sarcásticamente- al hombre que ayudo a acabar a tiros con la banda de su hermano gemelo.
- ¿Tú?
Reno asintió.
- Cal, Wolfe y yo.
- ¿Caleb Black? Dios mío, ¿qué ocurrirá si Slater decide ocuparse de Caleb en lugar de seguir nuestro rastro?
- Ese forajido es demasiado listo para hacer algo así. Cal cuenta con varios hombres peligrosos que trabajan para él. Entre ellos, hay tres esclavos liberados. Dos eran soldados. Al tercero se le conoce como Hombre de Acero; es un indio medio semínola y no deja que ningún humano se le acerque.
Eve frunció el ceño.
- Excepto Willow -añadió Reno, viendo la preocupada expresión de la joven-. Ella les cuido después de que comieran carne en mal estado. Conoce los secretos de los antiguos remedios y por eso creen que es alguien muy especial. Sus mujeres también la respetan, incluida la comanche que no consigue decidirse entre Oso Encorvado y Hombre de Acero.
- ¿Van armados?
- Por supuesto. ¿De qué sirve en estas tierras un hombre desarmado?
- De todas formas -insistió Eve-, Slater cuenta con muchos hombres.
- No te preocupes por Cal. Sabe cuidarse muy bien sólo, créeme. Ojalá nos hubiera podido acompañar en este viaje.
Sin decir más, Reno hizo avanzar a su yegua color acero hacia la grieta. La montura de Eve lo siguió inmediatamente, al igual que los caballos de carga a pesar de ir sueltos.
El pistolero no tuvo que decir a la joven que permaneciera en silencio. Cabalgaba igual que él, alerta a cualquier sombra, pendiente de cualquier recodo en el cauce del río donde pudieran ocultarse jinetes dispuestos a tenderles una emboscada. La escopeta, que yacía sobre su regazo, brillaba en los pocos puntos donde llegaba la luz del sol.
Capas de piedra se amontonaban unas sobre otras hasta que el cielo se convirtió en poco más que una franja cargada de nubes en lo alto de sus cabezas. No se oía ningún sonido aparte del crujido del cuero, el seco roce de una cola de caballo o el ruido de los cascos suavizado por la arena.
Finalmente la franja de cielo nublado sobre sus cabezas empezó a ensancharse, indicándoles que casi se hallaban fuera del árido cauce del río que separaba las imponentes paredes de piedra. Justo delante de ellos, el canal doblaba a la derecha rodeando una roca.
De repente, la yegua color acero intentó retroceder y Reno gritó a Eve que se pusiera a cubierto.
Justo entonces, se oyeron gritos y las balas empezaron a silbar entre las paredes de piedra. En medio del estruendo, el pistolero disparo a los hombres que habían salido de su escondite tras el muro de piedra que surgía justo delante de su caballo.
La velocidad de Reno desenfundando y disparando con ambas pistolas sorprendió a los atacantes. Su letal puntería dejo perplejos a los hombres que sobrevivieron a la brutal ráfaga de los primeros doce disparos. Los forajidos que todavía podían moverse se pusieron a cubierto en medio de un caos creciente, sin dejar de lanzar maldiciones entre dientes.
Con unos movimientos tan rápidos que eran imposibles de seguir con la vista, Reno sustituyo los cargadores vacios por otros llenos y empezó a disparar otra vez antes de que sus contrincantes pudieran recuperarse.
- ¡A nuestra espalda! -gritó Eve.
La última parte de la frase se perdió en el ensordecedor ruido producido por la escopeta cuando apretó el gatillo. Los dos forajidos que habían permanecido ocultos entre la maleza de un canon lateral, gritaron de dolor cuando los perdigones disparados por la joven alcanzaron su objetivo.
Reno hizo girar a su yegua y disparo tan rápido que el sonido de sus balas quedó amortiguado por el ruido de la escopeta. Los hombres cayeron al suelo y no volvieron a moverse.
- ¡Eve! ¿Estás herida?
- No. ¿Y tú, estas…?
El resto de la pregunta de la joven quedó interrumpida por el irregular estrepito de cascos de caballos resonando entre las paredes.
