Doce

nas pocas horas después, seguían abriéndose paso poco a poco entre las piedras, recorriendo un precario camino que los llevaría lejos de aquel cañón sin salida. En numerosas ocasiones, el sendero amenazó con desaparecer, dejándolos allí bloqueados. No fue así, aunque estuvo cerca.

- No mires hacia abajo.

La orden de Reno no era necesaria. Eve no lo habría hecho aunque alguien le hubiera apuntado a la cabeza con una pistola. Llegó a pensar que el que le dispararan sería una bendición, siempre que eso significara no tener que volver a guiar nunca a un mustang por un angosto camino que se extendía muy por encima de los pies de un canon.

- ¿Estás segura de que estas bien? -le preguntó el pistolero, preocupado.

La joven no respondió. No tenía fuerzas para pronunciar ni una sola palabra. Estaba demasiado concentrada en mirar fijamente sus pies, deseando no tropezar.

Las gruesas piedrecillas que formaban la arenisca se habían quedado grabadas en la mente de Eve. Estaba segura de que esa visión aparecería en sus pesadillas durante años. Guijarros del tamaño y la forma de pequeñas bolas de cristal estaban esparcidos por toda la superficie del saliente, preparados para hacer resbalar un pie que se apoyara descuidadamente.

Los mustang tenían pocas dificultades con el camino, al disponer de cuatro patas. Si una resbalaba, aún les quedaban otras tres para mantener el equilibrio. Eve no tenía otra cosa que sus manos, que todavía le dolían de la última vez que había tenido que sujetarse cuando había tropezado.

- ¿Ves la roca blanca que hay allí delante? -le preguntó el pistolero, intentando animarla-. Es una señal de que estamos llegando al borde de la meseta.

- Gracias a Dios -susurró ella.

De pronto su yegua resopló y agachó la cabeza para deshacerse de una molesta mosca, lo que provocó que las riendas tiraran de la mano de la joven, amenazando con hacerle perder su precario equilibrio.

- No pasa nada -la tranquilizó Reno en voz baja y calmada.

Por supuesto que pasaba. Pero Eve no disponía del aire suficiente para llevar la contraria al pistolero en voz alta.

- Sólo era una mosca que molestaba a tu caballo -continuó él-. Coloca las riendas sobre su cuello. Te seguirá sin necesidad de que lo sujetes.

Un pequeño asentimiento de cabeza fue la única respuesta que Reno recibió.

Cuando Eve levantó las riendas por encima del cuello del mustang, sus brazos temblaban tanto que casi fue incapaz de hacerlo.

El pistolero apretó las manos formando puños. De forma implacable, se obligo a sí mismo a relajar uno a uno todos sus dedos. Si hubiera podido recorrer el camino por ella, lo habría hecho. Pero eso no era posible.

Con aire sombrío, Reno continuó escalando y llegó hasta otra terraza de roca resbaladiza. Su yegua color acero se apoyaba con firmeza sobre sus patas, tan segura como un felino, y los otros mustang se mostraban igual de ágiles.

El pistolero avanzó rápidamente, ansioso de llegar y superar el siguiente obstáculo, sin darse cuenta de que Eve había hecho que su mustang se adelantara en el primer punto más amplio del camino. Estaba demasiado concentrado en encontrar el final de aquel angosto sendero. Hasta que no llegara a la última terraza de pálida piedra y viera la cima de la meseta abriéndose ante él, no sabría si habían recorrido todo ese camino para llegar hasta un punto sin salida a los pies de un precipicio. Estaba impaciente por descubrirlo, pues no deseaba tener que volver sobre sus pasos cuando empezara a escasear la luz.

Eve mantenía los ojos fijos en las pequeñas marcas que los cascos de los caballos habían dejado sobre la piedra. Cada vez que llegaba a uno de los centenares de canales secos que partían la enorme superficie de roca blanca, apelaba a su autocontrol y pasaba por encima de él, ignorando el negro abismo que se abría bajo sus pies.

