Veintiuno
os caballos llevaban inquietos desde el día anterior y su nerviosismo aumento durante la noche. Poco después del amanecer, Eve y Reno se despertaron con el sonido de tres tiros de revólver disparados muy seguidos.
Sin pronunciar palabra, se levantaron y se vistieron rápidamente. En lugar de ponerse las botas, el pistolero se puso unos mocasines indios que solía usar Caleb Black, el hombre más silencioso que Reno conocía cazando.
Ojalá tuviera su habilidad, pensó con gravedad. Disparar y extraer oro se me da bastante mejor que moverme con sigilo.
Sujetó el catalejo en su cinturón, se coloco la pistolera de manera que pudiera sacar el revólver con rapidez y cogió el rifle de repetición.
- Quédate con los caballos -le ordenó a Eve.
- Pero…
- Prométemelo -la interrumpió con urgencia-. No quiero dispararte por error.
- ¿Y si escucho más disparos?
- Cuando vuelva al campamento, lo hare desde el otro lado. Dispara a cualquier cosa que se acerque por la parte delantera del valle.
Eve cerró los ojos, luego los abrió y miró al hombre que amaba como si temiera que fuera la última vez.
- ¿Cuánto tiempo tardaras en regresar? -le preguntó.
- Estaré de vuelta antes de que oscurezca.
Reno le dio la espalda para irse, pero algo le impidió marcharse. Se giró de nuevo con rapidez y le dio un beso que fue tierno e intenso al mismo tiempo.
- No me sigas, pequeña. Quiero que estés aquí cuando vuelva.
Los brazos de Eve se tensaron dolorosamente alrededor de Reno antes de soltarlo y alejarse de él.
- Aquí estaré.
Sin pronunciar una palabra más, el pistolero se volvió y empezó a caminar hacia la entrada del valle. Avanzó rápido por el prado, manteniéndose a cubierto en el bosque. Los caballos alzaron inquietos la cabeza cuando percibieron su presencia, pero siguieron pastando cuando reconocieron su olor.
Poco después, Reno llegó hasta el lugar donde el valle se estrechaba y el arroyo se convertía en una cascada blanca que brotaba entre las negras rocas. Encontró un camino lleno de piceas achaparradas y agitadas por el viento que llevaba al final de la cascada, donde había un diminuto prado pantanoso, otro salto de agua, y luego otro valle mucho más grande con un lago rodeado de rocas en un extremo.
El pistolero avanzó entre las piceas y aguardo inmóvil, hasta que los pájaros y otros pequeños animales se acostumbraron a su presencia y volvieron a moverse con normalidad. Un intermitente viento sopló sobre la ladera de la montaña y trajo con él olor a humo y el sonido de voces masculinas.
Con cautela, se agazapó aún más y esperó. Minutos después, dos hombres irrumpieron en el valle y se acercaron a la cascada. Iban armados con pistolas y llevaban rifles sujetos a las sillas. Sus caballos eran fuertes y esbeltos y, al igual que sus jinetes, estudiaban cuidadosa-mente el terreno.
Uno de los hombres le resulto familiar a Reno. La última vez que había visto al indio al que conocía como Perro Bajo, había sido por encima del cañón de un revólver en el campamento donde Jed Slater había mantenido prisionera a Willow. Intentó abatirle con su rifle, pero Reno había disparado primero y vio al indio caer. Sin embargo, cuando llegó el momento de enterrar los cuerpos, Perro Bajo había desaparecido.
Del otro hombre, Reno sólo conocía su fama. Bandanna Mike era un ladrón de diligencias y un pistolero de poca monta que se creía un regalo para las mujeres. Su sello característico era un gran pañuelo negro y rojo de seda al que debía su apodo, y que en ese momento colgaba alrededor de su sucio cuello.
El viento arrastraba retazos de su conversación, que a Reno le costaba entender.
- Nadie ha estado aquí… en días -dijo Mike-. ¿Por qué demonios…?
- Lo mismo da estar aquí que abajo… -respondió el indio-. Tendremos que comer las mismas asquerosas judías.
Se produjo un silencio roto tan solo por el sonido ocasional de alguna piedra que caía, mientras los caballos ascendían por el tramo rocoso del camino justo por debajo de las piceas.
Reno temía que los animales detectaran su olor si continuaban subiendo cuando el viento soplara hacia ellos, pero los hombres desmontaron en el otro extremo del bosquecillo y, a no ser que el viento cambiara, los caballos no percibirían su presencia desde allí.
