Quince
ve supo sin necesidad de girarse que Reno la había seguido hasta la poza. Lo había sentido tras ella a cada paso que daba alejándose del campamento.
Sus manos titubearon cuando abrieron la camisa para quitársela. Bajo ella, la joven tan sólo llevaba una camisola y unos pololos cuyo fino algodón le ofrecía escasa protección ante los ojos del pistolero.
Es un poco tarde para la modestia virginal, se dijo a sí misma burlonamente.
Con rápidos y tensos movimientos, se quito la enorme camisa y la tiró a un lado.
Reno tomo aire emitiendo un brusco gemido al ver la brillante mancha escarlata en los pololos, que había permanecido oculta bajo el largo faldón de la camisa.
- Eve -dijo con voz ronca-, te juro que no pretendía hacerte daño.
Ella no dio señales de haberlo oído.
En silencio, Reno se acercó a ella por detrás y apoyó las manos con cuidado sobre sus hombros.
- ¿Crees que soy un animal que obtiene placer haciendo daño a las mujeres? -le susurró al oído con aspereza.
La joven deseaba mentir, pero se dio cuenta de que con ello sólo conseguiría hacerse mas daño a sí misma. Reno no tenía piedad con los mentirosos y los tramposos.
- No -respondió con desgana.
La ráfaga de aire que expulso el pistolero hizo que se agitara el pelo de la nuca de Eve y envió escalofríos sobre su piel.
La traicionera reacción de su propio cuerpo la enfureció.
- Gracias a Dios que al menos en eso me crees -murmuró él.
- Dios ha tenido poco que ver en esto, pistolero. Yo diría que ha sido más bien cosa del diablo.
- Tú me lo pediste.
- Que amable por tu parte recordármelo -comentó ella con sorna-. Te aseguro que no volverá a suceder.
El cuerpo femenino estaba tan rígido que parecía a punto de quebrarse. El maldijo su rápida lengua y la fiera ira que lo había invadido cuando la joven le recordó lo poco que había disfrutado cuando la hizo suya.
En cambio, él había sentido un placer dulce y violentamente intenso a la vez hasta el instante en que se dio cuenta de que había tomado a una virgen. Entonces, su furia había igualado su pasión. Pero incluso así, lo que Eve le había hecho sentir era algo desconocido para él. Nunca antes había experimentado nada igual con ninguna otra mujer.
- Volverá a suceder -afirmó-, pero no será un error. Y te gustará. Me asegurare de ello.
- Un despreciable pistolero me dijo una vez que me gustaría tanto que gritaría de placer. -La expresión del rostro femenino al encoger los hombros enfatizo la ironía impresa en su voz-. Tenía razón a medias. Grite.
Reno soltó una maldición entre dientes antes de conseguir refrenar su ira. Controlar su genio no le había resultado nunca tan difícil. Eve tenía un don para hacerle perder el control que le hubiera aterrorizado si se hubiera tratado de una fría manipuladora. Pero no lo era. Era la mujer más apasionada que había tenido el placer de tocar.
Desgraciadamente, en ese el momento sólo irradiaba indignación y… frustración.
El pistolero tomó una larga inspiración y dejo escapar el aire en un mudo suspiro cuando comprendió lo sucedido. Él no había pretendido excitarla para luego dejarla insatisfecha, pero eso era justamente lo que había hecho. No podía culparla por desear verlo despellejado y colgado del árbol mas cercano.
Con calma, hizo que la joven se girara para poder mirarla a los ojos. Después, con cuidado, deslizo las manos por debajo de su camisola, preparándose para quitársela pasándosela por encima de la cabeza.
- ¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó Eve.
- Desnudarte.
La joven dijo algo entre dientes que normalmente ni siquiera se le hubiera pasado por la mente.
Reno apenas pudo ocultar una sonrisa cuando sus manos se detuvieron bajo la camisola. Podía ver claramente el cambio que se produjo en sus pezones cuando se tensaron en un apasionado reflejo ante su contacto.