Ya no miraba a izquierda o derecha, ni tampoco al frente. Y desde luego, no miraba atrás. Cada vez que vislumbraba el camino que había dejado a su espalda, su piel se estremecía ante la visión de una capa tras otra de roca descendiendo abruptamente hacia una neblina azul. No podía creer que hubiera escalado hasta allí.

Respirando con dificultad, Eve se detuvo para descansar con la esperanza de recuperar algo de fuerza en sus cansadas piernas. Hubiera dado cualquier cosa por un sorbo de agua, pero había dejado la pesada e incómoda cantimplora atada a la silla de su yegua.

Con un suspiro, la joven frotó sus manos sobre sus doloridos muslos y subió a gatas hasta la siguiente terraza para ver que le aguardaba allí. Lo que vio hizo que se estremeciera. Una enorme grieta atravesaba la roca blanca, dividiendo el camino que habían seguido hasta el momento.

Reno y los caballos estaban en el otro lado.

No tiene más de un metro de ancho, se dijo a sí misma. Puedo cruzarlo. He atravesado riachuelos más anchos sólo por diversión. No importaba si me caía en el agua, pero si me caigo ahora…

La debilidad que sentía en sus rodillas la asustó. Tenía sed, estaba exhausta y también nerviosa después de pasar horas esperando resbalar y caer a cada paso que daba. Y ahora tenía que cruzar ese negro agujero.

No lo conseguiría. Simplemente no podría.

Basta, se dijo con severidad a sí misma. He superado obstáculos peores en las últimas horas. Esta grieta sólo debe tener un metro de ancho. Lo único que tengo que hacer es dar un pequeño salto y estaré al otro lado.

Repetir esa letanía la hizo sentir mejor, sobre todo, cuando mantenía los ojos cerrados, pues desde donde se encontraba, no podía ver nada aparte de la abrupta pendiente a su espalda y el abismo ante ella.

Humedeció sus labios secos y se sintió tentada de retroceder un centenar de metros y beber de uno de los muchos extraños huecos de diferente tamaño que había en la solida roca, donde se acumulaba el agua procedente de alguna lluvia reciente.

Finalmente, decidió no volver atrás porque no deseaba recorrer ni un metro más de lo que fuera absolutamente necesario. Por otra parte, los huecos estaban repletos de diminutos insectos.

Intentando darse ánimos, respiro hondo y se acerco a la negra abertura que se extendía entre ella y los caballos. Por las marcas que podía ver en la roca, los mustang se habían apoyado sobre sus corvas y habían saltado hasta el otro lado de la grieta. No había ninguna pendiente en el otro extremo. Podía caer de bruces cuando aterrizara y no importaría.

Sería tan fácil como bajar por una escalera. No tenía ningún secreto.

Diciéndose que todo saldría bien, Eve avanzó al tiempo que respiraba hondo. Justo entonces, un guijarro se deslizó bajo la planta de su pie, haciéndole perder el equilibrio Asustada, reacciono rápidamente y se dio la vuelta mientras caía al vacio. Extendió los brazos y busco con los dedos algo que pudiera detener la caída, pero no había nada a lo que aferrarse excepto el aire. Se deslizaba por una rampa hecha de piedra, precipitándose hacia una noche sin fin.

- ¡Reno! -gritó desesperada.

Primero sus pies y luego sus muslos y rodillas, chocaron contra el muro de piedra, pero, de alguna forma, sus manos consiguieron agarrarse a la roca y detener su caída. Se quedó apoyada con la mejilla contra el suelo, con sus brazos temblando y sus piernas colgando sobre el infinito.

Un instante después, la joven sintió como una poderosa fuerza la obligaba a soltarse de la roca. Se resistió ferozmente hasta que se dio cuenta de que era Reno quien la subía y la hacía girar, sacándola de aquel abismo.

- Tranquila, pequeña. Ya te tengo -logró susurrar el pistolero mientras apoyaba los pies con firmeza y la estrechaba con fuerza contra su cuerpo.

Temblando violentamente, Eve se dejó caer sobre el amplio pecho masculino.

- ¿Estás herida? -le preguntó Reno con urgencia.

La joven negó con la cabeza.

