Catorce
uando Reno regreso al campamento, vio que Eve llevaba una camisola, unos pololos y una de las camisas que él le había prestado. Estaba acurrucada sobre el saco de dormir, dormida. Con cuidado, el pistolero cogió el diario de sus relajados dedos y lo dejo a un lado. La joven se estiró somnolienta y lo miró con unos ojos que reflejaban la luz del sol.
- Déjame sitio, pequeña. A mi también me gustaría dormir un poco.
Cuando Reno se tumbó junto a ella, Eve sonrió.
- Hueles a lilas -murmuró-. Me gusta.
- Debería gustarte. Es tu jabón.
- Te has afeitado -comentó al rozar un punto en el cuello masculino donde se podía ver un pequeño corte-. Yo podría haberlo hecho. ¿Por qué no me lo has pedido?
- Me he cansado de pedirte cosas.
Eve se puso sobre un costado para poder mirarlo a los ojos y escuchar todo lo que no le decía.
- Me gusta afeitarte -confesó con voz temblorosa.
- ¿Y besarme? ¿También te gusta besarme?
El poderoso deseo que ardía en los ojos del pistolero la quemaba, aún así, él no hizo ningún movimiento por acercarse a ella.
- Sí -susurró Eve-. Eso también me gusta.
Despacio, Reno se inclinó y rozó ligeramente su boca contra la de ella. Eve emitió un suave gemido de descubrimiento y recuerdo al mismo tiempo. Él se tomó un tiempo para jugar con sus labios recorriéndolos con la lengua, mordiéndolos con suavidad. Luego, la cálida y ávida búsqueda de la lengua de Reno en la boca de la joven la hizo temblar de placer. Durante unos largos y dulces segundos, volvió a aprender los ritmos de penetración y retirada, descubrió una vez más la textura de los labios masculinos y su lengua, sintió de nuevo el calor de Reno invadiéndola en una oleada de placer tras otra.
El pistolero se separó un momento para poder mirar los bellos ojos ambarinos y acunó su dulce rostro entre sus poderosas manos. La calidez de Eve, su sabor, su suave boca abriéndose bajo la suya, amenazaba con hacerle perder el control.
- Me haces arder -susurró Reno antes de hundir sus dientes ligeramente en su cuello.
La única respuesta que recibió fue un grito entrecortado y un estremecimiento de placer.
El apasionado grito fue como una navaja que deshilachara las cuerdas que mantenían a raya el control de Reno. Deseaba arrancarle la poca ropa que llevaba y hundirse en la cálida suavidad que él sabía que le estaba aguardando en el interior de su cuerpo.
Pero, antes de hacerla suya, necesitaba llevarla hasta un punto en el que su único mundo fuera él. Necesitaba oírla gritar, que le arañara y le exigiera que la tomara. Necesitaba que ella olvidara todo lo referente a deudas sin pagar y se entregara a él sin límites, que se convirtiera en un fuego que lo hiciera arder hasta lo más profundo de su ser.
Entonces, él dejaría una marca en ella que no olvidaría jamás. No importaba cuantos hombres hubiera conocido antes; nunca se entregaría a otro sin recordar lo que había sentido entre sus brazos.
No se preguntó a sí mismo por qué era tan importante que Eve no lo olvidara nunca. Ni por qué protegerla se había convertido en la misión más importante de su vida. Se limitó a aceptarlo al igual que había aceptado las asombrosas corrientes de las varillas españolas.
Con lentitud, tomándose su tiempo, Reno creó un errático sendero de besos desde el frágil cuello femenino hasta la ansiosa boca que lo esperaba, permitiendo que la ardiente pasión que los consumía, los uniera en una búsqueda que sólo podía tener un fin.
Los dedos de la joven se hundieron profundamente en el frío y espeso pelo del pistolero, arañando suavemente su cuero cabelludo. El grave gemido que Reno exhaló fue una recompensa y una provocación al mismo tiempo. La joven volvió a flexionar los dedos, y de nuevo sintió la respuesta que atravesó el musculoso cuerpo masculino.
