Dieciséis
la mañana siguiente, Eve y Reno siguieron las indicaciones del anciano chamán y se dirigieron hacia un antiguo y casi olvidado camino que atravesaba la meseta. A última hora de la tarde, el pistolero se volvió hacia la joven y rompió el cordial silencio que había reinado entre ellos mientras cabalgaban atravesando aquellas tierras salvajes.
- El chamán me dijo que debía asegurarme de llevarte hasta un lugar especial.
- ¿A qué distancia esta? -preguntó Eve, sorprendida.
- A unos dos kilómetros. Quédate aquí mientras echo una ojeada. No me gustaría verte atrapada en medio de una venganza ideada por el viejo chamán.
A Reno no le costó mucho tiempo reconocer el terreno. Al regresar, se detuvo junto a Eve, vio las preguntas sin pronunciar en sus ojos y se inclinó sobre ella. Rodeó su nuca con la mano, la atrajo hacia si y le dio un rápido beso. Cuando la soltó, la joven le dirigió una mirada sorprendida y… anhelante.
- ¿Pensabas que una vez satisfecho el deseo, desaparecería para siempre? -preguntó el pistolero, dirigiéndole una sonrisa.
Las mejillas de Eve se tiñeron de un intenso color rojo.
- No creo que pensar tenga mucho que ver con eso -respondió, recordando lo ocurrido el día anterior.
Reno rió y mordisqueó ligeramente su labio inferior.
- Eres tan dulce. Me encanta provocarte -confesó-. Es increíble que esta mañana haya logrado contenerme y no caer en la tentación.
- ¿A qué te refieres?
- Deseaba besarte… por todas partes, deseaba que lo primero que vieran tus ojos al despertar fuera mi cuerpo sobre el tuyo.
El color se intensificó en las mejillas de Eve, pero no pudo evitar reírse.
Reno se había comportado con ella de forma muy diferente al resto del viaje, casi como si la estuviera cortejando. Luego, Eve recordó lo que el había dicho una vez y su risa se desvaneció.
Se corteja a una mujer a la que deseas convertir en tu esposa. Eso sólo ha sido un pequeño revolcón antes del desayuno con una chica de salón.
- Pero decidí que era demasiado pronto -continuó Reno-. Todavía estas dolorida por lo de ayer y no quiero volver a hacerte daño.
Aunque las palabras del pistolero eran burlonas, sus ojos reflejaban seriedad. Eve sabía que todavía se culpaba por lo que había ocurrido la única vez que la había tornado.
- Estoy bien -le tranquilizó.
Y era cierto. Aquella mañana se había despertado deludida a disfrutar de lo que tenía, en lugar de llorar por lo que ya no podría recuperar. La vida le había ensenado que el mañana llegaba muy pronto. Tenía que seguir adelante y aprender a vivir con el pasado: su madre
muerta, su dulce e indefenso padre, la brusca crueldad de la vida con los niños que no eran capaces de defenderse a sí mismos…
Pase lo que pase con Reno, no me arrepentiré. Lo crea él o no, el amor existe. Lo sé porque yo sí lo amo a él.
Y quizá, sólo quizá, Reno pueda sentirlo por mi algún día. Quizá las heridas que le dejó aquella mujer de Virginia se cierren de una vez y pueda ser libre para amar de nuevo.
Quizá…
- ¿Estás segura? -preguntó el pistolero.
Eve pareció sorprendida, luego se dio cuenta de que no había adivinado sus pensa-mientos, sino que su pregunta se refería a su conversación sobre cómo se encontraba aquella mañana.
- Sí -contestó-. Muy segura.
- ¿Incluso después de todas las horas que hemos pasado cabalgando? -insistió el.
La joven apartó la mirada de la verde claridad de sus ojos, intentando ocultar la intensidad de sus sentimientos ante su preocupación. Él no la amaba, pero le preocupaba el hecho de haberle hecho daño. Eso ya era algo.
Y para Eve lo era todo. Nunca nadie se había preocupado por ella de ese modo.