Reno estudió la palidez de su rostro, el temblor de sus labios y los brillantes surcos que las lágrimas habían dejado en su piel.

- ¿Puedes mantenerte en pie? -La preocupación era evidente en sus palabras.

Eve tomó aire de forma vacilante y trató de sostenerse por sí misma. El pistolero la soltó sólo lo suficiente para asegurarse de que podía mantenerse en pie.

Era capaz de hacerlo, pero estaba temblando.

- No podemos volver atrás -afirmó él-. Tenemos que continuar.

Aunque intentaba hablar con suavidad, la subida de adrenalina que su sistema había experimentado hacia que su voz sonara áspera.

Asintiendo para indicarle que lo comprendía, la joven intentó dar un paso. Pero, al instante, le traicionaron sus temblorosas piernas.

Reno la sujetó y rozó sus labios ligeramente con los suyos. Aquel beso no se pareció en nada a ninguno que le hubiera dado hasta ese momento, pues no exigía nada de ella y estaba lleno de cariño. Con extremo cuidado, la cogió entre sus brazos y se sentó sobre la roca con ella en el regazo. Durante unos minutos, se dedico a acunarla con una ternura conmovedora, a susurrarle palabras suaves y tranquilizadoras al oído mientras Eve se estremecía con una mezcla de fatiga y agotamiento, miedo y alivio.

Transcurrido un tiempo, el pistolero agarró la cantimplora que llevaba colgada a la espalda. Al sonido del tapón del recipiente desenroscándose, le siguió la plateada música del agua al derramarse sobre el pañuelo de Reno. Cuando la fría tela tocó la piel de Eve, la joven no pudo evitar estremecerse.

- Tranquila, pequeña -le dijo él en voz baja-. Es sólo agua, como tus lágrimas.

- Yo… yo no estoy llorando. Sólo… sólo estoy… descansando.

Reno vertió un poco mas de agua sobre su oscuro pañuelo y enjuagó el pálido rostro surcado por las lágrimas. Ella dejó escapar una entrecortada bocanada de aire y permaneció quieta mientras el borraba la prueba de su llanto.

- Bebe -la urgió.

Eve sintió el borde de metal de la cantimplora en sus labios. Primero bebió despacio, luego lo hizo con más ímpetu al sentir como el agua refrescaba los resecos tejidos de su boca.

Un grave gemido de placer surgió de su interior mientras el líquido recorría su garganta. No sabía que nada pudiera tener un sabor tan limpio, tan perfecto. Sujetando la cantimplora con ambas manos, bebió con avidez ignorando el fino hilillo que escapaba por una de las comisuras de sus labios.

Al verlo, Reno secó el agua que se escurría por allí con su pañuelo, pero luego lo desechó y lo hizo con su lengua. La cálida caricia sorprendió tanto a Eve que dejo caer la cantimplora. El se rió y cogió el recipiente, lo tapó y volvió a colgárselo a la espalda.

- ¿Lista para continuar? -le preguntó con suavidad.

- ¿Acaso tengo otra opción?

- Sí. Puedes superar este obstáculo con los ojos abiertos y conmigo a tu lado, o lo puedes hacer inconsciente sobre mi hombro.

Eve abrió los ojos de par en par.

- No te haría daño -añadió Reno al ver su desconfianza.

Con delicadeza, rodeó su garganta con las manos, y sus pulgares encontraron los puntos donde la sangre circulaba hasta su cerebro.

- Si presiono un poco, te desmayarás -le explico con calma-. Te despertarías en cuestión de segundos, pero ya estarías al otro lado.

- No puedes cargar conmigo para atravesarlo -protestó la joven.

- Deja que yo me preocupe por eso.

Reno se levantó haciendo que Eve se pusiera en pie y luego la elevó del suelo con facilidad. Al instante, la movió manteniéndola equilibrada contra su cadera con un sólo brazo, sin que los pies de la joven tocaran el suelo en ningún momento. Fue todo tan rápido que no tuvo tiempo ni de respirar.