- Me gusta sentir tus unas sobre mí -susurró.
El pistolero mordió el labio inferior de Eve reprimiéndose cuidadosamente, y ella lanzó un sonido de sorpresa y placer. Sonriendo, el liberó su labio despacio acariciando al mismo tiempo su suave y sensible piel.
Eve se acercó más a él cuando notó que se echaba hacia atrás, pues deseaba más de ese dulce tormento. Reno río suavemente y siguió negándole su boca. Cuando ella intento seguirle, el pistolero sujetó su rostro entre sus manos. Los labios de la joven permanecían abiertos, brillando a causa de la luz del sol y el deseo, temblando levemente.
- ¿Reno?
Él le respondió con un sonido interrogativo que fue más bien un ronroneo de satisfacción.
- ¿No deseas besarme? -susurró ella anhelante.
- Y tú, ¿quieres besarme? -replicó Reno.
La joven asintió con la cabeza, provocando que los oscuros mechones de su pelo se deslizaran por las fuertes manos masculinas, acariciándolo con un frío fuego.
- Entonces, hazlo, pequeña.
Eve vio el deseo en los ojos de Reno, lo percibió en su grave voz, lo sintió en la tensión de sus brazos. El hecho de saber cuánto anhelaba su beso hizo que un extraño calor surgiera en sus entrañas.
- ¿Deseas mi boca? -susurró Eve-. ¿Es eso lo que quieres?
Pero el pistolero no pudo responder, porque la joven ya lo estaba besando. Las delicadas exploraciones de su lengua le hicieron gemir.
- Más -murmuro él con voz ronca, cuando ella se retiró un poco.
La joven le dio lo que pedía, porque también era lo que ella deseaba. El sabor de su propia boca y la de él unidas, le era familiar. Se sentía mareada y extrañamente poderosa. Deseaba abrazarlo tan fuerte que pudiera convertirse en parte de él, para nunca volver a separarse por completo.
Con una urgencia que no comprendía, sus manos acariciaron los amplios hombros masculinos y se deslizaron por su espalda. Reno no avanzaba ni retrocedía, dejando que fuera ella quien marcara el ritmo de la seducción.
Una exquisita sensación atravesó a Eve cuando sus senos se encontraron con la musculosa calidez del pecho del pistolero. No había sabido cuanto ansiaba ese contacto hasta que lo sintió. Instintivamente, la joven empezó a arquearse despacio contra él, frotando con las endurecidas cimas de sus senos los tensos músculos de su torso.
El sonido que Reno emitió era una invitación a que siguiera y una exigencia sensual al mismo tiempo. Eve hundió sus uñas en los tensos músculos de su espalda, deseando sentir sus poderosos brazos a su alrededor, deseando que la abrazara aún más fuerte de lo que podía conseguir sólo con sus propios brazos.
Cuando él no respondió como ella deseaba, Eve emitió un gemido de frustración.
- ¿Qué ocurre? -preguntó el pistolero en voz baja.
La joven intento volver a besarlo. Pero el era mucho más fuerte que ella y mantuvo sus labios fuera de su alcance, conteniendo su deseo de apoderarse salvajemente del frágil cuerpo femenino a pesar de las apasionadas exigencias de Eve.
- Dime lo que quieres -susurró con voz ronca.
- Besarte -musitó ella.
Reno rozó su boca con sus labios.
- ¿Así? -preguntó.
- No. Sí.
- ¿No y sí?
La punta de la lengua de Reno perfilaba los sensibles labios de la joven mientras ella luchaba por acercarse más.
- Sí -respondió Eve, estremeciéndose ante el contacto de su lengua.
Al oírla, Reno se echo hacia atrás.
- No -exclamó la joven rápidamente.
- ¿Sí o no? Decídete, pequeña.
- Reno -dijo con urgencia-, deseo… más.
Él tomo aire bruscamente, como si le hubiera azotado con un látigo.
- Abre la boca -le pidió el pistolero con voz profunda-. Demuéstrame que lo deseas tanto como yo.
