Diez
ve sintió una suave brisa sobre su húmeda piel cuando acabo de bañarse. Temblaba, pero no era de frío. Como los cautelosos mustang medio salvajes, percibió que ya no estaba sola y se apresuro a ponerse su vestido confeccionado con sacos.
- ¿Has acabado?
La voz de Reno le llegó desde apenas unos centímetros de distancia.
Sobresaltada, la joven se volvió hacia él con los ojos muy abiertos. Lo vio allí de pie, muy cerca de ella, llevando ropa limpia en una mano.
- Sí -susurró-. He acabado.
- Entonces, no te importara si uso el cazo.
- Oh…
Eve tomo aire agitadamente y se dijo a sí misma que no estaba decepcionada ante el hecho de que Reno la hubiera seguido simplemente porque también deseaba refrescarse después del largo viaje.
- Aquí tienes -dijo, tendiéndole el pequeño cazo con rapidez.
- ¿Puedo usar tu paño también?
El ronco matiz de la voz masculina hizo que Eve fuera aún más consciente de su presencia y que sintiera un cálido cosquilleo por su piel, como si la hubiera acariciado.
- Si, por supuesto -respondió con voz temblorosa.
- ¿Y tu jabón?
El gesto de asentimiento que la joven hizo con la cabeza provocó que su pelo, recogido descuidadamente, se soltara, y que la luz de la luna se enredara entre los oscuros rizos que caían por su espalda a modo de cascada.
- ¿Y tus manos? ¿Puedo usarlas también?
Reno escuchó como Eve se quedaba sin aliento y deseo poder ver sus ojos. Quería saber que había causado esa suave y desgarradora reacción en su respiración, ¿la curiosidad o el terror, la sensualidad o el miedo?
- Sé que no forma parte de nuestro acuerdo -siguió diciendo-, pero agradecería un buen afeitado.
- Oh. Si, por supuesto -contestó atropelladamente.
- ¿Has afeitado alguna vez a un hombre?
La luz de la luna resplandeció y recorrió, como si fuera plata líquida, el cabello de Eve cuando asintió.
- También se cortar el pelo -añadió-. Y hacer la manicura.
- Otra forma de ganarte la vida, ¿no es así?
El tono de la voz de Reno hizo que la joven se estremeciera.
- Sí. -Consciente de lo que él estaba pensando, aclaro-: Y ninguno de esos hombres me tocó.
- ¿Por qué? ¿El precio era más alto, entonces?
- No. La razón era que sostenía una navaja muy cerca de sus gargantas -replicó con voz seca.
Reno recordó como la había visto unos minutos antes, desnuda bajo la luz de la luna. Era sin duda la mujer más hermosa que había visto jamás, y sus curvas volverían loco a cualquier hombre.
¡Dios, como deseaba creer que era tan pura como parecía!
Pero no podía.
- Nunca me vendí a mí misma, pistolero.
El sonrió tristemente. Deseaba creerla con la misma intensidad que deseaba tomar la siguiente bocanada de aire. Habría renunciado al paraíso y se habría condenado al mismo infierno, si con ello hubiera conseguido que Eve fuera la mitad de inocente de lo que había parecido mientras permanecía desnuda, resplandeciente bajo la luz de la luna.
La intensidad de su deseo por creer que la joven no había sido nunca comprada ni vendida, conmocionó a Reno. Sin embargo, no pudo negar lo vano de su deseo más de lo que pudo controlar su primitiva reacción a algo tan simple como observarla moverse por el campamento.
Tampoco podía entender su respuesta ante su cercanía. A él no le atraían las chicas de salón y nunca había hecho uso de sus servicios. Pero deseaba a Eve con todas sus fuerzas, sin importarle con cuantos hombres hubiera estado a lo largo de su joven vida.
Esa era la razón por la que se había sentado a jugar en aquella maldita mesa del salón Gold Dust. Una sola mirada a la determinación reflejada en los ojos de Eve y a sus temblorosos labios, había sido suficiente para hacerle cruzar toda la estancia. Le había dado igual que los dos forajidos sentados con ella protestaran por tener que jugar unas cuantas manos de póquer con un desconocido. Hubiera peleado por poder sentarse junto a ella. Hubiera matado por ello.
Y lo había hecho.
En un intento de librarse de sus pensamientos, Reno se volvió bruscamente y dejó el cazo sobre una suave y plana repisa de piedra. Se sentó sobre un saliente, dejó las ropas limpias a un lado junto al revólver y empezó a desabrocharse la camisa con rápidos movimientos llenos de rabia.
- ¿Has traído algo para afeitarte? -preguntó Eve.