Asombrada, se dio cuenta de cuanta fuerza había mantenido bajo control Reno cuando la tocaba. Siempre había sabido que era mucho más fuerte que ella. Pero no había sido consciente de cuanto más. Un extraño y ahogado gemido se le escapó de los labios.

Reno frunció el ceño.

- No pretendía asustarte.

- No es eso -respondió Eve débilmente.

El pistolero esperó pacientemente a que terminara de hablar mientras la observaba.

- Es sólo que… -La joven emitió un sonido que era una risa y un sollozo al mismo tiempo-. Estoy acostumbrada a ser la fuerte.

Se produjo un largo silencio mientras Reno pensaba en lo que Eve había dicho. Entonces, asintió despacio. Eso explicaba muchas cosas, incluyendo por que no le había dicho lo cerca que estaba de llegar a su límite. Posiblemente, ni siquiera se le había pasado por la cabeza hacerlo. Estaba acostumbrada a ser ella la persona de la que dependían los demás.

- Y yo no suelo viajar acompañado -reconoció Reno-. Te he exigido demasiado. Lo siento.

Con cuidado, volvió a dejar a Eve en el suelo.

- ¿Puedes andar? -preguntó.

La joven suspiró y asintió con la cabeza.

Reno deslizó uno de sus brazos alrededor de su cintura.

- Pequeña gatita agotada. Rodéame con uno de tus brazos y apóyate en mí. No queda mucho.

- Yo puedo…

Sin previo aviso, el pistolero cubrió con su mano la boca femenina, interrumpiendo sus palabras.

- Silencio -le susurró al oído-. Alguien se acerca.

Eve se quedó paralizada y se esforzó por escuchar más allá de los frenéticos latidos de su corazón.

Reno tenía razón. La perezosa brisa traía consigo el sonido de la voz de alguien maldiciendo violentamente.

- ¡Agáchate! -murmuró Reno entre dientes.

Eve no tuvo ninguna opción. Él la obligó a tumbarse boca abajo sobre la roca antes de que pudiera pestañear.

- Mantén la cabeza agachada -le ordenó en voz muy baja-. No podrán verte hasta que no estén en lo alto de la cumbre.

Se quitó el sombrero, le tendió a Eve la cantimplora y desenfundó el revólver. Ella observó como empezaba a arrastrarse sobre su estómago ascendiendo la resbaladiza pendiente.

Al otro lado, había tres comanches montados sobre tres fuertes mustang. Sin saberlo, se dirigían directamente hacia Reno. Oso Encorvado iba en cabeza y descubrió al pistolero inmediatamente. Cuando el indio gritó, empezaron a aullar y rebotar balas contra la pálida piedra, haciendo volar por los aires afiladas esquirlas de roca.

Al instante, Reno les devolvió los disparos apuntando con cuidado, ya que la posición de tiro era más apropiada para un rifle que para un revólver. No había muchas posibilidades de ponerse a cubierto, pero los comanches aprovecharon cualquier irregularidad del terreno. Se tumbaron en las poco profundas hondonadas, se ocultaron tras resistentes pinos, o se abalanzaron hacia una de las muchas grietas que había en la superficie de la resbaladiza roca.

Por desgracia, todos, excepto Oso Encorvado, estaban fuera del alcance del revólver de Reno. El comanche recibió un tiro en el brazo, pero la herida no era grave. Como mucho, lo único que conseguiría sería ralentizar un poco los movimientos del enorme indio.

Tomando una rápida decisión, Reno se deslizó hasta donde le esperaba Eve y la hizo ponerse de pie.

- Tardaran un rato en moverse de ahí -le explicó-. Prepárate para correr.

La joven deseaba protestar diciéndole que no podría hacerlo, pero le bastó una sola mirada a los ojos verdes como el jade del pistolero para cambiar de opinión. Además, sus dedos ya rodeaban su brazo derecho justo por debajo del hombro.

- Da tres pasos y luego salta -le ordenó.