Cuando la joven obedeció, Reno emitió un grave gemido y tenso los brazos, alzando el rostro de Eve hacia el suyo.
- Más -le exigió, mientras aumentaba la presión sobre sus temblorosos labios con pequeños roces y suaves mordiscos, hasta que Eve tembló e hizo lo que le pidió.
Sólo entonces, tomo su boca como pretendía tomar su cuerpo, plena, completamente, en una perfecta fusión de carne y ardiente pasión.
El liviano contacto del aire sobre la piel de la joven cuando Reno desabrocho su camisola fue un excitante contraste con el sedoso calor del deseo.
Eve no supo cuanto ansiaban sus pechos ser acariciados hasta que las fuertes manos masculinas los rodearon y sus pulgares hicieron que sus pezones se convirtieran en orgullosas cimas. Tampoco supo que el estaba medio tendido sobre ella, hasta que el fuego que la quemaba hizo que se arqueara contra Reno buscando su contacto.
La joven hubiera gritado ante el placer de sentir su cuerpo contra el de él, pero los únicos sonidos que la intima unión de sus bocas le permitía emitir eran pequeños gemidos que surgían de lo más profundo de su garganta. Reno absorbió los apasionados quejidos y exigió más en silencio, acariciando sus sensibles pechos y jugando con ellos. Sus largos dedos los torturaron, los sedujeron y atormentaron sus pezones con diferentes presiones hasta que Eve se retorció casi salvajemente bajo el.
Reno se movió de nuevo colocándose completamente sobre ella, ofreciéndole lo que necesitaba sin saberlo. Sus caderas se pegaron a las de la joven, hundiéndose en ella hasta que los muslos femeninos se abrieron respondiendo a un primitivo instinto por acoger en su anhelante suavidad la rígida erección del pistolero.
Se sentía arrastrada por la vorágine del deseo; un deseo oscuro y ardiente que la fragmentaba en mil pedazos y la arrastraba hacia un abismo desconocido, en medio de un fuego que giraba salvajemente en espiral haciéndola arder.
Sus uñas se hundieron inconscientemente en los flexionados músculos de la espalda masculina al tiempo que jadeaba, presa de un placer que la encendía en llamas. Reno no protestó. Simplemente gruñó y frotó sus caderas contra ella en un apasionado reflejo, lo que provocó que el fuego líquido de la respuesta de Eve se esparciera entre sus tensos cuerpos.
La sorpresa la paralizó hasta que las caderas de Reno volvieron a moverse, produciendo un nuevo fuego abrasador que invadió su cuerpo en un estallido de calor que Eve no pudo negar ni ocultar. Cuando el pistolero repitió el movimiento, su lengua se hundió en la boca de la joven posesionándose de ella de tal manera que casi hizo llorar a Eve.
Una de las manos de Reno se movió entre sus cuerpos. El sonido de sus pantalones al ser desabrochados se perdió entre las apasionadas protestas de la joven cuando el pistolero levanto su peso de las caderas femeninas.
- No pasa nada, pequeña -la tranquilizó Reno con voz profunda, mientras se deshacía de la limitación de su ropa-. No me voy a ir a ningún sitio.
La joven apenas oyó sus palabras. Sólo era consciente de que el peso del hombre que amaba volvía a estar sobre ella, pero no donde ansiaba sentir la presión de su cuerpo. Anhelante, se arqueó contra él deseando más de lo que le estaba dando. Sin embargo, no importaba lo que hiciera, el siempre conseguía eludirla.
- Reno -consiguió decir.
- ¿Sí? -contesto el pistolero antes de hundir sus dientes ligeramente en su frágil cuello.
Eve no tenía palabras para pedirle lo que deseaba. Se hallaba ante algo desconocido, desesperada por algo que no podía explicar.
Reno sonrió misteriosamente, pues él si sabía que era lo que echaba en falta.
- ¿Qué pasa? -le preguntó de nuevo mientras cerraba con más fuerza sus dientes sobre su suave piel.
