Cuatro
osa encontró oro -dijo al fin Eve con la voz vibrante por la ira-. Pago el Quinto Real, el impuesto que exigía el rey por la extracción de metales preciosos, y sobornó a algunos funcionarios del gobierno para mantener la verdad sobre las minas en secreto.
Reno apartó la mirada de las encendidas mejillas de la joven y de sus temblorosos labios, sintiendo algo similar a la vergüenza por ser tan duro con ella y presionarla de esa forma. Un segundo después, se maldijo a sí mismo por sentir algo que no fuera desprecio por la chica de salón que se había esforzado al máximo por hacer que lo mataran, mientras robaba todo lo que tenía a la vista y salía corriendo para ponerse a salvo.
- ¿Cuál era la verdad sobre las minas? -preguntó con aspereza, intentando alejarse de sus pensamientos.
- Los recaudadores de impuestos no tenían constancia de todas ellas. De las de plata, sí, y también de las de turquesas, incluso conocían la existencia de dos de las de oro. Pero no de la tercera. Ésa se la guardó para él solo.
- Continua.
Aunque Reno ya no la miraba, Eve creyó que, por primera vez, parecía realmente interesado, y soltó un discreto suspiro de alivio antes de continuar hablando.
- Sólo el hijo mayor de León conocía la existencia de la mina de oro secreta. El conocimiento paso de generación en generación hasta que el diario llegó a las manos de Don Lyon a finales del siglo pasado -explicó la joven-. Para entonces, hacía tiempo que los españoles habían abandonado el Oeste, el nombre de León se había convertido en Lyon, y la familia hablaba inglés en lugar de español.
El pistolero se volvió para mirar a Eve, atraído por las cambiantes emociones que percibió en su voz.
- Si la familia tenía una mina de oro -inquirió-, ¿por qué Don Lyon se ganaba la vida haciendo trampas en las cartas?
- Perdieron las minas hace mas de cien años -se limitó a contestar la joven.
- Cien años. ¿Fue entonces cuando fueron expulsados los jesuitas?
Eve asintió.
- La familia estaba estrechamente ligada con los jesuitas -continuó-. Los monjes les avisaron de lo que se avecinaba con la suficiente antelación como para que les diera tiempo a enterrar el oro que habían fundido y que no pudieron transportar. Ocultaron todas las señales que indicaban la ubicación de la mina y escaparon hacia el este a través de las montañas. No dejaron de huir hasta que llegaron a las colonias inglesas.
- ¿Ningún León trato de encontrar el oro que habían dejado atrás? -se intereso el pistolero.
- El bisabuelo de Don lo intentó, y su abuelo, y también su padre. Nunca regresaron. -Eve se encogió de hombros-. Don siempre deseo encontrar la mina de oro, pero no quería morir por ella.
- Un hombre sabio.
Ella sonrió con tristeza.
- En algunos aspectos, si. En realidad, creo que era demasiado noble para este mundo.
- ¿Un tramposo noble? -preguntó Reno en tono burlón.
- ¿Por qué crees que hacia trampas? Era la única forma de tener una oportunidad ante hombres como tú.
- Un timador que es tan malo con las cartas debería buscarse otra profesión.
- Yo no me refería a eso -replicó Eve-. Don no era lo bastante fuerte ni rápido como para pelear con los puños o con una pistola. Tampoco era lo suficientemente codicioso como para ser un buen timador. Era un hombre amable; se porto bien con Donna y conmigo, a pesar de que éramos incluso más débiles que él. ¡Y eso es más de lo que puedo decir de los hombres que he conocido!
Reno arqueó una ceja.
- Supongo que si no me hubieras tendido una trampa, yo también habría sido más comprensivo y amable contigo.
La sonrisa de Eve fue tan fría como el agua del manantial oculto en el precipicio.
- Tú no lo entiendes, pistolero.
- Yo no estaría tan seguro de ello, chica de salón.
Eve sacudió la cabeza, haciendo que su oscuro pelo cayera como una cascada sobre sus hombros.
- Pensé que eras diferente a Raleigh King, pero me equivoqué. -Su voz adquirió un tinte triste-. No tienes ni la más mínima idea de lo que ha sido abrirme camino en un mundo más fuerte, más duro y más cruel de lo que yo nunca podré llegar a ser.