El pistolero alargó la mano hasta el bolsillo del pantalón y sacó una navaja. Sin pronunciar palabra, se la tendió a la joven, pues no se fiaba de que su voz no revelara cuanto le disgustaba pensar en las manos de ella moviéndose sobre el rostro de otros hombres, sobre su pelo, sus manos; y que, durante todo ese tiempo, esos hombres hubieran estado contemplando sus labios y sus pechos, inspirando el perfume a lilas de su piel, desnudándola mentalmente, abriendo sus muslos…
Con cautela, Eve se acercó al peligroso hombre que la observaba con unos ojos a los que la luz de la luna había desposeído de todo color. Los años vividos en el carro de los Lyon le habían enseñado a lavarse a sí misma y a otros con el mínimo alboroto y agua posible, así que humedeció el pelo y la incipiente barba de Reno y empezó a enjabonarlos.
Normalmente, siempre se colocaba a la espalda del hombre al que tenía que afeitar. Pero Reno estaba sentado sobre una roca que sobresalía de un precipicio, lo que la obligaba a permanecer frente a él. Aunque tuvo que reconocer en silencio que no sentía ningún deseo de colocarse en ningún otro sitio. Le gustaba observar los ojos cerrados de Reno y saber que su contacto le complacía.
Despacio, sutilmente, el pistolero fue cambiando de posición mientras la joven continuaba con su trabajo y, antes de que ella pudiera comprender que había sucedido, se encontró a sí misma de pie entre sus piernas. Al darse cuenta, Eve emitió un gemido de sorpresa y, creyendo que había tropezado, Reno levantó las manos para ayudarla a mantener el equilibrio.
- Maldición-susurró la j oven.
- ¿Decías algo? -preguntó, abriendo los ojos.
- Yo…
Reno enarcó una ceja mientras comprobaba con sus manos la exuberante turgencia de las caderas femeninas y el calor que emanaba de su cuerpo, pues sólo el tosco vestido hecho de sacos separaba su piel de la de ella.
Eve tomó aire precipitadamente y no lo soltó hasta que notó que empezaba a marearse. Nunca había imaginado poder sentir placer al notar el contacto de las manos de un hombre sobre sus caderas.
- Tus… tus manos -dijo a duras penas.
El pistolero sonrió al tiempo que acariciaba despacio y con infinita suavidad sus caderas.
- Sí, son mis manos. -Sin apiadarse de ella, se inclinó hacia delante y susurró contra sus pechos-: ¿En qué otro lugar te gustaría sentirlas?
- Ahora no, por favor -suplicó, alejándose rápidamente.
Mirándola con ironía, Reno dejó caer las manos preguntándose cuanto tiempo conseguiría mantenerlas alejadas de sus cálidas curvas.
Más tranquila, la joven se dedicó a extender jabón por el negro pelo del pistolero, consiguiendo con sus caricias que invisibles corrientes de sensualidad recorrieran el poderoso cuerpo masculino. En silencio, Reno maldecía su rebelde respuesta ante aquella mujer, pero no dijo nada en voz alta. Si Eve prefería ignorar su erección, no sería él quien atrajera su atención hacia ella. No deseaba concederle más poder sobre el del que ya le había dado. El contacto de sus dedos hundiéndose en su pelo, frotando su cabeza, estaba llevando su excitación a punto que resultaba dolorosa.
- ¿Tienes frío? -preguntó la joven cuando percibió un débil temblor en Reno.
- No.
La voz masculina sonaba demasiado ronca, pero el pistolero no podía hacer nada por impedirlo, al igual que no podía evitar observar fascinado el cambiante juego de luz y sombras que la luna proyectaba sobre el rostro de Eve, haciéndolo parecer casi etéreo.
Demasiado tarde, se acordó de las llagas que había visto en las palmas femeninas tras haber enterrado a los Lyon. Con rapidez, agarró sus manos y las giró para poder verlas. Aunque estaban casi curadas, todavía podían verse en la piel las crueles marcas de la pala.
- ¿Te duele? -le preguntó en voz baja.
- Ya no.
Reno le soltó las manos con suavidad sin pronunciar palabra.
Eve le dirigió una mirada desconfiada antes de coger la navaja. El débil sonido que la cuchilla emitió cuando la desplegó, resonó casi con demasiada fuerza en la silenciosa noche. La joven comprobó el filo de la navaja con delicadeza y, a pesar del cuidado con que lo hizo, la hoja dejó marcada una fina línea superficial sobre su piel.
- Maldita sea -musitó-. No hagas ningún movimiento brusco. La navaja está muy afilada.