- No puedo… Yo no… -jadeó Eve con voz entrecortada.
Sin permitirle un segundo de respiro, el pistolero atrapo un tenso pezón entre sus dedos, lo presionó entre el índice y el pulgar, y lo torturó llevándola a un límite entre el placer y el dolor. Eve dejó escapar el aire en una muda suplica al tiempo que se arqueaba ferozmente. El movimiento hizo que Reno se hundiera más profundamente entre sus piernas, aunque seguía sin estar donde ella lo deseaba. Frustrada, la joven clavó sus uñas en su espalda y volvió a arquearse contra él en una inconsciente exigencia.
- Abre más las piernas -susurró Reno al tiempo que movía las caderas lo suficiente como para frotarlas contra el secreto fuego femenino.
La caricia arrancó un ronco gemido de la garganta de Eve, que se retorció deseando más de la dulce violencia que él había desencadenado en ella.
- Más -le exigió el con voz ronca-. Demuéstrame que me deseas.
Eve volvió a moverse otra vez.
- Más, pequeña. Sabes que te gustara. Dobla las rodillas y colócalas junto a mis caderas.
La joven obedecio, abriendo las piernas hasta que el pudo acomodarse con facilidad entre sus muslos. Lentamente, Reno empezó a jugar de nuevo con sus pezones, observándola mientras acariciaba con extrema suavidad las sensibles y rosadas cimas.
- Sí -exclamó cuando la joven elevo sus caderas ciegamente contra el-. Así. Dime que me deseas.
El sensual tormento de sus manos sobre sus pechos ya no era suficiente. La cabeza de Eve se movió con la misma inquietud que sus caderas, buscando un alivio a la necesidad que la atenazaba y amenazaba con ahogarla.
- Reno, yo… -La joven se mordió el labio y se estremeció.
- Lo sé. Puedo verlo.
Los pololos no tenían costura central y permitieron que los dedos de Reno se deslizaran sobre los desprotegidos secretos de la feminidad de Eve.
- Y puedo sentirlo -añadió en voz baja.
La joven jadeo en una combinación de miedo y pasión cuando se dio cuenta de que yacía indefensa ante Reno.
Deliberadamente, el pistolero acarició sin piedad el tierno centro del placer femenino que se había inflamado por el deseo. Las oleadas de sensaciones que invadieron el interior del cuerpo de Eve fueron tan intensas, que la joven no pudo evitar soltar un repentino grito y derramar su fuego líquido sobre la palma masculina.
- Déjame sentir de nuevo tu placer-exigió Reno, atormentándola de nuevo con sus dedos y negándole el poder sentirlo en su interior.
Eve lanzó un gemido entrecortado y le dio lo que le pedía.
El ronco gemido de satisfacción de Reno fue otra ligera caricia, otro delicado azote del látigo de la pasión que se deslizó sobre la carne extremadamente sensible de Eve.
- Me gusta lo que te hago sentir, pequeña. Me gusta tanto como respirar -musitó él en voz baja mientras seguía con la tortura, provocando otra oleada de placer.
Eve lloraba y se retorcía con la dulce provocación que enviaba salvajes llamaradas de fuego por todo su ser. Perdida en medio de un mundo de sensaciones desconocido para ella, no supo en qué momento Reno sustituyó sus dedos por su grueso y rígido miembro. Sólo era consciente de que no la estaba tocando en el lugar donde debía hacerlo. Sus uñas arañaron su espalda en una demanda que no pudo evitar no hacer.
Reno se lamentó de que su camisa le impidiera sentir sus afiladas uñas directamente sobre la piel. Sonrió y provocó un poco más a Eve, rozando los húmedos y resbaladizos pliegues de su feminidad con la roma suavidad de su carne. La joven volvió a arañarle, y Reno sintió que una fina capa de sudor cubría todo su cuerpo. Nunca había estado con una mujer que lo deseara tan completamente que todo su cuerpo gritara por su contacto. El más mínimo roce de sus dedos provocaba una respuesta inmediata en la joven. El pistolero disfruto con feroz intensidad del deseo femenino, bañándose a sí mismo en su apasionado calor, deseando tanto tomarla, que su cuerpo temblaba de deseo.