- Ambos estamos de acuerdo en que eres la clase de mujer que mantiene su palabra -dijo en voz baja-. Y también estamos de acuerdo en que me diste tu palabra de que podría tocarte.
Una rebelión apenas disimulada brillo en los ojos femeninos. Nunca se había parecido tanto a una gata como en ese momento mientras lo observaba sin pestañear, con los labios tensos como si estuviera preparada para echarse atrás y soltarle un bufido.
- Vas a mantener tu palabra, ¿verdad? -le preguntó.
Eve no respondió.
- Eso creía -declaró Reno.
Lentamente, deslizó las manos sacándolas de debajo de la camisola medio desabrochada.
- Te desnudaré más tarde -añadió-. Dame el jabón y el paño.
Eve había olvidado el trozo de jabón y el paño que había llevado a la poza. Con dificultad, se obligó a sí misma a abrir las manos y a entregárselos a Reno.
Las profundas marcas que las uñas de la joven habían dejado en el jabón y en su palma, fueron una prueba muda del esfuerzo que había hecho por no perder el poco control que todavía conservaba sobre sí misma.
El testimonio de su fuerte temperamento horrorizo a Eve. Nunca había pensado en sí misma como en una persona especialmente apasionada o violenta. El orfanato le había ensenado a no perder nunca el control, porque si lo hacía, se encontraría a merced de los demás.
Al entregarse a Reno había comprobado una vez más lo que ya sabía. Había buscado amor sin obtener nada más que dolor a cambio.
Una lección más de lo dura que es la vida.
El pistolero observó las señales que habían dejado las uñas de Eve en el jabón y en su propia piel, y luego la miró a los ojos. No había ni rastro de risa, pasión o curiosidad en ellos; en ese momento eran tan sombríos como una puesta de sol invernal.
- Eve -susurró con voz inexplicablemente tierna.
Ella se limitó a mirarlo sin que ninguna expresión se trasluciera en su rostro.
- Siento haberte hecho daño -aseguró-. Pero no lamento haberte tomado. Eras como seda y fuego…
La ronca voz masculina se desvaneció. La inocente pasión de Eve había sido una revelación que a su mente todavía le costaba aceptar.
Su cuerpo, sin embargo, no tenía esos problemas. Aunque acababa de tomarla, la deseaba de nuevo. Y estaba seguro de que ella también lo deseaba. Su cuerpo manifestaba a gritos su pasión y su frustración.
Pero Eve era demasiado inocente para comprender la razón de su ira. Reno sabía que no conseguiría nada intentando convencerla con palabras. No estaba de humor para escucharle hablar de nada, y menos de sus propias necesidades como mujer.
Por otra parte, había formas mejores que las palabras para enseñar a alguien tan inocente como Eve el placer que la esperaba. Todo lo que tenía que hacer era convencerla de que volviera a confiar en él.
Una tarea difícil pero no imposible. Su cuerpo ya estaba de su parte.
- Como se que te avergüenza, no te desnudaré -dijo Reno con voz calmada.
Aquello sorprendió a Eve. No había esperado que él le hiciera ninguna concesión.
La sonrisa del pistolero le dijo que sabía muy bien a que se debía su sorpresa. Con gesto decidido, sujetó el paño en la cinturilla de sus pantalones y se guardó el jabón en un bolsillo.
- Métete en el agua -le pidió Reno.
- ¿Qué?
- Vamos. Te sentirás mejor después de un buen baño.
Eve no protestó. Entro en la poza y avanzó hasta quedar cerca de la pequeña cascada. El agua la acariciaba hasta la mitad del muslo y se arremolinaba alrededor de sus piernas formando dibujos con burbujas multicolores.
Para su sorpresa, Reno la siguió y se colocó frente a ella. No se desvistió, como había temido que hiciera. Seguía igual que cuando había rodado hacia un lado apartándose de ella, con la camisa entreabierta, descalzo y con los pantalones oscuros.