Eve no tuvo tiempo para titubear o inquietarse, pues Reno ya estaba lanzándola hacia delante. Dio tres largas zancadas y saltó como una gacela. Él permaneció justo a su lado volando sobre el negro canal, aterrizando y manteniéndola erguida cuando sus pies resbalaron. Unos segundos después, se encontraban corriendo sobre la superficie liana de la roca.

La joven nunca se había movido tan rápido en su vida. La poderosa mano de Reno estaba fuertemente cerrada alrededor de su brazo, levantándola, empujándola hacia delante y volviendo a levantarla en el instante en que sus pies tocaban suelo.

Casi habían llegado hasta los caballos cuando las balas de los rifles empezaron a aullar a su alrededor, haciendo estallar la roca. Reno no intento ponerse a cubierto. Simplemente aumento la presión sobre el brazo de Eve y corrió más rápido hacia el barranco que había ante ellos. Sabía que su única oportunidad de sobrevivir dependía de alcanzar la grieta donde los caballos estaban ocultos, antes de que los comanches de Slater recargaran sus rifles.

El aire entraba y salía con dificultad de los pulmones de la joven mientras corría junto al pistolero, presa de la férrea mano que se cerraba alrededor de su brazo. Justo cuando pensaba que ya no podría correr más, una bala rebotó muy cerca de ellos. Entonces, Eve corrió aún más rápido, confiando en que Reno la sujetaría si tropezaba.

La roca empezó a inclinarse bruscamente bajo sus pies y descendieron juntos patinando sobre la abrupta pendiente. Los mustang resoplaron y dieron un respingo alarmados mientras el pistolero colocaba a la joven sobre su montura, saltaba sobre su propio caballo y subía el barranco al galope.

Enseguida, el camino empezó a estrecharse y a inclinarse bruscamente. Reno mantuvo a los caballos mirando hacia arriba, sin siquiera detenerse cuando el camino se volvió tan estrecho que los estribos rozaban la piedra. Abriéndose paso como felinos, los agiles mustang ascendieron a través de los peligrosos cascotes.

De repente, se encontraron con una amplia meseta que se abría ante ellos. Sin embargo, el pistolero no se detuvo para felicitarse a sí mismo por la buena suerte que habían tenido al no verse atrapados en un barranco sin salida. Hizo dar la vuelta a su yegua y se acerco veloz al mustang que cargaba con los pequeños barriles de pólvora. Tiró de uno de ellos, cogió una bolsa de piel de la parte posterior de la silla y se volvió hacia la joven.

- Voy a intentar cortarles el camino -le informó de forma brusca-. Llévate a los caballos a unos cien metros de distancia y átalos.

Eve agarró las riendas de Darla, hizo avanzar a su yegua y se dirigió a la meseta. Los dos caballos de Wolfe la siguieron. A escasamente cien metros de distancia, desmontó, ató a su yegua y fue corriendo hacia Darla. La mustang resopló alarmada, pero estaba demasiado cansada para intentar morder cuando unas manos extrañas sujetaron sus patas delanteras con una cuerda. Los caballos de carga ya se encontraban comiendo hierba ávidamente y la joven los ato antes de que pudieran darse cuenta de lo que sucedía.

Sin perder ni un segundo, Eve sacó el rifle de repetición de la funda que colgaba de la silla de Darla, agarró también su propia escopeta y regresó corriendo al lugar donde se hallaba Reno.

- ¿Puedes verlos ya? -preguntó jadeando.

El pistolero se giró hacia ella sorprendido.

- ¿Qué estás haciendo aquí? Te he dicho que…

- Ya los he atado -le interrumpió Eve.

- Eso espero, o nos quedaremos sin monturas.

Reno volvió a agacharse, y moviéndose con rapidez, vertió pólvora en una pequeña lata.

- ¿Qué estás haciendo? -quiso saber la joven.

- Preparándolo todo para hacer caer un buen trozo de roca sobre nuestros perse-guidores.

Justo al acabar de hablar, les llegó el sonido de acaloradas voces masculinas.

- ¡Malditos sean! Ya están aquí -masculló Reno-. ¿Sabes disparar un rifle?

- Se me da mejor que un revolver.

- Bien. Mantén a esos comanches a raya mientras yo acabo. Déjame a mí la escopeta.