Aún así, no importaba lo que Eve se retorciera y lo que se esforzara en buscar el placer que el ya le había hecho sentir. Reno la eludía.
- ¿Por qué me haces esto? -le preguntó finalmente.
- Quiero oírte pedirme más.
Eve emitió un gemido de frustración y se arqueó de nuevo, y de nuevo, Reno la rozó apenas, dejándola insatisfecha.
- Más -pidió Eve, temblando.
El pistolero volvió a rozar lentamente su inflamada carne.
- Más fuerte -exigió ella entrecortadamente mientras se esforzaba por llegar hasta el inalcanzable y primitivo límite que retrocedía justo cuando estaba a punto de alcanzarlo.
- No es suficiente -protestó con urgencia.
- ¿Y si te digo que eso es todo lo que hay?
- ¡No! ¡Tiene que haber más!
Reno volvió a tocarla, deslizando sus uñas con exquisito cuidado sobre el inflamado centro de su placer. Con los dientes apretados, luchando contra el deseo que lo hacía estremecerse, respiró profundamente el primitivo aroma de la pasión de Eve sintiendo que su autocontrol se evaporaba.
- Reno -susurró la joven con voz trémula-. Yo…
Su voz se quebró al tiempo que se arqueaba una y otra vez contra la dureza que sentía entre las piernas.
- ¿Deseas esto? -preguntó él, al tiempo que su poderoso miembro rozaba la cálida entrada al cuerpo de Eve.
- Sí -exclamo entrecortadamente-. Sí.
Con un suave y potente movimiento, Reno se hundió en ella esperando deslizarse con facilidad y sin obstáculos, pues la humedad que lo envolvía no dejaba dudas de lo excitada que estaba.
Pero lo que encontró fue una barrera que se abrió casi en el mismo instante en que fue descubierta. Casi, pero no por completo. La diferencia fue el desgarro de la prueba de su virginidad y una humedad que nada tenía que ver con la pasión.
Eve abrió los ojos de par en par cuando el dolor, en lugar del placer, la hizo volver a la realidad.
- ¡Me haces daño! -exclamó con voz quebrada.
Los movimientos que Eve hizo con su cuerpo al intentar liberarse de Reno acabaron con el poco control que este conservaba. Intento mantenerla quieta, pero era demasiado tarde, estaba demasiado excitado para retroceder y, casi en contra de su voluntad, sintió como su cuerpo se liberaba en el cálido interior de la joven.
El feroz estremecimiento que recorrió el cuerpo de Reno provocó que ella lo sintiera más profundamente en su interior, pero esa vez Eve ya no sintió dolor. En su lugar, aparecieron llamaradas de fuego que ardían en el lugar donde sus cuerpos se unían.
Las fuertes oleadas de pasión sorprendieron a la joven, al igual que los roncos gemidos del pistolero y las rítmicas palpitaciones de su rígida carne. Sintiendo una dolorosa presión en el pecho, cerró los ojos, dejó escapar un entrecortado suspiro y aguardó a que el saliera de su cuerpo.
Sin embargo, Reno no la liberó a pesar de que su respiración se volvió más calmada. Los movimientos de su pecho al elevarse y descender eran suficientes para volver a sentirlo en su interior. Y cada pequeña exhalación enviaba más corrientes de aquel fuego no deseado a través del cuerpo de Eve. Sin embargo, ya no disfrutaba de esa sensación. Ahora sabía que sólo la conduciría hacia un sentimiento de dolor y de tensa desesperación.
Se había convertido en una de esas estúpidas mujeres de las que Donna hablaba, de las que abrían sus piernas en nombre del amor. Pero Reno no deseaba su amor; sólo deseaba su cuerpo.
Y ya lo había tomado.
- Quítate de encima de mí -le pidió Eve finalmente.