Aunque al menos ahora sus pantalones estaban abrochados.
Una oleada de calor invadió sus mejillas cuando recordó el aspecto que el pistolero había tenido minutos antes, con la bragueta desabrochada y la húmeda prueba de su estupidez virginal resplandeciendo a plena luz del día.
- Tu pelo está limpio -dijo Reno interrumpiendo sus pensamientos-, pero te lo lavaré si lo deseas.
La joven negó con la cabeza.
- Entonces, te lo recogeré.
- No -respondió al instante, reacia a ser tocada-. Yo lo haré.
Apresuradamente, se recogió la larga melena y se hizo un improvisado moño. Unos pocos mechones se deslizaron cayendo sobre sus hombros, pero Eve los ignoró. La expresión en la cara de Reno cuando ella levantó los brazos y se arregló el pelo le dejo muy claro que a él le gustaba observar cómo se mecían sus pechos con cada movimiento de su cuerpo.
Y si la expresión de su rostro no era suficiente, la prueba definitiva residía en el prominente bulto en sus pantalones. Al darse cuenta del lugar al que estaba mirando, Eve aparto la vista precipitadamente.
- ¿Lista?
- ¿Para qué?
Reno se agachó y cogió agua entre sus manos.
- Para que te moje. Será difícil bañarte si te mantienes seca, ¿no crees?
El moderado tono de voz de Reno contrastaba con la ardiente sensualidad de sus ojos.
- No necesito ayuda para bañarme -masculló Eve.
El pistolero rió suavemente y dejó que el agua de sus manos se derramara por la parte delantera de su camisola.
- Algunas cosas son mejores cuando se comparten con alguien -señaló el con voz ronca.
- ¿Un baño? -preguntó Eve con sarcasmo.
- No lo sé. Nunca he compartido uno.
La joven lo miró sorprendida.
- Es verdad -insistió Reno.
- Te creo.
- ¿En serio?
- Sí.
Eve se estremeció cuando el agua templada se deslizó de nuevo entre sus pechos.
- ¿Por qué? -preguntó intrigado.
- Tú no te tomarías la molestia de mentir a una mujerzuela.
Reno cerró los ojos y luchó contra la rabia que lo atravesó amenazando con hacer añicos su control.
- Te sugiero -dijo lentamente- que nunca más vuelvas a usar esa palabra en mi presencia.
- ¿Por qué no? A ti te encanta la sinceridad.
Reno abrió los ojos y la miró fijamente.
- Echarme en cara mis propias palabras no te hará sentir mejor, te lo aseguro.
Eve emitió un gemido involuntario y apartó la vista. Las amenazadoras sombras y la cruda furia que vio en su mirada le recordaron demasiado su propio torbellino de ira. De todas formas, Reno tenía razón. Utilizar la ironía con él no le hacía sentir mejor. Al contrario. Tenía ganas de morder, arañar y gritar. La profundidad de su propia furia la aterraba.
- Yo estaba equivocado. Ambos sabemos que no eres una mujerzuela -añadió Reno.
Eve no contestó. La tentación de presionarla hasta que le diera la razón casi superó a Reno, pero consiguió mantenerse en silencio con dificultad. Recogió mas agua y la dejo caer por el cuerpo femenino hasta que los pololos y la camisola estuvieron empapados.
La fría caricia del agua deslizándose por su cuerpo y el sentir el contacto de las manos de Reno sobre los hombros, hizo que Eve se estremeciera.
Entonces, como en un sueño, escuchó como él susurraba su nombre con tristeza. Asombrada, entreabrió los ojos y pudo ver a través de sus espesas pestanas la rígida línea que dibujaban los labios masculinos.