- Cal la afiló para mí -comentó Reno con una sonrisa-. Ese hombre podría afilar hasta un ladrillo.
Aunque el rostro de la joven se mantuvo impasible, el pistolero sintió como se tensaba su cuerpo.
- Y ahora, ¿qué ocurre? -inquirió con voz ronca.
Ella lo miró con recelo, preguntándose cuando había aprendido Reno a captar tan bien sus reacciones.
- No hagas nada que… que me altere -le pidió Eve finalmente.
- ¿Cómo qué?
- Como tocarme.
- Así que te altera… -dijo Reno arrastrando las palabras.
- No me refería a eso -protestó ella precipitadamente, mientras retrocedía y se ponía fuera de su alcance-. Bueno, sí, pero no de la forma que imaginas.
- Decídete.
- Lo único que quería decir es que no deberías tocarme.
Reno se quedó totalmente inmóvil.
- Tenemos un trato. ¿Lo recuerdas?
- Sí -respondió cerrando los ojos-. Lo recuerdo. De hecho, apenas pienso en otra cosa.
Apuestas sobre la mesa. Una mano de cinco cartas. Puedo tener una escalera de color de corazones o quedarme con un único corazón solitario e inservible.
Debo arriesgarme o abandonar la partida.
- No estoy intentando echarme atrás con nuestro trato -continuó Eve-, pero si empiezas a tocarme, me pondré nerviosa…, y esta cuchilla está endemoniadamente afilada.
Con cautela, la joven estudió al hombre que la observaba con un deseo que ni siquiera la noche podía ocultar.
- Me quedaré muy quieto -le prometió el con voz profunda.
Eve inspiró profundamente para relajarse y dejó salir despacio el aire. El pistolero apenas ocultó el escalofrió que lo recorrió al sentir el cálido aliento contra su pecho desnudo.
- ¿Preparado? -preguntó.
Reno se rió en voz baja.
- No tienes ni idea de lo preparado que estoy.
Tratando de ignorar sus palabras, la joven se inclinó y empezó a afeitarlo con movimientos diestros, limpiando la cuchilla con el paño cada pocas pasadas. Mientras lo hacía, intentaba convencerse a sí misma de que aquella vez no se diferenciaba en nada de las muchas otras en las que había afeitado a su patrón. Don juraba que sus manos eran su amuleto secreto de la buena suerte. Siempre le pedía que lo afeitase antes de meterse en una partida usando su labia, con poco más que su buen aspecto aristocrático y un puñado de monedas de plata que no pasarían un examen muy exhaustivo
- Ahora, estate muy quieto -le advirtió la joven en voz baja, antes de levantarle la enérgica barbilla y pasarle la navaja por la garganta con movimientos ligeros y uniformes.
Cuando acabó, vio que Reno se tocaba el cuello con cuidado y que dejaba escapar el aire que había estado conteniendo.
- No te he cortado -le aseguró Eve rápidamente.
- Sólo quería cerciorarme. Esa cuchilla esta tan condenadamente afilada que no sabría que me han cortado el cuello hasta que viera caer la sangre sobre la hebilla de mi cinturón.
- Si estabas tan preocupado por mi destreza -replicó ella con aspereza-, ¿por qué me has pedido que te afeitara?
- Yo también me he estado haciendo esa misma pregunta.
Eve ocultó su sonrisa mientras enjuagaba el paño con agua fresca. Todavía sonreía cuando empezó a limpiar su rostro dejándolo libre de espuma.
La respiración de Reno se volvió entrecortada, haciéndose luego más profunda a medida que la joven continuaba con su tarea. Pequeñas gotas de agua resbalaron por el rostro masculino y llegaron hasta su amplio pecho. Eve observó que cuando el pistolero respiraba, las gotas temblaban y brillaban como perlas traslucidas. La tentación de tocar una de aquellas gotas se volvió tan grande que la sorprendió.
- ¿Ocurre algo? -preguntó él con voz ronca.
La joven sacudió la cabeza demasiado bruscamente, provocando que su cabello se esparciera sobre sus hombros y por el pecho de Reno, que emitió un ligero siseo al tomar aire, como si se hubiera quemado.
- Lo lamento -dijo ella.
- Yo no.
Eve le dirigió una mirada de asombro, luego recogió su pelo y se hizo un moño a la altura de la nuca.
- Me gusta más cuando esta suelto -comentó Reno.
- Es un estorbo.
- No para mí.
- Cierra los ojos -le pidió mientras llenaba el cazo de agua limpia.
Reno lo hizo y disfrutó que Eve lo enjuagara cuidadosamente desde la coronilla hasta los hombros.