Tras unos instantes, acarició la mejilla de Reno con las puntas de los dedos e intentó convencerle de que cualquier daño que le hubiera causado el día anterior al desgarrar el velo de su inocencia, se lo había compensado con creces al ensenarle con tanta generosidad lo que era desear a un hombre.
- Lo único que me ocurre -intentó explicarle con voz quebrada- es que me estremezco y me cuesta respirar cuando pienso en lo que nosotros… en lo que tú… en lo que yo…
Eve emitió un exasperado gemido y deseo que su sombrero fuero lo bastante grande como para cubrir su encendido rostro. No le ayudó notar que Reno trataba de contener una carcajada.
- Te estás riendo de mí -masculló la joven, frunciendo el ceño.
El pistolero deslizo el dorso de sus dedos por la suave mejilla femenina en una dulce caricia.
- No, mi pequeña gata. Me río porque tienes el mismo efecto sobre mí que una botella del mejor whisky -le aseguró-. Me gusta saber que tú eres tan consciente de mí como yo lo soy de ti. Me hace desear arrancarte de ese caballo, ponerte a horcajadas sobre el mío y tomarte en este mismo instante mientras observo todas tus reacciones.
- ¿A horcajadas sobre un caballo? -preguntó Eve, demasiado asombrada como para sentir vergüenza-. ¿Es eso posible?
- No tengo ni idea. Pero estoy realmente tentado de descubrirlo. Aunque en realidad no importa la forma ni el lugar. Lo único que deseo es volver a sentirte entre mis brazos, volver a hacerte mía una vez más.
Reno tiró levemente de las riendas y Darla retrocedió con rapidez, apartando a su jinete de aquella tentación.
- Vamos -le dijo a una sorprendida Eve-. El chamán y yo tenemos una sorpresa para ti.
- ¿De qué se trata?
- Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa, ¿no crees?
Sonriendo, la joven siguió la estela de la yegua de Reno. La nueva y relajada actitud que mostraba con ella la hizo feliz. No lo había visto sonreír tan a menudo desde que habían estado en el rancho de su hermana, donde había podido bajar la guardia rodeado de sus amigos y su familia.
Así era como la estaba tratando en ese momento. Como si confiara en ella. La embria-gadora combinación de burla y sincera sensualidad mantenía sus sentidos totalmente alerta; su cuerpo se aceleraba anticipándose a la siguiente caricia, al siguiente momento de risas. No recordaba haber sonreído tanto en toda su vida.
Eve todavía sonreía cuando su caballo avanzó hasta colocarse junto al de Reno. Él le devolvió la sonrisa, asombrado por su asombrosa capacidad de recuperación después de haber pasado en los últimos días por tantas experiencias nuevas, y en algún caso, traumáticas.
- Cierra los ojos -le pidió el pistolero con voz ronca.
La joven le dirigió una mirada de soslayo.
- Vaya. Otra vez la oscura y aterciopelada voz -se burló Eve-. ¿Es ahora cuando me arrancaras de la silla e intentaras cosas dudosas montado sobre una mustang con mal genio?
Reno echó la cabeza hacia atrás y rió encantado.
- Pequeña, realmente sabes tentar a un hombre. Pero tienes razón sobre el mal carácter de Darla. Nos lanzaría a los dos contra el montón de rocas más cercano. Así que cierra los ojos y no los abras hasta que te lo diga. Estás a salvo… por ahora.
Riéndose en voz baja, la joven cerró los ojos, segura de que su caballo seguiría a Darla sin necesidad de ser guiado.
Durante unos pocos minutos, lo único que percibió Eve fue el crujido del cuero, el ritmo perezoso de su yegua, la calidez del sol, y el olor único de la salvia y de las plantas de hoja perenne que impregnaba el aire seco.
- ¿Puedo mirar ya?
- No.
- ¿Seguro?-bromeó la joven.
- Seguro.
Eve sintió la sonrisa de Reno en su voz y deseo reír en voz alta mostrando su alegría. Le encantaba la perezosa camaradería que había surgido entre ellos desde el día anterior. Le encantaba poder volverse y descubrir al pistolero observándola con calidez en lugar de ira o ardiente deseo. Le encantaba escuchar la cadencia de su voz y saber que el disfrutaba por el simple hecho de estar con ella. Le encantaba…
Reno.