- Jamás volveré a hacerte daño -le aseguró con voz calmada-. Si hubiera sabido que era tu primera vez…
Eve respiró hondo y asintió. Sabía que no mentía, que sus palabras no eran más que la verdad. Supo que era un hombre integro desde el mismo instante en que se sentó en aquella mesa de Canyon City; a pesar de su tamaño, a pesar de su fuerza, a pesar de su velocidad letal, no era la clase de hombre que disfrutara siendo cruel.
- Lo sé -reconoció en voz baja-. Por eso hice que ganaras la partida. En cuanto te vi, supe que no eras como Slater o Raleigh King.
Reno dejó escapar una bocanada de aire que no había sido consciente de estar conteniendo. Después, rozó la frente femenina con sus labios en una suave caricia que acabó antes de que ella pudiera estar segura de haberla sentido.
- Déjame que te bañe -musitó Reno.
La joven dudó un momento antes de empezar a quitarse la camisola. Unas manos resbaladizas por la espuma se cerraron alrededor de sus muñecas, sujetándolas con suavidad.
- Déjame hacerlo a mi -le pidió el.
Eve vaciló de nuevo.
- No te tomaré de nuevo -la tranquilizó-. No lo haré a no ser que tú me lo pidas. Sólo deseo aliviar un poco… tu dolor.
Incapaz de soportar la intensidad de su mirada, la joven cerró los ojos y asintió. Durante unos segundos, esperó en una agonía de incertidumbre, pero cuando Reno la tocó, fue sólo para lavarle la cara con la misma delicadeza con que lo había hecho con su sobrino.
Sin embargo, Eve no se sintió como un bebé. El contacto de Reno hizo que una oleada de placer casi dolorosa la atravesara. Hasta ese momento no había sido consciente de lo sensible que era la piel de su rostro. El ritual de enjabonarla, lavarla y enjuagarla envió agradables escalofríos por todo su cuerpo.
- ¿Tan malo ha sido? -preguntó Reno al terminar.
La joven sacudió la cabeza y un largo y oscuro mechón escapo de su mono.
- ¿Y esto? -preguntó de nuevo mientras le colocaba el resbaladizo mechón tras la oreja.
El pistolero no esperó su respuesta. Se inclinó hacia delante y empezó a recorrer cada curva de la oreja femenina con su lengua y luego con sus dientes, mordiéndola en el lóbulo con exquisito cuidado, disfrutando de cada inspiración entrecortada. Cuando la punta de su lengua la exploro y la acarició avanzando, retrocediendo, volviendo a avanzar…, Eve emitió un extraño sonido desde lo más profundo de su garganta y se aferró a sus brazos para no perder el equilibrio.
El levantó la cabeza y se quedó mirando los grandes y sorprendidos ojos de la joven.
- ¿Te encuentras bien?
- Yo… -Tragó saliva-. Nunca sé qué esperar de ti.
- Tus novios deben de haber sido… muy poco imaginativos.
- Nunca he tenido ninguno, imaginativo o no.
- ¿Ningún novio? -preguntó extrañado-. ¿Ni siquiera uno que te robara algunos besos en un establo?
La joven negó con la cabeza.
- Nunca he deseado que ningún hombre se me acercara hasta que te conocí a ti.
- Dios mío.
El descubrimiento de lo inocente que había sido Eve conmocionó al pistolero. Tan inocente y, sin embargo, al excitarse se había derramado sobre él como un apasionado manantial que brotaba ante su tacto, ante sus palabras, ante sus más mínimas caricias…
Inocente y apasionada. Sólo pensar en las posibilidades de mutuo placer que se abrían ante ellos bastaba para aturdirlo.
Sin saber por dónde empezar, Reno recorrió con la mirada a la joven. Su ropa interior era casi transparente y se pegaba a cada curva y planicie de su cuerpo como una segunda piel. Las tensas cimas de sus pechos resaltaban claramente, al igual que el triangulo de vello oscuro que protegía y, a su vez, esbozaba su feminidad.
- Dios mío -repitió, reverente-. Ningún hombre te ha tocado nunca.
- No exactamente -susurró ella.