- Ni un solo corte -anunció satisfecha al terminar-. Mientras acabas de bañarte, iré a buscar algunas hierbas aromáticas.
Antes de que Reno pudiera hacer alguna objeción, Eve ya se había ido.
La idea de bañarse y esperar desnudo a que regresara le tentó. Pero al recordar las profundas huellas de cascos de caballos junto al manantial se dio cuenta de que sería una estupidez incluso el considerar esa idea.
Maldiciendo en silencio, Reno se desvistió. Después se lavó, se puso la ropa interior limpia que había traído consigo y los pantalones. Estaba cogiendo la camisa limpia cuando oyó la voz de Eve surgiendo de la oscuridad.
- Acércate. Ya estoy casi listo.
La joven se acercó lo suficiente como para ver su amplio pecho desnudo y la oscura silueta de sus vaqueros.
- Gracias -dijo en voz baja.
- ¿Por qué?
- Por no ofender mi sentido del pudor.
- Una extraña elección de palabras para una…
El pistolero descubrió que no podía acabar la frase. No le gustaba pensar en Eve como en una chica de salón. Con un gruñido de irritación, comenzó a intentar alisar la camisa antes de que se le ocurriera una idea mejor.
- ¿Me ayudas? -preguntó, tendiéndole la prenda. Cuando la joven vaciló, Reno añadió en tono sarcástico-: No importa. No forma parte de nuestro trato, ¿verdad?
Con un suspiro de exasperación, Eve agarró la camisa y la agitó con fuerza. El pistolero la observó con atención; era evidente que la ropa masculina le era casi tan familiar como la suya propia.
- Se te da muy bien.
- En los últimos tiempos, Don no podía ponerse la ropa sólo, y mucho menos abrochársela -le aclaró ella.
- Entonces, ¿no te importara ayudarme a ponérmela?
Sorprendida, Eve respondió:
- Por supuesto que no. Extiende los brazos.
Reno así lo hizo y la joven pudo deslizar la camisa sobre su cuerpo.
- ¿Me la abrochas? -preguntó entonces el pistolero suavemente. Pero al ver su mirada de desconfianza, le espetó-: No tienes porque hacerlo. No forma parte de…
- Nuestro trato -murmuró Eve, colocándose frente a él y alcanzando el primer botón-Maldita sea. Supongo que lo próximo que me pedirás será que te desvista.
- Qué gran idea. ¿Te presentas voluntaria?
- No -replicó al instante-. No es parte de…
- Nuestro trato.
Ella levantó la vista bruscamente y se encontró con que Reno sonreía abiertamente. Nerviosa, intentó concentrarse en los botones y no pensar en la fuerza que irradiaba el enorme cuerpo del pistolero.
- ¿Por qué no se ocupaba su esposa de él? -preguntó Reno de pronto, volviendo al tema de su antiguo patrón.
- Donna hacia lo que podía, pero la mayor parte del tiempo sus manos estaban peor que las de él.
La destreza con la que Eve trabajaba le indicó a Reno que había pasado mucho tiempo cuidando de un hombre que no podía o no quería encargarse de sí mismo.
Menos mal que ese tramposo explotador de mujeres está muerto, pensó sintiendo que la ira lo invadía. La tentación de matarlo habría puesto a prueba mi sentido común.
- Ya esta -anunció Eve.
- Todavía no. No está metida en el pantalón.
- Eso puedes hacerlo tú.
- ¿Qué ocurre? No te estoy pidiendo que me desnudes. - Cuando la joven le dirigió una mirada escéptica, Reno sonrió-. Quizá prefieras que empiece a tocarte de nuevo, ¿no?
- Maldita sea.
Antes de pensárselo dos veces, Eve extendió las manos hacia la cintura masculina. Como su cinturón no estaba abrochado, le costó un segundo desabrochar los botones de metal. Moviéndose con rapidez, empezó a meterle la camisa dentro del pantalón empezando por detrás y siguiendo hacia delante.
De pronto, un suave aroma a lilas emergió del pelo de la joven, haciendo que el deseo del pistolero se intensificara. Unos momentos después, Reno volvió a sisear al tomar aire cuando sintió el leve roce de los dedos femeninos sobre su excitada carne.
La joven emitió un pequeño grito de asombro e intento sacar las manos de sus pantalones.
Reno fue más rápido. Cogió a Eve de las muñecas y mantuvo sus dedos donde estaban, donde él había deseado que estuvieran desde hacia tanto tiempo que casi perdió el control ante su simple contacto.
- ¡Suéltame!