- No mires -le advirtió el, al tiempo que tiraba del ala del sombrero de Eve cubriéndole los ojos y recorría la línea de su mandíbula con los dedos en una caricia.
- No iba a hacer trampas -protestó ella en voz baja-. No importa lo que pienses, no soy tramposa por naturaleza.
Reno sintió su dolor como si fuera el suyo propio. Siguiendo su instinto, se inclinó sobre ella, la agarró de la cintura, la elevó como si no pesara nada y la colocó de lado sobre su regazo para poder abrazarla como deseaba.
- No digas tonterías -susurró en su oído mientras la acunaba con ternura-. No estaba pensando en nada cuando he tirado de tu sombrero, excepto en una excusa para tocarte.
Eve volvió la cabeza hacia el pecho de Reno, golpeándolo con su sombrero y haciendo que este se ladeara. Se quedó medio colgado de la cinta hasta que el pistolero lo aparto, dejándolo caer sobre su espalda para poder acariciar su pelo.
- No pretendía herirte -añadió el después de un momento.
Con los ojos aun cerrados, la joven asintió haciéndole ver que comprendía.
- Lo siento -susurró ella-. Sé que no debería estar tan susceptible. Pero… lo estoy.
Reno la obligó a alzar la barbilla y le dio un beso tierno y profundo a la vez. Luego sus brazos se estrecharon a su alrededor, manteniéndola pegada a él cuando Darla respingó ante la sombra de un halcón que paso planeando sobre ellos.
- Después de ver el temperamento de tu yegua, no creo que debamos intentar nada más atrevido sobre su lomo -murmuró la joven.
Hubo un instante de sorprendido silencio, luego Reno rió y le dio un intenso beso antes de hacer avanzar a Darla.
Unos minutos más tarde, detuvo a su caballo y besó con delicadeza los parpados de Eve.
- Abre los ojos.
Cuando la cálida sensación de sus labios se desvaneció, la joven abrió los ojos y miró el lugar que le señalaba Reno con una sonrisa.
Al observar el paisaje se le escapó un gemido de asombro e incredulidad. A unos centímetros de las pezuñas de los caballos, la tierra descendía bruscamente. En la distancia, centenares de pequeñas mesetas y altiplanicies se elevaban en una serie de escalones irregulares que, a su vez, se ramificaban formando un inmenso laberinto de piedra teñido en tonos rojos y dorados, rosas y malvas.
En lugar de arroyos y ríos, había columnas de piedra, precipicios rocosos, mesetas pedregosas, castillos de piedra, catedrales y arcos de rocas, vastas paredes y capas de mas rocas apiladas unas sobre las otras, cadenas y valles, colinas y llanuras de piedra, un laberinto multicolor de piedras amontonadas sobre más rocas hasta que el cielo y la tierra se fundían en una uniformidad violeta tan lejos de allí, que la curva que describía la tierra podía percibirse como la distante llegada de la noche.
Y sobre toda aquel grandioso paraje, grupos de nubes variaban de color yendo desde el blanco más puro al denso índigo. Tormentas solitarias asolaban algunos pedazos de tierra arrastrando irregulares velos de lluvia tras ellas y, aún así, el viento no llevaba consigo el olor de la tormenta.
- ¿Es ahí adónde vamos? -susurró Eve.
Reno miró el paisaje rocoso de formas imposibles y observo que no había vivos destellos de agua, ni amplios valles verdes donde poder descansar. Tampoco había caminos ni senderos para carromatos, ni columnas de humo que indicaran asentamientos.
Aquella tierra era salvaje. Era un fuego arrasador cincelado en piedra, llamas heladas que subían orgullosas hacia el cielo mientras soplaba un viento seco, arrastrando nubes cuya lluvia nunca llegaba al suelo, dejando que el fuego ardiera furiosamente inmóvil, eterno.
- No iremos hasta allí si puedo evitarlo -dijo finalmente-. Dejaré ese tipo de locuras para mi hermano Rafe.