- No despertarás mi simpatía comparándome con alguien como Raleigh King.
- No intento despertar tu simpatía.
- Pues deberías.
Eve lo miró y se mordió la lengua forzándose a reprimir las palabras de ira que pugnaban por salir de su boca.
No había nada parecido a un sentimiento de comprensión en los ojos del pistolero en ese momento, ni en la dura línea que formaba su boca. Estaba muy furioso. Cuando volvió a hablar, su voz era tan fría y distante como sus gélidos ojos verdes.
- Puedes dar gracias a que Raleigh se mereciera morir -señaló Reno secamente-. Si me hubieras obligado a matar a un inocente, habría permitido que Slater te atrapara. Y créeme, no te habría gustado. Es un forajido que no tiene nada que ver con esos nobles y amables hombres a los que tu tanto defiendes.
- No puede ser peor que Raleigh King -adujo Eve con voz tensa, recordando la noche que había vuelto tarde al campamento después de dar un largo paseo y descubrió lo que Raleigh le había hecho a los Lyon-. Nadie podría ser peor que el.
- Te advierto que Slater tiene una reputación con las mujeres que es incluso demasiado sórdida para una chica de salón que hace trampas con las cartas.
- ¿Acaso Slater ha torturado alguna vez a un anciano que había intentado vender un anillo de oro para pagar una medicina que paliara los dolores de su esposa moribunda? -preguntó Eve, rígida-. ¿Alguna vez Slater le sonsacó la verdad a un anciano arrancándole las uñas una a una mientras su mujer contemplaba la escena impotente? Y después de que el hombre muriera, ¿usó Slater su cuchillo contra la anciana y…?
La voz de la joven se fue desvaneciendo hasta sumergirse en el silencio. Luego apretó las manos convirtiéndolas en puños y luchó por mantener el control.
- ¿Qué estás diciendo? -exigió saber Reno en voz baja.
- Raleigh King torturó a Don Lyon hasta la muerte para que le dijera dónde estaba escondido el anillo de esmeraldas y el diario con el mapa del tesoro. Donna intento detenerlo, pero la enfermedad que la consumía la había dejado demasiado débil para levantar siquiera su pequeño revolver.
Reno entrecerró los ojos.
- Entonces fue así como Raleigh supo de la existencia del mapa.
Eve asintió y continúo su triste relato.
- Cuando acabo con Don, fue a por su esposa.
- ¿Por qué? ¿Acaso Raleigh dudaba de las palabras del anciano?
- No le importaba -respondió amargamente-. Él sólo quería…
Su voz se sumió en un amargo silencio. No conseguía articular las palabras necesarias para describir lo que Raleigh le había hecho a Donna Lyon.
- No sigas -le pidió Reno.
Coloco con suavidad la palma de su mano sobre los labios de Eve, evitando que salieran de su boca las dolorosas palabras que intentaba pronunciar.
- Supongo que él y Slater estaban al mismo nivel después de todo -reconoció el pistolero en voz baja.
La joven cogió la mano de Reno, la apartó de su boca y la apretó.
- Dime -le apremió Eve con urgencia-. Mataste a Raleigh King, ¿verdad?
El pistolero asintió.
Al ver su gesto, la joven dejo escapar un largo suspiro y susurró:
- Gracias. No sabía cómo hacerlo.
Toda la suavidad desapareció de la expresión de Reno.
- ¿Es por eso por lo que me tendiste una trampa? -preguntó con dureza.
- No te tendí ninguna trampa. No de la forma fría y calculadora que imaginas.
- Pero viste la oportunidad y la aprovechaste.
La boca de Eve se tensó.
- Sí.
- Y luego te hiciste con el botín y saliste corriendo.
- Sí.
- Dejándome allí para que muriera.
- ¡No!
Reno emitió un sonido que fue demasiado áspero para ser una lisa.
- Hemos estado cerca esta vez. Casi lo habíamos conseguido.
- ¿El qué?
- Sacarte la verdad.
- La verdad es que te salvé la vida -replicó ella.
- ¿Me salvaste la vida? -Su tono no podía ser más sarcástico-. ¡Hiciste todo lo que pudiste para que me mataran!
- Cuando no oí ningún disparo… -empezó Eve.
- ¿Te sentiste decepcionada? -la interrumpió.