- No tenemos por qué acampar sobre una roca cuando podríamos estar tumbados sobre la hierba -gruñó Mike-. No podrán salir sin toparse directamente con nuestro campamento, y entonces serán presa fácil.
- Eso díselo a Slater -le respondió Perro Bajo.
- Acabaría antes disparando yo mismo y matando a esos dos.
- Si disparas, Slater vendrá corriendo como un poseso -afirmó el indio-, y acabaríamos igual que Jack.
- El jefe no tenia por que disparar al viejo Jack. Sólo se estaba divirtiendo con esa serpiente.
- Olvídalo. Jack esta muerto al igual que la serpiente.
- Slater es un miserable.
Durante unos pocos minutos reino el silencio. Luego, se oyó el sonido de una cantimplora al abrirse. El jadeo de satisfacción y la tos que lo siguieron indicaron a Reno que no estaban bebiendo agua ni café.
- ¿Qué crees que le paso a Oso Encorvado? -preguntó de pronto Mike.
El indio emitió un grosero sonido antes de contestar.
- Estará muerto o se habrá ido en busca de su amante.
- Maldita sea. La idea del oro comienza a obsesionarme. ¿Crees que ya lo habrán encontrado?
- Si no se han ido todavía, es que no lo tienen.
Durante un tiempo ceso la conversación y tan sólo se escuchó el sonido del viento. Un caballo resopló y golpeó el suelo con la pata.
Reno aguardó inmóvil.
- ¿Crees que el pistolero al que seguimos es tan bueno con el revólver como dicen?
- Es un hijo de puta condenadamente rápido y preciso. Puedes estar seguro -afirmó Perro Bajo.
En silencio, Reno deseo haber sido un poco más preciso cuando tuvo al indio a su alcance. Ahora tendría una preocupación menos. Aunque posiblemente Slater no tendría problemas para encontrar más hombres de su calaña dispuestos a engrosar las filas de su banda.
- ¿Y qué hay de la chica? ¿La has visto? ¿Es bonita?
- Es una mujer y eso es suficiente.
Mike se rió.
- Sería una pena que no tuviera carácter. Ojalá sea yo uno de los primeros en tenerla. No es divertido si no le quedan fuerzas para resistirse como una fiera.
Se produjo otro silencio, otra ronda de toses y jadeos mientras se pasaban la botella, y luego mas silencio.
- ¿Una partida de cartas? -preguntó Mike.
Perro Bajo gruñó en señal de asentimiento y el sonido de los naipes al ser barajados rompió el silencio.
Reno esperó con la paciencia de un hombre cuya vida dependía de ello, y mientras lo hacía, deseo de nuevo tener la habilidad de Caleb para moverse sobre el terreno sin hacer el más mínimo ruido. Le hubiera encantado llegar hasta ellos y cortar el sucio cuello de los dos hombres de Slater.
Durante una hora, escuchó a los dos forajidos discutir mientras jugaban a las cartas. Luego retrocedió lentamente, aprovechando el intermitente viento para cubrir cualquier sonido que pudiera hacer.
Cuando regresó al campamento, lo rodeó y se acercó por la parte de atrás. Eve estaba esperándolo con la escopeta preparada y cargada. En cuanto lo vio, dejo el arma en el suelo y corrió hacia él. Reno la envolvió en sus brazos y la estrechó con fuerza contra sí. Cuando final-mente la soltó, ella lo observó con unos ojos que supieron leer su expresión demasiado bien.
- Slater -afirmó la joven.
No fue una pregunta.
- Slater -confirmó Reno-. Tiene a dos hombres vigilando el pequeño prado pantanoso que hay debajo de este. El resto de sus hombres están acampados en la pradera que hay más abajo.
- ¿Qué vamos a hacer?
- Buscar el oro.
- ¿Y luego?
Reno sonrió con frialdad.
- Luego, les daré a esos tipos una lección sobre pólvora.
Y espero que Cal, Wolfe o Rafe estén en camino.
Eve aguardaba impaciente en el lugar de la mina donde la estrecha galería se unía a la principal. El día anterior, Reno había ensanchado el túnel lo suficiente como para poder deslizarse por él. No era muy cómodo, pero al menos le permitió llegar hasta el oscuro agujero donde habían sido escondidos los dieciocho lingotes siglos antes.
El sonido de Reno acercándose tranquilizó a la joven, pero deseando escuchar su voz, se asomó por el agujero y lo llamó.
- ¿Reno? ¿Está todo bien? Me ha parecido oír algo caerse.