La joven asintió comprensiva.
- Es hermoso, aunque salvaje.
Reno besó a Eve en la nuca, y su corazón se aceleró al sentir el estremecimiento que la recorrió a consecuencia de su leve caricia.
- Me sorprende que creas que es bonito -comentó el pistolero contra su piel-. No te gustó la vista desde aquella grieta.
- Al principio, no. Pero después de que los hombres de Slater empezaran a disparar, no me pareció tan aterradora -repuso ella con sequedad-. Algo en aquellas balas volando a nuestro alrededor hizo que me olvidara de la vista.
Reno rió en voz alta, dio un fuerte y rápido abrazo a Eve, y se recordó a sí mismo todas las razones por las que no debería mover sus manos unos pocos milímetros y sentir el cálido peso de sus pechos llenándolas.
- Nos ahorramos al menos ochenta kilómetros, cruzando aquella grieta -le aseguró él-. Aún así, todavía nos queda un largo trayecto por delante.
- ¿Encontraremos agua? -preguntó esperanzada.
- Filtraciones, manantiales y arroyos estacionales. -Reno se encogió de hombros-. Debería haber suficiente si vamos con cui-dado.
- ¿Y si no nos importa que nuestros caballos beban de nuestro sombrero? -añadió Eve, sonriendo al recordar como habían vaciado una cantimplora tras otra en sus sombreros, porque el camino hasta la balsa oculta era demasiado estrecho para que pasara un caballo.
El pistolero besó la comisura de la sonriente boca de la joven.
- Alégrate de que llevemos caballos mustang. Beben menos que cualquier otro animal, excepto el coyote.
Eve lo observó con los ojos llenos de recuerdos sensuales y los labios temblorosos por el deseo. No confiando en poder resistirse a la inconsciente invitación de su boca, Reno la giró hasta colocarla de espaldas.
Las limitaciones de la silla hacían que las caderas femeninas anidaran íntimamente entre sus piernas, y su cuerpo se endureció de repente. Los largos dedos del pistolero envolvieron los muslos de Eve, saboreando la firmeza de su carne. Sin poder resistirse, la acercó aún más a él y luego la soltó susurrando una palabra que esperó que ella no hubiera oído.
Intentando recuperar el control, Reno desmontó del caballo precipitadamente. Se quedó de pie lo bastante cerca de la joven, como para que notara el calor de su pecho contra su pierna tan claramente como había sentido el calor de sus muslos contra los suyos.
Eve también había notado otra cosa, pero dudo de sus propios sentidos. Seguro que un hombre no podía excitarse tan rápido.
Una sola mirada le confirmó que estaba equivocada. Antes, la dura evidencia del profundo deseo que sentía por ella la habría avergonzado o incomodado. Ahora, hacia que una marea de calor invadiera delicadamente todo su ser, recordando lo que había sentido al entregarse a la pasión de Reno, a su fuerza y a su embriagadora sensualidad.
- Pequeña, realmente sabes tentar a un hombre -manifestó el con voz profunda.
- ¿Eso crees?
- Desde luego.
- Tan sólo estoy aquí sentada -señaló Eve.
- Te aseguro que lo que prometen tus ojos podría volver loco de deseo a un hombre -afirmó Reno.
La joven se ruborizó, pero no pudo evitar reírse. Todavía se reía cuando el pistolero la arrancó de la silla y le dio un beso que hizo que el mundo girara a su alrededor.
- Me gusta que me mires así -susurró el contra su boca-. Me gusta demasiado. -Mientras hablaba, la llevó en brazos hasta su propio caballo y la colocó sobre la silla-. Sube, gatita. Supondría un infierno para mí cabalgar juntos.
Cuando la soltó, se volvió rápidamente y se dirigió hacia su propio caballo una vez más.
- No pretendía provocarte -se disculpó Eve.
- Lo sé, pequeña. El problema es que sólo verte hace que el fuego corra por mis venas.
- ¿No podríamos…? -La voz de la joven se desvaneció, luego se intensificó junto con el color de sus mejillas-. Los dos estamos sufriendo y no hay razón por la que no podamos… ¿o si la hay?