- Me di la vuelta para ver que había pasado -continuó, ignorando su sarcasmo-. Raleigh desenfundó, tú le disparaste, y entonces un hombre al que llamaban Steamer sacó su pistola para pegarte un tiro por la espalda. Al verlo, le disparé y conseguí detenerlo.
De repente, Reno se rió.
- Eres buena, gatita. Muy buena. Esos labios temblorosos junto con la mirada inocente de tus ojos convencerían casi a cualquiera. Casi.
- Pero…
- Reserva esos labios para algo mejor que mentir -le advirtió, inclinándose sobre ella una vez más.
- ¡Fui yo quien disparo a Steamer! -protestó Eve.
- Sí, pero me apuntabas a mí. Por eso te diste la vuelta. Querías estar totalmente convencida de que yo no te seguiría para recuperar mis ganancias.
- No. No fue así. Yo…
- Déjalo ya -le ordenó cortante-. Estás acabando con mi paciencia.
- ¿Por qué no me crees?
- Porque sólo un estúpido creería las palabras de una chica de salón que además de mentirosa es una tramposa.
Sus dedos se cerraron alrededor del muslo de Eve una vez más. Y una vez más, ella no fue capaz de liberarse de su contacto.
- No miento -protestó acaloradamente-. He odiado toda mi vida ser tan débil como para tener que hacer trampas. Y te recuerdo que yo era sólo una sirvienta que no tenía elección sobre el tipo de trabajo que hacía o dónde lo hacía o que llevaba puesto mientras lo hacía.
La voz de Eve vibró por la ira mientras continuaba sin permitir que Reno la interrumpiera.
- Pero tú sólo piensas lo peor de mí -añadió-; así que seguro que no tienes ningún problema en creer esto: ¡de lo que más me arrepiento sobre lo que pasó ayer es de no haber dejado que Steamer te disparara por la espalda!
La sorpresa hizo que Reno aflojara la presión de sus dedos por un instante. Fue todo lo que Eve necesito para zafarse de su mano con una velocidad que lo asombró.
La joven se levanto de un salto, agarro su endeble manta y, con unas manos que temblaban visiblemente, se envolvió en ella ocultando su cuerpo. La ira y la humillación encendían sus mejillas.
Reno pensó en arrebatarle la manta. Le hubiera gustado contemplar las curvas de satén y las sombras aterciopeladas que había bajo la vieja y fina tela de algodón de su ropa interior. Su ira le sorprendió e intrigo al mismo tiempo. Las personas a las que se sorprendía mintiendo no reaccionaban de esa manera, sino que se volvían cautelosas y deseosas de reparar el daño.
En cambio, aquella chica de salón lo observaba con una expresión llena de furia.
A pesar de pensar lo peor de aquella tramposa, Reno tuvo que reconocer que Eve tenía agallas, y eso era algo que él no podía dejar de admirar.
- No vayas tan rápido -dijo el pistolero arrastrando las palabras-. Podría irme y dejar te a merced de Slater.
La joven ocultó la punzada de miedo que la atravesó al pensar en Jericho Slater.
- Es una lástima que no lo mataras también a él -musitó lamentándose con voz apenas audible.
Reno lo escuchó. Sus oídos eran tan agudos como rápidas sus manos.
- No soy un asesino a sueldo.
Eve entornó los ojos con cautela ante la firmeza de la voz del pistolero.
- Lo sé.
La fría mirada verde de Reno busco su pálido rostro durante un largo momento antes de asentir con la cabeza.
- Asegúrate de recordarlo -le advirtió cortante-. Nunca vuelvas a tenderme una trampa para que haga de verdugo otra vez.
Eve asintió.
- Vístete -le ordenó al tiempo que se ponía en pie con agilidad-. Podemos hablar sobre la mina de los Lyon mientras preparas el desayuno. -Hizo una pausa-. Sabes cocinar, ¿verdad?
- ¿Acaso no es eso lo que aprende primero una mujer en estas tierras?
Reno sonrió, recordando a cierta aristócrata pelirroja que no sabía ni siquiera poner a hervir agua cuando se caso con Wolfe Lonetree.
- No todas -replicó.
La inesperada diversión que se desprendía de la sonrisa masculina fascino a Eve.