- Tranquila, pequeña. No es algo que no hayas tocado antes.
La horrorizada mirada que Eve le dirigió hizo que a Reno le entraran ganas de reír, pero el dolor de su deseo insatisfecho era demasiado fuerte.
- Estoy tentado de dejar que me acaricies un poco. Pero me distraería demasiado, así que me conformare con que me beses… -añadió.
Eve intentó zafarse nuevamente, sin embargo, su forcejeo sólo sirvió para que sus dedos volvieran a rozar su rígida erección.
El pistolero no pudo reprimir un gemido de placer y deseo.
- No te muevas… -empezó a decir con aspereza, mirando con avidez los temblorosos labios que se encontraban a tan sólo unos milímetros de su boca.
- Suéltame…
- … o me quitaré los pantalones -continuó con dureza-. Te haré acabar lo que has empezado, y al infierno si alguien nos está siguiendo.
- ¿Lo que yo he empezado? Has sido tú quien…
- ¡Estate quieta!
La joven obedeció al instante y Reno dejó escapar un reprimido suspiro. Empezó a sacar las manos femeninas fuera de sus pantalones, pero se detuvo porque el hecho de que Eve las tuviera apretadas formando puños dificultaba la tarea.
- Abre las manos -le ordenó.
- Pero tú me has dicho que no me mo…
- Hazlo -la interrumpió-. Despacio. Muy despacio.
Eve obedeció y, al hacerlo, se encontró a sí misma recorriendo milímetro a milímetro la dura carne de Reno.
El pistolero gimió como si le estuvieran estirando sobre un potro de tortura. Finalmente, sacó las manos de la joven de sus pantalones, pero, en lugar de soltarle las muñecas, las puso sobre sus hombros.
- Deja de resistirte -dijo con voz ronca-. Es hora de demostrarme lo bien que cumples tu palabra.
El miedo y el recuerdo del placer que había descubierto en los besos del pistolero, luchaban por tomar el control del cuerpo de Eve.
Quizá cuando vea que mantengo mi palabra, me mire con algo más que no sea deseo. Quizá…
- ¿Mantendrás tú también tu palabra? -preguntó la joven.
- No te tomaré a no ser que lo desees -afirmó Reno con impaciencia-. ¿Es a eso a lo que te refieres?
- Sí, yo…
La frase quedó interrumpida cuando la boca masculina se cerró sobre la de Eve y su lengua se deslizó entre sus labios, haciéndole imposible hablar.
Aparte de un gemido de sorpresa, la joven no emitió ningún otro sonido de protesta. Y a pesar de su evidente fuerza y deseo, cuando Reno comprendió que Eve no iba a resistirse, no mostró dureza con ella, sino que la sujetó con suavidad.
Los sensibles labios femeninos buscaron inconscientes la caricia de la firme boca del pistolero. El perturbador anhelo que había surgido en su interior en el preciso instante en que conoció a Reno se volvió casi incontrolable cuando el beso se hizo inevitablemente más profundo. Era como si su inexperto cuerpo reconociera a su compañero y le diera gustoso la bienvenida. La oleada de calor que contrajo con fuerza su estómago, hizo que se estremeciera al tomar conciencia de que deseaba al pistolero tanto como él a ella.
Eve abrió los ojos, grandes y curiosos, preguntándose si Reno estaría sintiendo la misma oleada de pasión que a ella la recorría, pero sólo pudo ver de él sus espesas pestanas negras. La suavidad, casi ternura, con que la trataba la reconforto.
Con cautela, la joven perfiló con sus labios la boca masculina, redescubriendo las texturas de la lengua de Reno, el terciopelo, la seda… Por un momento, olvidó por completo los miedos, los tratos y sus esperanzas para el futuro. Se limitó a vivir la magia del momento en medio de un suave y trémulo silencio.
El calor que quemaba el vientre de Eve empezó a expandirse como una marea de sensaciones por todo su ser. Y de pronto, asustada, sintió como el beso enviaba corrientes de placer a las partes más íntimas de su cuerpo, haciéndole descubrir cosas sobre sí misma que nunca había sospechado.
El lento y tentador roce de la lengua masculina sobre la de ella le resultaba terriblemente perturbador haciéndole difícil respirar, así que intentó echar la cabeza hacia atrás.
Reno emitió un gruñido de protesta.
- No puedo respirar -le explicó ella entre jadeos.
Su voz ronca desveló más cosas al pistolero que sus entrecortadas palabras. Implacable, atrapó entre los dientes el labio inferior de Eve y lo mordió con exquisita ternura, absorbiendo su asustado grito.
- Dame más de ti, pequeña.