- ¿Quién lo hizo? -La voz masculina tenía un tinte posesivo.
- Tú me has tocado -musitó-. Sólo tú.
En medio de un silencio interrumpido sólo por el bullicio del agua cayendo sobre la charca, Reno lavó a la joven hasta la cintura. Intento no demorarse en sus pechos, pero le resultó imposible. La aterciopelada suavidad de sus pezones lo atraía irresistiblemente. Volvía a ellos una y otra vez, hasta que se alzaron con urgencia contra la camisola, tensos no sólo a causa del agua fría.
Sin decir ni una sola palabra, el pistolero la empujó con suavidad hacia la suave cascada para enjuagarla. Cuando acabó, le quitó la camisola lentamente y la sujetó en la cinturilla de sus pantalones. Luego se inclinó y empezó a darle pequeños besos en el valle entre sus pechos, a recoger con su lengua las gotas de agua que resbalaban por su escote hasta que ella empezó a emitir pequeños gemidos y se aferró a su pelo.
- No debería permitirte hacer esto -dijo Eve con voz ronca.
- ¿Te hago daño?
- No. Todavía no.
- Eso no pasara nunca más -le aseguró el-. Nunca más.
Eve no pudo responder. La visión de la boca de Reno tan cerca de la rosada cima de uno de sus senos la dejó sin habla. Antes de poder reaccionar, la punta de su lengua circundo el tenso pezón, jugó con él, lo saboreó y finalmente lo introdujo en su boca.
El entrecortado gemido que emitió la garganta de la joven no tenía nada que ver con el dolor y si con el placer. Antes de que pudiera acostumbrarse a ella, la caricia cambio. Y entonces, una oleada de calor la invadió haciéndole imposible seguir aferrada a su ira, ya que su cuerpo descubrió una nueva forma de dar salida a las sensaciones que se acumulaban en su interior.
Eve no sabía sin sentirse aliviada o triste cuando Reno, lentamente, levantó la cabeza y continúo lavándola.
- Debería haberme tornado tiempo para decirte lo hermosa que eres -se disculpó con voz ronca-. Tienes el tipo de piel sobre la que los poetas escriben sonetos. Pero yo no soy un poeta. Nunca había querido serlo hasta ahora.
Se inclinó y rozó con sus labios primero un pecho, y luego el otro.
- No encuentro palabras para describirte.
Volvió a erguirse y extendió el jabón sobre sus pololos, su cintura, sus caderas y sus muslos. Cuando su palma se deslizó sobre la sensible unión de sus piernas, Eve emitió un aterrorizado gemido.
- Tranquila -murmuró, intentando calmarla-. No te he hecho daño, ¿verdad?
Los labios de la joven temblaban, pero aún así, negó con la cabeza.
- Mueve un poco las piernas -le pidió el pistolero, presionando con delicadeza-. Déjame lavar todo tu cuerpo, sobre todo, el lugar donde te he hecho daño.
Conteniendo la respiración, aguardó observando su rostro y deseando que ella le ofreciera de nuevo su confianza.
Lentamente, Eve cambió de posición dándole a Reno la libertad que deseaba. En un silencio plagado de recuerdos y posibilidades, el eliminó con exquisita ternura hasta el último rastro de la virgen que había sido y no volvería a ser.
- Si pudiera borrar todo el dolor que te he hecho sentir, lo haría -susurró en su oído-. Pero no borraría el resto. He soñado toda mi vida con encontrar una pasión como la tuya.
Eve se estremeció y reprimió un ronco gemido cuando los fuertes dedos masculinos desabrocharon sus pololos y dejaron que se deslizasen por sus piernas. Un segundo más tarde, sin dejar de mirarla a los ojos, se arrodillo en la balsa a sus pies.
- Apóyate en mis hombros -dijo con voz ronca.
Reno sintió el temblor de sus manos cuando las apoyo en sus hombros, y se pregunto si lo provocaría la pasión o el miedo.