- ¿Quién era ella? -le preguntó antes de poder pensárselo dos veces.
- ¿Quién?
- La mujer que no sabía cocinar.
- Una dama de la alta sociedad británica. La cosa más hermosa que haya visto jamás un hombre; su cabello parece fuego, y sus ojos, aguamarinas.
- ¿Qué pasó? -le interrumpió la joven con brusquedad, diciéndose a sí misma que el sentimiento que la recorrió no podían ser celos.
- ¿A qué te refieres?
- Si era tan atractiva, ¿por qué no te casaste con ella?
Reno se irguió y la miró desde su imponente altura.
La joven no retrocedió ni un milímetro. Se limitó a permanecer inmóvil y esperar a que respondiera a su pregunta, como si no hubiera ninguna diferencia de tamaño o fuerza entre ella y el hombre que podría haberla partido en dos como a una ramita seca.
En eso, Eve le recordaba a Jessica y a Willow. Darse cuenta de ello hizo que Reno frunciera el ceño. Ni su hermana ni la mujer de Wolfe eran la clase de mujeres que hacían trampas, robaban o trabajaban en un salón.
- ¿Una bonita aristócrata como ella no aceptaría a un pistolero como tú? -lo acicateó.
- No soy un pistolero. Soy buscador de oro. Pero esa no es la razón por la que nunca estuve entre las opciones de Jessi.
- ¿Sólo le gustaban los caballeros? -supuso Eve.
Para ocultar su irritación, Reno recogió su sombrero y cubrió su rebelde pelo negro con él.
- Yo soy un caballero.
La joven dejó que su mirada vagara desde el extremo del sombrero negro hasta la desgastada chaqueta de piel que le llegaba a la altura de las caderas. Sus pantalones eran oscuros y estaban muy usados, al igual que sus botas. Llevaba unas espuelas doradas de la caballería sin afilar. Hacia tanto tiempo que nadie las pulía que ya no quedaba ni rastro de brillo en ellas.
Nada de la ropa que él llevaba llamaba la atención, y eso incluía la culata de su revólver. La funda de este no era una excepción; el pistolero se había limitado a engrasarla para su uso.
En rasgos generales, Reno no parecía un caballero. Al contrario. Tenía el aspecto del peligroso pistolero que Eve sabía que era, un hombre envuelto en un oscuro pasado, un hombre del que debería cuidarse.
En cambio sus ojos…, no podía evitar sentirse atraída por la luz de sus ojos; eran de un extraño color verde intenso y contrastaban vivamente con la bronceada piel de su rostro.
Pero una persona tenía que estar muy cerca de Reno para descubrir el secreto que guardaban sus ojos, y ella dudaba que mucha gente llegara a aproximarse tanto, o que incluso lo deseara.
- Jessi está casada con uno de mis mejores amigos -aclaró el pistolero con voz seca-. De otro modo, me hubiera encantado tener la oportunidad de cortejarla.
- Cortejarla. -Eve dirigió la mirada hacia el revuelto saco de dormir donde había conocido por primera vez el sabor de la pasión-. ¿Es así como tú lo llamas? -preguntó secamente.
- Se corteja a una mujer a la que deseas convertir en tu esposa. Eso… -señaló el saco de dormir con el pulgar- sólo ha sido un pequeño revolcón antes del desayuno con una chica de salón.
La joven palideció. No podía pensar en nada más que decir que no fueran el tipo de palabras que harían que Reno tuviera peor opinión de ella de la que ya tenía. En silencio, se volvió hacia sus alforjas, cogió una camisa y un par de pantalones y empezó a alejarse.
Reno extendió la mano con asombrosa velocidad y la agarró del brazo.
- ¿Vas a alguna parte? -preguntó.
- Incluso las chicas de salón necesitan intimidad.
- Mala suerte, porque no me fío de perderte de vista.
- Entonces, créeme, tendré que hacer algo muy inapropiado sobre tus botas -replicó la joven en tono sarcástico.
Por un instante, el pistolero pareció perplejo; después, echó la cabeza hacia atrás y rió.
Eve se soltó de un tirón y avanzó hacia una arboleda cercana mientras las palabras de Reno la seguían.
- No tardes o tendré que ir a por ti descalzo.