Su respuesta llegó enseguida, distorsionada por las curvas que describía el túnel.
- Era yo apartando escombros -la tranquilizó.
Era una verdad a medias, pero era lo único que pensaba contarle a Eve. El centro del viejo túnel se había vuelto condenadamente inestable. Al ensanchar el primer tramo había provocado dos pequeños derrumbamientos y la roca suelta todavía seguía cayendo. En cualquier momento podría producirse un autentico hundimiento, y cuanto más tiempo pasaran en aquel lugar, mas grande era el riesgo.
Sabía que si se lo contaba a Eve, ella insistiría en ayudarle a sacar el oro y Reno no deseaba que se acercara en absoluto a aquellos peligrosos túneles.
De hecho, ni siquiera había querido que la joven entrara a la mina, pero había insistido tanto, que el pistolero había accedido a que lo acompañara hasta donde terminaba el túnel de roca solida. No dejaría que pasara de allí bajo ningún concepto.
- Retrocede -le pidió Reno. Luego, sabiendo que era la única forma de salir de allí, añadió con ironía-: Gatea hacia atrás y déjame el camino libre, pequeña. Ya casi he llegado.
Eve se apartó de la abertura que todavía parecía demasiado angosta para los amplios hombros de Reno, y al poco tiempo vio como surgían de ella dos lingotes de oro. Resplandecían bajo la luz de la lámpara como si acabaran de ser fundidos. Con rapidez, los apartó para que no entorpecieran el paso y esperó.
Al instante, Reno salió del pequeño agujero con un ágil movimiento. Su cara estaba cubierta de sudor y polvo, al igual que sus ropas. Sin embargo, sus armas estaban limpias. Las había dejado en un lateral del estrecho túnel antes de arrastrarse dentro de él.
- Ya tenemos dieciséis lingotes. Faltan dos -anunció el pistolero mientras se estiraba.
- Déjame a mí…
- No.
Reno escuchó el rotundo tono de su voz, y rezó por qué Eve no percibiera el miedo por su seguridad que ocultaba bajo él. Se obligó a sonreír al tiempo que le alzaba la barbilla para darle un firme y rápido beso.
- Estaré de vuelta antes de que te des cuenta, con un lingote de oro en cada mano.
La joven deseaba protestar incluso sabiendo que sería en vano. En lugar de eso, le dedicó una trémula sonrisa mientras deslizaba la punta de sus dedos por sus labios.
- No tardes, mi amor -susurró.
Después de que Reno desapareciera en el pequeño túnel, Eve se asomó a la negra abertura y rezó.
Todavía estaba rezando cuando escucho un terrible estruendo. Una ráfaga de aire surgió del agujero, arrastrando con él una nube de polvo y el sonido de la roca desmoronándose.
El túnel se había derrumbado.
- ¡Reno! -gritó Eve-. ¡Reno!
No obtuvo ninguna respuesta, excepto el sonido de la roca al caer.
Cuando se asomo de nuevo a la estrecha abertura, no vio ningún destello de luz procedente de la lámpara de Reno. Desesperada, se arrastro por el angosto agujero empujando su propia lámpara por delante de ella. Había tanto polvo flotando en el aire que la luz parecía casi fantasmagórica.
En unos pocos segundos, Eve empezó a toser y ahogarse a causa de la polvareda que se había levantado. Se cubrió la nariz y la boca con el pañuelo que llevaba al cuello y avanzó arrastrándose tan rápido como pudo, ignorando las rocas que arañaban y magullaban su cuerpo.
Con cada inspiración que tomaba, pronunciaba el nombre de Reno. Siguió sin obtener ninguna respuesta, excepto el perturbador eco de sus propios gritos.
La lámpara golpeó con algo y se negó a continuar avanzando. Llorando, gritando el nombre de Reno, Eve golpeo a ciegas el inesperado obstáculo. Finalmente, se dio cuenta de cuál era el problema: el techo había cedido donde el estrecho túnel debía abrirse dando paso al otro más antiguo y amplio, dejando en su lugar un muro de escombros.
La joven arañó ferozmente las rocas sueltas, apartándolas a ambos lados de su cuerpo. Pero cada punado que quitaba era sustituido por otro todavía más grande.
- Reno -gimió.
No se oía ningún ruido en la mina aparte de sus propios llantos rotos.
Lo mismo sucedía una hora más tarde, cuando Eve comprendió por fin que no tendría fuerzas suficientes para abrirse paso entre los escombros.