- ¡Estamos atrapados! -gritó Eve.
- ¡Hacia la izquierda!
Mientras hablaba, Reno azuzó a los caballos de carga y a la yegua de Eve hacia el estrecho canon lateral, colocándose en último lugar de la fila. A toda velocidad, saltaron por encima de los cuerpos de los dos forajidos y entraron en la pequeña abertura. Unos metros más adelante, el canon giraba bruscamente.
Eve se aferro a su montura con las rodillas y los tobillos, intentando recargar la escopeta mientras el animal recorría el camino lleno de obstáculos al galope. Consiguió meter un cartucho, pero cuando estaba intentando colocar el otro, se le escapo de los dedos al derrapar su yegua sobre un trozo de piedra que surgía a través de la fina capa de arena. El mustang cayó sobre sus rodillas, pero al instante se irguió con una fuerza que hizo surgir chispas cuando sus herraduras de acero chocaron contra la roca que era más dura que la arenisca.
Después de eso, la joven desistió de seguir cargando la escopeta y se concentró en mantenerse montada sobre su montura.
Un kilómetro y medio más adelante, el antiguo curso del no empezó a ascender de forma abrupta bajo los inagotables y sonoros cascos de los caballos. Ya no había más álamos que interfirieran el campo de visión de Eve. Sólo tenían que saltar o evitar unos pocos arbustos.
Las paredes de roca estratificada estrechaban el paso y la capa de arena cada vez se hacía más fina dando paso a tramos de roca pulida por el agua. El camino se volvió peligrosamente resbaladizo e irregular. Incluso los duros y agiles mustang tuvieron graves problemas para mantenerse en pie en más de una ocasión.
- ¡Para! -gritó Reno finalmente.
Agradecida, la joven hizo detenerse a su caballo. Se volvió para hacer una pregunta, pero lo único que pudo hacer fue observar como el pistolero espoleaba a su montura para que volviera sobre sus pasos.
Los caballos de carga se quedaron pegados a la yegua de Eve como si necesitaran que los reconfortaran. La joven metió a tientas un segundo cartucho en la escopeta antes de inclinarse sobre la silla para comprobar los aparejos de los animales. Todo estaba en su lugar. Incluso los incómodos barriles seguían en su sitio, al igual que los picos y las palas. Reno era tan cuidadoso preparando a los animales como lo era cuidando de sus armas.
De pronto, se oyeron más disparos, y el eco que produjeron le causó a la joven todavía más angustia. Los mustang de Wolfe resoplaron y se pegaron aún más a ella, pero no dieron muestras de ir a desbocarse. A Eve el corazón le latía tan fuerte que tuvo miedo de que le estallara en el pecho.
De nuevo se oyeron más tiros. Pero el silencio que siguió al estruendo fue peor que cualquier otro sonido.
Eve contó hasta diez y no pudo soportarlo por más tiempo. Espoleó a su caballo y volvió sobre sus pasos a toda velocidad para ver que le había sucedido a Reno. La yegua echó hacia atrás las orejas, se inclinó hacia delante y empezó a galopar con la cabeza gacha y la cola alta a pesar del inseguro suelo.
El sonido de cascos acercándose alertó al pistolero y pudo hacer girar a su caballo a tiempo para ver como la joven se acercaba a toda velocidad sobre su mustang. La yegua salto una roca, esparció arena por todas partes cuando hundió sus patas sobre el suelo y casi cayó en un tramo de piedra resbaladiza.
Reno pensó que eso haría que la joven redujera la velocidad, pero tan pronto como el animal recupero el equilibrio, siguió galopando.
- ¡Eve!
Ella no le escuchó.
Reno se dirigió con rapidez hacia la joven y logró agarrar las riendas de su montura. La yegua se irguió sobre las patas traseras al notar que tiraban de ella, haciéndola frenar bruscamente.
- Pero, ¿qué diablos estás…? -gritó Reno.
- ¿Estás bien? -preguntó Eve con urgencia.
- ¿… haciendo? Pues claro que estoy…
- He oído disparos y luego todo ha quedado en silencio. Te he llamado, pero no me has respondido.