La brusquedad de su voz enfureció a Reno. Momentos antes había estado ansiosa por que la hiciera suya, pero ahora sólo deseaba verse libre de su contacto. No podía haberle dicho más claramente que no la había hecho disfrutar.
En cambio, él había sentido tanto placer que había perdido el control demasiado rápido. Nunca le había pasado con anterioridad.
De pronto, Reno recordó la frágil barrera, el desgarro un instante antes de que pudiera tomarla por completo. Lo recordaba pero no podía creerlo. No podía creer que una chica de salón fuera virgen.
Debía haber pasado mucho tiempo desde que estuvo con otro hombre. Eso explicaría la estrechez de su cuerpo, la presión sensual que todavía lo acariciaba cada vez que uno de los dos respiraba.
Reno se dio cuenta de nuevo de lo pequeña y esbelta que era Eve, de lo delicadamente que estaba formada. Sin embargo, el era un hombre inusualmente grande y potente. No había pretendido hacerle daño pero debía de habérselo hecho. Ese descubrimiento lo avergonzó y lo enfureció al mismo tiempo, ya que ponía en evidencia que la había deseado mucho más que ella a él.
- No me digas que no querías esto -le espetó Reno con dureza-. Maldita sea, fuiste muy clara al respecto.
Una marea roja invadió las mejillas de Eve mientras recordaba su comportamiento desenfrenado. Él tenía razón. Ella se lo había pedido.
- Ahora ya no lo deseo -respondió tensa.
Susurrando una maldición, Reno se movió para apartarse.
Eve se estremeció con violencia cuando el rozo su carne extremadamente sensible al salir de ella.
La sangre brillo bajo el sol, la prueba escarlata de una verdad que Reno apenas podía creer. La había deseado tanto que ni siquiera se había desvestido. La había tomado con la camisa y los pantalones puestos como si no fuera más que una prostituta comprada para unos pocos minutos de placer.
Y ella se lo había permitido. Se lo había suplicado.
Reno miró a Eve como si no la hubiera visto nunca. Y así era. No de la forma en la que la veía en ese momento. No se había permitido a sí mismo mirar más allá del vestido rojo a la inocente chica que había bajo el…, pero ahora lo hacía y sabia la verdad sobre su inocencia.
- Virgen.
- Eso es, pistolero -susurró en voz baja-. Soy virgen.
De repente, la boca de Eve se torció en una triste mueca.
- Bueno, ahora ya no -rectificó-. Ahora no soy más que una mujer sin honra que debería habérselo pensado mejor.
La frase resonó en la mente de Reno. Una mujer sin honra.
Como Willow.
Un hombre decente se casa con la mujer a la que arrebata su inocencia.
De pronto, Reno se sintió acorralado. Y como cualquier animal acorralado, luchó por liberarse.
- Si crees que has canjeado tu inocencia por un marido -le advirtió mientras sus dedos se cerraban sobre los hombros femeninos-, estas muy equivocada. Te gané en una partida de cartas. Sólo he tomado lo que era mío. Eso es todo lo que el pago exigía.
- Gracias a Dios -soltó Eve entre dientes.
Por segunda vez, la joven dejó perplejo a Reno. Había esperado una pelea, un torrente de palabras diciéndole que su deber como hombre decente era casarse con ella. Era un viejo truco, el más antiguo y el más potente en la guerra que mantenían las mujeres decididas a casarse y los hombres decididos a conservar su libertad.
Pero al parecer, Eve no lo usaría.
- ¿Gracias a Dios? -repitió aturdido.
- Exacto -ratifico Eve-. ¡Gracias a Dios que ya he pagado mi deuda y que no desearas volverlo a hacer, porque…!
- ¿De qué demonios estás hablando? -la interrumpió.
- ¡… ahora ya sea por que se paga a las mujeres por hacerlo!
Las furiosas palabras de la joven quedaron suspendidas en el aire durante un largo y tenso momento, antes de que Reno confiara lo suficiente en sí mismo como para responder.
- No te he violado -afirmó en voz baja y letal.
- No, no me has violado. ¡Pero tampoco me ha gustado!