Cuando Eve empezó a avanzar, Reno la detuvo.

- Mantente agachada -le ordenó en voz baja, pero firme-. Arrástrate sobre tu estómago para recorrer los últimos metros. Son tres, y no tienen rifles de repetición, pero sólo les basta una única bala para acabar contigo.

La joven se arrastró hasta el borde de la meseta y miró hacia el estrecho barranca. No había ningún hombre a la vista todavía, pero sus voces se escuchaban claramente, al igual que el golpeteo de los cascos de los caballos sobre la piedra.

- La próxima vez que el Slater me haga perseguir al condenado Reno Moran, me voy a asegurar bien de que… ¡Maldita sea!

El estruendo del disparo de Eve sonó e hizo eco a través del estrecho barranca La joven apunto de nuevo y volvió a disparar. La bala aulló y rebotó de una piedra a otra.

Nadie le devolvió los disparos. Los forajidos estaban demasiado ocupados poniéndose a cubierto.

Eve miró por encima del hombro y observó que Reno estaba cerrando una segunda lata con la culata de su revólver. Una mecha de medio metro salía de cada uno de los botes.

- Mantenlos distraídos ahí abajo -la instó Reno.

Al tiempo que pronunciaba una muda plegaria, la joven envió una ráfaga de balas hacia el barranco mientras el pistolero se arrastraba hasta un saliente de roca y, con cuidado, metía las latas en una profunda grieta.

- Sigue disparando -le ordenó.

Mientras resonaban los disparos del rifle de la joven, el encendió una cerilla y prendió ambas mechas.

Eve continúo disparando hasta que Reno la puso en pie bruscamente y la arrastró corriendo en dirección contraria al barranco. Unos escasos segundos después, se escuchó tras ellos un estruendo similar a un doble trueno. El pistolero tiró a la joven al suelo y la cubrió con su cuerpo mientras la roca explotaba y caía en forma de una dura lluvia.

A sus espaldas, un trozo de la meseta se derrumbo. Deslizándose, rebotando, aplastándolo todo a su paso y haciendo un ruido infernal, la avalancha de piedras descendió por el estrecho barranco hasta que se encontró con un obstáculo y se amontonó allí en una humeante nube de polvo y arena.

- ¿Estás bien? -inquirió el pistolero con voz tensa.

- Si.

Reno rodó hacia un lado y se puso en pie con un único y ágil movimiento, levantando a Eve con él. Una vez seguro de que la joven podía sostenerse por sí misma, se acercó al borde de la meseta con cuidado y miró hacia abajo.

El barranco había quedado obstruido por piedras de todos los tamaños.

- ¡Dios santo! -exclamó-. Esa grieta debía de ser más profunda de lo que yo pensaba.

Aturdida, Eve se quedó mirando aquel caos, asombrada por el cambio que dos latas de pólvora podían producir.

Por encima del sonido de los escombros deslizándose por la pendiente, se oyó el rítmico golpeteo de los cascos de unos caballos. El sonido se alejaba más y más por el barranco, mientras los comanches huían de la inesperada explosión.

- Aunque esos tipos hayan sobrevivido, todavía les queda mucho camino por delante -anuncio Reno con evidente satisfacción.

- Entonces, ¿estamos a salvo?

- Por algún tiempo, sí -respondió, dedicándole una sonrisa más bien sombría-. Pero si hay otro camino que lleve hasta esta meseta, los comanches de Slater lo conocerán.

- Quizá no lo haya -aventuró Eve rápidamente.

- Será mejor que si exista.

- ¿Por qué?

- Porque su camino de entrada será nuestro camino de salida -le explicó Reno de forma sucinta.

La joven se frotó la polvorienta frente con su manga cubierta igualmente de polvo, e intento no mostrar su consternación ante la idea de estar atrapada en lo alto de una meseta.

Reno la percibió de todos modos y le dio un apretón en el brazo para reconfortarla, antes de darse la vuelta y alejarse.

- Vamos -la instó-. Comprobemos lo bien que has atado a los caballos.