Cuando Reno regresó del bosque con más leña seca, miró con aprobación la pequeña y casi invisible fogata que Eve había hecho. El humo que surgía de la hoguera se elevaba no más de unos cuantos centímetros en el aire antes de disiparse.
Dejó la leña cerca del fuego y se sentó sobre sus talones junto a las pequeñas y alegres llamas.
- ¿Quién te enseñó a hacer este tipo de fuego? -le preguntó.
Eve alzo la mirada de la sartén donde el beicon crepitaba y las tortitas se doraban con la grasa. Desde que había regresado del bosque vestida con ropas de hombre, no se había dirigido a su improvisado compañero de viaje excepto para hacerle preguntas directas; se había limitado a preparar el desayuno bajo su atenta mirada.
- ¿Qué tipo de fuego? -dijo sin mirarlo.
- El tipo de fuego que no atraerá a cualquier indio o forajido que haya en ochenta kilómetros a la redonda -especificó Reno en tono seco.
- Una de las pocas veces en que Donna Lyon me azotó con una vara, fue cuando use madera húmeda para hacer una hoguera. No volví a hacerlo nunca más -contestó sin levantar la mirada.
La irritación incitó a Reno a continuar. Estaba cansado de que le hiciera sentirse como si hubiera ofendido los delicados sentimientos de una tímida damisela. Ella era una estafadora, una ladrona y una tramposa, no la mimada hija de unos padres estrictos.
- ¿Tenían precio las cabezas de los Lyon? -inquirió sin andarse con rodeos.
- No. Si hubiera sido así, no se hubieran preocupado por atraer a forajidos, pistoleros y ladrones hasta su fuego, ¿no crees?
Reno emitió un sonido evasivo.
- Sólo habrían tenido que cazar un ciervo y asarlo -continuó Eve mordaz-, y esperar para robar a todo aquel que hubiera seguido el olor de la carne hasta su campamento.
Las duras y marcadas facciones del rostro de Reno se distendieron en una sonrisa. Por un instante, pensó en cuanto habrían disfrutado Willow y Jessica con la rápida y afilada lengua de Eve…, hasta el momento en que les hubiera estafado, mentido o robado. Entonces, el tendría que explicarles a ellas, y a sus furiosos maridos, por qué se había mezclado con una chica de salón.
Ajena a los pensamientos del pistolero, Eve sacó un trozo de beicon de la sartén y lo colocó en un maltrecho plato de hojalata.
En silencio, Reno tuvo que reconocer que la joven no parecía una mujerzuela en ese momento. Tenía el aspecto de alguien abandonado a su suerte, arrastrado por el viento, extenuado, triste y sin fuerzas. Sus ropas habían pertenecido en algún momento a un chico, pues le quedaban demasiado estrechas en el pecho y las caderas, y demasiado holgadas en el resto del cuerpo.
- ¿A quién le robaste esas ropas? -Su voz sonó despreocupada.
- Pertenecían a Don Lyon.
- Dios, si que era un hombre pequeño.
- Si, lo era.
Reno se detuvo al verse sorprendido por una idea.
- Afirmas que Raleigh King mató a los Lyon, pero no vi ninguna tumba reciente cuando pase junto al cementerio de Canyon City.
Eve no dijo nada que respondiera a la pregunta que había implícita en su comentario.
- Sabes, pequeña, mas tarde o más temprano, voy a descubrirte en una mentira.
- Estoy cansada de que me consideres una mentirosa -rebatió la joven, tensa-. Enterré a los Lyon en el lugar donde habíamos acampado.
- ¿Cuándo?
- La semana pasada.
- ¿Cómo?
- Con una pala.
Con una rapidez que asombro a Eve, Reno se irguió y le cogió una de sus manos. Tras echar una rápida mirada a su palma, la soltó.
- Si manejaste las cartas tan hábilmente con todas esas ampollas reventadas -comentó rígido-, no me gustaría nada jugar contigo cuando tus manos se hayan curado.
- Sin decir nada, la joven continuó preparando el desayuno.
- Deberías lavarlas con jabón y agua caliente -añadió el pistolero.
Sorprendida, Eve levantó la mirada.
- ¿Las tortitas?
Reno sonrió de mala gana.
- Tus manos. Jessi dice que lavar las heridas evita infecciones.
- Me las lavé antes de acostarme anoche -comentó-. Odio estar sucia.