Los ansiosos ojos de Eve recorrieron la figura masculina en busca de alguna herida.
- Estoy bien -le aseguró él con voz tensa-, si no tenemos en cuenta que casi haces que me de un infarto viéndote correr con tu caballo sobre este terreno tan peligroso.
- Pensé que estabas herido.
- ¿Y que pretendías hacer? ¿Pisotear a la banda de Slater con tu yegua?
- Yo…
- Si vuelves a intentar algo parecido -la interrumpió cortante-, te pondré sobre mis rodillas y te daré unos buenos azotes en el trasero.
- Pero…
- Nada de peros -explotó violentamente-. Podrías haberte metido en medio de un fuego cruzado y haber quedado hecha jirones.
- Pensé que eso era lo que te había pasado a ti.
Reno respiró profundamente e intentó controlar la furia que amenazaba con hacerle perder los estribos. Se había encontrado en muchas situaciones difíciles y le habían disparado en multitud de ocasiones, pero nunca se había sentido tan asustado como cuando había visto a Eve acercarse sobre su caballo a todo galope en aquel resbaladizo camino.
- Era yo quien les había tendido la emboscada -le aclaró el pistolero finalmente-. No ellos a mí.
Un suspiro entrecortado fue la única respuesta de la joven.
- Pasara un buen rato antes de que vuelvan a por más -continuó-. Aunque será mejor que no tarden demasiado.
- ¿Por qué?
- Por el agua -respondió sucintamente-. Este cañón está totalmente seco.
Eve alzó la vista con inquietud cuando Reno volvió de su breve exploración del cañón lateral. La sombría línea que trazaba su boca le dijo que no había descubierto nada bueno.
- Seco -anunció él.
La joven esperó a que continuara hablando.
- Y ciego -añadió.
- ¿Cómo?
- No tiene salida.
- ¿A qué distancia se acaba?
- Como a unos tres kilómetros.
Eve miró en dirección al lugar donde los hombres de Slater esperaban a sus presas.
- Ellos también necesitan agua -señaló.
- Un solo hombre puede conducir a muchos caballos hasta el agua. El resto seguirá en su lugar, esperando a que la sed nos obligue a hacer alguna estupidez.
- Entonces, tendremos que pasar a través de ellos.
La sonrisa del pistolero no fue tranquilizadora.
- En general -comentó con sorna-, prefiero intentar escalar un cañón que verme atrapado en un fuego cruzado.
- ¿Y qué pasará con los caballos? -preguntó inquieta, mirando hacia la pared de piedra que se erigía hacia el cielo.
- Más adelante desmontaremos para liberarles al menos de nuestro peso.
Lo que Reno no dijo fue que un hombre a pie, en una tierra sin agua como aquella, no tenía muchas posibilidades de sobrevivir. Pero por muy pequeña que fuera esa posibilidad, siempre era mayor que la de salir con éxito del asedio de los hombres de Slater en un estrecho canon.
- Vamos -la instó-. Lo único que conseguiremos a partir de ahora es estar más sedientos.
Eve no protestó. Ya sentía la boca seca. Podía imaginarse la sed que tendrían los mustang, que se habían visto obligados a realizar una verdadera carrera de obstáculos a través del caluroso cañón.
- Tú primero -ordenó Reno-. Luego los caballos de carga.
El seco cauce del río se estrechaba hasta convertirse en poco más que una brecha pulida por el agua que serpenteaba a través de la sólida roca. Por encima de sus cabezas, las nubes se iban uniendo y espesando hasta formar una densa capa sobre la árida tierra, y los truenos retumbaban en la distancia tras invisibles relámpagos.
- Sera mejor que reces por qué no llueva -sugirió el pistolero cuando observó como la joven miraba con ansia hacia las nubes.
- ¿Por qué?
Reno hizo un gesto hacia la pared del cañón.
- ¿Ves esa línea?
- Sí. Me he estado preguntando qué significaba.
- Marca hasta donde llegaría el nivel del agua.
Asombrada, Eve observó la línea que recorría el muro del cañón por encima de sus cabezas. Luego volvió a mirar a Reno.
- Pero, ¿de dónde sale tanta agua?