- ¿Qué? -balbuceó apenas.
- ¿Recuerdas nuestro primer beso?
Los brazos de Reno se tensaron, haciendo que ella se arqueara para poder acercarla aún más a su ávida boca.
- ¿Lo recuerdas? -insistió.
Antes de que la joven pudiera responder, el atrapó sus labios bajo los suyos y se adueñó de su boca.
La sensual invasión de la lengua de Reno arrancó de Eve un pequeño gemido que procedía de lo más profundo de su garganta. Su cuerpo se tensó, pero no en señal de protesta por la creciente ferocidad del abrazo. Todo lo contrario. A la joven le gustó sentirse fuertemente presionada contra el musculoso cuerpo masculino; lo necesitaba de una forma que ni siquiera se cuestionó.
Los vacilantes roces de su inexperta lengua contra la de él cambiaron cuando se entregó al sensual juego. Eve se adentró experimentalmente en su boca, saboreando todas sus texturas, entregándose en una extraña mezcla de ingenua inexperiencia e instintiva sensualidad. Y de pronto, las sensaciones que la envolvían hicieron que todo le diera vueltas. El aire se quedó atascado en su garganta hasta que la intensidad de lo que estaba sintiendo provocó que le faltara el aire.
Reno emitió un gruñido y deseo fundirse en ese mismo instante con la bella mujer que estrechaba con fuerza entre sus brazos. Era como si sus suaves labios no supieran besar ni responder a sus exigentes demandas, como si él fuera el primero en saborear su dulzura.
Sin duda era una mujer muy experimentada para lograr excitarlo de aquella manera, pensó Reno en un momento de aturdimiento. Pero así era. Eve le hacía sentir que nunca antes había besado realmente a una mujer, no así, no con aquella desesperación, como si no existiera nada en el mundo que no fueran ellos dos, como si fueran dos ávidas llamas que ardían y se atraían intensamente la una a la otra más allá de las barreras de la carne y la ropa, más allá de cualquier cosa que no fueran sus cuerpos ardiendo de deseo.
Cuando Eve apartó sus labios de los de Reno, respiraba entrecortadamente, y su boca, hinchada por sus besos, parecía vacía sin la de él. Aturdida, lo miró. La satisfecha sonrisa del pistolero era oscura, ardiente, y tan masculina como el poder que emanaba de su cuerpo.
Sin darle tregua, sus fuertes dedos se hundieron en la tierna carne de las caderas de Eve al tiempo que la pegaba contra él, dejándole sentir el fuego que había encendido.
La joven sintió que la noche girara misteriosamente a su alrededor cuando la boca masculina volvió a saquear la suya. Sólo era consciente de la fuerza de Reno, de su calor, de las ardientes caricias de su lengua jugando con la suya, de los atormentadores mordiscos en su labio inferior.
Abrazándolo tan fuerte como pudo, la joven dejó que su calor la invadiera.
- Pequeña, me estás haciendo arder vivo.
- No. Eres ni. Tú me haces arder a mí.
Deseaba tumbarla sobre el suelo y hundirse en su cálido y acogedor cuerpo, pero sabía que sería una locura. Incluso podría resultar letal.
Maldito Slater, se enfureció Reno en silencio. Tendría que haberlo matado en Canyon City. Si lo hubiera hecho, no tendría que pasarme todo el tiempo mirando por encima de mi hombro.
De pronto, los brazos del pistolero se tensaron y levantaron a Eve sosteniéndola en el aire. Sin interrumpir el beso, la llevó en dos breves pasos hasta el erosionado saliente de arenisca, se sentó y la colocó sobre su regazo.
La joven sólo emitió un pequeño gemido de sorpresa. El revólver del pistolero quedó olvidado sobre el saliente, pero Jericho Slater pareció quedar muy lejos. El beso de Eve, tan salvaje como el de Reno, exigía y cumplía sus sensuales demandas.
El nunca había estado con una mujer que lo deseara tanto como para olvidarse del evasivo juego de provocación y retirada al que estaba tan acostumbrado. Saber que Eve lo deseaba tanto, hacia que las entrañas de Reno se estremecieran con un deseo que no había experimentando jamás. Lo que aquella mujer le hacía sentir le aterraba, pues nunca lo había sentido con ninguna otra. Sus entrañas ardían con una pasión que amenazaba con hacerle arder.
- Dios santo -exclamó Reno, arrastrando las palabras-. Menos mal que este vestido no tiene botones.
- ¿Por… por qué?
- Los habría desabrochado y te lo habría bajado hasta la cintura antes de que pudieras pestañear. Y eso habría sido un error.