- Usaste jabón con aroma a lilas.
- ¿Cómo lo sabes? Oh, lo has visto mientras registrabas mis alforjas.
- No. Tus pechos tenían ese olor.
Una oleada de calor enrojeció los pómulos de Eve, al tiempo que el corazón le daba un vuelco al recordar el contacto de los labios del pistolero sobre sus senos. Sintiéndose aturdida, dejo caer el tenedor que había estado usando con el beicon y la grasa caliente le salpico el dorso de la mano.
Antes de que la joven pudiera sentir el dolor, Reno ya estaba allí, comprobando la gravedad de la quemadura.
- No es nada -afirmó después de un momento-. Te escocerá un poco, pero eso es todo.
Turbada, Eve asintió.
Reno volvió a darle la vuelta a su mano y observó una vez más su palma llena de ampollas ya reventadas. En silencio, le cogió con delicadeza también la otra y la observo. No había duda de que había trabajado muy duro recientemente.
- Debiste cavar durante mucho tiempo para destrozarte las manos así.
La inesperada suavidad en la voz de Reno hizo que a Eve le escocieran más los ojos, que la piel que acababa de quemarse con la grasa caliente. La avalancha de recuerdos que la inundo, hizo que se estremeciera. La preparación de los cuerpos de los Lyon para enterrarlos y como había excavado sus tumbas, era algo que no olvidaría fácilmente.
- No podía dejarlos así -susurró-. Sobre todo, después de lo que Raleigh les hizo… Los enterré juntos. ¿Crees que les habría importado no tener tumbas separadas?
Las manos de Reno se estrecharon sobre las de Eve mientras observaba su cabeza inclinada. La profunda compasión que sentía por ella era tan inesperada como inoportuna. No importaba lo a menudo que se recordara a sí mismo que no podía fiarse de una tramposa, ella seguía deslizándose bajo su coraza con la misma facilidad que su cuerpo había absorbido el aroma a lilas de su jabón con cada inspiración que tomaba.
Intentando controlar la reacción física que la joven provocaba en él, respiró hondo. No sirvió de nada. Su oscuro cabello también olía al mismo jabón que sus pechos. Reno nunca había mostrado gran interés por los perfumes, pero sospechaba que ese aroma a lilas lo obsesionaría casi tanto como el recuerdo de los pezones de Eve endureciéndose en su boca.
La deseaba más de lo que había deseado a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Pero si ella descubría su debilidad, convertiría su vida en un infierno.
Con ese pensamiento, soltó las manos femeninas y se alejó del fuego.
- Cuéntame más cosas de mi mina -le ordenó cortante.
Eve respiro profundamente y elimino de su mente a los Lyon, como Donna le había ensenado a hacer con todas las cosas que no podía controlar.
- Tu mitad de la mina -rectificó tensa, a la espera de que llegara la explosión.
Y no tardó en llegar.
- ¿Qué? -preguntó Reno, girándose para encararla.
- Sin mí para descifrar los símbolos que encontremos en el camino, no serás capaz de encontrar la mina.
- No estés tan segura de ello.
- No tengo otra opción que apostar por mi destreza -replicó-. Y tú tampoco. Sin mí no encontrarás nunca el oro. Puedes tener la totalidad de nada o la mitad de la mina que me pertenece por derecho.
Se produjo el tipo de silencio que precede al trueno después de que el rayo haya atravesado los cielos hasta llegar a la tierra. Entonces, Reno sonrió, pero no había ni rastro de humor en la fina curva de sus labios.
- Muy bien -convino-. La mitad de la mina.
Aliviada, Eve soltó una suave bocanada de aire.
- Y a toda la chica -añadió Reno con firmeza.
La sensación de alivio se quedó atascada en la garganta de la joven, formando un nudo de angustia.
- ¿Qué? -preguntó.
- Ya me has oído. Hasta que encontremos la mina, serás mi mujer cuando lo desee y para lo que desee.
- Pero yo creía que si te hablaba de la mina, tú…
- Sin peros -la interrumpió con frialdad-. Estoy cansado de tener que negociar por lo que ya es mío. Por otro lado, tú me necesitas tanto como yo te necesito a ti. No durarías ni dos días sola en ese desierto. Me necesitas para…
- Pero yo no soy…, yo…
- Desde luego que lo eres -la cortó-. Ahora mismo estas buscando la manera de no mantener tu palabra. Sólo una estafadora haría eso.