- De la parte alta de la meseta. Durante las grandes tormentas, la lluvia cae tan rápido que no la tierra no puede absorberla provocando que este tipo de cañones se inunden muy rápidamente.
- El infierno tiene que ser parecido a esto -masculló Eve-. O comes arena o te ahogas por la lluvia.
Los labios de Reno casi dibujaron una sonrisa.
- He estado a punto de hacer ambas cosas alguna que otra vez.
No obstante, nunca se había visto en una situación tan peligrosa como aquella, con un camino sin salida por delante, forajidos a su espalda y sin una gota de agua a su alcance.
En silencio, el pistolero examinó las paredes del canon donde estaban atrapados. Algo que vio, hizo que su rostro mostrara todavía más preocupación.
- Detente -ordenó a Eve.
La joven obedeció y miró por encima del hombro. Reno estaba sentado con ambas manos sobre el porno de su silla, estudiando el estrecho cañón como si nunca hubiera visto nada más interesante.
Tras un minuto, el pistolero urgió a su yegua a que avanzara, e hizo que el resto de los caballos se metieran en la diminuta ranura que había descubierto en su primer reconocimiento del terreno. Había descartado esa grieta como canal de escape, pero ahora creía que podía haberse precipitado.
- ¿Está cargada tu escopeta? -le preguntó Reno.
- Sí.
- ¿Has usado alguna vez un revólver?
- Alguna vez. Aunque no soy capaz de darle a un establo a más de nueve metros.
Reno se volvió y la miró. La sonrisa que le dirigió le hizo recordar lo apuesto que era.
- No te preocupes. Ningún establo se acercara sigilosamente hacia nosotros.
Al oír aquello, Eve no pudo evitar soltar una carcajada.
El pistolero cogió su segundo revólver y sacó una bala del cargador antes de volver a colocar el arma en la bandolera.
- Toma -dijo al tiempo que tendía la bandolera a la joven-. El percutor está en una cámara vacía, así que tendrás que apretar el gatillo dos veces para disparar.
La bandolera le quedaba a Eve como un abrigo de adulto a un niño. Cuando Reno extendió el brazo para ajustársela, rozó uno de sus pechos accidentalmente con el dorso de los dedos. Eve tomó aire rápida y bruscamente, y esa repentina reacción hizo que la mano de él volviera a rozar su pecho. Ambas caricias hicieron que los pezones de la joven se endurecieran al instante.
El pistolero alzó la vista de su pecho para dirigirla hacia los intensos ojos ambarinos de la mujer que le obsesionaba incluso en sueños.
- Estás tan llena de vida… -dijo en tono áspero-. Y has estado tan cerca de morir…
Dios mío, si algo le hubiera pasado… Reno no quería pensar en ello. Su corazón simplemente había dejado de latir al verla en peligro, y, por un momento, sólo por un momento, el pensamiento de que no quería vivir en un mundo sin ella, sin volver a ver su dulce rostro, invadió su mente.
Intentando concentrarse en lo que estaba haciendo, ajustó la bandolera lo máximo posible al cuerpo de femenino y, diciéndose a sí mismo que no debía hacerlo, extendió los brazos hacia ella, deslizó la mano por detrás de su cuello atrayéndola hacia él y se inclinó sobre su rostro.
- Voy a comprobar esa ranura -le dijo hablando contra sus labios-. Vigila que nadie se acerque por detrás mientras lo hago.
- Ten cuidado.
- No te preocupes. Tengo previsto vivir lo suficiente como para disfrutar de todo lo que gané en el salón Gold Dust, y eso te incluye a ti.
Después de esas palabras, la besó profunda e intensamente. El beso hizo que se formara un nudo en el vientre de la joven, y aunque duro sólo un instante, la sacudió hasta lo más hondo de su ser.
Después, Reno se alejó dejándola con su sabor en los labios, su deseo fluyendo rápido por sus venas, y sus palabras haciéndola estremecerse, pues eran una advertencia y una promesa al mismo tiempo.
Tengo previsto vivir lo suficiente como para disfrutar de todo lo que gane en el Gold Dust, y eso te incluye a ti.