Sucia, despeinada y con los ojos llenos de miedo por el hombre que amaba, Eve llegó al lugar en el que Reno le había dicho que estaban apostados los guardias de Slater. A pesar de que hizo rodar bajo sus pies varios guijarros en dos ocasiones, ningún hombre grito ni salió tras ella. Sin embargo, apenas fue consciente de su buena suerte. Estaba concentrada en lo que debía hacer: sobornar a Jericho Slater con una combinación de lingotes de oro y balas de plomo.
Si querían el oro, lo tendrían. Pero primero deberían ayudarla a sacar a Reno de la mina.
Y mientras tanto los vigilaré con una escopeta cargada en todo momento.
Una pequeña parte de su mente le decía que su plan era una locura, que era casi suicida. A la otra parte simplemente le daba igual. Ella no era lo bastante fuerte como para poder sacar a Reno de aquella montaña, pero los forajidos que los seguían, sí. Así que iría en busca de Slater, y que fuera lo que Dios quisiera.
Atravesó el área pantanosa como un espectro polvoriento. Su camisa, que alguna vez había sido blanca, había adquirido el color gris negruzco de las rocas, y lo mismo sucedía con el resto de su ropa. Pero las armas que sostenía estaban limpias, cargadas y preparadas para ser usadas.
La segunda cascada estaba rodeada por bosque y maleza. Era imposible avanzar en silencio, pero el agua hacia el suficiente ruido como para cubrir cualquier otro sonido. Sin apenas darse cuenta, Eve cambio de posición la escopeta y la pistolera para que no se engancharan en los arbustos y árboles con los que se topaba.
Justo antes de que la cascada fluyera a través de la entrada llena de peñascos del valle más amplio, el agua daba un salto final sobre un saliente de pizarra. Eve se arrastró por la roca para echar un vistazo al campamento de los forajidos. Ya había decidido que Jericho Slater era el primer prisionero que debía hacer. Sólo era cuestión de descubrir donde estaba.
Una rápida mirada por encima del saliente le bastó para saber que tenía suerte de no ser ella la prisionera. La banda de Slater acampaba a unos treinta metros de la cascada y los caballos estaban esparcidos alrededor del prado. Con un rápido vistazo, contó un total de veinte.
La desesperación se adueñó de Eve. A diez hombres, podría haberlos vigilado. Incluso a doce.
Pero, ¿a veinte?
No queda más remedio. Buscaré Slater y haré un trato con él. No importa lo mal que se pongan las cosas para mí, lo que Reno está viviendo es mucho peor. Está atrapado bajo tierra sin luz comida ni agua. Y los túneles le gustan tan poco como a mí los estrechos caminos de los precipicios.
Tengo que llegar hasta el pronto. No puedo dejarlo allí solo.
La joven se negó a pensar en la posibilidad de que el hombre sin el que no podía vivir hubiera muerto bajo toneladas de escombros, sepultado como el pequeño indio. Eve estaba segura de que si Reno estuviera muerto, lo sabría. Lo sentiría con la misma seguridad que sentía como la vida corría por sus propias venas en ese momento.
Enjugándose las lágrimas que caían por sus mejillas con la manga, volvió a mirar hacia el campamento. El movimiento de algo de color gris claro llamo su atención. Jericho Slater todavía llevaba la capa del ejército confederado. Su sombrero también le era familiar; ni siquiera se lo había quitado cuando se sentó en la mesa para jugar a las cartas.
Espero que Slater odie los túneles, porque hasta que Reno no esté libre, se va a pasar mucho tiempo en la oscuridad.
Sonriendo con tristeza, Eve volvió a retroceder y se dirigió hacia el cobijo que le ofrecía el bosque.
En cuanto las ramas de los árboles la rodearon, la mano de un hombre le tapó la boca, y un poderoso brazo la rodeó por la cintura sujetando sus brazos contra su cuerpo. Aunque Eve sostenía una escopeta, no tuvo oportunidad de usarla.
Un instante después, la joven sintió que sus pies se elevaban en el aire. Lo único que pudo hacer fue sacudir violentamente las piernas dando patadas al aire.
- Tranquila, pequeña salvaje -susurró una profunda voz en su oído-. Soy Caleb Black.
Eve se quedó inmóvil antes de mirar por encima del hombro.
Los ojos color whisky del esposo de Willow le devolvieron la mirada. No había ni rastro de la calidez de la mirada que ella recordaba. Aquel hombre tenía el aspecto de lo que una vez le había llamado Reno: un oscuro ángel justiciero.