La salvaje demanda de la boca de Reno impidió que la joven pudiera protestar. La tela del vestido que llevaba estaba muy desgastada por el uso, y con el tiempo se había vuelto tan fina que no suponía una gran barrera para las ardientes caricias de las manos del pistolero. Se hallaba por completo indefensa ante él, pues nada salvo aquella basta tela cubría la suave piel femenina.
El sentido común de la joven se evaporó, y en vez de alejarse, se abandonó a su contacto, a lo que él le hacía sentir mientras torturaba y acariciaba sus pechos con cambiantes y sensuales presiones de sus cálidos y firmes dedos.
Aturdida por el deseo que nublaba su mente, no puso ninguna objeción cuando Reno comenzó a seducir sus generosos senos con los labios. Sus ya tensos pezones se endurecieron aún más cuando la húmeda calidez de la boca masculina atravesó la tela, y no pudo evitar gritar débilmente cuando sus dientes la atormentaron. Ardientes e inesperadas oleadas de placer recorrieron su cuerpo haciendo que se arqueara, que se sintiera como si la hubiera atravesado un violento rayo.
Los roncos sonidos que la joven emitía estuvieron a punto de hacer que Reno sobrepasara el límite de su autocontrol. Sus manos se tensaron sobre el frágil cuerpo femenino mientras luchaba por controlar la inesperada furia de su deseo, lo que provocó que las desgastadas costuras del vestido se desgarraran a la altura del hombro emitiendo un seco sonido. Al instante, un trozo de tela cayó, revelando un pecho perfecto, erguido, lleno y turgente.
Reno gruñó. No había pretendido tentarse a sí mismo de esa forma. Pero una vez hecho, no podía resistirse.
Inclinó la cabeza y tomó la dura cima de su seno desnudo en su boca. Eve sabía a calientes noches de verano, a lilas, a manantiales ocultos y a placeres secretos. Ella era todo lo que él siempre había necesitado, todo lo que había ansiado en sus largas y solitarias noches en el desierto. No le importaba el peligro que pudiera estar acechándolos en la oscuridad.
El resto del vestido cedió con un suave sonido que se perdió entre los trémulos gritos que Eve emitía mientras la boca de Reno y sus manos sensibilizaban sus pechos al punto del dolor. Sabía que debía protestar por aquellas caricias demasiado intimas, pero, por primera vez en su vida, se sentía protegida y casi amada, aunque sabía que el sólo quería su cuerpo. Sin embargo, la tentación de dejarse arrastrar, de dejarse llevar por ese inalcanzable sueno, le hizo imposible negarse a las demandas masculinas.
La joven no se dio cuenta de que Reno había deslizado su mano entre sus piernas hasta que sus dedos rozaron su oculta suavidad. Todo lo que sabía es que el dulce y salvaje anhelo que sentía la conducía por un camino de fuego hacia algo desconocido, algo feroz y hermoso al mismo tiempo, algo que debía alcanzar o no valdría la pena vivir. Los dedos del pistolero se movían hábilmente, buscando… y encontrando el lugar que ocultaba el placer de Eve. La atormentó con diferentes presiones de su índice, la acarició, la torturó sin piedad hasta que la pasión estalló de pronto en el interior de la joven.
Conmocionada, se halló indefensa ante las violentas contracciones que se sucedían en lo más profundo de su ser y que la hacían retorcerse como una llama sobre el regazo de Reno, buscando una liberación de aquella abrasadora necesidad que nunca antes había sentido. Se ahogaba, su cuerpo había dejado de ser suyo para ser tomado por un placer que se hizo cada vez más fuerte hasta que se sintió empapada por un calor líquido que la asustó, dejándola inerme entre los fuertes brazos masculinos.
- Me estas matando -susurró Eve entrecortadamente cuando por fin pudo hablar.
Reno soltó una risa ronca.
- No. Tú me estas matando a mí. Hazlo otra vez para mí, pequeña.
- ¿El qué?
El pistolero movió sus dedos y acaricio con delicadeza la suave carne que lloraba apasionadamente ante su más mínima caricia.
Eve soltó un grito ahogado ante el íntimo contacto y sintió como el fuego líquido de su cuerpo se derramaba una vez más sobre la fuerte mano masculina.
Sin darle tregua, Reno la levantó con extrema facilidad e hizo que se sentara a horcajadas sobre sus muslos. Cuando le subió la falda, Eve vio que sus pantalones estaban desabrochados y que la rígida y contundente prueba de su excitación era más que evidente bajo la luz de la luna.