Eve cerró los ojos.
Fue un error. Las lágrimas que había estado intentando ocultar se deslizaron por debajo de sus pestañas y recorrieron sus pálidas mejillas.
Reno la observó intentando con todas sus fuerzas no sentir compasión, diciéndose a sí mismo que sus lágrimas eran simplemente una más de sus armas de mujer. Aún así, le resultó casi imposible no conmoverse. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más difícil se le hacía recordar lo manipuladora que realmente era.
Por primera vez en su vida, Reno se sintió agradecido por las crueles lecciones que le habían enseñado en el pasado sobre las formas en que una mujer podía engañar a un hombre. Había habido un tiempo en el que hubiera creído en las lágrimas plateadas que bañaban el rostro de Eve y en sus pálidos y temblorosos labios.
- ¿Y bien? -la instó con aspereza-. ¿Aceptas el trato?
La joven miró al sombrío y despiadado pistolero que la observaba con unos ojos tan duros como el jade, e intento hablar.
- Yo… -Su voz se quebró.
Reno esperó sin dejar de mirarla.
- Me equivoqué contigo -reconoció Eve, después de un momento-. No soy lo bastante fuerte como para luchar contra ti y ganar, así que podrás tomar lo que desees de mi, igual que lo harían Slater o Raleigh.
- Nunca he tomado a una mujer por la fuerza -afirmó rotundo-. Y nunca lo haré.
Aliviada, Eve soltó una larga bocanada de aire.
- ¿De verdad?
A pesar de sí mismo, el pistolero sintió una oleada de compasión por la joven que se erguía orgullosa ante él. Estafadora o no, chica de salón o no, ninguna mujer se merecía la clase de trato que recibían de hombres como Slater o Raleigh King.
- Tienes mi palabra. -Vio el alivio reflejado en los ojos de Eve y sonrió fríamente-. Eso no quiere decir que no vaya a tocarte -continuó-. Significa que cuando te haga mía, y créeme que lo hare, gritarás de placer, no de dolor.
Una rojo violento sustituyo la palidez del rostro de la joven.
- ¿Aceptas el trato? -preguntó Reno.
- No me tocarás, a menos que yo…
- No te tomaré -la corrigió el al instante-. Hay una pequeña diferencia. Si no te gusta este trato, podemos volver al primero: me quedaré con toda la mina y también con la chica. Elige.
- Que amable por tu parte -masculló Eve entre dientes.
- Lo sé. Pero soy un hombre razonable. No serás mía para siempre. Sólo durante el tiempo que nos lleve encontrar la mina. ¿Trato hecho?
La joven miró a Reno durante un largo momento. Se recordó a sí misma que él no tenía ningún motivo para confiar en ella y si muchos para no respetarla, y también que podía tomar lo que deseara e ignorar sus protestas, pero, aún así, estaba dispuesto a tratarla mejor de lo que lo habría hecho cualquiera de los hombres que habían estado presentes en el salón Gold Dust, si hubieran tenido la misma oportunidad.
- Trato hecho -aceptó.
Cuando Eve se alejó para encargarse del desayuno, Reno se movió con rapidez y su fuerte mano se cerró alrededor de una de las frágiles muñecas de la joven.
- Una cosa más.
- ¿Qué? -susurró ella.
- Esto.
La joven cerró los ojos, esperando sentir el calor de su boca sobre la suya. Pero, en lugar de eso, sintió como el anillo de Don Lyon se deslizaba por su dedo.
- Yo guardaré el anillo y las perlas hasta que encuentre una mujer que me quiera tanto como para anteponerme a su propio bienestar. -Hizo una pausa y luego añadió en tono sarcástico-: Aunque estoy seguro de que antes encontraré un barco de piedra, una lluvia sin agua y una luz que no proyecte ninguna sombra. -Se guardó el anillo en el bolsillo y se alejó-. Ensilla a tu caballo. Nos queda un largo camino hasta el rancho de Cal.
- ¿Por qué vamos allí?
- Cal cuenta con las provisiones para el invierno que le llevo. Y a diferencia de algunas personas que conozco, cuando digo que haré algo, lo cumplo.