- Levanta tu pie derecho -le pidió.
Ella obedeció y la presión de sus manos sobre sus hombros aumento, mientras el deslizaba los pololos por su pierna.
- Ahora el otro.
Cuando se vio libre de la prenda, la joven intentó alejarse, pero se quedó paralizada cuando sintió el contacto de las puntas de los dedos de Reno recorriendo la delicada piel de la cara interior de sus muslos. Eve cerró los ojos sintiéndose atravesada por escalofríos de placer y se sujetó a los hombros masculinos con tanta fuerza que sus dedos se hundieron en sus musculas.
- ¿Te ha dolido? -preguntó el pistolero preocupado, levantando la vista.
- No -susurró ella a través de sus trémulos labios.
- ¿Te ha gustado?
- No debería.
- Pero, ¿te ha gustado?
- Sí -susurró ella, soltando una ráfaga de aire-. Dios mío, sí.
El pistolero apoyó la frente contra el vientre femenino y dejó escapar un largo suspiro de alivio. Sólo entonces, reconoció ante sí mismo el miedo que había sentido al pensar que la había alejado de él para siempre. Esa era la razón por la que la había seguido hasta la balsa. El miedo, no la pasión.
- Si supieras lo bella que eres… -susurró Reno, acariciando con delicadeza los húmedos pliegues de la feminidad de Eve-, el placer que siento al saber que soy el primer hombre que te ha tomado…
La joven no respondió. No podía. Una oleada de calor recorría su cuerpo haciéndole olvidar todo, excepto ese mágico instante y el hombre que la acariciaba con tanta ternura.
Girando su cabeza de un lado a otro, Reno acarició su vientre y sus muslos con los labios.
- Tan suave -musitó-. Tan cálida. Ábrete para mí, dulce Eve. No te haré daño. Déjame mostrarte como debería haber sido para ti. Sin dolor, sin sangre, sólo la clase de placer que morirás recordando.
Con los ojos cerrados, la joven respondió a la dulce presión entre sus piernas, dando a Reno mayor libertad. Una cálida y ligeramente inquisitiva caricia de sus dedos fue su recompensa. El repentino y violento placer que la recorrió, la asombro dejándola débil e indefensa. Aturdida, emitió un entrecortado suspiro e intento recuperar el equilibrio
- Eso es -dijo el pistolero urgiendo a sus piernas a que se abrieran más, al tiempo que se inclinaba sobre ella y mordisqueaba suavemente su vientre-. Apóyate en mí.
Reno apartó con delicadeza el suave y húmedo vello que protegía el lugar más íntimo del cuerpo de la joven y acarició con su lengua los resbaladizos pliegues de su feminidad, saboreándolos, disfrutando de su cálida y acogedora humedad.
Sólo cuando la joven sintió el cálido aliento del pistolero en el centro de su excitada carne, entendió por qué sus caricias le daban tanto placer. Pequeñas terminaciones nerviosas que ni siquiera era consciente de poseer se estremecieron con violencia y recorrieron todo su ser.
- Reno.
Su respuesta fue un suave movimiento de su lengua que arrancó otro ronco grito de Eve.
- No te resistas a mí -le pidió el en un hilo de voz-. Tú me has entregado algo que nunca habías dado a ningún otro hombre. Déjame ofrecerte algo que yo nunca había dado a ninguna otra mujer.
- Dios mío -susurró la joven, perdida en una bruma de placer que la envolvía y nublaba su mente.
La lengua de Reno dejaba una estela de creciente calor a su paso, sometiéndola a un dulce tormento, haciendo que deseara más de sus ardientes caricias. Cuando por fin encontró la tensa y llena protuberancia de satén que formaba el centro del placer de Eve, le dio pequeños golpecitos con la punta de su lengua, lo mordió con suavidad, lo sedujo y lo lamió, logrando que latiera convulsivamente, llegando a conocerla mejor de lo que se conocía ella misma.