El pistolero detuvo su montura junto a la de Eve y la miró durante varios segundos.
- Si que existe una razón por la cual no podemos hacerlo -le respondió con voz ronca.
La calma en la voz de Reno contrastaba con su ardiente mirada verde.
- ¿Slater? -aventuró ella con tristeza.
El pistolero sacudió la cabeza.
- Me imagino que pasaran al menos dos días antes de que Oso Encorvado encuentre nuestro rastro de nuevo. El chamán opinaba lo mismo, y él conoce esta tierra mejor que nadie.
- Entonces, ¿por qué no podemos…?
A pesar de que el deseo atenazaba sus entrañas, Reno sonrió ante el intenso rubor que cubrió las mejillas femeninas.
- Porque, Eve, la próxima vez que te ponga las manos encima, no te dejaré ir hasta que a ninguno de los dos le quede la suficiente fuerza para humedecer sus labios.
La joven se sentó apoyando la barbilla sobre sus rodillas y rodeando con los brazos sus piernas. Unos cuantos centímetros más allá de sus botas, la tierra se inclinaba en un precipicio.
En ese momento, Reno estaba explorando el barranco que el chamán les había dicho que les llevaría a través del borde de un canon de roca y que luego se uniría a una de las antiguas rutas descritas por el diario. Si el camino era lo suficientemente ancho, cabalgarían bajo la fantasmal luz de la luna. Si no era así, acamparían en el borde de la meseta.
Al oeste, el sol se cernía sobre el horizonte. Bajo él y en la distancia, largas y densas sombras surgían de infinitas formaciones de piedra. Como el sol, las sombras se movían transformando todo lo que tocaban, destruyendo y volviendo a crear el paisaje en un calidoscopio a cámara lenta de colores cambiantes y magnificas vistas.
Cuando escuchó pasos que se acercaban, Eve no tuvo que volverse para saber que era Reno y no un extraño quien caminaba a su espalda. La rítmica cadencia de sus pasos se había convertido en parte de ella, al igual que los dulces recuerdos de lo ocurrido en la laguna. - Un penique por tus pensamientos -le ofreció el.
Sonriendo, la joven volvió a mirar las lentas transformaciones de las rocas, las sombras y la puesta del sol.
- Sigo preguntándome -respondió- cómo llegó a formarse este laberinto y por qué es tan diferente a todo lo que he visto hasta ahora.
- Yo sentí lo mismo la primera vez que lo vi. Hace unos ocho años, conocí a un paleontólogo del gobierno y él…
- ¿Un qué? -le interrumpió.
- Un paleontólogo.
Eve le miró con curiosidad.
- La paleontología es la ciencia que se dedica a estudiar restos tan antiguos que han llegado a convertirse en piedra.
Eve emitió un sonido de incredulidad.
- ¿Restos antiguos convertidos en piedra?
- Se les llama fósiles.
- ¿De dónde vienen esos restos?
- De todo lo que poblaba la tierra hace siglos.
Un vago recuerdo le vino a la cabeza a Eve, procedente de la época en la que había asistido a la escuela del orfanato.
- ¿Como los terribles lagartos gigantes que vivieron en la tierra antes que el hombre?
Reno pareció sorprendido.
- Sí, los dinosaurios.
La joven volvió a apoyar la barbilla sobre sus rodillas.
- Pensé que los niños más mayores me estaban tomando el pelo, pero uno de ellos me enseño una fotografía en un libro -comentó ella en tono soñador-. Era un esqueleto de un lagarto que se apoyaba sobre sus patas traseras. Era más alto que el campanario de cualquier iglesia. Quería leer aquel libro, pero alguien lo robó antes de que pudiera hacerlo.
- Yo tengo un libro que habla sobre dinosaurios en el rancho de Willy y Cal, junto a otros cincuenta más.
- ¿Alguno de ellos explica cómo se formo esto? -preguntó Eve, señalando hacia el laberinto que se extendía bajo ellos.
- ¿Has visto alguna vez como un río va socavando su orilla hasta darle una nueva forma a su cauce?