- Entonces, ¿por qué me has suplicado que te hiciera mía? -replicó él.
La humillación y la ira encendieron las mejillas femeninas. Sus labios temblaron, pero su voz se mantuvo tan firme como su mirada.
- ¿Como podía saber lo que ocurriría al final? Me hiciste volar y luego dejaste que cayera.
Durante un instante, Reno se mantuvo callado. Luego, empezó a reír a pesar de su ira por creer que estaba tomando a una chica de salón y descubrir que había hecho sangrar a una apasionada virgen.
- Volar, ¿eh? -repitió reflexivo.
Eve lanzó al pistolero una recelosa mirada, desconfiando de la repentina y aterciopelada oscuridad de su voz. Con pequeños y sutiles movimientos, intentó zafarse de él, pero los firmes y largos dedos de Reno se tensaron lo suficiente para hacerle saber que no la dejaría ir a ningún sitio por el momento.
- Volar no -corrigió con voz tensa-. Caer. Hay una gran diferencia, pistolero.
- La próxima vez será mucho mejor, te lo aseguro.
- No habrá una próxima vez.
- ¿Vas a faltar a tu palabra? -la desafío.
La sonrisa de Eve fue tan fría como una ráfaga de frío viento invernal.
- No tengo que hacerlo -respondió-. Puedes hacer conmigo lo que quieras. Pero no volveré a pedirte que me hagas daño hasta hacerme sangrar.
- Sólo es así la primera vez. Y si hubiera sabido que eras virgen, yo…
- Te dije que nunca había permitido que ningún hombre me tocara -le interrumpió-. Pero no me creíste. Pensabas que era una cualquiera.
Entonces, Eve tomó conciencia de lo ocurrido y su boca volvió a curvarse en una amarga mueca.
- No era una cualquiera -rectificó-. Pero ahora si lo soy.
La ira invadió de nuevo a Reno.
- Yo no te he convertido en una cualquiera -afirmó, enfatizando cada palabra.
- ¿En serio? Entonces, ¿cómo funciona? ¿Una vez es un error y dos veces te convierten en una cualquiera? ¿O son tres? ¿Quizá cuatro?
- Maldita sea.
- Sí, maldita sea -susurró ella-. ¿Cuántas veces tiene que pasar para que una mujer se convierta por arte de magia en una cualquiera? Dímelo, pistolero. Odiaría tomar más de la ración de diversión que Dios me ofrece.
- ¿Qué se supone que debo hacer? -preguntó enfurecido-. ¿Casarme contigo? ¿Arreglara eso algo?
- ¡No!
- ¿Qué? -se asombró Reno, dudando de si la había escuchado bien.
- Nada puede hacer que lo que hemos hecho sea correcto, excepto el amor -añadió ella amargamente-, y conseguir amor de un hombre como tú es tan imposible como encontrar un barco de piedra, una lluvia sin agua y una luz que no proyecte ninguna sombra.
Escuchar sus propias palabras surgir de una forma tan dura de la boca de Eve, le demostró a Reno que el daño que le había infligido iba mucho más allá del hecho de haberle arrebatado la virginidad.
- ¿Pensabas que estabas enamorada de mí? -le preguntó perplejo.
La joven palideció.
- ¿Importa eso ahora?
- ¡Maldita sea! ¡Sí, importa! Has respondido a mis caricias porque eres una mujer muy apasionada, no por nada relacionado con esa estupidez que llaman amor.
Con un brusco movimiento, la joven se liberó de las manos que la mantenían cautiva. Ajusto la amplia camisa sobre su cuerpo y lo observó con unos fieros ojos ambarinos.
Fue entonces cuando Reno tomo conciencia de que debería haber tenido más tacto con respecto al tema del amor; mucho más tacto. Hasta hacia unos pocos minutos había sido una chica inocente, y como tal, creía en el amor.
- Eve…
- Abróchate los pantalones, pistolero. Estoy cansada de ver mi sangre sobre ti, recordándome lo estúpida que he sido.