Eve soltó un ronco gemido. No podía hablar. No podía respirar. Sólo podía sentir la avalancha de sensaciones que se condensaban en su vientre, haciéndole perder el control y entregándoselo al hombre que la consumía en un fiero silencio.
Reno sintió las violentas contracciones que hacían temblar el frágil cuerpo femenino y sintió un inexplicable placer al aspirar su aroma; un primitivo perfume que le hablaba de oscuros fuegos y salvajes liberaciones, atrayéndolo de forma inexorable.
Su sabor era el de la lluvia del desierto, seductor y misterioso, devolviendo la vida a todo aquello que tocaba, incluso al duro y frío corazón del hombre que la había llevado a los más primitivos límites.
A pesar de que su renuencia a dejarla, Reno se obligó a liberar la dulce y cautiva carne, y se levantó sujetando a Eve entre sus brazos, pues apenas era capaz de mantenerse en pie. Hizo que apoyara su cabeza contra su pecho y la meció con ternura mientras esperaba a que se recuperara.
Tras un largo momento, la joven lanzó un tembloroso suspiro y lo miró con unos ojos llenos de confusión.
- Esto es lo que realmente existe entre hombres y mujeres -le dijo Reno, besándola en los labios con suavidad-. Un placer por el que matarías o morirías. No una infantil noción de amor.
Un doloroso estremecimiento recorrió el cuerpo femenino.
- ¿Me estás diciendo que sentiría lo mismo con cualquier hombre? -preguntó la joven con voz contenida.
La violenta negación que subió hasta los labios del pistolero lo incomodó. Nunca había sido un hombre posesivo, sin embargo, la simple idea de Eve permitiendo a otro hombre disfrutar de lo que le había entregado a él, consiguió enfurecerlo.
- ¿Reno? -insistió ella con labios temblorosos.
- Algunas personas encajan mejor que otras -respondió finalmente-. Tú me excitas más que cualquier otra mujer que haya conocido. Y el hecho de que hayas esperado hasta ahora, significa que yo te excito más que cualquier otro hombre. -Hizo una pausa y continuó-. Ésa es la razón por la que te entregaste a mí. No por la apuesta. Ni por amor. Sólo por pasión, pura y simplemente.
- ¿Por eso se casan los hombres y las mujeres? -insistió Eve-. Por pasión, ¿pura y simplemente?
Reno volvió a vacilar.
- Esa es la razón por la que los hombres se casan -afirmó después de un momento-. Pero mi experiencia me dice que muy pocas mujeres sienten la suficiente pasión como para arder de esa forma.
- Pero…
- De otro modo, no serían capaces de aguantar el tiempo suficiente como para llevar a un hombre hasta el altar -continuó, ignorando la interrupción.
Sin embargo, al ver el dolor reflejado en la expresión de Eve que habían causado sus palabras, el pistolero parpadeó. No había pretendido herirla con sus duras declaraciones sobre la naturaleza de los hombres y las mujeres, y la ilusión llamada amor. Pero lo había hecho.
Otra vez.
- Pequeña -susurró, besando su sien suavemente-. ¿Te sentirías mejor si te contara dulces mentiras sobre el amor?
- Sí.
Pero justo después de pronunciar esa palabra, Eve rió tristemente y negó con la cabeza.
- No -rectificó-. Porque desearía tanto creerte, que lo haría, y un día me despertaría, te encontraría preparando un caballo para marcharte y sabría que todo había sido mentira.
- Ahora no estoy preparando ningún caballo para marcharme.
- Todavía no hemos encontrado la mina, ¿no es así?
Eve lo empujó con suavidad y lo miró sin parpadear con una sonrisa que amenazaba con convertirse en triste. Sin dejar de sonreír, se puso de puntillas y rozó sus labios con los suyos.
- Gracias por la lección. Ahora, será mejor que nos pongamos a trabajar para encontrar esa mina. Hoy ya he aprendido todo lo que puedo soportar en un día.