- Desde luego. Las inundaciones hacen que eso pase incluso más rápido.
- Piensa en lo que ocurriría si las riberas del río estuvieran formadas por piedra en lugar de tierra, y cada afluente y arroyo erosionara lentamente esas orillas, ampliando los barrancos más y más…
- ¿Es eso lo que paso aquí?
Reno asintió.
- Ha debido costar mucho tiempo -comentó Eve.
- Más de lo que podemos imaginar.
Se produjo un cómodo silencio entre ellos y entonces pudieron escuchar el lamento del viento.
- En algún lugar, ahí fuera, hay huesos de animales tan extraños que a duras penas podríamos creer en su existencia -continuó el pistolero-. Con el paso del tiempo, las dunas de arena se convirtieron en roca, y con ellas, los rastros de animales que murieron hace miles y miles de años, antes de que nada parecido al hombre existiera.
- El Edén -susurró Eve-. O el Hades.
- ¿Qué?
- No puedo decidir si esto es un extraño tipo de paraíso o un seductor infierno -le aclaró en un susurro.
Reno le dirigió una extraña sonrisa.
- Avísame cuando lo decidas. Yo a menudo también batallo con esa cuestión.
En silencio, observaron los cambiantes juegos de luz y penumbra hasta que las distantes mesetas adquirieron el aspecto de barcos de piedra anclados en un mar de sombras.
Barcos de piedra.
- Es tan increíble… -La voz de Eve se desvaneció en el silencio.
- No es más extraño que el hecho de que los hombres construyan una embarcación con capacidad para cuatro personas y que pueda ir bajo el agua.
La joven le dirigió una asombrada mirada, pero antes de que pudiera decir nada, Reno volvió a hablar.
- Tampoco es más extraño que el terremoto en Nueva Madrid que cambio el curso del Mississippi -continuó-. Ni más raro que el hecho de que la cima del monte Tambora volara por los aires y provocara el «Año sin verano» en Gran Bretaña.
- ¿Eso ocurrió de verdad? -preguntó asombrada.
- En efecto. Incluso Byron escribió un poema sobre ello.
- Dios mío. Si un pequeño volcán fue digno de un poema, ¿qué habría escrito sobre esto? -comentó ella, señalando el paisaje que se extendía ante ella.
Reno sonrió con ironía.
- No lo sé, pero me hubiera gustado leerlo. -Su sonrisa se desvaneció al tiempo que decía-: Puede que el mundo sea grande, pero en realidad, todo está conectado y forma parte de un solo lugar. Algún día Rafe lo descubrirá y dejara de vagar por ahí.
- ¿Y hasta entonces?
- Viajara de un lugar a otro. Necesita hacerlo para sentirse vivo.
- ¿Y tú? -le pregunto Eve en voz baja.
- Yo seguiré creyendo que sólo se puede confiar en algo tan tangible como el oro.
Se produjo un largo silencio mientras la joven observaba el paisaje con unos ojos que hubieran preferido llorar. No debería haber esperado que Reno dijera algo diferente, pero la profundidad de su dolor le dijo que si lo había hecho.
Ella se había entregado a él con amor y pasión.
La pasión se la habían devuelto redoblada. El amor, no.
Al convertirse en la mujer de Reno, el mundo había cambiado para Eve. Pero no para él, pues seguía creyendo que el oro era lo único que valía la pena.
De pronto, el pistolero se puso en pie y le tendió la mano. La ayudo a levantarse con una facilidad que hizo que la joven se preguntase si alguna vez se sentía cansado, si alguna vez se sentía incapaz de dar un paso más, si alguna vez conocería el hambre, el frío o el insomnio
- Es hora de marcharnos, pequeña.
- ¿No vamos a acampar aquí?
- No. El chamán tenía razón sobre el camino. Es tan fácil de seguir que podemos recorrerlo bajo la luz de la luna.
Mientras él se dirigía hacia los caballos, Eve contempló el hermoso y enigmático laberinto una vez más.
- Barcos de piedra -susurró en voz baja-. ¿Por qué no puede verlos Reno?