Eve asintió para hacerle ver que comprendía que estaba a salvo y él la dejo libre. Cuando la joven volvió a sostenerse sobre sus propios pies, Caleb le hizo señales con el pulgar indicándole en silencio que se adentrara en la arboleda.
En cuanto lo hizo, apareció otro hombre. Su pelo era del mismo color negro que el de Caleb, pero las similitudes acababan ahí. El pelo del cuñado de Reno era ligeramente ondulado, mientras que el de Wolfe Lonetree era totalmente liso. Sus ojos eran de un tono azul tan oscuro que casi eran negros. Y en su rostro, podían distinguirse los altos pómulos de su madre cheyenne y los definidos rasgos de su padre inglés.
Aturdida, vio como las manos de Caleb se movían usando un lenguaje de signos tan conciso como efectivo. Wolfe asintió y pasó por delante de Eve, rozando su oscuro sombrero a modo de saludo con una mano que sostenía dos cajas de cartuchos. En la otra, sujetaba dos rifles de repetición.
La joven se quedó mirándolo durante un instante, antes de continuar adentrándose en el bosque instada por la mano que Caleb apoyó en su brazo. En cuanto fue seguro hablar, Eve le explico la situación lo mas brevemente que pudo.
- Se ha producido un derrumbamiento en la mina que estábamos explorando y Reno se ha quedado atrapado. -Hizo una pausa y luego añadió-: También debes saber que hay dos esbirros de Slater en la siguiente cascada.
Caleb entrecerró los ojos.
- ¿Está vivo?
Eve asintió, incapaz de articular palabra, ya que el miedo atenazaba su garganta.
- ¿Está herido?
- No lo sé. No he podido llegar hasta él.
- ¿Qué te ha dicho?
- Nada. No puede oírme.
El esposo de Willow no le preguntó cómo sabía que estaba vivo. Había visto la mezcla de desesperación y profunda determinación en sus ojos.
- Ya me he encargado de los hombres que estaban apostados haciendo guardia -le informo Caleb-. Vuelve al área pantanosa y espera. Nos encontraremos allí pronto.
- Pero Reno…
- Ve. No podemos hacer nada por él mientras Jericho Slater siga siendo una amenaza.
Caleb se dio la vuelta, luego se detuvo y giró la cabeza para mirarla.
- Rafe Moran también está por aquí. Así que si ves a un hombre rubio parecido a Reno, con un látigo en una mano y un revólver en la otra, no le dispares.
Desconcertada, Eve asintió.
- Una pequeña pelirroja llamada Jessi Lonetree aguarda no lejos de aquí -continuó Caleb-. Se supone que tiene que quedarse quieta, pero seguramente vendrá en busca de su esposo cuando cese el tiroteo.
- ¿Jessi? Entonces, ¿ese era Wolfe?
Caleb sonrió.
- Pues sí. Ahora, sube hasta el pantano y espéranos. Wolfe y su rifle de repe-tición acabaran pronto con la banda de Slater. Los que no mueran huirán como ratas.
- Yo puedo ayudar.
- Por supuesto que sí -convino Caleb-. Puedes mover tu trasero hasta el pantano y quedarte allí, donde estarás segura. Si te pasara algo, nadie sabría donde hay que buscar a Reno.
- Entonces volveré a la mina. Puede que me este llamando.
- De acuerdo, pero no entres en ese infierno hasta que yo llegue -le advirtió él, tajante.
La joven abrió la boca para protestar.
- Lo digo en serio, Eve. Incluso te atare si tengo que hacerlo.
- Pero…
- Métetelo en la cabeza -añadió Caleb con dureza, imponiéndose a todos sus intentos por hablar-. Sin ti, no tendremos ninguna oportunidad de ayudar a Reno.
Despacio, Eve asintió y se dio la vuelta, sin notar siquiera las lágrimas que volvían a trazar senderos de plata a través de la suciedad de sus mejillas.
- Estaba a medio camino de la cascada cuando Wolfe Lonetree empezó a disparar con su rifle. Los tiros se sucedieron ininterrumpidamente e hicieron eco a través de las montañas.
Para cuando la joven alcanzó el pantano, los tiros de los rifles sonaban con menos frecuencia. Cuando escaló la segunda cascada, escuchó como un revólver empezaba a abrir fuego en medidos intervalos. Al llegar al minúsculo valle que albergaba la mina, el silencio se había impuesto.
Caleb tenía razón. La banda de Slater no tenía nada que hacer contra la letal destreza de Wolfe Lonetree con un rifle de repetición.