Eve comprendió demasiado tarde lo que estaba ocurriendo. Sabía muy bien quien pagaría y se lamentaría al final por todo aquello.
Un hombre sólo desea una cosa de una mujer, que no te quepa la menor duda sobre ello.
- No -exclamó-. ¡Reno, no!
- Lo deseas tanto como yo. Estás temblando de deseo.
- ¡No! -gritó frenéticamente-. Has prometido que no me tomarías si yo no lo deseaba. ¡Y no lo deseo!
Reno pronunció entre dientes palabras que hicieron palidecer el ya de por sí demacrado rostro de la joven. Sin previo aviso, la apartó de un empujón de su regazo con tal rapidez que Eve apenas pudo mantener el equilibrio apoyándose en el saliente de piedra. Abrumada por lo ocurrido, se subió el vestido para cubrir su desnudez y lo miró con una ira que era tan grande como lo había sido su pasión.
- ¡No tienes derecho a insultarme! -le dijo con voz agitada.
- ¡Maldita sea! ¡Desde luego que si! Me has provocado y…
- ¿Qué te he provocado? -le interrumpió llena de furia-. Yo no te he quitado la ropa y he metido mi mano entre tus piernas y…
- … te derramaste sobre mí -gruñó Reno, levantando la voz por encima de la de ella.
- Yo… no… no tenía intención… -tartamudeó Eve-. Yo no sé… no sé qué ha pasado.
- Pues yo sí -replicó el pistolero despiadadamente-. Una manipuladora se ha encontrado a sí misma atrapada en su propia trampa.
- ¡Yo no soy lo que tú piensas!
- No dejas de decir eso, pero sigues comportándote como una mentirosa. Me deseabas.
- No lo entiendes.
- ¡Desde luego que lo entiendo!
Eve cerró los ojos y apretó el gastado y harapiento vestido contra su cuerpo con dedos temblorosos. Sintiéndose herida en lo más profundo, lo único que deseaba era gritar.
- ¿Por qué los hombres sólo desean una cosa de una mujer? - preguntó furiosa.
- ¿Sinceridad? -inquirió el pistolero con rapidez-. Al infierno si lo sé. No creo que la sinceridad sea una de tus cualidades.
- ¡Y yo no creo que haya ningún hombre que tome lo que desea y luego no se marche sin pensar ni por un segundo en lo que ha hecho!
- ¿En qué estas pensando? ¿En el matrimonio?
La sarcástica y burlona pregunta de Reno restalló en el silencio de la noche y Eve la sintió en su piel como si la hubiera golpeado con un látigo. Abrió la boca pero no pudo articular palabra. El dolor la atravesó al darse cuenta de que él tenía razón. Ella deseaba un hombre que la amara lo suficiente como para construir una vida juntos. Pero era demasiado inteligente como para hablar de amor con aquel pistolero cuyo cuerpo manifiestamente excitado resplandecía bajo la luz de la luna y que sólo buscaba satisfacer su oscuro deseo en su cuerpo.
- Deseo a un hombre que se preocupe por mí -respondió por fin.
- Eso era lo que pensaba -afirmó Reno-. Deseas a alguien que te rodee de lujos y comodidades, y al infierno con lo que desee él.
- ¡No me refería a eso!
- Mientes.
- ¡Hablaba de ser amada -protestó apasionadamente-, no de que me trataran como a una princesa entre almohadas de satén!
Eve retrocedió precipitadamente cuando Reno se levantó y empezó a abrocharse los pantalones con rápidos y bruscos movimientos. Maldecía sin cesar, disgustado consigo mismo y con la chica de salón que podía hacer que la deseara como nunca había deseado a ninguna otra mujer.
- No importa cuánto me excites -afirmó Reno con violencia-, no suplicaré ni me dejaré atrapar por las frías cadenas del matrimonio.
Se agachó, recogió su revólver y giró el cargador para comprobar que estuviera lleno. Sus palabras fueron como la propia pistola: frías, duras e implacables.
- Las mujeres se venden a sí mismas en el matrimonio de la misma forma que las prostitutas venden su cuerpo durante una hora.
- ¿Así fue en el caso de Willow y Caleb? -lo desafió.
La sombría expresión que endureció de pronto los marcados rasgos masculinos hizo que la joven se estremeciese.
- Ellos son la excepción que confirma la única regla que sigo -dijo Reno mientras enfundaba el revólver con un rápido movimiento y le dirigía una fría sonrisa
- ¿Qué regla es esa? -preguntó Eve, a pesar de presentir que no le gustaría la respuesta.
Tenía razón.
- No puedes fiarte de las mujeres -respondió el tajante-, pero sí del oro.